"Este muerto que nos mata"

¿Qué España deja Franco? ¿Qué puede hacer Juan Carlos? ¿Quién lo asesora? Los cables hablan de la "oposición", ¿Hay oposición? ¿Qué es la Junta Democrática? ¿Qué la Plataforma de Convergencia democrática? ¿Qué harán las guerrillas de izquierda y derecha? ¿Qué pasará en el Sahara? ¿Qué pretende Washington de la España posfranquista? Esta nota procura responder a esos interrogantes que, en todo el mundo, comenzaron a plantearse desde cuando se supo que Franco ya no podría levantarse.

 

 

 

 

 

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El 12 de octubre pasado el Generalísimo Francisco Franco y Bahamonde, Jefe del Estado, Regente del Reino de España y Caudillo por la Gracia de Dios, sufrió un infarto cardíaco. Su esposa Carmen Polo y el yerno Cristóbal Martínez Bordiú, marqués de Villaverde, prohibieron divulgar el asunto; oficialmente, el Generalísimo estaba con gripe.
En la madrugada del 21, el infarto se repitió. En los Estados Unidos, la cadena televisiva ABC interrumpió sus programas para informar que Franco había fallecido. En Madrid se desmintió la noticia, pero el fingimiento no podía seguir, y un parte médico reconoció "Insuficiencia coronaria aguda". Así comenzó el alucinante proceso del cuasi-cadáver oculto en un palacio por cortesanos y parientes, mientras en los pasillos crecía sordamente la pugna por la sucesión y, dentro y fuera de España, la oposición multiplicaba alianzas y conjeturas.
Otras dos veces en esa semana el Generalísimo (83 años, parkinsoniano, al que su guardia mora llama desde 1930 "el Novio de la Muerte") fue matado erróneamente por las agencias noticiosas internacionales. Pero Franco continuó frustrando la expectativa de millones de personas, y también la del poeta exiliado Rafael Alberti, quien había escrito ya en 1974: "Muerte que no llegas nunca/no te distraigas. Acude/ por Dios, a salvarnos pronto/ de este muerto que nos mata".
El 25, los médicos confesaron "un lento y progresivo empeoramiento" y el enfermo recibió la extremaunción. Franco estaba muerto, de hecho, y un facultativo lo expresó con diplomacia: "Clínicamente, la situación esta resuelta". El 26 se le declaró una hemorragia gástrica; doña Carmen mandó quitar el manto de la Virgen del Pilar, Santa Patrona de España, para que arroparan con la suntuosa tela de oro y rubíes a su marido. Parte médico del día 27: "Ha descendido, la hipertemia. Ha disminuido la taquicardia". El 30 apareció un cuadro perifoneal hidrópico y el Caudillo comenzó a llenarse de líquidos malignos, pero el 31 el parte reconocía "frecuencia y ritmo arterial normales. Evolución favorable de la insuficiencia coronaria". Perdidos ya en esa atmósfera medioeval, 19 médicos eminentes —entre ellos, se dijo, Christian Barnard— dictaminaron asombrados, en la primera semana de noviembre, que Franco sobrevivía ahora a doce enfermedades diferentes y que "su nivel de lucidez es bueno".
El inconcebible moribundo de El Pardo, en coma bajo el manto de la Virgen, yacía solo en la cámara, mientras España cambiaba gobernantes y planificaba el futuro sin Franco, pero en el día de los Muertos aún estaba vivo.

Las divisiones y las sumas
Desde mucho antes, la sociedad política española había perdido el monolitismo cuya preservación el Caudillo intentó durante casi cuatro décadas de dictadura teológico-militar, firmando personalmente (luego de la Guerra Civil) 192.684 sentencias de muerte.
Cuando el 30 de octubre los poderes de gobierno fueron traspasados al príncipe Juan Carlos de Borbón, por lo menos trece partidos o grupos opositores, coaligados en dos alianzas principales, deliberaban por su cuenta y sin atender a prohibiciones; tres guerrillas izquierdistas y dos grupos armados de ultraderecha operaban dentro del país; la Iglesia Católica había concretado su disociación del régimen, mientras las Fuerzas Armadas advertían brotes "portugueses" en su oficialidad joven y el Opus Dei también marcaba distancias. A su vez el Movimiento Nacional, partido oficial único, se dividía en torno de la cuestión de la legitimidad monárquica.
Incluso antes que Juan Carlos, auspiciado por el "aperturista" primer ministro Carlos Arias Navarro, asumiera el gobierno, la debilidad del verticalismo franquista quedó ilustrada el 29 de octubre por un hecho inverosímil, casi inadvertido entre la información sobre la crisis. En nombre de su gobierno republicano español en el exilio, Fernando Valera dialogó, desde París, con Gonzalo Fernández de la Mora, quien, como portavoz del Movimiento Nacional, hablaba desde Madrid. El debate había sido organizado por la ORTF (televisión estatal francesa) para sus programas, pero fue transmitido también, sin censura y a medida que se producía, por la Televisión Española. Inauditamente, mientras el ganador de la Guerra Civil aún estaba vivo y a la cabeza del gobierno, su televisión fue usada por la derrotada República para explicar a los españoles del interior los argumentos contra Franco.
El panorama político de la "oposición ilegal", cuando el mundo fue enterado de que Franco iba a morir, estaba ya pleno de opciones y matices, a saber:
— la Junta Democrática, integrada en París por el Partido Comunista Español, el Partido Socialista Español, las Comisiones Obreras (estructura sindical clandestina orientada por el PCE) y los grupos monárquicos del pretendiente Don Juan de Borbón (padre de Juan Carlos) y del príncipe Carlos Hugo de Borbón, jefe del ultramontano Partido Carlista;
— la Plataforma de Convergencia Democrática, donde se unieron el Partido Social Cristiano, el Partido Socialista Obrero Español, y la Unión Liberal, con el refuerzo de la Conferencia Democrática, que formaban el Partido Social-Demócrata, la Democracia Cristiana y una coalición de grupos centro-izquierdistas de inspiración católica post-conciliar;
— las guerrillas de izquierda, con programas socialistas de distinto énfasis, donde figuran la ETA (Euzkadi ta Askatasuna, o Vasconia y Libertad), que aboga por un País Vasco autónomo, y niega ser marxista, aunque reconoce esa inspiración en algunos análisis; el Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico (FRAP), el que, pese a atribuírsele un pensamiento maoísta predominante, aglutina a trotskistas y comunistas independientes del conflicto sino-soviético; y, por último, los GARI (Grupos de Acción Revolucionaria Internacionalistas), expresión armada del anarcosindicalismo;
— los núcleos armados de ultraderecha, que incluyen a los Guerrilleros de Cristo Rey (organizados secretamente por la Guardia Civil como banda parapolicial) y a la Fuerza Nueva, ambos opuestos a toda modificación del Estado Corporativista, a menos que sea para acentuar la autocracia teológico-militar;
— la UDME (Unión Democrática Militar Española), que alega reunir a 400 activistas y 600 simpatizantes entre los 28.000 oficiales jóvenes de las Fuerzas Armadas, tiene portavoces en París y reclama una apertura democrática y pluralista, sin exclusiones, bajo el influjo de la Revolución portuguesa de 1974.
Forzadamente, Arias Navarro había tenido que reconocer, además, a dos "oposiciones toleradas", con orígenes en la descomposición del régimen:
—la Iglesia Católica española, cuya jerarquía —acosada entre la antipatía personal del papa Paulo VI hacia Franco (el llamado "montinismo") y los obispos locales que, junto a la Acción Católica, impugnan al gobierno desde 1960— adoptó una actitud de creciente desvinculación, que los nuncios papales estimulan;
—el ala ultra del Movimiento Nacional, dirigida por Blas Pinar y José Antonio Girón, opuesta a cumplir la Ley de Sucesión y partidaria de que Franco fuese sucedido directamente por una junta militar.

Los que no hablan mucho
Cuando Franco inició su agonía de octubre, el ajedrez político español no se agotaba en ese mosaico incontrolable. Por encima de las listas opositoras, dos fuerzas decisivas modelaban en cierto modo el proceso: los militares y los Estados Unidos.
El gobierno español, al ir a renegociar las bases norteamericanas en su territorio, hace unos meses, se encontró con una sorpresa: al Pentágono no le interesaba mantenerlas, porque los adelantos en transportes aéreos y en cohetería balística han envejecido la concepción de una fuerza aérea táctica contra la Unión Soviética, o la necesidad del puente aéreo Azores-España-Medio Oriente.
Fueron los civiles de Washington quienes accedieron a seguir pagando por bases inútiles, pero con tacañería que definió la índole política del arreglo: en vez de los 2.000 millones pedidos por el canciller Pedro Cortina y Mauri, una limosna de 750 millones.
Henry Kissinger forzó la aceptación del Pentágono por razones que, según sea el analista, oscilan desde la necesidad de conservar prestigio (después de perder a Portugal, Turquía, Chipre y Grecia, no puede dejar que se le escape la España de la democratización post-Franco), a la idea de un país fronterizo que podría ser gendarme del imprevisible proceso portugués y, aún, a la consolidación de las inversiones norteamericanas. (No hay inconveniente en admitir, por otra parte, que todas esas razones son válidas y complementarias.)
A principios de octubre, los Estados Unidos mostraron su primer naipe de la nueva partida, instruyendo al rey Hassan de Marruecos para que reclamara los fosfatos del Sahara, como bien mostrenco, y evitara así el avance de la Argelia socialista sobre esas riquezas. En apariencia, en noviembre Hassan estaba ganando esa jugada, aunque Juan Carlos —en uniforme de general del Ejército— hubiese ido a África del Norte, para asegurar a los saharauis que la transferencia se haría en paz.
Desde entonces, Kissinger no dejó de matizar la agonía de Franco con comentarios discretos aunque reveladores. El 25 de octubre, cuando el Caudillo se negaba a transmitir el poder y la familia se indignaba con Arias Navarro ("No se puede hablar de testamento a un enfermo"), prometió: "Habrá simpatía y cooperación hacia Juan Carlos", Esa misma semana, hizo decir a Newsweek, en un reportaje al príncipe, que éste había prometido "un gobierno de coalición". Juan Carlos tuvo que desmentir al semanario, horas después. Time, en su última edición de octubre, reprodujo el proyecto del secretario de Estado: "Uno de los problemas críticos (de la política exterior norteamericana) es recuperar a España para Occidente".
E! proceso de democratización y pluralismo, piensa Kissinger, es irreversible y, por supuesto, mejor que el delirio de los Guerrilleros de Cristo Rey o las maquinaciones del fascista Girón, que conducirían sin duda, desatadas las fuerzas sociales por la muerte de Franco, a una guerra civil. Al mismo tiempo, la multiplicidad de tendencias en la oposición "sensata" ofrece opciones potables para Washington, ya que la izquierda que la integra no insistirá en predominar —como en Portugal— y los comunistas de Carrillo han aceptado, de hecho, !a variante de una monarquía constitucional y democrática. En ese vehículo, quizás, podrán caber muchos pasajeros no imaginados ahora.
Juan Carlos es la transición ordenada, y si su mentor Arias Navarro sobrevive a la etapa, tal vez el "aperturismo" del primer ministro llegue a coincidir con las expectativas opositoras. Enrique Tierno Calvan, del Partido Socialista (a quien se denomina ya el "Mario Soares" español), integra la Junta Democrática y afirmó, el 1º de setiembre, que se apoyará a Juan Carios si éste decide "aceptar el pluralismo, incluso al Partido Comunista, restablecer las libertades y someterse a un referéndum".
Muchos dudan que después de la experiencia de la Europa comunitaria y de sus social-demócratas con Alvaro Cunhal, el irreductible jefe del PC portugués, los militares españoles acepten a Santiago Carrillo en un gabinete de coalición, aunque se tratara de una monarquía. Pero el mazo tiene otras cartas, en esa eventualidad: ahí está la Plataforma de Convergencia Democrática, donde el social-cristiano Joaquín Ruiz Giménez ha dicho del príncipe: "Si demuestra que ha roto con el pasado, lo ayudaremos", y el secretario del PSOE, Felipe González, ha llegado aún más lejos: "Aún no se puede hablar de Frente Popular (es decir, de participación del PCE en un gobierno). La represión de las derechas seria terrible".
Antes del 30 de octubre, es posible que la única diferencia importante entre la Junta y la Plataforma fuera la no exclusión del PCE —defendida por declaraciones previas de la primera — , pero se puede deducir que hasta ese obstáculo fue removido: el 29, en París, José Luis de Villalonga, portavoz de la Junta, anunció oficialmente que su coalición y la Plataforma habían llegado a un acuerdo total, reunidas "en algún lugar de España".
Los Estados Unidos, entonces, no se opondrán a un proceso de democratización pluralista, si éste se cumple bajo la "legitimidad" de Juan Carlos y tiene un sentido de integración al neo-capitalismo de la Europa de los Nueve (que Washington, por otra parte, considera parte de su sistema).
Restan los militares. En ellos reside la incógnita a develar en noviembre, porque no solo rechazan todo indicio de comunismo en las nuevas estructuras, sino también el retorno a la democracia, a los plebiscitos y a todas esas complicaciones por las cuales encendieron la guerra fratricida. El general Carlos Iniesta Campano, jefe de la Guardia Civil, y su colega Pedro Murray Gordon, de notorio predicamento dentro de filas, encabezan esa posición. Si por ahora aceptaron la transferencia del poder a Juan Carlos —pese a que Girón y Pinar les pedían el golpe— es porque consideran, secretamente, que Arias Navarro debe irse. Las fuerzas armadas ya tienen su candidato a primer ministro: el almirante Pita de Veiga, ministro de Marina.
Arias Navarro parece ser la única posibilidad de que el mediocre Juan Carlos, educado para obedecer, sea el instrumento de la democratización, pero el reformismo del primer ministro es también su condena, aún para el ala del Movimiento Nacional que se opuso a una junta militar sucesoria. José Solís, secretario de! Movimiento y ministro del Gabinete, considera que las alternativas a Arias Navarro serían el embajador en Londres, Manuel Fraga Iribarne, o el embajador en Washington, José María de Areilza, dos "europeos" y hombres de los norteamericanos.
En medio de esta intriga, desarrollada entre la embajada estadounidense y la puerta de! Caudillo agonizante, la ultra-derecha parece moverse con más fluidez que la oposición "sensata", o la izquierda ideológica participante en esas coaliciones pluralistas.
Andreu, seudónimo de uno de los secretarios generales del PSOE, reflejó con fidelidad esa capitis diminutio de la izquierda española, hace dos semanas, en Le Nouvel Observateur: "Es totalmente falso decir que en España existe una situación prerrevolucionaria. En realidad, e conjunto de la población no 'milita', en el sentido político del término". O sea, todo se resolverá en las cúpulas dirigentes. 
Carlos María Gutiérrez
Revista Cuestionario
noviembre 1975
Vamos al revistero