Carlos Páez Vilaró
Un personaje de novela
por Mario Mactas
fotos Barry Monk

 

pie de fotos
-un personaje de novela: Vilaró con una querida amiga, nada menos que Brigitte Bardot
-la maravilla: una casa blanca dominando todo el azul del mar y el cielo
-contrastes: azulejos, paredes encaladas, revoques gruesos e imágenes africanas
-un trotamundos: Páez Vilaró, pintor, escultor, cineasta, amigo de famosos y desconocidos, intrépido jinete de los mares, informa, sin protocolos, todo un personaje
-dormitorio: austero en detalles, cálido en contrastes, original e íntimo

 

 

CARLOS PÁEZ VILARÓ TIENE 45 AÑOS, ES UN NOMBRE MAYOR EN LA PLÁSTICA; PINTA, HACE ESCULTURAS EXTRAÑAS QUE PARECEN SURGIDAS DE SUEÑOS MECÁNICOS; FILMA UNA PELÍCULA, JUNTO A GUNTHER SACHS, QUE NO TIENE NI NOMBRE NI IDIOMA CONOCIDO; CONSTRUYE EN PUNTA BALLENA, MUY CERCA DE PUNTA DEL ESTE, SU "CASA PUEBLO", UNA ESCULTURA BLANCA PARA VIVIR, POBLADA DE MAGIA. ES AMIGO DE BRIGITTE, PICASSO Y MARLON BRANDO.
"Esta es mi casapueblo", dijo, y se quedó con la marro extendida en el aire salado del crepúsculo increíble de Punta Ballena. Todo era tan blanco que parecía un pedazo de sueño de chico o un helado redondo derramándose por las rocas que empezaban a enfriarse. Un poco de viento le despeinó el mechón, que no era ni rubio, ni canoso, y Carlos Páez. Vilaró empezó a caminar: por .un pasillo de cemento que daba de pronto a una ventana contra la que se recortaban el mar quieto y el sol, que era un incendio muy lejano. Después golpeándose los bermudas hechos con un Lee viejísimo, se apoyó en la ventana y la voz le salió mezclada con el humo de su cigarro negro.
—Yo llegué a Punta Ballena cuando aquí había un solo habitante. Se llama Abdón Ramos. ¿Tenés idea de cómo es Abdón? ¿No? Mirá: vivió 30 años en una gruta, solo y pescando. Ahora él es mi amigo. Y esa amistad empezó hace mucho, doce, trece, catorce años. Yo supe que éste era mi lugar y aquí se iba a alzar mi casa.
La casa es enorme. Crece en cúpulas suaves, se desliza en techos pacíficos, nace en cuartos sin puertas, comunicados.
—Y aquí está. Hace muy pocos meses que empecé a hacerla. Sí, es cara, pero yo prefiero no vivir pensando en las facturas, sino en crear belleza, y en que esa belleza sirva para que los hombres sepan amarse, y no despedazarse. ¿Sabés cómo la hago? Sin planes previos. De pronto se me ocurre esta habitación o aquélla, o este atelier o aquel pequeño balcón, y me pongo a hacerlos. No es una casa sino una escultura para vivir, y no tengo la menor idea de cuándo voy a terminar.
De algún lado, salió entonces música de tam-tam y voces negras. Se fue abrazando a las ánforas africanas y a las creadas por las manos de Carlos Páez Vilaró, 45 años, tres hijos, viajes innumerables, amigos célebres por todas partes, plástico que muchos consideran genial, autor de esculturas con muñecos y relojes, hechas para gritar que el hombre contemporáneo es cada vez más cosa, cada vez más máquina.
—Cuando llegué vivía en aquella casita de lata. Ahora se ha formado una especie de asociación maravillosa: La Hermandad de la Casa de Lata. Son mis amigos. La integra la gente de La Ballena. Los pescadores que dejan su trabajo y me ayudan a seguir con la Casapueblo. Los pescadores que vienen a mi escuela de Artesanías a aprender. Un buen día tuve la idea de formar El club de la Ballena y comprar aquí cuarenta hectáreas. Cuarenta hectáreas que hoy tienen un precio increíble. Por supuesto que no lo hice solo ni mucho menos. Yo era y soy un artista, un buscador de mundos. Y había trabajado mucho en otras cosas.
Por ejemplo, en Buenos Aires como corredor "de fósforos" Ranchera para la firma Mantero y
Balza. Pero estaban los Menditeguy, Tomás de Anchorena, Vicente y Celedonio Pereda y Miguel Páez Vilaró, mi hermano y el tipo más asombrosamente generoso del mundo. Con ellos lo hicimos. Volví al Uruguay y puse mi taller en La Pastora, en El Molino, mientras La Ballena se iba transformando. La idea de la casa, de levantarla aquí en comunión con la gente del mar tuvo que esperar mucho para su concreción.
Sin olas, sin rebeliones, el mar era un monstruo manso. Carlos Páez Vilaró movía sus alpargatas manchadas con pintura por un camino de pasto y piedras.
—Miren la casa desde aquí.
Gigantesca, bellísima, aferrada al acantilado, acercándose, a la bahía silenciosa.
—Aquí transcurre una de las escenas de la película que estoy filmando. ¿No lo sabías? Claro que filmo. La cámara es la enorme posibilidad de expresión. Lo hago, con el apoyo económico de Gerard Leclery, que es el fabricante de zapatos más grande de Europa, y con Gunther Sachs. Sí, somos muy amigos. Te diré hay un Gunther frívolo, que es el difundido por todas partes. El Gunther de los escándalos y las mujeres famosas. El ultramultimillonario buen mozo. Pero está el otro, el Gunther cultísimo, el terriblemente sensible, el de un coraje loco cuando viajamos en avión y corremos peligro. Sí, viajamos mucho. Yo lo hago unos diez meses al año. África sobre todo, pero también Europa, Asia. Por todo el mundo. Viendo y filmando. Ya filmamos cuarenta horas, y el film va a durar cuatro. No, nada de guión, hombre. Es cine pintura. De pronto filmo la locura total, la reunión anual de las tribus antropófagas en África, y lo pongo junto a una filmación dificilísima de la danza de los glóbulos rojos con música de Piazzolla, y junto a eso el paisaje de los pelos de mi brazo, mezclado con una visión onírica, surrealista, de una muchacha desnuda sobre aquel acantilado, en un atardecer. Tampoco se hablará ningún idioma conocido. Serán sonidos, cosas, elementos que no deberán crear prejuicios en el espectador, no comprometerlo de antemano con lo que está viendo.
De ponerle un lenguaje le hubiera puesto el "vilaranto", una mezcla de Vilaró y esperanto, si querés encontrarle una linda vuelta al nombre, que es la mezcla con la que me hago entender aquí, en Londres, en Kenya, en París, donde tengo un departamento al lado del de Gunther y Brigitte; en España, donde viví mucho tiempo con Picasso, el genio del que todos salimos; en Tahití, donde vivía con cada poro y donde me hice muy amigo de Marlon Brando mientras decoraba su casa. ¿Brigitte? ¿Querés saber cómo es ella? Maravillosa. Nada que ver con su imagen más conocida. El día que encuentre un director que no se limite a filmarla con poca ropa va a demostrar todo su talento.
Entonces Carlos Páez Vilaró se apoyó sobre una escultura de madera negra y clavó los ojos lejos, en cualquier parte.
—Quiero que sepas que la Casapueblo es mi casa y la tuya, y la de todos. Yo vivo aquí, pero hay tabaco y vino viejo. ¿Entendés?
No era difícil. Volvió a golpear los bermudas, jugó con un pincel, dejó que la cara se le llenara de los perfumes de la noche en el mar. La Casapueblo, muy blanca, abrazaba las piedras, se alzaba sobre la arena luminosa.
revista Gente
20 de febrero de 1969