Chile: IGLESIA Y MARXISMO
La Iglesia chilena está atravesando uno de los períodos cruciales de su historia.
En la América latina, donde la Iglesia Católica llegó con los conquistadores, y por razones históricas permaneció por varios siglos unida a los poderes constituidos, no es fácil encontrar un camino de renovación que la lleve a comunicar al pueblo el impulso de cambio y transformación que el mensaje cristiano contiene en sí.

 

 

 

 

 

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ES DIFÍCIL establecer si en el pasado la Iglesia chilena supo cumplir su misión con suficiente vitalidad. Hoy, con todo, puede afirmarse que se ha entregado esa tarea con una energía indiscutible.
El proceso se había iniciado hace ya bastante tiempo. En un país relativamente poco poblado como Chile (algo más de 9 millones de habitantes), la presencia de algunas destacadas personalidades eclesiásticas, como monseñor Larraín, el padre Hurtado, el asare Vekemans y otros, contribuyó profundamente a una actitud social de la Iglesia chilena, en una época en que otros episcopados latinoamericanos ni siquiera se habían planteado el problema.
El cardenal de Santiago, Raúl Silva Henríquez, primado de Chile, hijo decimosexto de un modesto administrador, contribuyó en forma determinante a esta trasformación.
Llamado "el Cardenal instantáneo", por la rapidez (menos de cinco años) con la que pasó de monseñor a obispo y de obispo a cardenal, dirigió periódicos, encabezó organizaciones asistenciales, organizó un plan edilicio popular para los más necesitados, y se impuso a la opinión pública en 1961, con una pastoral en la cual solicitaba reformas sociales.
No bastándole las palabras, distribuyó a campesinos pobres 30.000 hectáreas pertenecientes a la diócesis de Santiago, y otras 7.000 en 1965. Su ejemplo cundió, y fue imitado por otras diócesis y Ordenes religiosas, a las cuales siglos de prestigio habían dejado en heredad millares de hectáreas cultivables.
En su pastoral, el Cardenal afirmaba que las reformas sociales la única respuesta al comunismo, y solicitaba la reforma agraria, el castigo de los que evadían los impuestos, y un vasto programa de instrucción pública. Además, criticaba violentamente a "los ricos chilenos que depositaban en el exterior su dinero, mientras millones de personas, en su patria, vivían en la miseria".
Este dinamismo y estos fermentos de renovación se difundieron en toda la vida pública, y llevaron a la presidencia de la república a Eduardo Frei, demócrata cristiano, con un programa de claro contenido social. El apoyo de la jerarquía y de gran parte de los católicos, fue casi unánime. Además, el triunfo electoral de 1964 apareció como el triunfo de las fuerzas renovadoras de la Iglesia.
LOS CATÓLICOS SE DIVIDEN
Sin embargo, durante los años del gobierno de Frei comenzó a manifestarse una división entre los católicos, muchos de los cuales se mostraron descontentos por la lentitud con que se realizaba el programa de reformas, sistemáticamente obstaculizado por las fuerzas de derecha, que habían votado a Frei sólo por temor al comunismo.
Las tensiones no tardaron en aparecer también en el seno de la misma Iglesia: la catedral de Santiago fue "ocupada" en 1968 por un grupo de católicos de izquierda. El cardenal reaccionó enérgicamente; pero la atmósfera tensa dejaba ya entrever que la unión de 1964 no iba a repetirse en las elecciones de 1970. Las derechas abandonaron al candidato de la democracia cristiana, atemorizadas por su programa de reformas, y muchos católicos apoyaron a la Unidad Popular, coalición de socialistas (el partido de Allende) y comunistas, que sostenían la candidatura de Salvador Allende. La victoria de éste se logró por escaso margen; pero, interpretando la voluntad popular, el Congreso confirmó la elección por amplia mayoría, gracias a los votos de los demócratas cristianos.
La Iglesia chilena se encontró así frente a un gobierno en el cual los marxistas predominaban, y las amargas experiencias sufridas en los países con gobiernos marxistas no dejaban de pesar sobre muchos católicos y sobre parte de la Jerarquía, que hubiera preferido un gobierno demo-cristiano.
La Iglesia tenía dos posibilidades: encerrarse en un rechazo total, esperando la caída de Allende, ya fuese por agotamiento o por uno de los tantas golpes de estado, típicos de la política latinoamericana, aunque no frecuente en Chile; o bien apoyar el programa del Gobierno en los puntos aceptables, y reservarse una independencia política que consintiese la franca denuncia de los abusos, de cualquier parte que provinieran, y una reserva sobre las opciones de fondo. La experiencia de Cuba, donde la jerarquía católica se ha mantenido durante largos años en la oposición, permitiendo que el proceso revolucionario tomase características decididamente ateas y materialistas, tuvo una marcada influencia en la actitud asumida.
El Cardenal de Santiago fue el primero en dar el ejemplo, felicitando a Allende después de su triunfo —como, por otra parte, hizo también el candidato demócrata cristiano Tomic— y expresándole: "Deseo que Su Excelencia pueda realizar cuanto ha prometido al pueblo". El día de la toma de posesión, en todas las iglesias fue cantado un Tedeum, y los obispos chilenos, reunidos en su asamblea anual, declararon: "Frente al legítimo gobierno de Chile, sostenemos la actitud que nos señala Nuestro Señor: respeto a su autoridad, y colaboración en su tarea al servicio del pueblo". 
Evidentemente, no faltan las reservas sobre los peligros que la historia ha demostrado existir en otros gobiernos de inspiración marxista, que han llegado a la supresión de derechos fundamentales de la persona humana, "en forma análoga y de la misma manera condenable que en sistemas de inspiración capitalista".
Sobre la base de esta posición oficial, que un sucesivo "Documento de trabajo", de mayor extensión, ha confirmado y completado, la Iglesia chilena se siente decididamente llamada a colaborar en la búsqueda del nuevo camino del pueblo chileno. La esperanza es que la intervención decidida de los católicos, y no solamente bajo la forma de crítica, permita a la Iglesia integrarse en esas trasformaciones profundas de la vida nacional que la mayoría del electorado chileno ha demostrado exigir, impidiendo al mismo tiempo la pérdida de valores fundamentales, como podría suceder si solamente dirigentes de exclusiva mentalidad marxista fueran los únicos protagonistas del cambio.
COLABORACIÓN ENTRE IGLESIA Y GOBIERNO
La colaboración se manifestó en el terreno práctico. Con la aprobación del Nuncio, el Cardenal aceptó la invitación de la CUT (Central Única de los Trabajadores), controlada por los comunistas, participando en una demostración masiva junto al presidente Allende, con ocasión del 1º de mayo, Día del Trabajo. En esa oportunidad, el Cardenal anunció al pueblo la decisión de los obispos chilenos de solicitar a Roma la beatificación del padre Alberto Hurtado, uno de los iniciadores de la renovación de la Iglesia chilena —creador del Hogar de Cristo, de la Acción Sindical Chilena, de la revista Mensaje, etcétera—, "verdadero apóstol de los pobres y modelo de los santos de que hoy Chile y la América, latina necesitan: el que da la vida por los desheredados, por los marginados, sin haber hecho jamás una elección de partido".
Las relaciones entre el Gobierno y la Iglesia son, hasta ahora, cordiales, aunque la Iglesia es consciente del riesgo de ser utilizada, por la posición preponderante que ocupa el país, y, por lo tanto, se siente impulsada a una cierta cautela.
No faltan, empero, obispos y sacerdotes que se han atrevido a avanzar más en el camino de la colaboración y del compromiso, inclusive político. En abril de 1971, ochenta sacerdotes —muchos de los cuales son extranjeros— celebraron una reunión en Santiago y emitieron un comunicado de completo apoyo al actual Gobierno: "Nos sentimos comprometidos en este proceso en marcha y queremos contribuir a su éxito. La razón profunda de este compromiso es nuestra fe en Jesucristo, que se profundiza, se renueva y se encarna según las circunstancias históricas. Ser cristianos es ser solidarios. Ser solidarios en Chile, en este momento, es participar en el proyecto histórico que su pueblo se ha forjado".
Una reunión posterior ha mostrado a casi doscientos sacerdotes suscribiendo por amplia mayoría una serie de 45 mociones, que no dejan dudas sobre su apoyo al Gobierno de Allende.
Se trata de un gesto valeroso de la Iglesia chilena. A pesar de los riesgos, ha elegido unirse al proceso histórico que el país atraviesa, para contribuir a realizar en beneficio de las masas desheredadas, esas reformas sin las cuales, en nuestros días, el mensaje evangélico ya no puede mostrar su propia autenticidad a los hombres, sean cristianos o no.
El espíritu misionero de la Iglesia chilena se ha enriquecido así con nuevos impulsos, y también, tal vez, con nuevas críticas; pero ciertas decisiones valerosas han permitido encontrar ya algunas soluciones. Aunque muchas se hallen todavía en estado experimental, y por lo tanto resultan difíciles de evaluar, no hay duda de que la Iglesia evoluciona, y lo hace en la línea que los documentos de MedeIIín lo han indicado. La escasez de sacerdotes ha impulsado a muchos jóvenes a convertirse en dirigentes de sus propias comunidades cristianas. Muchas Religiosas salen de la ciudad el sábado por la noche, para dirigirse a zonas del interior, llevando la Eucaristía en su valija, en busca de aquellos cristianos a quienes la pobreza de todos los días les ha quitado hasta ahora aun el rostro de la esperanza cristiana. También los sacerdotes extranjeros que residen en Chile, muy numerosos, como en toda la América del Sur, han experimentado la influencia de este dinamismo de la Iglesia, y han comenzado a rever el sentido de su misión en Chile. Así, setenta misioneros norteamericanos, de varias congregaciones religiosas y también protestantes, han enviado el 11 de julio del año pasado una carta al presidente Nixon, pidiéndole que impida toda forma de presión externa o chantaje contra el Gobierno que el pueblo chileno ha elegido democráticamente.
A pesar de las dudas y recelos que muchos conservan todavía, es evidente que la Iglesia chilena no desea permanecer al margen del proceso de renovación del país, tanto más que el Gobierno ha sabido respetar hasta ahora las libertades prometidas; especialmente, la libertad religiosa. La situación de profunda injusticia que los regímenes pasados habían creado para muchos chilenos, ha hecho evidente que el mensaje evangélico cobra todo su sentido sólo sí es anunciado en términos que tengan en cuenta la situación histórica en la que viven los hombres, por cuya trasformación el Evangelio nos habla desde hace dos mil años.
J.P.S.
revista Cristina
junio 1971
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