Cine: Faye, la nueva diosa

 

 

 

 

 

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Julie Andrews, Julie Christie, Vanessa Redgrave, Lynn Redgrave: cada 365 días una nueva beldad británica marcha hacia la pantalla, revolotea su cartera, se sacude la melena y ronronea frente a la cámara, y se convierte en la estrella del año. Antes de las inglesas estuvieron las italianas: sexy, rellenas y lánguidas. Siempre están las francesas, que vienen en todos los estilos, desde la enamorada de la vida hasta la cansada del mundo. ¿Pero cuál fue la última actriz norteamericana que electrizó al público del cine? Probablemente habría que retroceder hasta Marilyn Monroe para encontrar la respuesta; esto es, hasta que apareció Faye Dunaway.
Cuando la desnuda Dunaway se desliza perezosamente hasta la ventana, en la primera escena de Bonnie and Clyde, ve que Warren Beatty está robando el automóvil de su madre (de ella), y lo llama: "¡Eh, muchacho!", los espectadores se ponen alertas. Faye tiene esa "presencia" inmediata que hace que los productores busquen instintivamente sus chequeras, y que los muchachos se trepen por las paredes. Hacia el final de la película queda claro que la Dunaway ofrece una labor sensible y prolija, que capta a la sensual Bonnie, ávida de experiencias, perfectamente a tono con el Clyde, burlonamente desesperado, de Beatty.
El trabajo de Faye incendia un film que, según la crítica inglesa Penelope Houston, "debería restablecer algo de la vacilante confianza de Hollywood en sus propias capacidades, y podría muy bien restaurar la atracción taquillera de la muchacha norteamericana". Faye Dunaway es, según todas las apariencias, la estrella del año, y tiene el potencial para ser la más seductora actriz norteamericana en una década, por lo menos. Su candidatura, hace pocos días, como Mejor Actriz para el Oscar, es una de las diez acumuladas por Bonnie and Clyde. A los 27 años, Faye aparece preparada para una larga y victoriosa carrera.
Dunaway se ha convertido en algo más que una estrella: es un estilo y un símbolo. Adondequiera dirija su mirada, hay alguien vestida como Bonnie, con la pollera a media pierna y la boina de los años 30. El triunfo del símbolo debe de haber sido completo el día en que el director de Bonnie and Clyde, Arthur Penn, se volvió, hacia Warren Beatty, en un restaurante de Londres, y le preguntó: "¿No es ésa Faye?", señalando a una rubia sexy que llevaba boina negra y una blusa "Bonnie". "No —le contestó Beatty—: ésa es Brigitte Bardot."

Las damas de honor
Dunaway tiene otros dos films ya terminados: El marido extraordinario, y Thomas Crown y Compañía, de Norman Jewinson. En el primero protagoniza a la propietaria de una plantación filipina durante la Segunda Guerra Mundial; en el otro es una muchacha 'with-it' que vive la alocada década del 60. Está comprometida para hacer dos films más este año, uno para Jerry Schatzberg, su novio, sobre la vida de una modelo en la década del 50, y Amantes, dirigida por Vittorio de Sica y compartiendo el cartel con Marcello Mastroianni. En el próximo otoño encarnará a Ofelia para el Hamlet de Richard Harris, en un escenario londinense. Todo el mundo quiere a Dunaway. Como dice Arthur Penn: "No hay otra actriz en su posición que consiga las ofertas que se le han hecho". Hay otras que aún esperan la oferta.
Candice Bergen parecía tener todo a su favor: una belleza serena y elegante, calidad fotogénica intachable, inteligencia natural y una capacidad instintiva para aprender. A los 21 es escritora, fotógrafa y modelo de gran calidad (estando en la Universidad escribió una obra teatral en un acto, publicada en The Best Short Plays of 1968 junto a obras de Peter Weiss y Wllliam Inge), y trabajó en cinco films, pero aún no está segura de su vocación de estrella, de escritora, fotógrafa o modelo. Lo que le falta, y ella es la primera en admitirlo, es "pasión y compromiso". Pero la postergación no es del todo culpa suya. La suspendieron en algunos films a causa de sus principios ("No podía hacer basura") y trato de hacer buenos films con buenos directores: Claude Lelouch, Robert Wise, Sidney Lumet, Michael Cacoyannis. Por alguna razón, ninguno de ellos tuvo gran éxito, y Candy Bergen continúa siendo una áurea posibilidad. Dice: "Sigo creyendo que aprendo, y luego que comienzo a actuar me doy cuenta de que no he aprendido nada, y me siento tonta. Estoy casi a punto de hacer un mal film a cambio de mucho dinero".
"Mia Farrow es una persona única", dice Candy Bergen; y esta cualidad de Mia puede llevarla al estrellato. La gente se interesa por ella y eso no es sólo el resultado de sus actuaciones hasta el momento. Desde que fue lanzada a la fama por la serie La caldera del diablo (caldo de cultivo de esperanzas hollywoodenses), hizo en televisión un solo personaje importante, Belinda, y protagonizó dos films, Rosemary Baby y A Dandy in Aspic, ambos sin estrenar. Pero hay algo en ella, esa expresión de gorrión perdido, sus picantes comentarios en las columnas periodísticas, para no mencionar su matrimonio y alejamiento de Frank Sinatra, que obliga a hablar de ella. Su reciente vuelo a la India con el gurú de Los Beatles agrega otra dimensión a su carácter complejo, "¿Por qué va?", le preguntaron al partir para la India; "Para ser una persona mejor", contestó. 
Raquel Welch llegó a su actual posición a causa de su cuerpo, que es asombroso. Para ella su cuerpo es una trampa, "Estoy destinada a ser una diosa del sexo en una generación de flower children"-, dice. Aunque comenzó su carrera lanzando gruñidos en un film que se llamó Un millón de años A.C., Raquel no es tonta. Su cabeza es la única parte aguda de su cuerpo; siempre sabe exactamente lo que hace, y lo que quiere hacer ahora es cambiar su imagen. Espera que su próximo film, Bandolero (un western con los vetustos James Stewart y Dean Martin), la orientará en esa dirección.
The Graduate no fue un vehículo para Katharine Ross en el mismo sentido en que lo fue Bonnie and Clyde para Dunaway, pero la ayudó definitivamente en su carrera, haciéndole ganar una candidatura para el Oscar, por su papel, como la mejor actriz de reparto. Katharine no despliega el cuerpo de Raquel Welch o la belleza avasallante de Candy Bergen: tiene el aspecto de una muchacha común, pero ya es una favorita de su generación, que se identifica con ella. Y lo explica de esta manera: "Las estrellas de cine se transforman en personas reales. Todo está dirigido para demostrar lo humanas que somos. Ya no hay tanto misterio ni trucos publicitarios. Y se les presta más atención a los jóvenes".

Ni hablar de estas mujeres
Admirablemente fotogénica, infinitamente curvilínea, Sharon Tate es una de las muchachas más arrasadoras que ha llegado a Hollywood en mucho tiempo. Debutó como invención de Hollywood y después de cinco años, sorprendentemente, hizo progresos. En verdad, en su último film, El valle de las muñecas, se las arregló para ser la única muñeca del reparto. Casada actualmente con el brillante y voluble director polaco Román Polanski, tal vez comience ahora a completar su tremendo potencial.
Recordando el film de su marido, Repulsión, Sharon sueña: "Me gustaría ser una Catherine Deneuve norteamericana. Ella crea personajes profundos, sensibles y hermosos con un poquito de inteligencia en ello". Y luego, acerca de su pasado: "Ellos me ven como una muñequita en bikini, saltando en el trampolín". Sus hermosos ojos castaños se agrandan al pensar en Faye Dunaway. "¡Dunaway! —suspira— ¡Ohh! Esa es una mujer. Está allí, uno lo sabe y no hay nada que hacer". Pero Sharon Tate todavía busca a Sharon Tate. Reflexiona: "Algunas veces creo que sería mejor ser un símbolo sexual porque al menos sabría cuál es mi situación. Pero —agrega rápidamente— me volvería loca".
¿Quién es Leigh Taylor-Young? Una estrella del futuro (23), alta, de pelo castaño. Hasta el momento, las oportunidades están con ella. En la única obra teatral que hizo en Broadway, Three Bags Full, tuvo el papel principal. Era otra de las chicas de La caldera del diablo y se casó con el astro de la serie, Ryan O'Neil. Después llegó a los estudios para hacer su primer film, protagonizando a una hippie junto a Peter Sellers en "una comedia insana" I Love You, Alice B. Toklas!
Por su parte, Gayle Hunnicutt (pelo castaño rojizo, ojos tentadores) ya hizo todo de manera equivocada. Su profesión de modelo y esporádicas apariciones en televisión la llevaron a firmar un contrato con Universal y obtener una gran promoción, pero después de Al umbral del infierno, con George Peppard, descuidó su carrera en favor de la buena vida, divirtiéndose en Hollywood y recorriendo el mundo con el actor inglés David Hemmings. Ahora está de vuelta en USA, tratando de recobrar lo que queda de su carrera.

La vida alocada
¿Cómo lo consiguió Faye? Por cierto que Bonnie tuvo mucho que ver, pero la respuesta es más profunda. Junto a su habilidad tiene todo el brío compulsivo y la determinación necesaria para llevar a cualquiera a la cumbre de un negocio competitivo. Para hacerlo, ha tenido incidencias con algunas personas (especialmente peluqueros, maquilladores y actrices rivales), pero también ha ganado algunos admiradores fanáticos (especialmente directores) que la han ayudado en el momento preciso, de la manera apropiada. La fascinan Marilyn Monroe y Greta Garbo, en su calidad de mujeres y actrices, y a causa de sus reacciones ante las presiones del estrellato; el suicidio y la reclusión. También se identifica con Zelda Fitzgerald, la autodestructiva, alocadamente romántica y talentosa mujer de Scott Fitzgerald. Dice: "Veo el impulso. Simpatizo con una mujer como ella. Amo la audacia de las cosas que hizo; la vida alocada, un tipo desesperado de vida, fingiendo que nada importa... y que todo importa, sin embargo".
Como Zelda, Faye nació en el Sur, en una granja de Bascom (Florida). La llamaron Dorothy Faye y fue una hermosa niña. Su madre la vestía como Shirley Temple y se preocupaba muchísimo por ella. "Me amaron mucho cuando era chica —recuerda Faye— Yo era el sol, la tierra y la luna. Más tarde pensé sobre eso, la psicología de la niña bonita alabada por algo que no hizo. Es una sensación incómoda: no hice nada y algún día ellos van a descubrirlo."
Sin embargo, pronto se evidenció que Faye no era sólo bonita sino inteligente y talentosa. Hizo su debut a los 5 años y luego estudió danza, zapateo, piano y canto. Como insiste su madre: "Siempre supe que Faye quería ser la mejor y la más grande", Su padre fue un sargento del Ejército y la familia se desplazó con él de base en base, por todo el Sur y luego a Mannheim (Alemania). Finalmente, en Dugway, Utah (donde la muchacha tuvo un papel en la obra teatral Harvey), sus padres se separaron y más tarde se divorciaron. Faye vio a su padre por última vez hace un lustro.
Después de un año pasado como becaria en la State University de Florida, cambió de universidad siguiendo a su novio, un héroe futbolístico. "Ella quería ser actriz —evoca el Dr. Leland L. Zimmerman, director de los Florida Players—. De todas las personas que llegaron aquí con metas específicas, Faye era la que tenía más determinación." Súbitamente, a fines del segundo año decidió que la interpretación ocupaba el primer lugar, rompió con su novio y pidió el pase a la Escuela de Artes Bellas y Aplicadas, de la Universidad de Boston. Para pagar sus estudios trabajó de camarera. Ted Kazanoff, profesor asociado de actuación y dirección, dice: "Tan pronto como la vi pregunté quién era. No se necesitaba una mirada de experto para ver que era una criatura excepcional". En su último año, Dunaway fue la protagonista de Las brujas de Salem, de Arthur Miller. El director era Lloyd Richards, quien la recuerda como una rareza: "Una joven primera actriz que era una mujer. Su propio ego era menos importante que lo que podía aprender. Nunca estaba satisfecha con lo que lograba". Richards la recomendó a Elia Kazan para el curso de aprendizaje del nuevo Lincoln Center Repertory Theater, Fue aceptada y rechazó una Beca Fulbright de la Royal Academy of Dramatic Arts.
Mientras estudiaba en Lincoln Center hizo una prueba y obtuvo un pequeño papel en El hombre de dos reinos, y de esta manera, apenas salida de la Universidad, trabajaba ya en Broadway con Elia Kazan. Tendría que haber sido feliz y se sentía desgraciada: "Sentí que no pertenecía a ese ambiente. Sufrí horriblemente. Luché y no conseguí nada". Kazan la ayudó. "Necesitaba una figura paternal, alguien que me dijera que todo marchaba bien si me esforzaba. Tuve un gran problema para liberar mis emociones. Durante largo tiempo no lloré. Un día encontré a Kazan en la calle y él dijo: «Obviamente, aprendiste en algún lugar que llorar es una debilidad. No deberías avergonzarte de demostrar sentimiento»." Faye estalló en llanto inmediatamente, sin consuelo.
Cuando el Lincoln Center se desmoronó, Kazan se fue, y Herbert Blau y Jules Irving vinieron del Oeste para salvar a ese teatro. Uno de sus muchos errores: ignoraron a Faye Dunaway.
PRIMERA PLANA
12 de marzo de 1968
Vamos al revistero


Faye


Candice Bergen


Gayle Hunnicutt


Raquel Welch