Fórmula 1: Champaña para Clark

 

 

 

 

 

OTRAS CRÓNICAS INTERNACIONALES

Nixon, el poder y la gloria
Ya se logró el tratado, ahora falta la paz Egipto - Israel Jimmy Carter
Uganda, el previsible final de Idi Amín

Salvador Dalí se recibió de "inmortal"

El gran desafío de Vito Campanella

Pablo Picasso, el Guernica casa quiere

Jean Paul Sartre, memoria y balance

El testamento de Sartre

Lawrence Olivier, El rey de Sakespeare

Golpe en España
Es un hombrecito grácil, camina casi saltando, conversa poco. Desde los 5 años, el mundo de Jim Clark gira en torno de un volante y cuatro ruedas; una sola condición impone a su auto: ser el más veloz. El lunes 1º de enero, al iniciarse 1968, el escocés volador ya estaba trastornando los relojes. Clark cambió su gorra a cuadros con visera por el casco para conducir, pero aparentemente no cambió de año, no varió su táctica. Ganó las cuatro últimas carreras de 1967 y la primera de 1968; de México a África del Sur saltó su Lotus-Ford sin sentir el trasplante; tanto fue así que, como en tierra azteca, triunfó con record y la prueba no alcanzó a durar las dos horas reglamentarias.
Esta última victoria del escocés repercutió en la Argentina con más fuerza que las anteriores: Clark, a los 31 años, gana su 25º Gran premio y supera el límite de dos docenas fijado por Juan Manuel Fangio. Mientras Clark rociaba por la pista sudafricana casi calcinado, el chueco Fangio vigilaba sus propiedades de Balcarce. La semana pasada, Fangio (56) confiaba a Primera Plana "Clark es el hombre que sube en un auto y en la tercera vuelta a la pista ya bate el record. Allí establece la diferencia con los demás, no sólo en el cronómetro, sino en la parte anímica". El ex campeón mundial (1951, 54, 55, 56 y 57) sostiene que Clark es el mejor piloto de la actualidad: "Es un tipo que no se mueve en el auto, no consume energía, hace todas las maniobras con gran facilidad y termina la carrera mucho más fresco que los demás". Fangio vio a Clark en Silverstone (1966) y comprendió que estaba ante una estrella: "Otra cosa; él y Graham Hill tienen los dos mejores coches del momento, lejos".
Lotus, la marca que lanzó a la pista Stirling Moss en 1960, la tomó Clark en 1961 y la convirtió en maravilla al año siguiente. B.R.M. y Ferrari le disputaron la vanguardia entre 1964 y 1966; él año último, con motor Ford, Lotus volvió a sembrar el terror en las casas adversarias. Este año, Jim Clark aspira a ganar su tercer título mundial y también guarda otra esperanza: sacudir los ladrillos de Indianápolis como lo hizo en 1965. Cuando ganó su primer título en 1963, Clark triunfó en 7 de los 10 grandes premios del año; en Holanda, al promediar julio, ya se había asegurado la conquista total pese a que faltaban cuatro carreras puntables.
"Sufro una barbaridad, pero es evidente que Jimmy tiene un ángel de la guarda." Helen, su madre, no se explicaba cómo su hijo conseguía salir indemne de cualquier trampa. La que más angustió a ambos la enfrentó Jim en el Gran Premio de Italia de 1961: al comando de un Lotus llegó a la curva Sur de Monza pisándoles los talones a las Ferraris de Von Trips, Ricardo Rodríguez, Phill Hill y Ginther; estos tres, que encabezaban el lote, obligaron a Von Trips a abrirse algo hacia su izquierda justo cuando llegaba Clark; el escocés se encontró el camino tapado, no se animó a lanzarse al césped y con su rueda delantera derecha tocó la trasera izquierda de Von Trips. La Ferrari de éste hizo un giro completo y levantó vuelo por sobre Clark, mató a 18 espectadores y aterrizó con su piloto ya exánime. Clark dejó allí una causa abierta en la justicia y perdió el cariño a esa famosa pista; en 1962 no corrió allí y en 1963, mientras tomaba el champaña que lo consagraba como campeón, recibió una citación judicial para dar un punto final a aquel accidente, del que se lo consideraba culpable por impericia.
Y fue justamente por eludir a Monza, según dicen sus detractores, que Clark se lanzó a Indianápolis en 1965. Allí, al bajarse de su Lotus con motor Ford de 500 caballos, Clark, poco afecto a los comentarios, se apartó de su costumbre para opinar: "Fue una carrera fácil, realmente". Su sonrisa fue también más intensa que otras veces cuando embolsó los 160.000 dólares del premio. Solamente allí, en esa pista para superhombres, el pequeño escocés se sintió grande; de regreso en Europa volvió a ser el caballero imperturbable, sin emociones, acostumbrado a pasar inadvertido.
En realidad, esa facultad de esconderse y no mostrarse eufórico aun ante las grandes alegrías, no es una virtud para su madre. Es, simplemente, una costumbre que le quedó de la niñez, cuando trataba de despistar a la familia para que sus padres no se enteraran que corría. "Primero no sabíamos adonde iba —confesaba su madre—, después se animó a decirnos que iba a las carreras como mecánico de Scott-Watson, un vecino nuestro, y por fin un día me llevó a dar una vuelta en auto y lo hizo volar a 160." Jim Clark tenía 17 años; antes de confesarle a su madre que estaba corriendo quiso que ella sintiera confianza en él como conductor; la señora Clark, sin embargo, se bajó del auto horrorizada y Jim siguió guardando su secreto mientras pudo.
"No tengo miedo —dice suavemente Clark—; en una carrera no hay tiempo para sentir miedo. Una maniobra sucede a la otra, es todo tan vertiginoso, las cosas aparecen y desaparecen tan repentinamente, que uno se mecaniza y se insensibiliza. Además, en el auto hay lugar para uno solo y no cabe el miedo." El miedo lo perdió a los nueve años, cuando manejaba el Austin de su padre por el campo; Helen Clark advirtió entonces a su hijo que no volviera a repetir la hazaña, pero ya no pudo cambiar su destino. La esperanza de la madre era que Jim encontrara una joven que lo distrajera de su hobby; pero cuando la modelo Sally Stokes entró en su vida ya era tarde. "El matrimonio no congenia con el automovilismo", repitió varias veces Jim, y, por años, Sally espera en los boxes que Jimmy deje de volar. No hay esperanzas de que esto suceda pronto. Acuciado por el campeonato que se le escapó de las manos en 1967, Clark comenzó esta temporada con la vista fija al frente y el pie en el acelerador: "No es eso sólo lo que hace —lo defiende Colin Chapman, su constructor—; quienes lo critican sostienen que Jim lo único que sabe es picar al frente y apretar el acelerador hasta que gana o rompe; no es verdad. Jim es un gran volante, de exquisita sensibilidad. Tiene la astucia de Fangio y la pericia de Moss". 
A 172,870 kilómetros por hora de promedio, Jim Clark dio el primer zarpazo del año; la corona tiembla en la cabeza de Dennis Hulme, un campeón transitorio, mientras Clark promete triunfos a los aficionados que ya lo han erigido en ídolo. Ahora se dará una vuelta por Berwickshire, donde tiene sus campos, y después, con su Lotus, marca a la que pertenece por entero desde su debut, transitará las pistas que conoce de memoria. Le faltan 15 años para llegar a la edad en que Fangio dejó de correr; si en ese lapso logra ser campeón cuatro veces, habrá batido otro record del argentino.
PRIMERA PLANA
9 de enero de 1968
Vamos al revistero