IDEÓLOGOS
Los mil ojos del doctor Marcuse

Tiene 70 años, pero nadie le da su verdadera edad. Ni sus enemigos, que lo tildan de cínico o utópico, ni sus adoradores, convencidos de que es un adolescente o un desesperado ese Herbert Marcuse que parafrasea al poeta Walter Benjamín: "Es solamente para aquellos que están sin esperanza, que nos es dada la esperanza". ¿Para los que adolecen? Sí, al menos, para los adolescentes que lo ungen rector ideológico, que acaban de conmover París (y Madrid, El Cairo, Roma, Berlín, Praga, Varsovia) con sus ideas. Acaso para restablecer el equilibrio, Marcuse es un confortable habitante de La Jolla (frente al Pacífico, en California), casado desde hace treinta años, ex profesor, miembro de comité en el zoológico de San Diego. Habla alemán —su lengua materna—, francés, inglés y ruso; entiende italiano y español. 
Nació en Berlín en 1898, y fue testigo de ese estallido de libertad que se alimentaba indistintamente del surrealismo o de Freud. Claro que su primera conmoción está más relacionada con la revolución rusa Alrededor de 1927 —y bajo la supervisión de Martin Heidegger— pone punto final a su tesis filosófica sobre Hegel. Trabaja luego en el Instituto de Investigaciones Sociales de Francfort; allí conoce a Teodoro Adorno (juntos elucidarían temas como autoridad de la familia y personalidad autoritaria).
En 1934 ya realiza algunos estudios para la Columbio University, el puente que dos años después le permite emigrar a USA. Durante la guerra, colabora con la Oficina de Servicios Estratégicos, encargada de canalizar el aporte de los intelectuales (sobre todo extranjeros; sobre todo alemanes) en favor de la propaganda aliada. Todavía se trataba de un experto en Hegel. Más tarde iba a convertirse en el más concienzudo detractor de "la sociedad opulenta" en la que se instaló. Cuando adviene el maccarthysmo, ve justificadas sus dudas.
"Ya intuíamos que el estado fascista era la sociedad fascista; que el poder totalitario y la razón totalitaria tenían su origen en una sociedad que estaba en condiciones de superar su pasado, liberal, incorporando su negación histórica."Rastrea" "las causas y revisa a Freud; sólo para descubrir a un 'Superyo de represión'; "una estructura tan fuerte como la económica o la social, que se opone a la transformación cualitativa de la vida". Y frente al psicoanálisis en acción, protesta: "Ahora, cuando (el psicoanálisis) reconoce que la enfermedad del individuo es, en última instancia, un mal provocado por la enfermedad de la propia civilización, la terapéutica trata al individuo para que pueda continuar funcionando como parte de esa civilización, sin capitular o rebelarse".
Es el punto de partida para una formidable incriminación que abarcará toda estructura. En Eros y Civilización (Editorial Joaquín Mortiz, México; 279 páginas, 1.020 pesos), acusa: "Las formas de la dominación cambiaron. Han llegado a ser cada vez más técnicas, productivas e inclusive benéficas". Es que ese desbloqueo que exigía, está delante de él. "Pero falseado; la más clara ilustración del hecho la proporciona esa metódica introducción de la sexualidad en los negocios, la política, la publicidad. Introdujeron el totalitarismo en los negocios y los ocios del hombre; en su trabajo y su placer. Toda esta liberación es la de un cuerpo reprimido, que actúa como instrumento de trabajo dentro de una sociedad que está organizada contra su liberación."
En 1964, Marcuse se trueca en catalizador de sus propias ideas y es por ese entonces que lo descubre la juventud europea. Sus arengas: la sociedad opulenta puede proponerse cualquier transformación; ha muerto la Utopía; ya todo es posible. Pero las ideas dominantes pertenecen a la época utópica, cuando el comportamiento humano estaba condicionado por la escasez material y la represión de los instintos.
Cambios de calidad, entonces. "Dejar atrás al neocapitalismo y al socialismo de escasez." El horario de trabajo —automación mediante— debe reducirse hasta desaparecer. La automación, manejada por "las fuerzas opresoras, abastece deseos superfluos que ella misma provoca; no libera, esclaviza". El protagonista de las futuras luchas, por otra parte, no es más la clase obrera (que "se ha dejado integrar") sino los desclasados. En primer término —por supuesto, y en tanto no se integren al mercado de trabajo— los estudiantes desclasados.
La deflagración provocada por Marcuse se extiende así hasta la lucha de clases. El Tercer Mundo reclama para sí la impotencia que ostentara el proletariado. "Pero sus reacciones tienen valor." Son indispensables para que "la sociedad opulenta se vea tal cual es: falsamente democrática, grosera, venal".
Un criterio parecido lo forzó a escribir, en octubre de 1964, que "en los campos de muerte y de batalla de la Guerra Civil Española, se peleó por última vez en Europa con sentido revolucionario, por la libertad y la humanidad. Aún hoy, las canciones que se cantaron en aquella lucha son, para la joven generación, los únicos destellos que han quedado de una revolución posible".
Síntesis excesiva, exagerado pesimismo. Son las críticas que recoge Marcuse. Es revelador, sin embargo, que su ideología haya dado tal coherencia a la rebelión estudiantil como para estar presente, en mayo pasado, en la ocupación de la Universidad de Roma; enseñorearse en la de Berlín; proporcionar bandera a quienes se atrincheraron ahora en la Sorbona. Encima, alcanzó para que justamente esos franceses lapidaran a un ídolo de otra generación: "Sartre pertenece a la prehistoria —dicen—, porque no comprende la necesidad de extirpar, definitivamente, el hongo venenoso de la represión". [Oscar Caballero]
PRIMERA PLANA
28 de mayo de 1968

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Marcuse
Herbert Marcuse

 


 

 

 

 

 

 


Los desbordes de los discípulos franceses de Marcuse: una nueva sociedad

 

 

 

 

 

 

 

 

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