Siempre canta, siempre cantará

 

 

 

 

 

OTRAS CRÓNICAS INTERNACIONALES

Del golpe a la revolución
Francia y De Gaulle
El día que liberaron al amor
Chile, por una suave izquierda
Las dos alemanias. Un muro, vergüenza de europa
Nixon, el poder y la gloria
Ya se logró el tratado, ahora falta la paz Egipto - Israel Jimmy Carter
Uganda, el previsible final de Idi Amín

Salvador Dalí se recibió de "inmortal"
Hace cincuenta años que causa desórdenes en el mundo ('), y, sin embargo, cuando Frank Sinatra canta, habla, bromea, sugiere, pide u ordena, ninguno de sus contemporáneos adultos deja de escuchar —por amor, miedo, devoción o talento— la Voz del Amo. El muchacho que daba serenatas a chicas tontas, el ardiente debilucho de otro tiempo, creció y creció. Hoy ya no es sólo un hombre: es El Hombre, El Rey, La Voz. Como cantor, actor, padre, magnate y playboy internacional, Sinatra va donde está la acción. Y si la acción no está allí, llega junto con él.
Una comedia musical de Broadway se transforma en un circo cuando Sinatra aparece arrastrando a su dama y perseguido por la prensa. Maneja helicópteros, "por razones de seguridad", para llegar a cantar en el Festival de Jazz de Newport. Gana 224.000 dólares por tres noches en el Festival de Música de Forest Hills (Nueva York), y tiene una oferta permanente del Madison Square Garden: 100.000 dólares por cada vez que se le ocurra cantar allí. El Vicepresidente Hubert Humphrey lo cita en el Hotel Waldorf Astoria. Los equipos de televisión de la CBS filman su cara para el documental Sinatra, que se exhibirá en noviembre. Los abogados de la NBC consiguen su firma para un Sinatra, Show que se transmitirá el mismo mes.
Para muchos, los balanceos de Sinatra son demasiado violentos. Los disidentes se molestan con su estilo personal (los presidentes tienen este mismo problema), con su estridencia, su aire fanfarrón, los adornos descarados de su éxito, la voluntad de ultrajar las convenciones.

Los días espectaculares
Toda su vida es avasalladora, y debe ser comentada como un espectáculo. Un día reciente, que podía ser normal en su abrumador calendario, Sinatra abandonó, cerca de mediodía, su casa de Palm Springs, llevó a su perro ovejero australiano Ringo al veterinario, trepó a su avión Lear Jet blanco y anaranjado, emergió 17 minutos más tarde en el aeropuerto de Burbank. Desde allí manejó su auto Dual Ghia a las Empresas Sinatra, un bungalow casi suntuoso en los terrenos de Warner Bros, y empezó a trabajar. Tenía un visitante para almorzar. Tenía canciones para aprender y ensayar con el compositor Jimmy Van Heusen; tenía una reunión en la 20th Century Fox, al otro lado de la ciudad; tenía una sesión de grabación para su Reprise Records en un estudio de Sunset Boulevard. Y Sinatra estaba de vacaciones. 
La oficina, presidida por un busto suyo de 1944 (que lo semeja al joven Abe Lincoln: delgado, tenso, intenso), es amplia, pero no tanto como lo pide el standard de Hollywood: cortinados y almohadones en naranja, mantel anaranjado sobre una mesa, paisajes en las paredes, libros en los estantes, una alfombra beige, un aparato de alta fidelidad empotrado en un gabinete, fotos autografiadas de los Últimos cuatro presidentes demócratas, fotos de su hija Nancy, de U Thant y de su amigo y agente Bert Allenberg, ya muerto.
Llegó hasta la oficina como un avión o como una locomotora que embiste los paragolpes de la estación. Lo esperaba una llamada telefónica de Nancy. Revisó algunos papeles del escritorio y luego almorzó: jamón con melón, costillitas de cordero, buen Chianti y una torta de queso que pasó por alto.

Como la realeza
A Sinatra, magnate del cine (traje marrón oscuro, corbata negra de seda, camisa blanca) no le interesa interpretar el papel de suave y culto ejecutivo de Hollywood. Habla rápido y piensa más rápido, a veces con palabrotas, a veces con graciosas elaboraciones de frases. Sabe que es original y se regocija de ello. Entre sus ocupaciones ("El trabajo es realmente mi hobby, y me gusta") considera la posibilidad de un rápido viaje a Vietnam. "Tengo que actuar en el Hollywood Palace en la mañana del 9; después tengo que presentarme en el programa de Sammy (Davis) en la noche del 9. Podría volver aquí en la mañana del 10, salir por la tarde. ¿Cuánto tiempo lleva ir hasta allá? ¿24 horas?"
Además de sus actuaciones, sus intereses comerciales incluyen la productora Artanis (Sinatra al revés, en combinación con Warner); la productora Park Lake Enterprises, con la que hizo El expreso de Von Ryaan; la compañía de taxis aéreos Cal Jet Airway; la grabadora Reprise; la Titanium Metal Forming Co., firma constructora de piezas metálicas para aviación y proyectiles teledirigidos. También tiene vastas tierras en Arizona y Marin County (California) y todavía posee, aunque no opera, el Albergue Cal-Neva, en Lake Tahoe, establecimiento tasado en cuatro millones de dólares. En 1963 perdió la licencia para operar un casino en Nevada, cuando permitió que el ex convicto Sam Giancana jugara en él: fuentes cercanas a la Comisión de Juegos de Nevada dicen que el incidente Giancana aportó la excusa técnica para quitarle la licencia, pero que fue el brusco lenguaje de Sinatra, durante una conversación telefónica con el presidente de la Comisión, lo que resultó decisivo.
Estos y otros bienes describen a Sinatra no sólo como un hombre ocupado, sino también como un hombre de fortuna. Sus ingresos anuales están estimados en 3 a 4 millones de dólares. Entre 1953 y 1962 grabó para Capitol por un valor bruto de 25 millones, mientras sus grabaciones para Reprise vendieron, en cuatro años, unos 16 millones. Su contrato para El expreso de Von Ryan estipulaba 250.000 dólares y 15 por ciento del producido, lo que supone un gran salto desde su salario de ocho mil dólares en De aquí a la eternidad (1953).
Los cálculos sobre su fortuna personal le aseguran las monedas necesarias para pagar los parquímetros, pero suponen una modesta cuenta bancaria si se comparan esas cifras con la de los texanos petroleros que cavan pozos, en la tierra. ¿Por qué? "Vive como la realeza", dice un amigo, el productor William Goetz. Tiene tres casas, en Manhattan, Beverly Hills y Palm Springs, una de ellas con una piscina de agua salada, otra con dos dependencias adicionales para huéspedes, de cinco piezas cada una. Es raro que Sinatra esté solo. Se lleva bien con las mujeres. Estuvo casado con Nancy Barbato y con Ava Gardner. Se lo ha visto con Lana Turner, Marilyn Maxwell, Gloria Vanderbilt, Kim Novak, Lauren Bacall, Snirley MacLaine, Juliet Prowse, Dorothy Provine, Jill St. John, y últimamente con una chica de 19 años, Mia Farrow. Pero guarda ferozmente la discreción de sus compañías femeninas, y los informes sobre ellas vienen de mentirosos, de tontos y de mirones. Y aparte de las mujeres, Sinatra viaja siempre con una gran comitiva de amigos, empleados, parásitos y parásitos de los parásitos. Todos ellos suelen ser clasificados por la prensa en grupos, clanes y subclanes, pero se caracterizan simplemente por conocer a Sinatra y por hablar públicamente de su lealtad y su generosidad. "Si él fuera judío, sería Moisés", razona un observador. Para todos ellos, ser amigo de Sinatra ya es una carrera completa.

¿Hasta dónde?
Sinatra nunca fue un muchacho común, ni siquiera para los muchachos comunes, en el Hoboken de su juventud. En el Hollywood de hoy, donde los astros viriles y magnéticos como Sinatra escasean desesperadamente, este muchacho de la cuadra es temido por muchos, respetado por muchos y envidiado por todos. "Es lo que queremos que sea", dice Alfred Hart, presidente del City National Bank y supervisor de los problemas bancarios de Sinatra.
La popularidad actual es un fenómeno mundial. Su público, que abarca desde colegiales hasta respetables ciudadanos de 50 años, tiene más dinero en sus bolsillos que el que aúlla tras los Beatles. Sus discos viejos valen hoy 33 dólares en la Unión Soviética. Su prestigio en Japón es, según un periodista de Tokio, "casi el de un dios". El Centro Sinatra, que es un edificio de dos pisos, se levanta en el medio de Nazaret, cerca del Pozo de María, y los niños israelíes suelen indicar sus movimientos con la frase "Voy a Frank Sinatra". Ya este hombre no es sólo un cantante, un actor o un intérprete de club nocturno. "Todo está muy relacionado —aclara él—. Cada cosa que yo hago depende de alguna otra cosa." Y todo depende de 1953, cuando una actuación exitosa en Fort Lee, New Jersey, más un Oscar por su Maggio en De aquí a la eternidad, terminaron con su provisoria decadencia previa. Sinatra, el actor, quiere rodar rápido y terminar todo en la primera toma. El director Fred Zinnemann lo recuerda como "un rebelde total", que se apoyaba "completamente en su espontaneidad antes que en un cuidadoso ensayo". Como director (en None but the Brave —Los valientes también mueren—, único film realizado por él), quedó con ganas de repetir el esfuerzo. Como cantante, es tan minucioso como un fabricante de relojes finos: "Tal vez después que hayamos muerto, alguien pondrá el disco y dirá Caramba, lo podía haber hecho mejor".
Cuando no actúa, Sinatra gasta una parte de su energía en la política, mayormente a favor de la causa demócrata. Un cuarto de su casa de Palm Springs está dedicado a Kennedy. Sus diversas defensas de los derechos civiles y su amistad con Sammy Davis lo han perjudicado en el Sur, mientras sus contribuciones a causas israelíes han provocado que su persona, sus discos y sus films quedaran prohibidos en los países árabes.
Hoy la gente habla del "nuevo Sinatra". A veces se alude así al Sinatra popular, en un grado sin precedentes. Otras veces a que en su álbum "The September on My Years" ha mostrado nuevos signos de madurez, lo ampliado su círculo de amigos para incluir a banqueros y ejecutivos, y cambió su sastre, del inquieto Sy Devoré al tranquilo Carroll & Co.
¿Dónde puede ir ahora? "¿Dónde diablos puede ir?", pregunta su amigo Joey Bishop. "Conoce los problemas de la producción cinematográfica y los de la grabación de discos." Dean Martin cree que Sinatra se está cansando de actuar, y se está inclinando a la producción, "Pero le gusta demasiado cantar como para cansarse de eso. Siempre canta, siempre ha cantado, siempre cantará."
Es, en verdad, de sus discos que surge claramente la atracción de Sinatra. La generación que hace veinte años aullaba ante La Voz, que cambiaba sus púas de acero al octavo disco o afilaba sus cactus después de dos, está todavía cerca y está muy atenta. Es la primera generación a la que cantó Sinatra, desde sus primeros discos con la orquesta de Tommy Dorsey. Pero ahora la voz ha cambiado, ya no tiene aquellas suaves incertidumbres, sino una cualidad metálica, como la de muelles de acero. Las notas altas parecen dolerle, pero aún eso se convierte en una virtud y suena como la pasión. "Uno tiene la sensación —dice William B. Williams, el disk-jockey de Nueva York— de que está viviendo la vida al extremo, sacándole lo que dé en cada minuto. En 'Come Fly With Me' Uno dice: 'Acá hay un tipo que sabe que todo es transitorio y que hay que atraparlo mientras se pueda'."
La autoridad de Sinatra deriva de la música, y así estaba desplegada hace poco en su reciente sesión de grabación en Hollywood. Se había aprendido esa tarde dos canciones de la comedia musical neoyorquina Skyscraper, y ya las dominaba. El estudio tenía dentro a una orquesta de 50 miembros y a 60 espectadores, todos los cuales se callaron cuando él entró. Dio indicaciones, corrigió tonos y cantó en su cabina de tres paredes, mirando fijo a su director Torrie Zito, a quien poco antes había dicho "los italianos están conquistando el mundo". En el control, el compositor Van Heusen hacía muecas. Pronto se pudo escuchar la grabación, y Sinatra se escuchó decir: "¡To... dos... tienen el derecho de equivocarse..., por lo menos una vez!"
Sinatra sonrió y el público aplaudió. Tenía que aplaudir.
(Copyright by Newsweek & Primera Plana.)
(') Sinatra nació en Hoboken, New Jersey, en 1911.
5 de octubre de 1965
Vamos al revistero