Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

INDIA
Una mujer, entre dos fuegos

"Cuando termina de cenar, ¿debe reunirse con los hombres o con las damas? ¿Cómo se la debe llamar: señora Primer Ministro; o qué? ¿Ocupará la habitación del Rey o de la Reina? ¿El Presidente Johnson debe invitarla a bailar?" Todas estas preguntas se deshicieron en los labios de los especialistas norteamericanos en protocolo en abril de 1966; el domingo pasado, los expertos argentinos tenían las mismas tribulaciones.
La visita de Indira Gandhi, líder de la democracia más poblada, no es sólo una presencia exótica; llama la atención por otras razones: es la hija del hombre que convirtió a la India en un Estado independiente y la mujer con más poder que otra cualquiera en toda la historia del mundo moderno.
Su importancia se eleva cuando se descubre que muchas mujeres en la India sufren postergaciones atávicas, que las muchachas todavía se casan antes de los 14 años, y el sutte (la inmolación de la viuda en el funeral de su esposo) aún se practica ocasionalmente. Sin embargo, es paradójico que las mujeres de la India disfruten de mayor influencia política que sus hermanas occidentales: son 95 en el Parlamento Nacional y otras 195 se sientan en las legislaturas.
El Partido del Congreso, que regula el Gobierno, especifica en su plataforma que el 15 por ciento de sus candidatos deben ser mujeres, Esta ley de hierro se justifica: el sexo femenino tuvo una enérgica participación en la lucha por la Independencia. Hasta el 6 de enero de 1950, cientos de mujeres sumaron su abnegación; entre ellas, Indira Gandhi. Ser mujer no le impidió mostrar un espíritu combativo, una ferviente pasión por los ideales; ahora denota una apariencia más dócil, casi de calma. Sus palabras brotan con facilidad cuando recuerda: "En la lucha no hay diferencias de sexo. Yo fui herida, estuve presa varias veces y como Primer Ministro recorrí las fronteras con Pakistán y China comunista en tiempos de guerra". Esa trayectoria vehemente no tenía relación con la dulce figura que el domingo sorprendió a los periodistas en Ezeiza: es que una vez obtenida la independencia, el horizonte de objetivos cambia y exige medios distintos de acción.

La sedición de las muñecas
Desde su infancia, Indira siguió las huellas de su padre, el extinto Primer Ministro Jawaharlal Nehru, quien solía decir: "Crece como un valiente soldado". Y no era para menos. A los tres años jugaba a las muñecas, pero con ellas tramaba una sedición. Contaba a los visitantes: "Papá, mamá y el abuelo están en la cárcel". A los 12, organizó la Monkey Brigade (la Brigada de los Monos), que pasaba mensajes clandestinos entre las líneas británicas. A los 24 años se casó con el abogado Peroze Gandhi (que no tenía relaciones familiares con el Mahatma), y tuvo una luna de miel muy particular: en la prisión.
La vida privada de esta mujer se posterga por "la causa". Después que la India obtiene la independencia, ella se aparta de su esposo (que moriría cinco años más tarde), pero no de su ilustre apellido. Con sus dos hijos -Rajiv de 23 años, contrajo nupcias con una italiana a principios de año-, se aposenta en Nueva Delhi para convertirse en la asistente y consejera de su padre. Con él recorrió casi todo el mundo, mientras se deslizaba como una cuña dentro del Partido para tomar las riendas de su organización. Comenzó por desplazar a un buen número de partidarios que eran crónicos vocacionales de la corrupción y ocupaban altos cargos en la Administración Pública; luego, cuando los comunistas triunfaron en Kerala, ella insistió en que Nehru interviniese ese Estado.
En los últimos meses de la vida de su padre, Indira ya era Primer Ministro de facto; sin embargo, el encargado de sucederlo fue Lal Bahadur Shastri, quizá para probar al mundo que la India no es el feudo de una familia. Nueve meses después, a principios de 1965, muere Shastri, y los jefes del Partido del Congreso sienten la necesidad de reagruparse en torno de la hija de Jawaharlal Nehru.
Desde su acceso al Gobierno, Indira afronta problemas que se obstinan en una loca carrera para obtener la supremacía: la débil paz establecida por su antecesor con Pakistán se rompe en 1965; rebeliones tribales en el Nordeste; disturbios estudiantiles en todas las ciudades; el desprendimiento de Sikkim, con 7 millones de habitantes; tensiones religiosas y económicas, disturbios lingüísticos, el desmesurado crecimiento vegetativo. Y, por sobre todo, el hambre. Este rosario de penas cayó sobre una salud tambaleante, acechada por agresiones y atentados.
Cuando estalló la lucha con Pakistán, los Estados Unidos suspendieron sus remesas de víveres; ese año la India soportó el hambre más feroz del siglo: alrededor de 11 millones y medio de habitantes vivieron en crítica zozobra. Con un viaje de Indira a USA se solucionó, parcialmente, la indigencia: los economistas de Washington le llenaron las alforjas con un gigantesco plan de desarrollo agrícola y otro para regular la natalidad.

La píldora versus el Libro Rojo
Mientras desembarcaban los ansiados alimentos, billones de rupias fueron desembolsados para estimular la agricultura y propagar la esterilización. La espiral de crecimiento —200.000 bocas por semana— comenzó a detenerse gracias a una fábrica de anticonceptivos que arroja al mercado 144 millones de píldoras por año. Hace quince días, el Ministro de Salud Pública, Staya Narayan Sinha, exhortó a 100 millones de parejas indias, en edad de procrear, para que limiten sus efusiones. Recordó que "dos o tres hijos son bastantes"; con un vasto plan publicitario, 4.500.000 personas quedaron esterilizadas, mientras los equipos móviles han colocado 2.485.000 anillos (aparatos intrauterinos).
La inversión norteamericana en la India no es inútil: son 500 millones de habitantes de diversa religión y que hablan 179 idiomas distintos, pero que viven con absoluta libertad de prensa y funcionan con un Gobierno parlamentario y elecciones relativamente honestas, corregidas por alguna que otra intervención federal. Hasta ahora —y parece que por mucho tiempo—, la India no puede solventar el hambre de su pueblo; la "generosidad" de USA compensa esa deficiencia. Pero, ¿hasta cuándo los norteamericanos sostendrán a los famélicos indios? Si el país no puede resolver sus inconvenientes, ¿la política de ayuda no degenerará en impotencia, en la búsqueda de otra ayuda con luz al final del camino?
Los chinos aseguran poseerla. Al menos es lo que ofrecen en el área de Bengala, un Estado con más de 40 millones de habitantes. Hay una premonición sobre la actividad comunista de esa provincia, que se conjuga con una tradición histórica: "Lo que hoy piensan los bengalíes, mañana lo pensarán los indios". Las escaramuzas aumentan todos los días en ese sector del país; China comunista, al parecer, no tiene allí ambiciones territoriales, pero intenta la infiltración ideológica.
Por lo menos en esa zona reina la anarquía; los comunistas previenen que es la misma que asoló la Rusia de los Zares en 1917. Las manifestaciones que enarbolan a la lucha armada como única solución, tienen cierto respaldo en algunos jeques de la Administración bengalí: sus verdaderos conductores. Un enérgico abogado y miembro del Politburó, Jyoti Basu, junto con el Ministro de Agricultura, Harekrishna Konar, manejan los débiles hilos de un Gobierno encabezado por un discípulo del Mahatma Gandhi, el modelo de honestidad Mukherjee.
Bengala es un excelente campo de cultivo para la demagogia. Las afligidas masas y una irrupción constante de refugiados desde Pakistán alimentan el dogma de los líderes de izquierda. Pero tampoco son ellos los dueños; el caos, ese síntoma de la impotencia, domina la situación. Y todo el desorden se abalanza sobre la Primer Ministro.
Indira Gandhi mantiene la fachada de neutralidad, aunque con una ligera propensión hacia Occidente: en menos de dos años, hizo dos viajes a los Estados Unidos. Hasta un momento antes de su partida —el sábado 21 de setiembre—, los editoriales de los diarios indios le reprochaban la "arbitrariedad" del viaje, la inutilidad de ese gasto. También crecían las manifestaciones de violencia. De cualquier modo, Indira no hizo caso de las observaciones y se lanzó a un periplo de 21 días por América.
La influencia de USA en Asia —por efecto de la guerra en Vietnam— se desgasta caudalosamente, mientras el librito de Mao Tse-tung corre con más velocidad entre las manos de los jóvenes indios. 
1º de octubre de 1968
Primera Plana

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Indira Gandhi
Indira Gandhi

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

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