VEINTE AÑOS DESPUÉS
Alemania: El Precio de la Derrota
Un reportaje de Newsweek a la Alemania Federal de hoy y las observaciones de un redactor de PRIMERA PLANA recién llegado de Berlín, se utilizan en el siguiente artículo.

 

 

 




pie de fotos
-Berlín, de la agonía nazi al Muro, el choque de dos políticas:Adenauer y Ulbricht
-Monobloques en Spreewald, 9 dólares por dos cuartos

 

El 11 de julio de 1945, en Berlín, cuatro gorras se alinearon sobre una repisa. Fuera, la primavera florecía sobre los escombros. Faltaba el pan, faltaban la leche y los medicamentos. Pero las voces de la guerra se habían acallado, y el mundo, por un momento, celebraba frenéticamente la victoria. Los soldados y los civiles se repartían las calles. El único estruendo, silenciada la artillería, era el de los edificios que se desmoronaban.
Dos meses antes, la ciudad parecía un infierno. Los aviones, luego de un lustro de constante bombardeo, acumularon en los 880 kilómetros cuadrados de la ciudad el horror de una contienda que Adolf Hitler no pudo mantener lejos de las fronteras. El Tercer Reich declinaba, su jefe se hundía de un pistoletazo en el olvido. El 1º de mayo, los aliados se adueñaron de la capital.
En la noche del 9, la rendición incondicional —firmada el 7, a la madrugada— se ratificó. Los aliados dividieron la ciudad que Eisenhower dejó tomar a las fuerzas soviéticas, según se había convenido. Y establecieron la Comandatura; allí se alinearon las cuatro gorras, cuando los cuatro comandantes —el norteamericano, el francés, el inglés, el ruso— celebraron su primera reunión. Era un símbolo que pocas veces se repetiría.
En estos días es inevitable revivir el pasado, en Berlín. Cortada en dos por la muralla, casi nada recuerda en el sector occidental que la ciudad fundada en el siglo XIII fue el último bastión de la Segunda Guerra. Funcionarios, periodistas, gente de la calle, indican al viajero qué sucedió en tal o cual barrio; no obstante, resulta difícil entender dónde acabaron los 80 millones de metros cúbicos de escombros y cómo pudo surgir, en su lugar, una de las ciudades más espléndidas de Europa. Este, quizá, es el verdadero milagro alemán.
Porque si los aliados la arrasaron en 1945, Berlín renació para seguir reclamando el privilegio de ser el centro de otra guerra que comenzó al terminar la otra: la guerra fría. La antigua capital de Alemania es el punto neurálgico de esa pugna, el único sitio donde los rusos y norteamericanos viven frente a frente, las armas en la mano, como dispuestos a reiniciar una contienda que ha sido definida de antemano como la postrera.
El germen de la división venía en los fusiles de los invasores. La URSS no perdió tiempo en reorganizar la vida administrativa de Berlín y en liquidar los restos de las fabulosas instalaciones industriales y técnicas que continuaban en pie: unas 500 empresas. En pocas semanas, 50.000 máquinas y 28.000 implementos mecánicos desaparecieron. Berlín, que carecía de edificios, había perdido algo más Valioso: un millón de habitantes, de los cuatro que la poblaban. En esas condiciones, intentó revivir.

Un puente y un muro
Fue inútil, porque las tropas de ocupación y las primeras escaramuzas de la guerra fría se lo impidieron. Hubo elecciones libres —autorizadas por el comando soviético—, se crearon partidos políticos, afloró un Parlamento, surgió una Universidad. Pero la ciudad estaba condenada.
En junio de 1948 la URSS disolvió la Comandatura y bloqueó las vías terrestres, férreas y acuáticas de la ciudad; pareció que el nuevo destino de Berlín, así estrangulada, sería una muerte más humillante que la que no lograron depararle los explosivos bélicos. Un puente aéreo superó la crisis: a lo largo de quince meses, los berlineses fueron ayudados por el interminable desfile de aviones norteamericanos. Uno cada 90 segundos, 200.000 vuelos en total, volcaron sobre la capital más de dos millones de toneladas de alimentos, medicinas, carbón. El 30 de setiembre de 1949 concluía el bloqueo: Stalin quedaba vencido. Para entonces, la República Federal Alemana se constituía en Bonn.
Desde ese instante, Berlín Occidental marchó por su cuenta. Los soviéticos no cesaron de interferir; los servicios secretos trasladaron allí sus mejores espías. Pero ese clima no detuvo el ritmo de una ciudad empeñada en salir de las sombras; las cifras lo dicen con mayor claridad; en dos décadas se levantaron 300.000 viviendas, la producción alcanzó a 12.000 millones de marcos en 1964 (contra 1.700 millones en 1950; un dólar cuesta cuatro marcos).
El gobierno de Bonn no se contentó con tanto reflorecimiento; se alió a sus vencedores y juntos emprendieron otra guerra, ahora contra el vecino atrincherado en el barrio de Pankcow, sede de otro Estado: la República Democrática Alemana. Es una guerra —sólo de posiciones, por fortuna— que arrastró al mundo entero.
En 1953 provocó un levantamiento en la zona oriental; duró poco, pero fue un presagio de lo que ocurriría más adelante en Polonia, Hungría o Rumania. En 1958, el régimen de Walter Ulbricht se debatía en un atolladero: hacia Berlín Occidental peregrinaban técnicos y profesionales (3 millones en 17 años), hombres y mujeres entre la adolescencia y la madurez.
Khuschev solicitó la neutralización de la antigua capital; los alemanes y sus aliados se opusieron. El globo se electrizó con una crisis que lo colocó al borde de los peores presagios. La crisis se extinguió, solo para reaparecer en el 59, en el 60. En 1961, John Kennedy asumió la presidencia de USA y se reunió con Kruschev en Viena. El gobernante soviético salió convencido de la inutilidad de asustar al joven estadista. El paso siguiente no será militar, ni diplomático. Será el muro: agosto de 1961.
Un muro simple, sobre el que diariamente se posan miles de manos incrédulas. Cubierto de alambre de púa, rodeado de silencio, se ha convertido en la mejor síntesis de un período de la historia. Recorrerlo a pie exige todo el día; pocos lo han hecho, tampoco es necesario. De tanto en tanto, hay una plataforma construida por la municipalidad de Berlín Occidental; basta con subir y observar más allá: a unos metros se extiende otro país, quizá otra civilización.
Los berlineses transformaron el Muro en un nuevo Calvario. "Aquí murió Fulano de tal —explican los guías—. Corrió, esperanzado, o desesperado. Cayó baleado, la policía comunista lo dejó arrastrarse hasta la pared y allí permaneció, desangrándose." Más lejos, el túnel. "Meses enteros cavando. Salieron por el sótano de esta casa, escaparon 57." El sótano ya no sirve, tampoco el túnel; han tapiado las puertas y las ventanas. Las casas que están frente al Muro también murieron, enmudecieron.
Aislado, perdido en un mundo que ya olvidó al Ejército Rojo liberador de 1945, se yergue el monumento al soldado soviético, rodeado por dos cañones y dos tanques de entonces, los dos primeros que destrozaron con sus orugas de hierro los muros caídos de la fortaleza nazi. Tropas de la URSS custodian día y noche el monumento; cerca, vigilan policías alemanes y fuerzas británicas. Es otra síntesis de estos 20 años.
Los rusos y los occidentales apenas tienen en común la fortaleza de Spandau, cercana al limite soviético, del lado de la ciudad opuesto al Muro. Allí vegetan nombres ya olvidados, números que un día se llamaron Rudolf Hess, Albert Speer, Baldur von Schirach. Los despojos del régimen que atemorizó al mundo es lo único que pueden compartir los aliados que en 1945 terminaron con una pesadilla y se enfrascaron en otra.

Ingreso, en el siglo XX
El apogeo de Berlín Occidental refleja el de la República Federal, hoy principal productor de acero de Europa (37 millones de toneladas en 1964). Pero la prosperidad (3 millones de automóviles lanzados anualmente; 82.000 millones de dólares de producto bruto interno, el año anterior) conforma sólo una parte de la evolución emergida de las ruinas.
Aplastadas la Luftwaffe y la Wehrmacht en 1945, la RFA, con medio millón de hombres bajo las armas, posee ahora la más importante fuerza militar convencional de Europa Occidental. La nación paria de hace cuatro lustros, es diputada hoy por Charles de Gaulle y por Estados Unidos; la Unión Soviética no se negaría a uncirla a su bloque. Parece un cuento de hadas: se trata del mismo país que pisoteó a medio universo y organizó el más atroz y degradante exterminio humano.
Sin embargo, abundan los indicios de que estos 20 años introdujeron cambios esenciales en el carácter de los alemanes; sobre todo, derivaron en un espíritu de disentimiento y de individualismo inconcebibles para la vieja generación. Esos cambios son notables en los sistemas, de gobierno, en el campo de los negocios, en la explosión cultural que irrumpió luego de la aridez nazi y, más que nada, en el temperamento de la juventud.
Todavía una década atrás, los alemanes —los del Oeste, claro está— suponían que el Bundestag (Parlamento) era una institución suntuaria. Hoy las barras desbordan de estudiantes. "Antes, ningún profesional se interesaba por pertenecer al Bundestag; ahora nos sobran los candidatos", recuerda el vicecanciller Erich Mende.
No fue fácil saltar del hitlerismo a la Kollegialdemokratie, el régimen actual. Si a menudo se acredita el éxito de esa transición a los 14 años de gobierno de Konrad Adenauer, buena parte de la obra estuvo en manos de la prensa, que debió reeducar al hombre político de Alemania. "Creó mentalidades inquisitivas", sostiene el profesor Theodor Echenburg. Y esas mentalidades corresponden a los jóvenes.
Son pragmáticos, antes que ideológicos; desconfían de las panaceas y prefieren el jazz a la soldadesca canción de Hort Wessel. "Durante mis conferencias en la Universidad de Francfort —recuerda el profesor Carlo Schmid, líder socialista— los alumnos no vacilaron en polemizar conmigo. Ya no temen a la autoridad. ¡Hasta discuten con los agentes de policía!"
"Mi generación —explica Ernest Lemmer, que a los 26 años integraba el Parlamento de Weimar y hoy ocupa un cargo en el gabinete— era antisemita, chauvinista, monárquica y reaccionaria. La de hoy es sobria y antirromántica." Sin embargo, llena los cines y los teatros, lee y estudia. El brillante crítico dramático inglés Kenneth Tynan califica al teatro alemán como "el mejor del mundo occidental" y las librerías hacen convivir en sus escaparates las ediciones."locales y extranjeras de renombrados escritores: Uwe Johnson, Günter Grass, Heinrich Böll.
Las fuerzas armadas responden a autoridades civiles, algo que a un Junker le hubiera hecho saltar el monóculo. Y cuando Alfred Krupp colocó a Berthold Beitz (hoy, de 40 años) al frente de sus empresas, echaba al olvido un pasado donde los títulos y los honores lo eran todo. Beitz tuvo que acostumbrar a sus subordinados a que ahorraran el 'Herr General Direktor' en su tratamiento.
Pese a este ingreso de Alemania en el siglo XX, hay dudas que acicatea el mismo pasado. Más de un alemán —parece obvio— comparte ocultamente la frase que Adolf Eichmann pronunció frente a sus jueces israelíes: "El arrepentimiento es cosa de chicos." La mayoría del país quería que este año prescribieran los crímenes de guerra y sólo después de una enorme controversia el Bundestag extendió el límite hasta 1970, Desde 1945 hasta hoy, según el Ministerio de Justicia, se iniciaron 61.761 causas y 41.000 fueren canceladas por falta de pruebas. Sólo 6.115 personas fueron sentenciadas. ¿Sólo 6.115 personas cometieron crímenes de guerra?
Finalmente, Alemania Federal, y sus gobernantes enfrentan otro conflicto político: ¿Qué papel debe jugar en el mundo? ¿A quién debe seguir; a Francia o a USA? En setiembre, más de 30 millones de alemanes tal vez comiencen, en las urnas, a responder a estas preguntas.
Y al hacerlo, posiblemente opinen sobre un último objetivo, la reunificación de su patria. En setiembre —quinta elección nacional desde el colapso de Hitler— votan por primera vez los hombres y mujeres nacidos después del 1º de mayo de 1.945.


El Este develado
Kenneth Ames, corresponsal de Newsweek, pasó un mes en Alemania Oriental. He aquí su informe:

Según un dicho popular, la República Democrática Alemana no es república ni democrática ni alemana, sino una zona ocupada que existe como nación sólo por lo presencia de las tropas soviéticas.
Sin embargo, hay índices claros de que tras el Muro se desarrolla una silenciosa evolución económica. La pobreza tiende a desaparecer; en los últimos seis meses de 1954 la tasa de crecimiento del producto bruto interno alcanzó el 8 por ciento y las autoridades de Pankow aseguran que falta poco para que el país sea una potencia industrial.
El auge proviene, aseguran, de "las medidas adoptadas en agosto de 1961" (así llaman a la erección del Muro), que al cerrar las fronteras detuvieron la sangría de mano de obra que salía hacia Occidente. Así, fue posible elaborar algo más que artículos esenciales de consumo; además, se aplicaron incentivos, se centralizaron los planes económicos, se crearon penalidades. "El gerente de una fábrica —explica Manfred Scholze, técnico de Dresde— puede perder la mitad de su salario si la producción decae en calidad, pero puede ganar enormes premios si la mejora."
El acento industrial está puesto sobre la calidad. "¿Vuestras mercaderías —explica un funcionario del régimen— deben ser tan buenas como las británicas, las norteamericanas o las alemanas del oeste. Necesitamos divisas extranjeras para importar, y las divisas sólo las obtendremos con nuestras mercaderías."
Como miembro que es del COMECON (versión socialista del Mercado Común Europeo), Alemania
Oriental se transformó en el centro de la producción de máquinas-herramientas, química y petroquímica, campos revolucionados por la reciente inauguración del oleoducto que une las regiones petrolíferas de Baku (URSS) con el río Oder; nuevos complejos industriales se alzaron allí, en el límite con Polonia, y en Cottbus y Spreewald.
Hacia el norte, en los astilleros de Rostock, sobre el Mar Báltico, se trabaja al máximo de la capacidad y se entregan buques de 10.000 o 15.000 toneladas; los precios no superan los del mercado internacional, y cuatro barcos se construyen hoy para empresas del exterior.
También en la electrónica progresa Alemania Oriental. "Gracias al bloqueo y la falta de elementos estratégicos provenientes del extranjero, nos vimos forzados a experimentar e investigar con substitutos. Ahora somos la avanzada de la electrónica en el mundo socialista, y hasta exportamos nuestros productos. Creo que vamos a la cabeza en el uso de radioisótopos para la cura del cáncer", sostiene Manfred von Ardenne, uno de los más prestigiosos científicos.
Antes, la maquinaria industrial se empleaba durante ocho horas diarias; ahora, la regla son tres turnos, a lo largo de 24 horas. "Copiamos los métodos capitalistas; trabajamos más, cobramos más y somos más felices", sonrió un obrero de Leipzig. Esa prosperidad se observa, especialmente, en las grandes ciudades, que no padecen ya el racionamiento alimentario, salvo la manteca.
Las ropas buenas son caras, pero existen; las audiencias de los teatros se parecen a las de cualquier nación. "Todavía escasea el jabón en polvo y los equipos de cocina — cuenta un ama de casa, en Dresde—, aunque son problemas menores comparados con los de cuatro años atrás." No obstante, algo no desaparece: el aire de depresión, de encierro, la grisácea atmósfera que ayudan a mantener los edificios todavía en ruinas.
Aquí y allá, pese a todo, comienzan a erguirse modernos monobloques de departamentos, y la falta de vivienda se diluye lentamente. Los departamentos son atrayentes, y con alquileres irrisorios: 9 dólares mensuales por dos pequeños cuartos, una cocina y un bono. En ciertas ciudades, se edificaron de 2.000 a 3 000 casas por año, en el ultimo lustro.

PRIMERA PLANA
25 de mayo de 1965