Mayo 10, 1933
Guerra Paraguay/Bolivia

"Con un pedazo de mosquitero viejo confeccionamos una gasa y envolvimos la punta de una baqueta de las que se utilizaban para limpiar los caños de fusil; la empapamos con agua oxigenada y la introdujimos en el orificio de salida de la bala, debajo del pulmón izquierdo."
Pulcramente vestido; sentado en su biblioteca de un departamento del barrio Norte, Ulpiano Zorrilla (57 años, casado) recuerda un episodio de la encarnizada guerra en la selva paraguaya. Transcurrieron 35 años y aún le saltan las lágrimas: "Todavía me acuerdo de aquel soldado: se llamaba Flores. ¡Y lo salvamos!". Como si siguiera el ritmo de su relato, el general José Félix Estigarribia asiste a la entrevista desde un cuadro que ocupa un lugar prominente en la habitación y en la vida de Zorrilla.
Desde aquellos salvajes encuentros con los bolivianos, Zorrilla, uno de los cinco mil ex combatientes paraguayos que residen en la Argentina, trae entre ceja y ceja una consigna: "Lucho por la cultura de mi patria y por el acercamiento entre Argentina y Paraguay". Su tarjeta es clara; debajo de su nombre anuncia: Especialidad en libros paraguayos (historia-poesía-economía-política). Entre sus muchos volúmenes figura una edición especial de La Tribuna, con la que se festejó el triunfo de Paraguay en 1935; resalta un párrafo: "Bolivia tenía espacio de sobra para expandir sus más locos ensueños, y bienestar en exceso para atiborrarse de extravagancias, lujos y festines".
El imaginativo redactor no recordaba que los bolivianos se habían quedado sin salida al mar, desde el momento en que los chilenos los despojaron de la región de Antofagasta. A su vez, los bolivianos, que esgrimían el argumento marítimo, escondían la intención de conquistar tierras del Chaco paraguayo, donde expertos norteamericanos habían detectado la existencia de petróleo.
El litigio por esa zona comprendida entre los ríos Paraguay y Pilcomayo tomó cuerpo en la segunda mitad de los años 20 —se arrastraba desde 1879— y se hizo crítico en 1932. El 8 de julio de ese año fue exterminado por los bolivianos un puesto paraguayo, sobre la laguna Pituantuta. Desde ese día las escaramuzas se sucedieron, la guerra tomaba cuerpo y el 10 de mayo de 1933 el Paraguay, acosado por las continuas cuñas que introducían los bolivianos en el Chaco boreal, se decidió a emitir el comunicado 633, por el que el mundo se enteraba de que la guerra era una realidad oficial. No hubo, sin embargo, una declaración formal; sólo se dio por sentada una situación que existía de hecho.
En esos meses previos a la decisión del Comando en Jefe paraguayo, sus hombres se habían ido armando, aunque ciertamente lo que mejor manejaron en la contienda fue su familiar machete. En frente de la voluntad de los Macheteros de la Muerte, guiados efectiva y espiritualmente por Estigarribia, que dio su primer golpe fuerte en Boquerón, se alzaba la sombra de Hans Kundt, un militar alemán que estaba conectado con los bolivianos desde 20 años atrás. Kundt montó un ejército bien armado, amparado por una emisión de bonos equivalentes a 60 millones de dólares, y se lanzó a la conquista del Chaco. Diseminados por su tierra, los paraguayos respondieron casi a mano limpia, atacando preferentemente durante la noche.
Pequeños pelotones con escasa instrucción militar alimentaban el orgullo paraguayo; por la bravura de sus hombres se recuerda al R. C. 1 Valoy Rivarola; estuvo en las batallas más importantes y su grito de guerra ("¡Listo Valoy, viva el Paraguay!") sembraba el desconcierto entre los enemigos: "Tanto era así —sonríe Zorrilla— que paulatinamente todos los batallones fueron apropiándose del grito famoso".
Junto a ellos, los Guerrilleros de la Muerte formaron otro de los pilares de la victoria; dirigidos por Plácido Jara y apuntalados por su lugarteniente, Marciano Rodríguez, realizaron notables obras de ingeniería; a fuerza de cavar con los yataganes, herramientas precarias y hasta platos de latón, consiguieron abrir el túnel de Gondra y por ese camino asestaron uno de los golpes más terribles a los bolivianos.
Mientras en la selva morían soldados hasta llegar a un total cercano a los cien mil, en Bolivia la situación se tornaba crítica. El presidente Salamanca veía que las promesas de Kundt no se cumplían; la guerra no sólo se prolongaba, sino que los bolivianos perdían hombres y armamento en cantidades alarmantes; un minucioso informe del Comando paraguayo revela que, en el transcurso de la contienda, fueron capturados 156.500 bolivianos, 3.600 pistolas, 433 ametralladoras, 438 camiones, 42.500 fusiles y 73 millones de cartuchos.
Fuera así o no, el Presidente Salamanca, después de la acción de Gondra, cercana la Navidad de 1933, destituyó a Kundt y lo devolvió a Alemania. En su lugar nombró al general Peñaranda, quien un año después encabezó un movimiento de oficiales y volteó a Salamanca, para dejar en el sillón presidencial a Tejada Zorzano, hasta entonces Vicepresidente.
Los macheteros paraguayos hacían algo más que recuperar su selva chaqueña; sus machetazos conmovían el andamiaje boliviano. Por fin todo se vino abajo y, tras un encuentro entre Estigarribia y Peñaranda en Villa Montes, donde se selló la paz, el general paraguayo entraba victorioso en Asunción, al frente de sus tropas, el 22 de agosto de 1935; el Presidente Eusebio Ayala lo saludó desde el palco de honor.
Mientras su esposa (argentina) sirve caña paraguaya, Ulpiano Zorrilla vuelve a sentir sobre su cabeza el sol de mayo de 1933: "Durante la tarde, la temperatura solía llegar a los 48 grados; por eso nos movíamos generalmente de mañana muy temprano y atacábamos de noche, machete en mano". Por eso y porque los seis cañones, 27 ametralladoras, 20 morteros y 7.000 fusiles, con que los paraguayos se lanzaron a reconquistar el Chaco, no alcanzaban para repartir entre todos los soldados.
7 de mayo de 1968
PRIMERA PLANA

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