China
El imperio de Mao
"Mao Tse-tung se transforma en un buda viviente, separado de su pueblo." (Pablo Neruda)

 



pie de fotos
-El general Chu Teh, jefe del estado mayor chino en una arenga a sus soldados
-Efectivos de la fuerza aérea china manifiestan su apoyo a la política oficial frente a Moscú
-Empleados de un hotel de Pekín trabajan horas suplementarias en un horno de fundición. La propaganda exalta a quienes se distinguen por su entusiasmo en la ejecución de los planes lanzados por el gobierno
-Una familia arrastra el carro que lleva sus enseres. Por la misma calzada transitan también ómnibus y camiones
-Los hornos caseros para fundición de acero fueron en un tiempo el orgullo de las comunas campesinas. Al ser abandonado el sistema se convirtieron en monumentos al fracaso del plan económico
-Escasean los bienes de consumo. Un par de medias es codiciado como un lujo inalcanzable
-cuando el enviado de Mao Tse-tung llegó a Moscú hubo muchas sonrisas. Pero contrariamente a lo que mostraban las apariencias, las discrepancias ideológicas entre China y los soviéticos se profundizaron
-Los soldados forman brigadas de voluntarios para trabajar en las comunas campesinas
-Un juego que está de moda en China roja: el ping-pong se ha convertido en elemento de propaganda política
-El veterano Generalísimo y su esposa, madame Chiang Kai-shek, personajes claves en la convulsionada y compleja política china, esperan desde hace años, en su reducto insular de Formosa, frente a China continental, que les llegue nuevamente su hora. Sin embargo, los comunistas lo ponen en duda
-Los hombres del ejército nacionalista chino mantienen, en todo momento, una excelente preparación militar

 

 

"¡El comunismo no es amor! —ha dicho Mao Tse-tung—. Es la maza con que aplastaremos a nuestros enemigos." Consecuente con sus ideas, Mao golpeó con su maza en todas direcciones, pero es muy poco lo que ha destruido hasta ahora. Nikita Kruschev salió indemne de los incesantes ataques lanzados por la máquina publicitaria china. Desde la ruptura de la aparente armonía chino-soviética, lo único concreto es que Mao ha perdido terreno en el campo internacional. En los comienzos de su actual régimen, China roja gozaba de enorme prestigio entre las naciones subdesarrolladas de Asia y en todos los países coloniales del mundo, que contemplaban admirados los planes con que Mao pensaba cambiar rápidamente la pobreza de su país en abundancia. Los partidos de extrema izquierda de Europa Occidental, y de los EE.UU., que repudiaban el terror stalinista, veían en Mao a un noble constructor del socialismo. En las Naciones Unidas se esperaba que tarde o temprano China roja reemplazaría a China nacionalista en su puesto del Consejo de Seguridad. Pero al cambiar Mao su política exterior, la situación varió radicalmente: hoy quedan muy pocos simpatizantes de China, y, aparte de la diminuta Corea del Norte y de la lejana Albania, no tiene ya amigos. El desafío simultáneo a Rusia y a los Estados Unidos parecería indicar que Mao Tse-tung ha perdido el juicio. El desastre económico en que desembocó el ambicioso "gran salto hacia adelante" sugirió al líder chino que el único modo de romper las trabas económicas de su país, sin abandonar sus rígidos dogmas ideológicos, es provocar un drástico cambio en la estructura política internacional.

El liderazgo de Asia
China roja soñó siempre con utilizar el petróleo indonesio, el arroz tailandés y la tecnología japonesa, como bases de una alianza panasiática capaz de desafiar a Occidente en igualdad de condiciones. Pero pocos países asiáticos están hoy dispuestos a embarcarse en los quiméricos planes de China comunista. Japón se halla en pleno avance industrial y a punto de lograr un nivel de vida comparable con el de Europa Occidental; Filipinas goza de un gobierno democrático que día a día estrecha sus vínculos con las naciones malayas vecinas; la Federación de Malasia, surgida a la vida el 16 de setiembre de este año (comprende a Malaya, Borneo del Norte, Singapur y Sarawak), es de tendencia netamente anticomunista. India, país al que China roja atacó en 1962, está reorganizando su ejército con la ayuda de Rusia, Gran Bretaña y los EE.UU. Ni siquiera los países donde bulle la agitación procomunista, como Corea del Sur, Vietnam y Birmania, corren peligro de ser avasallados por el comunismo.
Esta circunstancia obliga al líder chino a desviarse frecuentemente de su línea de acción original. 
En un período de 18 meses, 87 delegaciones africanas viajaron a Pekín, y se tributó una serie casi ininterrumpida de calurosas recepciones a personajes como la reina Thérése Kanyonga, de Burundi, y el primer ministro de Somalia, Abdirascid Scemarche. Los propagandistas chinos de Kenya usan el slogan : "¡Unios, hermanos negros!".

Alianza problemática
Pero Mao fue aún más lejos: en su discurso más violento de los últimos seis años, denunció la situación de los negros estadounidenses y declaró estar "firmemente convencido de que, con la ayuda de más del 90 % de la población mundial, los negros vencerán en su lucha por la justicia".
China roja procura atraer también a otros "hermanos", amarillos o no, de las regiones no comunistas de Asia, pero solo entre los izquierdistas del Japón, Ceilán y Nueva Zelandia tiene relativo éxito. Ho Chi Min, líder del Vietnam del Norte, es bastante ambiguo en sus demostraciones de lealtad; y si en el pleito ruso-chino parece inclinarse del lado de Mao Tse-tung, lo hace porque indudablemente piensa que mientras China es su vecina, la URSS está demasiado lejos. El jefe rojo de Indonesia, D. N. Aidit, sigue una línea en zigzag; en Birmania, el partido comunista se dividió en dos facciones: una que apoya a Mao y otra que es partidaria de Kruschev.
Moscú, entretanto, responde a los insultos chinos con el mismo vocabulario, empleado —y enriquecido— en 40 años de atacar a "imperialistas", trotzkistas, fascistas y desviacionistas. La prensa soviética acusó a Mao de quebrar la unidad del mundo socialista, y culpó a los líderes rojos chinos de estar dispuestos a "sacrificar millones de vidas en un conflicto nuclear". Al subir de tono la polémica, Pekín, por su parte, preguntó quién "había jugado irresponsablemente con la vida de millones de hombres al instalar cohetes en Cuba, para después emprender una retirada humillante".

La quimera de Mao
En realidad, Mao enfrenta serios problemas internos y no necesitaría buscarlos en el exterior. El "gran salto hacia adelante", su descomunal plan de desarrollo iniciado con bombos y platillos en 1958, tenía dos objetivos inmediatos: 1º) construir un estado comunista puro, y 2º) convertir a China en una potencia mundial de primer orden. Ninguno de los dos fue alcanzado. La improvisada movilización de campesinos para formar las granjas colectivas (las en un tiempo admiradas y hoy bastante desprestigiadas "comunas"), el establecimiento de hornos caseros, para fundir acero, y la aceleración del trabajo fabril en jornadas de 24 horas, carecían de bases técnicas y de preparación, y terminaron en un rotundo fracaso. Hoy los jerarcas rojos de China saben que su país deberá seguir trabajando duramente para alcanzar el segundo objetivo enunciado.
Este hecho crudo y sintomático era fácilmente previsible. Y los dirigentes comunistas chinos hubieran ahorrado sacrificios al pueblo, de haber sido menos dogmáticos en su filosofía política. Hace 14 años que el país vive bajo el régimen comunista. Las reformas económicas y administrativas realizadas durante este lapso fueron muchas y aceleradas. Se edificaron escuelas, se instalaron fábricas, se levantaron hospitales en provincias donde no había casi médicos; se tendieron ferrocarriles y se trazaron carreteras sobre montañas, desiertos y precipicios. Pero la falta de planes científicamente concebidos, la carencia de medios y de preparación técnica acarrearon un descalabro administrativo. Se perdieron cinco años de trabajo y fue necesario volver atrás en gran parte de lo hecho para reconstruir la economía del país. China ha vuelto a la situación en que se encontraba durante 1957. Con una diferencia: desde ese año hasta hoy han nacido alrededor de 70 millones de niños que necesitan ser alimentados, vestidos, albergados en casas y educados. El gobierno se vio obligado a comprar trigo en el exterior, a un costo de 782 millones de dólares, para impedir que el hambre remara en China roja...
La disputa ideológica con Rusia perjudicó el desarrollo de la industria china. Cuando los ingenieros y técnicos soviéticos fueron llamados desde Moscú, en 1960, no solo dejaron inconclusas las obras en que trabajaban, sino que se llevaron los planos de lo que quedaba por hacer. La obtención de repuestos para los equipos de origen soviético planteó un problema insoluble a la naciente industria; hubo que desmontar muchas máquinas para que con sus piezas pudieran funcionar otras. Numerosas fábricas cambiaron su producción original por la de repuestos; la industria pesada debió ceder su lugar a la liviana; por lo menos dos plantas productoras de vagones ferroviarios fabrican ahora carretillas con ruedas de goma.
La agricultura continúa sustentando, como desde los comienzos históricos de China, la vida del país. El período más crítico del año es el de la cosecha, que tiene lugar en la primavera y en el verano. Se estima que la de 1963 fluctuará entre 180 y 185 millones de toneladas de cereales (igual a la del año pasado), cantidad enorme en apariencia pero que, para un país de más de 700 millones de habitantes, no lo es tanto.

Fracaso de un sueño
Las comunas agrícolas del "gran salto" ya no existen y los poblados están llenos de oxidadas montañas de lingotes de hierro, melancólicos recuerdos de los altos hornos caseros con que Mao proyectó dar nueva vida a su país. La típica granja colectiva comunista se ha convertido en un conjunto de 25 a 40 familias que trabajan en forma asociada, pero sin control del Estado; a los campesinos se les devolvió la propiedad de la tierra en 1961. De inmediato la producción aumentó. Los comunistas mantienen su vigilancia sobre el mercado libre, estrictamente reglamentado, pero ahora ya no es obligatoria la venta de los productos del campo al Estado, que ha optado por pagar mejores precios que los particulares para que los campesinos se resuelvan a venderle sus cosechas. La rígida disciplina se suavizó después del fracaso del "gran salto"; el gobierno tuvo que aumentar las raciones de alimentos para que la población se mantuviera tranquila.
Si bien en algunas regiones de China la comida abunda, en otras sigue escaseando, lo cual revela indudables deficiencias de la administración pública. Muchos artículos de primera necesidad continúan racionados: jabón, aceite comestible, azúcar, harina, dulces. La mayoría de las ciudades tienen mercados libres, donde se consiguen alimentos sin necesidad de tarjetas de racionamiento, pero a precios extraordinariamente superiores a los normales. Sin embargo, la voluntad y el ingenio de los chinos logra milagros, pese a la dureza del gobierno y la miseria general en que se vive. Un grupo de médicos de la Universidad de Shanghai, por ejemplo, construyó tras dieciocho meses de trabajo un corazón-pulmón artificial (aparato empleado en la cirugía cardíaca) utilizando piezas de desecho, con la sola guía de artículos aparecidos en revistas científicas. El primer modelo fracasó, pero los médicos no desistieron, y al cabo de otros 36 meses de trabajo, construyeron otro aparato que funciona perfectamente.

Los pilares del régimen
El futuro de China roja depende en gran parte de los dos bastiones del partido: el ejército y los estudiantes. Aquél tiene la misión de asegurar la paz interna. Estos aportarán la idoneidad y la dedicación necesarias para solucionar los urgentes problemas que plantean la superpoblación y la escasa producción. En el vértice de la pirámide está Mao Tse-tung, de quien el partido dice que es omnipotente e infalible. En los 30 años que lleva Mao al frente del comité central del comunismo chino, jamás hubo derramamiento de sangre en las filas del partido. No admitió discusiones con sus compañeros, pero cuando surgieron, se limitó a radiar del mando a los disidentes, aunque no ordenó su ejecución, como se estilaba en la Rusia de Stalin.
El Ejército de Liberación del Pueblo, que cuenta con unos 2.600.000 hombres, es el producto más impresionante de China roja; aunque su fidelidad a Mao y al comunismo no se pone en duda, hoy se perciben signos de disconformidad, tanto en los cuadros superiores como entre la tropa. Los militares de carrera disienten en puntos esenciales de conducción interna y de política exterior con los generales de origen guerrillero: sostienen, por ejemplo, que es necesario reanudar las relaciones amistosas con la URSS para obtener los armamentos modernos imprescindibles. La brecha abierta entre Rusia y China perjudica notablemente a la aviación de Pekín (3.000 aparatos, la mitad de ellos cazas MIG-15 de modelo anticuado), que dependió siempre de la URSS para proveerse de material y combustible.
El sistema educativo de China roja tiende a facilitar el ascenso de los mejores estudiantes a cargos importantes dentro de las esferas administrativas del gobierno; a los mediocres se los utiliza para instruir a los campesinos analfabetos. El fracaso del "gran salto" pesó también sobre las escuelas. En 1961 la admisión de nuevos alumnos se redujo en un 20 %, y en otro 20 % al año siguiente. También entre los estudiantes hay indicios de descontento, que se traduce en protestas públicas como las realizadas por los alumnos de la Universidad de Pekín (con cien mil inscriptos), que denunciaron los excesos del gobierno en ruidosas manifestaciones. Aquí podría abrirse una fisura peligrosa para el régimen: los estudiantes tienen una enorme gravitación en la vida política china.

La táctica china
El intercambio de vituperios entre chinos y soviéticos adquiere cada vez mayor violencia; en otra época hubiera sido motivo de guerra. Pero Pekín, pese a los excesos verbales en que incurre diariamente, procura evitar el conflicto armado más allá de sus fronteras. En ello se atiene rigurosamente a la concepción típica de los comunistas chinos: "Desprecia a tu enemigo estratégicamente, pero respétalo tácticamente". En 1961 los agentes del servicio de información estadounidense lograron apoderarse de un legajo de boletines secretos (con un total de 40.000 palabras) que había preparado el Departamento de Asuntos Políticos del ejército chino con destino a sus oficiales. En uno de esos boletines se describía a Laos como la valla que utilizaban los imperialistas para impedir la entrada de las influencias chinas en Asia sudoriental. Con típica presunción, los chinos llamaban a Laos el "foco de la lucha mundial contra el imperialismo" (aunque para los rusos era mucho más importante Berlín). Pese a esto, el gobierno de Pekín recibió con agrado la orden de cesar el fuego impartida según los acuerdos de Ginebra. También en esto se atenían a una fórmula tradicional: "Pelear un poco, hablar otro poco". Además, en aquel momento China enfrentaba una grave crisis interna, derivada de la escasez de alimentos, que provocó levantamientos y disensiones en el seno del ejército popular. La certeza de que en caso de guerra no contarían con la ayuda rusa frenó los ímpetus bélicos de los asesores militares de Mao. El incumplimiento por parte de la URSS de los términos del tratado de 1957, por el que debía contribuir a la creación de la bomba atómica china con todos los medios a su alcance, creó un serio resentimiento en esferas dirigentes de Pekín. Se cree que los físicos de China roja tardarán alrededor de tres años más en realizar su primera explosión atómica; Pekín sabe que obtendrá un arma nuclear primitiva, en relación con las que poseen las grandes potencias mundiales. Pero lo que interesa a Mao no es tanto el valor efectivo de "la" bomba atómica como su valor propagandístico entre los países subdesarrollados y semicoloniales del bloque afroasiático.

Sugestiva revelación
Las acusaciones chinas contra los jerarcas rusos continúan sorprendiendo al mundo. Radio Pekín proclamaba recientemente que fue Mao Tse-tung quien forzó al "servil" Kruschev a enviar a Budapest los tanques que aplastaron la rebelión húngara de 1956. La emisora oficial descorrió también el velo sobre disputas surgidas en el seno del Partido Comunista chino por culpa de Kruschev, que "prometió la ayuda rusa a ciertos elementos desviacionistas". Se supone que estos "desviacionistas" eran militares que se oponían a la ruptura entre ambos países (probablemente el ex ministro de Guerra, Peng Teh-huai, y su secretario, Huang He-cheng). Asimismo, se acusó al primer ministro soviético de haber presionado al gobierno de Pekín para que aceptara la existencia jurídica de China nacionalista, como medio de aplacar a Occidente.
Tenga éxito o no en sus esfuerzos por convertir a su país en una gran potencia industrial, provista de armas nucleares, que encabezaría una hipotética alianza de países asiáticos, africanos y latinoamericanos, lo más probable es que Mao Tse-tung no alcance a ver los resultados de su obra. Tiene 69 años y una salud bastante precaria: desaparece durante largos períodos (para meditar, según la explicación oficial, junto al lago Occidental, en Hang-chow), y nadie sabe con certeza por qué renunció a la presidencia del gobierno en 1958. Quizás fue para dedicar más tiempo a su labor en el seno del partido. O tal vez porque estaba preparando el camino para su sucesor inmediato, Liu Shao-chi, que es hoy el hombre Nº 2 del comité central. En el escalón inmediato, a la espera de los acontecimientos, están los individuos más jóvenes de la alta jerarquía comunista, en su mayoría técnicos pragmáticos, más bien que ideólogos dogmáticos. La suerte de las futuras relaciones entre China roja y la URSS depende, en gran parte, de los hombres en quienes recaiga la futura conducción política en ambos países, pues mientras vivan Mao Tse-tung y Nikita Kruschev difícilmente se llegará a una reconciliación. Y la forma en que se desarrollen los acontecimientos pesará, indiscutiblemente, sobre la suerte del comunismo mundial.
revista Panorama
diciembre 1963