"BOBBY" FISCHER, 28 AÑOS, GENIO DEL AJEDREZ, HISTÉRICO, IRASCIBLE, EGOCÉNTRICO, GRACIOSO.
QUE PERSONAJE MAS EXTRAÑO...
ES LA QUINTA VEZ QUE VIENE A JUGAR A BUENOS AIRES Y SIEMPRE LOGRO "ESCURRIRSE" A LAS ENTREVISTAS.
SE CONSIDERA EL MEJOR Y ESTA SEGURO DE GANAR. NO QUIERE HABLAR DE SU VIDA PRIVADA, DETESTA LOS LIBROS Y SOLO LE INTERESA EL AJEDREZ."
SU FAMA DE GENIAL AJEDRECISTA ES CASI TAN GRANDE COMO SU FAMA DE MAL CARÁCTER. 
HUYE DE LA GENTE Y SE REFUGIA EN LA SUITE DEL HOTEL DONDE ARMO UN TABLERO Y ESTUDIA TODO EL DÍA. 
SIEMPRE ESTA TENSO E IRRITADO, Y CAMINA MUY VELOZMENTE.
HACE NATACIÓN, TENIS, Y SUS ÚLTIMOS HOBBIES SON EL BOWLING Y EL PING-PONG. 
"GENTE" LOGRO ESTA NOTA DESPUÉS DE UN TRABAJOSO MATCH QUE TERMINO EN TABLAS.
ASÍ ES "BOBBY" FISCHER.

 

 

 

 

 

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Sus piernas —parecidas a las de "papaíto"— le permiten poner una considerable distancia de sus enemigos más inmediatos. Generalmente esos enemigos tienen una profesión: periodistas. Su carácter, mundialmente famoso como "irascible, hosco, insoportable", no ayuda demasiado: grita con frecuencia, esboza gestos amenazadores, aúlla como un animal acorralado. Si a todo esto se le agrega la palabra "nota" —palabra que insinué muy tímidamente— se podrán imaginar cómo fue mi primer encuentro con el señor Robert "Bobby" Fischer, el norteamericano considerado uno de los mejores ajedrecistas del mundo. Inteligente, rápido, agresivo, talentoso. Un genio, en suma. Un genio que nunca aceptó una entrevista periodística. Mientras espero su regreso en el bar del hotel Presidente —lo de las piernas largas y los gestos amenazadores viene por mi primer encuentro con él en la calle, un rato antes— me cuentan una anécdota del señor "Bobby" Fischer: una vez, estando en Alemania jugando un torneo, se le ocurrió cometer el "exceso" de ir a tomar una copa a una boite. En eso estaba cuando se le acercó la mismísima Miss Alemania a invitarlo a bailar. "Bobby" se dio vuelta, la miró de arriba abajo y respondió: "Ahora no. Cuando termine esta semana de torneo puede ser..." Semejante anécdota no es como para estimular a nadie, sobre todo si ese nadie pretende entrevistar a "Bobby". Pero debo confesarlo: a pesar de todo, la anécdota me produjo una suave alegría. Por lo menos en algo me parecía a Miss Alemania: en la negativa de "Bobby". A ella para bailar. A mí para hacerle un reportaje.
Pero, señores, no todo está perdido. Y por ahí asomó el corazoncito del "escurridizo" ''Bobby". De regreso al hotel, lo primero que pidió fue un transformador de corriente. El transformador era para el pequeño televisor que trajo de los Estados Unidos. Y el televisor que trajo especialmente de los Estados Unidos era para ver, al día siguiente, la pelea entre su compatriota Emile Griffith y nuestro compatriota Monzón. (Ahora que lo pienso, tuve suerte. Si esta nota, en vez de conseguirla un viernes, la hubiera conseguido un domingo, o un lunes, no hubiera sido posible. Por lo del resultado de la pelea, quiero decir...) Atrás de un asombrado botones que no entendía nada subimos Alessandrini y yo hasta el piso 19. La suite 1916 es la clave: ahí se aloja, solo, "Bobby" Fischer. Un piso más abajo, en la habitación 1805, está alojado Tigran Petrosian, el soviético que enfrentará a "Bobby" en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín. Después de ese enfrentamiento se definirá quién jugará con Boris Spassky, el actual campeón mundial de ajedrez. "Bobby", ni bien se enteró que Petrosian estaba en el mismo hotel, quiso mudarse. Incluso se encontró varias veces en el hall con el soviético y lo ignoró olímpicamente. Pero ahora están los tres golpes en la puerta 1916, y el mismo Fischer que abre la puerta. Fue instantáneo: detrás del botones con transformador, cables y enchufes, nos deslizamos Alessandrini y yo. "Bobby" debe haber sentido algo parecido al fin del mundo. Es la mejor forma que encuentro de definir su gesto.
—Get out! Get out! I won't speak, I won't speak...
A través de la abertura de la puerta alcanzamos a ver a Edmund Edmondson, el norteamericano de 51 años que es actualmente el presidente de la Federación Norteamericana de Ajedrez. El acompañó a "Bobby" a Buenos Aires. Pero Edmondson nada puede hacer: "Bobby" sigue gritando, haciendo gestos de impaciencia. Habla español, pero no demasiado.
—Si no nos recibe ahora, "Bobby", lo seguiremos todos estos días hasta alcanzarlo. La nota debe hacerse de cualquier manera... Y ahora ya estamos acá, "Bobby"...
—No, mañana... o pasado... o nunca...
—Mañana no, "Bobby", mañana tenemos que ver una pelea...
—Sí, pelea Griffith...
—Y pelea Monzón...
—No tengo nada que decirle.
—A lo mejor sí, "Bobby". ¿Por qué no lo intentamos?...
"Bobby" sigue moviendo negativamente la cabeza, pero por ahí, sin detenerse, empieza a sonreír. Me parece que se dio cuenta que nuestra decisión era firme. Por eso quizá bajó la cabeza y en un gesto de resignación nos hizo entrar del todo. El botones salió corriendo: estoy segura que seguía sin entender nada. "Bobby" volvió a cerrar la puerta y se extendió con gesto desgarbado y displicente en el sillón. Ya estábamos frente a frente. Sin tableros, sin trebejos, sin escaques, sin alfiles, ni damas, ni peones. Sin nada. Robert "Bobby" Fischer y nosotros. Había sido una larga lucha, sin duda, casi más trabajosa que la de un match de ajedrez. Pero nadie salió perdiendo. En realidad hicimos tablas. En nuestro primer encuentro con "Bobby" Fischer hicimos tablas...
Hace escasas horas que "Bobby" Fischer llegó por quinta vez a Buenos Aires, y sus valijas están aún sin deshacer. Sin embargo, sobre su cama abierto, hay un ejemplar de "Play Boy" del mes de octubre. En el placard una camisa verde con la que viajó y un traje marrón de "Lindsey Ling", la sastrería española. Sobre una cómoda una pequeña radio, un secador para el pelo, un frasco de perfume "High Heels" de Tilford y varios libros sobre ajedrez. En la otra habitación, donde está Fischer con Edmondson, hay una fuente con frutas naturales —sobre todo muchas naranjas—, una botella de agua mineral —casi su exclusiva bebida— en un balde con hielo, y un tablero de ajedrez donde seguramente seguirá estudiando todos estos días. "Bobby" se ha aflojado la sobria corbata y una traba de oro con un caballo de ajedrez la mantiene unida a su camisa blanca. Su pantalón es azul. El azul es el color favorito de "Bobby": salvo el marrón, todos sus trajes son de este color. Los ojos son celestes y duros, y su cutis imperfecto: cientos de granitos y lunares se trepan por su cara angulosa. Cuando sonríe, demuestra sus 28 años. Pero lamentablemente no lo hace a menudo. Mide 1.90 y sus piernas deben llevarse más de un metro de esa medida. "Bobby" está tenso, pasa varias veces la mano derecha por su pelo rubio desaliñado y no mira. Parece esperar. O parece arrepentido. Arrepentido de habernos hecho pasar.
—¿Usted se considera el mejor?
—Así dicen todos.
—¿Y usted qué dice?
—Yo no digo nada. Nunca quiero decir nada. Pero parece que es peor...
—¿Qué piensa de Boris Spassky?
—El es el campeón del mundo, ¿no? Tiene que ser el mejor... Me gusta su juego fuerte, sabe mucho de ajedrez, tiene buena salud.
—¿Y de Petrosian?
—Es un rival mucho más peligroso que Larsen. Mucho más difícil. También tiene buena salud.
—¿La buena salud es tan importante para el ajedrez?
—Es casi más importante que la inteligencia. En un torneo hay que jugar 5 horas por día. En el próximo match con Petrosian, por ejemplo. A veces se suspende el match y se debe reiniciar al día siguiente: otras seis horas. Así, todos los días que dura el match. Y además hay que estudian por lo menos seis horas para saber cómo va a ser la partida o el juego del contrario. Para todo eso se necesita buena salud.
—Usted qué tiene más, ¿buena salud o inteligencia?
—Inteligencia, ¿qué duda cabe?
—"Bobby", ¿por qué tiene dos religiones, la católica y la judía?
—No quiero contestar esas preguntas. ..
—¿Su mal carácter tiene algo que ver con la separación de sus padres, con la soledad de su infancia y adolescencia?
—Tampoco quiero contestar eso.
—¿Pero reconoce tener mal carácter?
—Sí, lo reconozco. Pero parece que nadie se da por enterado.
Ahora ríe. Se pone de pie. De tres zancadas recorre todo el cuarto. Está impaciente.
—¿Ya está? —pregunta.
—No, no está. Nos gustaría saber cómo vive en los Estados Unidos, y qué hace cuando no juega al ajedrez.
—Vivo en California, Los Ángeles, en la calle Ambrose 4415. Mi casa tiene dos plantas y vivo solo. Tengo pocos amigos porque no tengo tiempo. Todo mi tiempo estoy estudiando y leyendo. ¿Qué leo? Revistas especializadas de ajedrez, revistas de actualidad como Look, Newsweek, Time. Me interesa saber lo que pasa. No me gusta en cambio leer libros. En realidad los detesto. Por eso tampoco estudié: abandoné el secundario en segundo año. Creo que es bastante. Quiero decir, en total diez años y medio de escuela —entre primario y secundario— es demasiado para alguien como "Bobby" Fischer.
—¿Por qué eligió el ajedrez?
—Yo no lo elegí. Me eligió él a mí. Empecé un poco en broma cuando tenía 8 años. Me enseñó mi padre. Pero el ajedrez no me dejó nunca más. Enseguida me hizo ganar torneos y viajar. En 1953 me lo empecé a tomar en serio...
—Usted nació un 9 de marzo de 1943 en Chicago. Quiere decir que usted es del signo de Piscis. ¿Le interesan los horóscopos?
—¿Qué es eso? —pregunta, mientras nos mira y lo mira a Edmondson.
—Es un juego de los astros que pretende adivinar el futuro. Casi todo el mundo cree en él, "Bobby", porque a casi todo el mundo le interesa saber qué le va a pasar. ¿A usted no le interesa saber qué le va a pasar?
—A mí no. Porque ya lo sé.
—¿Qué es lo que sabe?
—Que le voy a ganar seguro a Petrosian.
—¿Lo único que le interesa es ganar una partida de ajedrez?
—Sí, es lo único.
—¿Por qué no se ha casado?
—No voy a responder a esa pregunta. ..
—Para mantener la buena salud, ¿no hace deportes?
—Sí. A veces. Nadar, tenis. Más que nada caminar y jugar al bowling. ¿Hay un bowling cerca de este hotel? También me gusta el ping-pong. ¿Hay una mesa en este hotel?
—¿Por qué siempre hace problemas con la iluminación de los lugares donde juega? Incluso se dijo que esta vez usted se anticipó y mandó un cable exigiendo determinadas condiciones en el Teatro San Martín.
—Son mentiras, yo no mandé ningún cable. Se dicen muchas tonterías. Por eso nunca quiero hablar. La luz para mí es muy importante. Me pone muy nervioso una mala iluminación, y además me cansa mucho. Eso es todo. Lo hago para beneficio del torneo y para el bienestar de los otros ajedrecistas.
—De ahí le viene la fama de maniático. ..
—Tengo muchas famas. No me interesan. Lo que me interesa es llegar a ser campeón mundial.
—"Bobby", ¿por qué trajo un televisor?
—Para ver la pelea..,
—¿Creyó que en la Argentina no había televisores?
—Estoy acostumbrado al mío.
—¿Quién ganará la pelea?
—El mejor, como ocurre siempre.
—¿Hay alguna cosa que lo pueda emocionar, "Bobby" Fischer?
—No voy a contestar esa pregunta.
—Al parecer, son más las preguntas que usted no quiere contestar. ¿Por qué?
—No me interesa que nadie me conozca. Ni yo mismo sé realmente quién soy. Sólo me reconozco frente a un tablero. Juego siempre a ganar. No me importa nada más.
—Usted tiene 28 años y no puede ignorar el mundo que lo rodea. ¿No le interesa tratar a la gente?
—¿Terminó su entrevista?
—Ahora que me acuerdo, hay una cosa que leí que le interesa. El problema del "smog", ¿Es cierto?
—Sí, es cierto. En Estados Unidos el problema es mayor que aquí. Sobre todo en Nueva York. Me
preocupa eso. Aquí en Buenos Aires existe el problema en menor escala.
—¿Fuma?
—No, no fumo. Tampoco bebo, salvo agua mineral. Me gusta dormir mucho y estar solo.
—Supongo que deben ser las condiciones para llegar a ser campeón mundial de ajedrez. Pero, "Bobby", ¿vale la pena tanto sacrificio?
—No voy a contestarle ni esa ni ninguna otra pregunta más.
Y nuevamente de pie. Sus dientes, desparejos, insinúan una sonrisa de despedida. Todavía están, sobre la mesa de su cuarto, las 36 piezas. Inmóviles, en pie de guerra, están esperando que "Bobby" Fischer dé la orden de partida. Seguramente irán con él hasta el restaurante japonés donde "Bobby" quiere comer esta noche. "Bobby" come siempre a las 7 de la tarde y se va a dormir a las 9. Seguramente se abrazarán a él durante su sueño, se deslizarán por su cuerpo durante la ducha, saldrán a comprar zapatos y camisas y volverán a detenerse finalmente sobre los cuadraditos del tablero, esperando que las manos nerviosas, tensas, crispadas de Robert "Bobby" Fischer den una vez más el jaque mate a un adversario imaginario.
Desde hace mucho tiempo la ceremonia se viene repitiendo. Quizá desde siempre... "Dios mueve al jugador y éste a la pieza. Qué Dios detrás de Dios el juego empieza", dijo alguna vez Borges. De ese juego, de esa religión, de ese rito, seguramente Robert "Bobby" Fischer sea el sacerdote supremo. Aunque para lograr esto haya descuidado los costados humanos que todos buscamos cuando nos acercamos a este desgarbado muchacho de 28 años y de inteligencia superior... Aunque para lograr esto haya llegado a ver, en cada ser humano que se le acerca, un enemigo... Así es Robert "Bobby" Fischer. Casi un genio. Casi...
RENEE SALLAS Fotos: ALDO ALESSANDRINI
20/09/1971
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