India - Pakistán
La hecatombe no se demoró

 

 

 

 

 

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"La situación es excepcionalmente grave —escribía Primera Plana, el 17 de agosto pasado—, y las cancillerías occidentales están alarmadas por la posibilidad de un conflicto que tendría dimensiones de hecatombe y que, desde luego, aprovecharía principalmente a China comunista."
La hecatombe sobrevino 20 días después, la semana pasada, cuando los encuentros armados en la zona de Cachemira degeneraron en una encarnizada, cruenta guerra entre la India y el Pakistán. El martes 7 caían las primeras bombas sobre Rawalpindi, la capital pakistana, y Karachi, el principal puerto de ese país, mientras los aviones pakistanos derramaban metralla sobre la zona india de Punjab.
Al mismo tiempo, el gobierno de Pekín condenaba a la India por su "criminal agresión", y aseguraba su "firme respaldo" al Pakistán. En Londres y Washington, en París y Moscú, la alarma crecía: el Departamento de Defensa cortaba su ayuda militar a los países beligerantes, el Kremlin pedía el cese del fuego y se ofrecía a mediar en el conflicto. El miércoles, no bien el Secretario de las Naciones Unidas, U Thant, volaba hacia Rawalpindi y Nueva Delhi, la capital india se conmovía con la cercanía de la aviación rival.
Lal Bahadur Shastri y Mohamed Ayub Khan lanzaron arenga tras arenga, vituperio tras vituperio. La guerra, hasta entonces no declarada oficialmente, desalojaba del escenario mundial al drama vietnamita. Guerra previsible, desencadenada por las pretensiones de ambos Estados sobre el territorio de Cachemira, y propiciada, lejanamente, cuando la muerte de Nehru, en 1964, clausuró una era de estabilidad política. Desde los combates en el Rann de Kutch, que a fines de abril pasado enfrentaron a los Ejércitos de las dos naciones (por ansias territoriales, también, y por el posible petróleo que yace bajo ese suelo), los observadores señalan cómo cunde la miseria en India y Pakistán y cómo el descontento popular era capaz de conducir a los dos gobiernos a buscar en la lucha un pretexto para descargar otras iras.

El revés de la trama
Las raíces del conflicto retroceden a una época en que no existían aún los aviones a reacción que hoy lo protagonizan. Desde 1846 a 1947, Cachemira fue un rico principado indio, administrado por convenios pacíficos con Inglaterra y gobernado desde 1925 por el Maharajá Sir Hari Singh (1895-1961). En 1947, Gran Bretaña se retiró de la India, creándose de hecho dos naciones independientes en el territorio: la India y Pakistán. En aquel momento, Hari Singh eligió que su principado fuera parte integrante de la India, y así sembró la semilla de la pugna actual.
Porque el 80 por ciento de la población de Cachemira profesa la religión musulmana, y debía, por lo tanto, incorporarse a Pakistán, donde la mayoría religiosa cuenta. Ese motivo y los lazos económicos dieron pretexto, en el mismo año de 1947, a algunas manifestaciones populares y a un primer conato de choque entre ambos países. Pero si no hubo guerra total, entonces, las masacres civiles de indios y musulmanes sumaron millares de muertos.
Las Naciones Unidas intervinieron y se obtuvo un cese de fuego, una línea provisoria de límite y, en 1949, la promesa de un plebiscito, que no llegó a cumplirse en los 16 años siguientes. La India estaba ocupando con sus tropas buena parte de Cachemira, se negó a retirarse e hizo imposible la consulta. En 1953 y 1954 los ministros de las dos repúblicas comenzaron una negociación que terminó por ser infructuosa; en 1957 el Consejo de Seguridad de la UN fracasó en una nueva mediación; en 1962, Jawaharlal Nehru, Primer Ministro de la India, rechazó otra oferta de arbitraje, declarando que en materia de soberanía su país no podría admitir mediadores ni negociadores. Pero, en octubre de 1962, China intervino con tropas, obtuvo parte de un territorio que después definió como propio, y firmó con Pakistán un acuerdo sobre una frontera de 480 kilómetros.
Durante los últimos tres años, la situación fue siempre tensa, una mecha encendida. Del lado de la India tironeó Nehru y luego Shastri; del lado de Pakistán tironeó Ayub Khan, todos con un lenguaje agresivo y nacionalista que suele convertir en cálidas a las guerras frías. Entre una y otra nación se alzó el jeque Abdullah, caudillo de Cachemira y líder de los musulmanes. En 1947, Abdullah sostuvo que la partición de India y Pakistán era un error; después optó por la India, pero mantuvo el liderazgo de la opinión musulmana.
Encarcelado por su amigo Nehru, liberado más tarde, vuelto a encarcelar por Shastri, el ex profesor Abdullah ha ocupado la curiosa posición de ser en la India un dirigente de la minoría musulmana (es decir, de 50 millones entre 438 millones de habitantes), un reciente visitante de Mao Tse-tung y un presumible inspirador de la política de Pakistán, dónde los musulmanes son mayoría. La influencia de Abdullah en Cachemira es indiscutida; de hecho, es el jefe de 3.300.000 musulmanes en una población que apenas supera los cuatro millones.
La importancia de Cachemira puede ser medida con varas distintas por ambos gobiernos. En la India se alega que el país ha invertido considerablemente en esa región norteña: caminos, carreteras, usinas hidroeléctricas y hasta una redistribución de la tierra. Esto supone un contraste con la inercia oficial en la región de Azad Kashmir, el territorio del noroeste de Cachemira, que Pakistán tiene bajo su hegemonía.
Pero, a su vez, Pakistán ha aducido que no puede dejar todo el territorio de Cachemira en manos de la India. Por allí pasan tres ríos que siguen hacia Pakistán y que son vitales para su economía. A la disputa religiosa y económica, que es ya muy compleja, se agrega el factor político. Si la India concediera la independencia a Cachemira, en una de las posibles fórmulas de arreglo, correría el riesgo de convalidar otros movimientos emancipadores (los Nagas, los Sikhs, los Tamouls) que llevarían a desmembrar su territorio nacional.
La solución del conflicto ha sido pronosticada para el 18 de setiembre. Al concluir agosto, periodistas destacados en Nueva Delhi recibieron la copia de una carta que el profeta Mahabir Pershad Gupta había enviado al Primer Ministro Shastri: "El divino poder me ha revelado que se librarán rudos combates entre la India y Pakistán, durante 18 días, desde el 15 de setiembre. Los malvados gobernantes de Pakistán efectuarán un ataque por sorpresa". La profecía era cierta en cuanto al ataque, si bien ambos bandos se culpan recíprocamente por la iniciativa.
Está pendiente de confirmación una segunda carta del mismo augur, en la que expresaba: "Pakistán será vencido a los 18 días". Esta semana, el sábado 18, Mahabir Pershad Gupta vivirá la ansiedad de las noticias. Ya las vivió en los últimos días, porque al precipitarse las acciones bélicas, al ulular las sirenas previas a los bombardeos, su quincena de plazo parecía volverse corta, minúscula para alojar tanta saña.

Los frentes se extienden
La crisis actual comenzó un mes y medio atrás, cuando miles de "infiltrados" pakistanos (según Rawalpindi, eran los efectivos de un "ejército de liberación" musulmán, interesado en la independencia de Cachemira, un futuro que defiende el jeque Abdullah) cruzaron la línea de cese del fuego, pasaron a territorio indio e iniciaron operaciones de guerrilla.
Para Nueva Delhi se trataba de soldados regulares de Pakistán; lo fueran o no, nadie duda ya de que esa ofensiva se planificó en Rawalpindi, con el objeto de levantar a los musulmanes de Cachemira o de causar un estruendo tal que el caso se llevara a la mesa de negociaciones de la UN, y el dichoso plebiscito se practicara; ese plebiscito, calculan los pakistanos, les sería favorable y se quedarían con toda Cachemira.
India reaccionó como Israel en 1956 contra los "infiltrados" egipcios (aunque entonces Nueva Delhi condenó la actitud judía); cruzó la frontera pactada con la UN para limpiar los focos sediciosos. Se sucedieron las escaramuzas y las muertes hasta que Pakistán, el 1º de setiembre, atravesó, a su vez, la línea de cese de fuego y penetró en la India con un fuerte contingente de tropas, artillería y aeronáutica.
Los expertos sacaron de sus armarios, la semana pasada, las estadísticas sobre poderío bélico de los dos países:
* Ejército: India, 825.000 soldados; Pakistán, 230.000.
* Aviación: India, 500 aparatos, entre cazas franceses Mystère, bombarderos ingleses Camberra y caza-bombarderos Hunter y Vampire; además, 28.000 hombres. Pakistán: 200 máquinas, que incluyen Camberra y cazas a reacción F 104 y F 86 norteamericanos.
• Reservas: India, 47.000 efectivos, entrenados, y una fuerza de 600.000, mal entrenada. Pakistán, 250.000.
Ni la India ni Pakistán dispondrían de semejantes arsenales si no hubieran contado con la cooperación de potencias occidentales y, en especial, de los Estados Unidos. Desde 1954, Pakistán ha recibido ayuda norteamericana por un valor global de 1.200 millones de dólares. La política india ha sido más moderada, porque su tradición nacional, inspirada en Gandhi, preconiza la no violencia.
Aunque desde la muerte del Mahatma (asesinado de tres balazos en enero de 1948), esa política rozó la agresividad. Tuvo su punto crítico en diciembre de 1961, cuando tropas indias entraron en Goa y se apoderaron de esa posesión portuguesa: en aquel momento, para disculparse, India esgrimió el fundamento de la lucha anticolonialista. Ahora, en la disputa por Cachemira, no le sirve el mismo argumento. Pero los 200 millones de dólares que la India obtuvo de USA sólo tenían un sentido para el Congreso norteamericano: hacer del inmenso país un baluarte más en la hostigación del comunismo.
La historia quiere la paradoja de que India no haya sacado su armamento para repeler un ataque comunista (China y la URSS están en sus fronteras) sino para defender como propio el territorio de Cachemira, que ha estado bajo su soberanía nacional; la paradoja es aún mayor cuando se verifica que en esta ofensiva, los soldados indios manejan pertrechos cedidos por la Unión Soviética.
Y aunque la puja pudo reducirse a la región en litigio, las acciones bélicas de la semana pasada ampliaron su radio en forma alarmante; no sólo se traspasaron los límites del cese del fuego, sino —por tierra, aire y mar—los tradicionales. Las fuerzas de Ayub Khan asediaron Srinigar, capital de la Cachemira india, pero también otros puntos lejanos, como el puerto sagrado de Duarka, además del intento de bombardear Nueva Delhi, que los cazas de Shastri consiguieron impedir.
Los indios no se quedaron atrás en la extensión de los frentes; sus ejércitos y su Aeronáutica se ensañaron contra importantes ciudades pakistanas, entre ellas Lahore. Ambas partes se atribuyen, como es de estilo, importantes avances y victorias, que la otra parte desmiente y corrige. Es el eterno juego psicológico; menos juego hay en el fragor con que las dos naciones se hostigaron, con que creció la lista de bajas.
La guerra desatada puede quebrar el delicado equilibrio de las grandes potencias. La ruptura entre China y la Unión Soviética facilitó de algún modo la intervención norteamericana en Vietnam, que difícilmente hubiera ocurrido ante un esfuerzo militar conjunto de las dos repúblicas comunistas. Entre India y Pakistán es posible que se dirima, otra vez, una seria carta internacional. Está claro que Indonesia y China respaldan a Ayub Khan, mientras parece lógico que Estados Unidos y la URSS se inclinen por la India, si bien su neutralismo es todavía oficial.
En el embrollo de fuerzas políticas y militares se debate U Thant, que la semana pasada se declaró partidario del ingreso de Pekín en las Naciones Unidas. Sin duda advierte que la guerra indo-pakistana beneficia a China; al concluir la semana, mientras se entrevistaba con Ayub Khan y después con Shastri, y atendía las reclamaciones de uno y otro (India exigía el retiro de tropas enemigas de territorio propio, Pakistán insiste, pidiendo el plebiscito de Cachemira), Thant notaba que la paz es un ideal dificultoso. Hay que pelear por ella en un mundo donde, como diría George Orwell, todos los países son neutrales pero algunos son más neutrales que otros.
Primera Plana
14 de septiembre de 1965

(para otra referencia posterior al tema clic aquí)

Vamos al revistero

soldados de la India a la caza de pakistanos, en Cachemira