El poeta que vendió su sombra
Cuando estés lejos, / bajo el fuego de las opiniones y las preguntas, / recuerda que detrás tuyo se levantan los Urales, / el sonido de las campanas de Spassk, / y las ondas del Volga.


 

 

 

 

 

 

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Hace un lustro, de retorno de sus viajes iniciales al exterior, Evgeny Evtuchenko fabricó estas líneas patrióticas; diez días atrás, en Santiago de Chile, un redactor de Primera Plana alcanzó a explicarse para qué las escribió. Es sencillo; para conservar su pasaporte, para que no se quiebren sus buenas relaciones con el Estado soviético, al cual, supuestamente, zamarrean sus escuálidos versos.
Todo, en este hombrón de 34 años, que se atosiga de cigarrillos rubios con filtro que no deja quietas las manos, que pasa de las bromas a la ira, ya teñido de cinismo, todo en él son lugares comunes, viejas boutades. A cada momento se escapa, envuelto en su camisa italiana de seda azul con hipocampos bordados, unido a su absurdo flequillo, que desciende de la cabeza engominado, como si fuera los dientes de un peine. El error, sin duda, está en esperar de Evtuchenko otra cosa, en suponer que es algo más que un hippie antes de tiempo.
Y, sin embargo, vitupera a los hippies. "No son verdaderos rebeldes —sostiene, echando mano de un marxismo de cocina—, porque carecen de un programa. Esconden la cabeza ante el peligro, como los avestruces. Con la edad, no bien se casen, se les pasará este sarampión malsano."
Él, Evtuchenko, tiene su programa, tanto para las letras como para la política. Bajo Stalin —a quien estigmatiza con un odio parecido al que emplea para acordarse de Hitler—, prefirió guarecerse en las mermeladas de la lírica, antes que en los círculos de la resistencia. Después, aprovechó el deshielo para ensañarse con los pequeños burócratas del régimen y construirse una ancha fama de protestón. Nunca se atrevió a más, ni siquiera a burlarse de Kruschev; es que Kruschev sentía debilidad por él y le costaba reprenderlo cuando algún jerarca se disgustaba por sus desplantes.
Evtuchenko era, para Kruschev y para el semanario anticomunista Time —que le dedicó una portada en abril de 1962—, el símbolo de la nueva Rusia, la sangre joven que tenía derecho a agitarse y a salir por el mundo. Un día, Evtuchenko decidió rendir homenaje a los cien mil judíos asesinados por las tropas nazis en Babi Yar, un barranco cercano a Kiev, su texto advertía que la URSS debe un monumento a esos mártires y objetaba el antisemitismo de las autoridades; bastó que el Estado, su patrón, le pidiera algunas tachaduras, para que Evtuchenko endilgase el antisemitismo al pueblo, no al Gobierno.
En el segundo semestre de 1963, luego de su gira por Francia y Alemania, en donde fue recibido como un actor de cine, el Estado volvió a sermonearlo y le recomendó un viaje por el interior de la URSS. De regreso a Moscú, a fines de ese año, Evtuchenko trajo un mazo de poemas edificantes. Obtuvo su premio: en 1965 anduvo por Italia; en 1966 por los Estados Unidos (segunda vez); en 1967 por España, Portugal, América del Sur. "Las fronteras —ha cantado— me oprimen, / es inadmisible que no conozca Buenos Aires o Nueva York, / que no pueda caminar por Londres."
Con todo, Evtuchenko insiste en rechazar esa imagen de complacencia misma que sus actos y su poesía abonan. "La calle me enseñó que, en la vida, lo principal es vencer en nosotros el miedo a los más fuertes. Sigo fiel a esa lección", clama en su español aprendido en Cuba, mientras el sol se desbarranca por la Alameda y le hace brillar una extraña pulsera, una especie de amuleto que lleva en la muñeca izquierda. "Para ser poeta, amigo, no basta con saber escribir poemas. Hay que ser capaz de defenderlos." ¿Dónde están esos poemas corajudos, esas valientes insubordinaciones rimadas? "Cuando sepas ruso, amigo, podrás leerlos." Las antologías en castellano, francés, inglés e italiano, ¿los traspapelaron? "Las antologías, amigo, son imperfectas", se defiende.
Antes de apilar versos, el siberiano Evtuchenko era arquero de fútbol; de ahí, tal vez, su costumbre de atajar al vecino. "Los errores que hemos cometido son muchos, en los cincuenta años que llevamos recorridos. Éramos los primeros y no teníamos un manual para hacer la revolución. Estábamos solos y nos equivocamos muchas veces. Pero tenemos vergüenza de nuestros errores y creemos que la historia de ellos puede servir De guía a los que nos sigan." ¿A los cubanos, por ejemplo? "Cuba es un gran país, donde tengo amigos no sólo intelectuales, sino también entre los campesinos y los pescadores." ¿Y Fidel Castro? "No me gustan las preguntas políticas."
No obstante, se declara opositor al proceso Siniavski-Daniel ("No estoy de acuerdo con lo que ellos hicieron, pero estimo que debieron ser juzgados por sus colegas los escritores"), enemigo de Cholojov, el zar de la literatura soviética oficial, y partidario de las firmes actitudes asumidas durante 1967 por Soljenitzin y Voznessenski, en busca de una absoluta libertad de creación. Eso sí, ni una sola línea de la vasta obra de Evtuchenko (una docena de libros) puede equipararse a los angustiosos llamados de sus dos colegas: él acude a las elipsis, a las ambigüedades, a las grandes frases huecas, acaso porque el régimen le paga un rublo por línea, acaso porque es mucho más inofensivo y prestigioso invocar los huesos de Essenin o Maiacovski, de Blok o Pasternak, y prometerles que los horteras no mancharán el arte, o zonceras por el estilo.
"Pero Voznessenski, a quien se le impidió hace unos meses viajar a los Estados Unidos, donde ya estuvo, pronto podrá salir de la Unión Soviética", anuncia Evtuchenko, sin citar sus fuentes de información. Es que "no son heroicos los escritores que se pelean con las autoridades culturales y pierden su derecho a viajar, sino los que pese a todo consiguen preservar ese derecho. Lo heroico, amigo, es estar como yo delante tuyo". Porque "ustedes, los periodistas occidentales, tienen poco tacto con nosotros".
"Mira. Si tu madre tiene úlcera y a ti te invitan a una casa ajena, y, no bien llegas, te piden explicaciones sobre la úlcera de tu madre, tú sufrirás un disgusto. A veces, fuera de mi país, pienso que los periodistas occidentales no tienen madre o se olvidan de que la tienen." ¿Tienen madre los periodistas rusos destacados en Occidente? Silencio. "Escucha: yo desprecio el nacionalismo. Para mí, el mundo entero se compone de dos naciones solamente, la de los hombres buenos y la de los hombres malos. Yo soy patriota de la nación de los hombres buenos."
Los conformismos siguen. "No estoy afiliado al Partido Comunista y debes saber que en 1957 me expulsaron del Komsomol. Y no estoy afiliado porque no hace falta ir a la iglesia todos los días para creer en Dios." ¿Qué hace falta para creer en Dios? "Creer." Claro que "el único Dios del poeta es la verdad; el cristianismo, en sus comienzos, fue revolucionario y de izquierda". ¿Por qué, entonces, se corrió a Fátima durante la visita de Pablo VI, el año pasado? "El poeta debe estar en todas partes, ver todo y conocerlo todo. Si se ve obligado a seleccionar, pierde la visión del mundo. Lo de Fátima me impresionó hondamente, he de escribir un poema sobre las peregrinas de rodillas ensangrentadas. Criticar mi viaje a Fátima [así sucedió en ciertas capillas literarias de Cuba] es un síntoma de izquierdismo infantil."
Esos síntomas, según Evtuchenko, también existen en la urss, aunque él prefiere no indicar dónde y en qué se traducen. "Amo a mi pueblo porque soy ruso y revolucionario", añade, antes de lanzarse a un panegírico de sí mismo: '"De mi último libro se tiró un millón de ejemplares. En el subte, en Moscú, da gusto ver a los pasajeros leyendo libros de literatura o de poesía, en vez de novelas policiales". ¿Qué tiene contra las novelas policiales? "Matan la cultura." "Es fácil levantar la nariz hacia el cielo y sentir orgullo porque lanzamos el primer Sputnik. Sin embargo, amigo, lo importante es que en nuestro país hay una mayor difusión del arte, porque la cultura se amplió. Eso vale más que los Sputniks."
Hasta tal punto se amplió que "ahora es posible ver las fallas de Maiakovski". "Él se dirigía a la sociedad de baja cultura, y debió ser pedagógico, usar un lenguaje primitivo. Hoy ya no es tiempo de explicar, ni de repetir a Maiakovski, sino de desarrollarlo. Hoy, crece la popularidad de Pasternak entre las masas. Yo quisiera unir,-en mis versos, la fortaleza civil de Maiakovski con" el estilo metafórico de Pasternak." La curiosa teoría se completa de esta manera: "Todo depende del carácter del poeta. El uno no debe parecerse al otro, ni éste a aquél. Sólo debemos tener en común el ejercicio de nuestra responsabilidad en el destino de la Humanidad".
¿Entonces Kimbaud o Dylan Thomas no eran poetas? "Sí, grandes poetas." ¿Por qué, si no hacían política, ni diferenciaban el Bien del Mal, ni se preocupaban de la sociedad que los rodeaba, ni marchaban detrás de la verdad sino del misterio? "Amigo, si tú te paras a la salida de los obreros de una fábrica, en Francia, seguro que uno o dos de ellos, apenas, conocen 'Une saison en Enfer'. En cambio, en mi país, hasta los policías leen a Maiakovski."
El fin de los mejores poetas rusos ha sido, casi siempre, trágico: Lermontov y Pushkin murieron en duelos, Essenin se ahorcó, Maiakovski se disparó un balazo en la cabeza, Blok quemó su vida en los cafés y las noches. Es evidente que Evtuchenko no correrá la misma suerte: casado dos veces (con Bella Akmadulina y Galina Semyonovna), sin problemas de visas, él mismo reconoce que "la libertad total no se ha de lograr nunca".
2 de enero de 1968
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