CIEN AÑOS DE GANDHI
"Kaba Gandhi, mi padre, era miembro de la Corte de Rajasthanik y más tarde primer ministro en Rajdot y en Vankaner. Se casó cuatro veces pues, sucesivamente, murieron sus tres primeras esposas. Tuvo dos hijos de sus primero y segundo matrimonios. Su cuarta y última esposa, Putlibai, le dio una hija y tres hijos, de los cuales yo soy el menor."

 

 

 

 

 

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Con esta sobria mención se abren las Memorias de Mohandas Karamchand Gandhi, a quien su pueblo llamó siempre Gandhiji, tratamiento familiar y respetuoso que significa "señor Gandhi". También le llamaron el Mahatma, que quiere decir "alma grande", aunque él desalentaba ese elogio.
La madre era una mujer de gran religiosidad. Practicaba rígidamente los ayunos de cuaresma (Chaturmas) y otros ayunos periódicos, como el Chandrayana, que se sigue al compás de los cambios lunares. El pequeño Mohandas fue criado en ese clima de santidad. Había nacido el 2 de octubre de 1896 en Porbandar, estado de Gujarat.
El padre era hombre de carácter fuerte pero escasa cultura. Apenas sabía escribir algunas palabras en "gujarati", el idioma local. Despreciaba las riquezas y murió pobre.
Un día de 1882, en el pueblo de Porbandar hubo una gran fiesta de esponsales. Un triple casamiento, con toda la pompa del rito hindú. Los contrayentes masculinos eran un hermano de Mohandas, un primo y él mismo. La familia había decidido ahorrar los pesados gastos de tres fiestas distintas.
Sentadas en altas sillas bajo dosel de seda, las tres parejas escucharon los cánticos y luego descendieron para dar los siete pasos (Saptapadi) durante los cuales novio y novia intercambian sus promesas de amor y fidelidad. En medio de la alegría y los plácemes de los presentes, el novio Mohandas echó una tímida mirada a su novia Kasturbai y le ofreció un trozo de kansar, el dulce de bodas, que ambos se pusieron en la boca. Los dos novios tenían la misma edad: trece años.
"La esposa de mi hermano mayor me había instruido sobre cómo debía conducirme la primera noche. Ignoro quién instruyó a mi esposa. Pero la verdad es que en tales cuestiones no hacen falta maestros." Así describe Gandhi su noche nupcial. Y aunque nada tuvo que ver él con la elección de su mujer, Kasturbai fue la gran compañera del Mahatma y se adoraron. Uno de los pecados que nunca se perdonó a sí mismo Gandhi fue que al expirar su padre él no estaba junto al lecho del moribundo, pues lo había dejado minutos antes para acudir al lecho matrimonial. Confiesa: "Preferí el placer de la carne al deber filial".

Crónica de la verdad
Así nace a la vida una de las figuras más apasionantes de la historia moderna. Educado en la obediencia a la Corona británica, hijo de iletrados, miembro de la tercera casta de la India, la de los "vaishnavas" (agricultores y comerciantes), nada hacía presumir que ese muchachito débil, reconcentrado y miedoso (no hablaba con sus compañeros en la escuela, dormía con la luz prendida porque tenía temor a los fantasmas y a las serpientes) llegaría a ser el caudillo que condujera a su pueblo a la libertad.
Pero Gandhi era la India. Reunía en una frágil envoltura corpórea todas las virtudes, los prejuicios, las creencias, la pobreza, el espíritu guerrero y la ética de un pueblo abundante y rumoroso como el mar. No fue un místico, ni un asceta, ni un Iluminado, ni un caudillo, ni un genuino político de la independencia. Era una mezcla —confusa— de todo esto y sus ideas resultaban cambiantes y oscuras, hasta el punto de que siempre chocaron con las de los "letrados" del movimiento nacional. Jawaharlal Nehru, su más devoto y eminente discípulo, lo define como "una extraordinaria paradoja" y cientos de veces discrepó de las posiciones de Gandhi. Nehru era un agnóstico y un socialista. Gandhi era profundamente religioso (en el sentido ecuménico, no confesional) y aunque había estudiado a Marx, no comprendía —ni aceptaba— la interpretación materialista de la historia.
Su credo es espiritual y la Verdad es el dogma. La palabra "Satyagraha",. que Gandhi acuñó para designar a su movimiento de no violencia, quiere decir literalmente "aferrarse a la Verdad". Una vez, pleiteando como abogado en un tribunal de Sudáfrica, el juez le preguntó si lo que estaba alegando en favor de su defendido era un "truco", una "estratagema". Gandhi reaccionó vivamente y replicó que él jamás mentía, ni para defender una causa justa. Decía: "los medios y el fin son la misma cosa. Los medios son la semilla, el fin es el árbol".

Pantallazos
La juventud de Gandhi fue mediocre y normal. A los 18 años dejó a su mujer para ir a la Universidad de Londres. Hubiera preferido estudiar medicina, pero la familia recordó que al finado padre no le hubiera agradado, pues los "vaishnavas" no debían hacer jamás la disección de muertos. Fue abogado. Y durante su carrera mantuvo el voto formulado de no probar carne, alcohol ni mujer. Así evitó los peligros de la gran ciudad. En Inglaterra se hizo vegetariano y pronto se convirtió en un "gentleman" inglés. Aprendió a bailar, a frecuentar salones y a vestir a la europea. Cosa rara: por primera vez se pone en contacto con la religión escrita, con los textos del Bhagavadgita.
Graduado, se instala en Sudáfrica, donde hay una gran población india contra la cual se discrimina racialmente. Gandhi organiza el movimiento Satyagraha, que luego traslada a la India.
El Satyagraha ha sido designado como "no violencia", "resistencia pasiva", "desobediencia civil", "no cooperación", etc. Estas nomenclaturas occidentales no alcanzan a abarcar el contenido social, político, ético y religioso de la doctrina del Mahatma Gandhiji. Porque no se trata de una actitud pasiva frente a la opresión y la injusticia, sino de un método de lucha activa que incluye, según las circunstancias, la negativa a pagar impuestos, a desempeñar cargos públicos, a concurrir a las escuelas del estado, a consumir productos importados de la metrópoli, la huelga general, el ayuno, la cárcel. Pero —dice Gandhi—, cuando no queda más camino que elegir entre la cobardía y la violencia, "recomendaría la violencia". Y aclara: "no violencia significa sufrimiento, pero sufrimiento consciente... Le aconsejo la no violencia porque es consciente de su poder y de su fuerza. Tiene un espíritu que no puede perecer y que puede erguirse triunfante sobre todas las debilidades y desafiar las fuerzas del mundo entero".

Praxis
Así, el Mahatma se hizo encarcelar docenas de veces, ayunó en prisión para obligar a las autoridades inglesas a liberarlo. Estuvo al borde de la muerte muchas veces. Hasta suprimió la leche (aunque más tarde accedió a beberla de cabra). El 12 de marzo de 1930 inició (con 78 peregrinos de todas partes de la India) la famosa marcha de Dandi, para protestar contra el impuesto a la sal. Recorrió 400 kilómetros, a pie, durante 24 días. También recomendó desenterrar los telares primitivos para no consumir telas británicas. Y vistió un simple taparrabos ("dhoti") hecho con el tosco telar. Para combatir el sistema de castas vivió largas temporadas entre los "intocables". Repudió el trato inferior dado a la mujer, luchando contra el confinamiento de ésta en el hogar y la inmolación de la viuda en la pira funeraria del marido.
La historia política de la lucha por la independencia es la historia del Partido del Congreso, expresión del carácter multinacional, multirracial y multirreligioso de la India. Gandhi fue varias veces presidente del partido. Tuvo serias polémicas con muchos de sus líderes, quienes acababan por rendirse ante un hecho: la devoción popular hacia el Mahatma.
Su ideal de vida fue la pureza, la purificación por el dolor. No era fácil lograr la simbiosis de este ideal con la política. Solamente podía hacerse en la India y en esa época y por un hombre de la terquedad del Mahatma, quien —además— era un político pragmático. Nunca intentaba acciones imposibles. Se conformaba con ir minando la resistencia del opresor.
No tenía claros programas de gobierno para la India. Más bien era un reaccionario, para los moldes del pensamiento político actual. Puesto que su búsqueda de la Verdad era una aventura espiritual que no exigía medios materiales, exaltaba las virtudes del ascetismo. "Cuanto más tengo, menos soy", decía Romain Rolland, amigo del Mahatma. De ahí sus discrepancias con Nehru y los políticos modernos del Partido del Congreso. Concebía la igualdad como un principio ético, pero no captaba la cuestión social como política y como derivado de la estructura económica. No se oponía al progreso material, pero no creía que en él residiera la salvación de la India.
Fue un cruzado de la unión entre hindúes y mahometanos. Nada le afligía más que la idea de la lucha religiosa o la participación del subcontinente por líneas raciales. Fue una gran desilusión la separación del Pakistán, resuelta en 1947. Los nacionalistas que se oponían a ella lo atacaron. Uno, llamado Naturan VInayak Godse, lo asesinó a balazos mientras Gandhiji hablaba con sus discípulos, en Nueva Delhi. Fue el 30 de enero de 1948. Su cadáver fue incinerado conforme al rito indio y las cenizas arrojadas al Ganges. En el lugar de la pira hay ahora una losa que recuerda el holocausto.
Pocos días antes de conmemorarse el centenario de su nacimiento, en Gurajat, el estado de donde era originario Gandhi estallaron violentos disturbios con medio millar de muertos. Motivo: unas vacas (sagradas para los hindúes) habían hollado una mezquita musulmana. Era el anticlímax a la vida y al pensamiento del Mahatma. Exactamente el tipo de guerra religiosa que siempre procuró evitar.

LA OCASIÓN ÚNICA
Victoria Ocampo, escritora, admiradora de Gandhi desde siempre, accedió a escribir este "Testimonio" para Panorama:
MI primer encuentro con Gandhi fue en la biografía de Romain Rolland, 1924. Nadie, aquí, había oído hablar de él. Inmediatamente, sentí la necesidad de compartir mi extraordinario descubrimiento. Mandé un articulo a "La Nación" (mi tercer artículo) sobre ese tema. Llamé a Ricardo Güiraldes para comentar el libro. No lo había leído aún. Me dijo: "Te aseguro que no puede ser Mahatma". Sin embargo, no sólo le daban ese título, sino que lo merecía.
Este primer encuentro despertó en mí, veneración y fervor. Ningún otro hombre me había inspirado esa clase de sentimientos. Tuve la certidumbre de hallarme ante una de las grandes figuras de nuestro siglo y de la humanidad. Julián Huxley (hombre de ciencia e inglés) dijo de él, años más tarde: "Sobrevivirá como un símbolo inmortal de entendimiento entre los hombres en un mundo desgarrado por la discordia". MI fervor gandhiano pasó por diversas fases a medida que Iba compenetrándome de su doctrina. Honestamente, no podía cerrar los ojos a ciertas divergencias que me separaban de sus sentires y pensares. No me daba la razón a mí misma, sino a regañadientes. Me dolía ese desacuerdo con él... en algunos puntos.
En esa lucha interior me encontraba cuando, en 1931, Gandhi pasó por París, de vuelta a su tierra. Habló en una enorme sala. Sin mayor esperanza de recobrar el estado de ánimo de la primera lectura de Romain Rolland, fui a oírlo. Habló veinte minutos. Explicó el cómo y el porqué de la no-violencia. Partía a la mañana siguiente para Suiza. Era, pues, una ocasión única. Fue única en todo sentido. Desde entonces, poco importaba que yo estuviera o no totalmente de acuerdo con su doctrina. En esencia, ya no podía variar mi admiración y mi respeto.
Aquella noche de invierno, Gandhi se presentó en el escenario con su túnica-chiripá, sus sandalias, su cabeza redonda, sus anteojos, su flacura y su fealdad. Al cabo de cinco minutos, su fealdad no contaba a mis ojos. Irradiaba algo más fuerte que la belleza. La sala, turbulenta, se amansó, se fue rindiendo poco a poco. No hablaba con elocuencia, y su voz no era altisonante. Repetía cosas ya dichas (como ya está dicho y redicho el Evangelio). Pero uno sentía que detrás de cada palabra pronunciada sin énfasis, había una fuerza arrolladora: la del hombre fiel a su palabra y que responde de ella hasta con la vida.
Después de su breve exposición, pidió que le hicieran preguntas. Le llovieron. Las escribían sobre papelitos y se las pasaban. Esto fue mucho más impresionante que la exposición inicial. No faltaba quien le dirigiera preguntas capciosas o estúpidas: "¿Qué opina usted de la actitud del Santo Padre? ¿Le parece que las mujeres deben usar rouge?" Jamás vaciló en sus respuestas. Fueron de una justeza breath-taking. Alguna vez sonrió, con las palabras. Desconcertó a quienes trataron de desconcertarlo. Salió vencedor de la prueba y conquistó a un público escéptico y sofisticado, cuyo mayor orgullo finca en no tomar jamás gato por liebre.
Yo salí de la sala con una fe renovada en aquel hombre. Y con alegría. Tan gran alegría que no se me terminará nunca más. La fuerza espiritual que manaba de él, de su presencia, de su palabra, me había invadido para siempre. Y recalco que fui a la conferencia dispuesta a no decir amén a todo, y más bien con actitud crítica.
Toda la sala (o su mayoría) tenía la impresión mía de que aquel hombre respondía de cada declaración formulada; que su vida misma las garantizaba. Y además, teníamos la impresión de que todos éramos capaces de dar lo mejor de nosotros mismos. Ese poder lo caracterizaba. De ahí el milagro que obró en la India. Espiritualmente, llevó a pulso a toda su nación.
Su asesinato, el más atroz del siglo, le permitió un último gesto afirmativo de perdón. Había, desde hacía años, donado su vida a su causa.
Hasta el último suspiro, ignoró el odio y la venganza.

ORGULLO Y TELAS
Vina de Sanyal, esposa del embajador de la India en Buenos Aires, conoció a Gandhi en su tierra natal. Estas son sus impresiones:
Yo era muy joven cuando vi por única vez a Gandhi en una gran asamblea. De su persona emanaba una atmósfera que me impresionó. En torno suyo se congregaban siempre multitudes. Pero el más dramático recuerdo que tengo de Gandhi fue del día en que murió. Nehru habló por radio y sus palabras nos hicieron llorar a todos. Fue un día de luto para las mujeres. El nos había dado la oportunidad de salir de nuestras casas, educarnos y luchar por la Independencia. Nos llamaba "hermana", como es costumbre en la región de Bombay.
En la escuela lo mencionábamos con respeto y cariño. Como algo especial que Dios nos había brindado. Gandhi nos inspiró el orgullo de llevar nuestras propias telas, hiladas y tejidas con nuestras manos, para contrariar el dominio inglés. El mismo hilaba. Yo también lo he hecho. Era un ejemplo de su prédica de la no cooperación no violenta. Y esta actitud (no era pasividad, sino autodominio) triunfó porque el pueblo hindú —y sobre todo las mujeres— la sentía acorde con su naturaleza. Nosotros tratamos de no mostrar demasiado los sentimientos. Quizá esto provenga de milenios de civilización. 
revista Panorama
30/09/1969
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