KENNEDY FRENTE A KRUSCHEV
Por Theodore C. Sorensen

 

 

 

 

 

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LA elección de un Presidente lo bastante joven como para ser su hijo fue recibida, a fines de 1960, con curiosidad y confusos recelos, por la mayoría de los líderes mundiales. Nikita Kruschev explicó claramente al Embajador de USA en Moscú, Llewellyn Thompson, su interés en conferenciar con Kennedy tan pronto como fuera posible.
A su vez, el 11 de febrero de 1961, Kennedy consideró nuestras relaciones con la URSS durante una larga reunión en la Casa Blanca, con Dean Rusk, McGeorge Bundy, Thompson y tres expertos que habían servido como representantes en Moscú; Charles Chip Bohlen, quien revistaba en el Departamento de Estado; George Kennan, flamante Embajador en Yugoslavia; y Averell Harriman, cuyo primer puesto bajo Kennedy fue el de Embajador viajero. Todos coincidieron en que sería útil para el Presidente medir a Kruschev, descubrir cara a cara sus puntos de vista sobre la carrera nuclear y otros temas, obtener una impresión inicial a partir de la cual podría luego juzgar las acciones y palabras de Kruschev, y esclarecer y circunscribir los intereses vitales por los que pelearía USA.
El encuentro de Kennedy y Kruschev en Viena (3 y 4 de junio de 1961) no fue, para ninguna de las dos partes, ni una victoria ni una derrota; fue, como esperaba el Presidente norteamericano, un acto útil; o, como informó más tarde el Primer Ministro soviético, necesario. Los dos hubieran estado de acuerdo en que no fue un acontecimiento decisivo.
Preparándose para la cita, Kennedy dedicó mucho de su tiempo libre a la revisión de todas las conversaciones previas mantenidas por gobernantes norteamericanos con Kruschev; entrevistó a quienes lo habían conocido, estudió sus características personales así como su política, y practicó exámenes intensivos de los problemas que podrían presentarse.
Ambos fueron firmes pero corteses, discutieron vigorosamente pero con educación. En general, Kennedy tomaba la iniciativa, introducía los temas, los ahondaba, volvía la charla a su cauce normal, presionaba al Primer Ministro en busca de respuestas. Sin embargo, Kruschev hablaba más; Kennedy menos, aunque con mayor precisión. Entre los dos, a pesar de la divergencia de sus opiniones, se estableció un curioso tipo de acercamiento, que ayudó a continuar el diálogo en los mesas siguientes.
Las tres comidas dieron la única verdadera oportunidad para un ocioso contacto. Kennedy fue el anfitrión, el primer día, de un almuerzo en la Embajada de USA; Kruschev lo hizo en la Embajada de la URSS, el segundo día. El gobierno de Austria organizó una espléndida cena y ballet en el reluciente Palacio de Schönbrunn. (El Presidente casi se sentó en las faldas de la señora de Kruschev, a causa de una equivocación, y Kruschev divirtió a Jacqueline Kennedy prometiéndole el regalo de un cachorro de los perros que volaron en el espacio.)
Durante estas comidas, la conversación fue intrascendente. Cuando Kennedy, encendiendo un cigarro, dejó caer el fósforo detrás de la silla de Kruschev, el Primer Ministro le preguntó: "¿Está tratando de prenderme fuego?" Kennedy respondió que no. "Ah, usted es un capitalista, no un incendiario", replicó Kruschev. Kennedy recordó que ninguno de los principales capitalistas de la industria y las finanzas, que, trataron a Kruschev en 1959, había votado por el Partido Demócrata, "Son muy listos", comentó el Primer Ministro creyendo que era una broma.
Cuando Kruschev explicó que la medalla que llevaba era el Premio Lenín de la Paz, Kennedy dijo con una sonrisa: "Espero que la mantenga". Kruschev se refirió a la necesidad soviética de maíz y fertilizantes, al énfasis que ponía la URSS en los submarinos en lugar de los armamentos terrestres y al mensaje especial al Congreso pronunciado por Kennedy, un mes antes. Era obvio que había leído —o recibido informes de— los más importantes discursos de Kennedy, además de un buen número de oscuras deliberaciones parlamentarias. Los pedidos de fondos para la defensa, formulados por Kennedy, lo llevaron a incrementar sus propias fuerzas, señaló Kruschev, Según el Primer Ministro, tanto él como Kennedy se hallaban bajo la presión de científicos y militares para que se reanudaran las pruebas atómicas. "Pero aguardaremos a que ustedes lo hagan antes; y entonces, nosotros los imitaremos", prometió Kruschev.
El líder soviético también dejó sentada su creencia en la más alta autoridad. Si los jefes de Estado no pueden resolver problemas, ¿cómo pueden resolverlos los funcionarios de menor jerarquía? Le gustaba el contacto personal hasta donde fuera posible, reveló, por más capaces que fueran los Embajadores. El amor natural es mejor que el amor a través de intermediarios, filosofó. Kruschev sostuvo haber respetado al predecesor de Kennedy. Estaba casi seguro de que Dwight Eisenhower, no se había enterado del vuelo del U2, un hecho que él juzgaba deliberadamente planeado para agriar las relaciones soviético-norteamericanas; pero Eisenhower asumió la responsabilidad con espíritu caballeresco.
El viaje de Eisenhower a la URSS fue necesariamente cancelado, pero él esperaba que Kennedy visitara Rusia "cuando el momento sea propicio. El camino está abierto", Podría ver a quien quisiera y lo que quisiera, porque los Soviéticos tenían confianza en su sistema. Lástima que el señor Nixon, agregó Kruschev, pensó que podría convertir al pueblo ruso al capitalismo mostrando una cocina que nunca existió, ni siquiera en los Estados Unidos. "Pido disculpas por hablar de un ciudadano norteamericano, pero sólo a Nixon pudo ocurrírsele semejante teoría."
El pueblo soviético —continuó Kruschev— admira al pueblo norteamericano y sus éxitos tecnológicos, nuestro gobierno condecoró a ingenieros norteamericanos que ayudaron a reconstruir el país después de la Revolución. Uno de ellos retornó después a la URSS e informó que estaba construyendo casas en Turquía. Por supuesto sabíamos que lo que estaba construyendo eran bases, pero ése es un asunto que concierne a su propia conciencia.

LA BATALLA DE IDEAS
La conferencia en, sí comenzó cuando los dos recordaron "su breve presentación en la reunión del Comité de Relaciones Exteriores del Senado de USA, durante la gira de Kruschev en 1959. El Presidente se explayó, de inmediato, sobre su tesis de los dos grandes poderes nucleares como medio de eludir situaciones que comprometieran sus intereses vitales en una confrontación directa, ante la cual nadie podría echarse atrás. Una y otra vez tocó este punto en los dos días de debate.
Kruschev se quejó de que John Foster Dulles (Secretario de Estado de Eisenhower) pretendiera liquidar al comunismo. Kennedy replicó que el conflicto verdadero residía en que los soviéticos intentaban imponer el comunismo a los demás. "No es cierto —contestó Kruschev—. Nosotros confiamos en que el comunismo triunfe como una consecuencia social. La Unión Soviética está contra la imposición de su política a otros Estados. Así como el feudalismo dio paso al capitalismo, del mismo modo, hoy el capitalismo es desafiado por el comunismo."
"La inevitabilidad histórica —declaró Kennedy— no está demostrada por una minoría que toma el poder contra la voluntad del pueblo, aun si a eso se le llama «guerra de liberación». El fin de sistemas como el feudalismo y la monarquía ocasionó luchas en el pasado, hoy, nuestros países sufrirían si se produce una nueva guerra mundial. La competencia ideológica debería ser conducida sin que afecte los intereses vitales y la seguridad de las dos naciones." Y llamó la atención sobre los peligros que acarrea el error de cálculo.
Ante esas frases Kruschev se erizó. No le gustó la expresión "error de cálculo" lo el reiterado uso que de ella hizo el Presidente. ¿Es que, según el Presidente, ¿el comunismo sólo debía existir en los países comunistas, que su desarrollo en cualquier otra parte sería considerado por los Estados Unidos como un acto hostil de la Unión Soviética?
Los Estados Unidos —prosiguió— quieren que la Unión Soviética se siente, como un colegial, con las manos sobre el pupitre. Pero no existe inmunidad contra las ideas. La política soviética preconiza que las ideas no deben ser impuestas mediante la guerra o las armas.
Mao Tse-tung —lo interceptó Kennedy— ha afirmado, que el poder está en la punta de un rifle. 
No —aseveró Kruschev—; Mao no pudo haber dicho eso. Es un marxista y los marxistas se oponen a la guerra.
De cualquier manera, insistió Kennedy, el error de cálculo designa simplemente a una equivocada predicción sobre el próximo movimiento del otro bando, se aplica igualmente a otros países. "Yo cometí un error de cálculo en el caso de Bahía de Cochinos." Kruschev tenía que formular, con asiduidad, juicios sobre Occidente. Por lo tanto, el propósito fundamental del encuentro de Viena era el de lograr más precisión en los juicios de las dos partes.
Kruschev volvió en varias oportunidades a la tesis de que la URSS no podía sentirse responsable por cada levantamiento espontáneo o tendencia comunista. Los cubanos se alzaron contra los Estados Unidos —opinó— porque los círculos capitalistas norteamericanos apuntalaron al dictador Batista. El desembarco en Bahía de Cochinos sirvió para que creciera el temor cubano de que los Estados Unidos impondrían un nuevo Batista.
Castro no es un comunista pero la política norteamericana quizás lo ayude a serlo, afirmó Kruschev. Él mismo, como comunista (no como un marxista nato, porque los capitalistas lo habían transformado en un comunista) no podía pronosticar hacia dónde se dirigiría Castro. Y si los Estados Unidos se sentían amenazados por la diminuta Cuba, ¿qué podría hacer la URSS respecto de Turquía y de Irán?.
Cuba sola no era considerada como una amenaza por el gobierno de los Estados Unidos, replicó Kennedy, aclarando que él no defendía a Batista en absoluto, Eran las anunciadas intenciones de Castro de sojuzgar al continente americano las que podrían ser peligrosas. Si Castro hubiera sido elegido libremente, sin interferir en la elección de otros,
los Estados Unidos podrían haberlo respaldado. ¿Cuál sería la reacción del Primer Ministro ante un gobierno pro occidental, en Polonia, que surgiera de comicios libres?
"Es irrespetuosa —protestó Kruschev— la manera en que el Presidente se refiere a Polonia, cuyo sistema de elecciones es más democrático que el de los Estados Unidos."
"En los Estados, Unidos podemos elegir", arguyó Kennedy.
"Los partidos políticos norteamericanos tienen como único objetivo el de engañar al pueblo. No hay diferencias reales entre ellos —respondió el Primer Ministro—. ¿Y qué me dice del apoyo norteamericano a regímenes reaccionarios como los de China Nacionalista, Pakistán, España, Irán y Turquía, o los países colonialistas? El Cha de Irán proclama que su poder le fue concedido por Dios. Todo el mundo sabe que el padre del Cha tomó el poder en Irán, y el padre del Cha no era Dios sino un sargento en el Ejército iranio. Alguna vez, los Estados Unidos fueron la avanzada en la lucha por la libertad; tan revolucionarios en sus comienzos que el Zar de Rusia tardó 26 años en reconocerlos. Ahora, los Estados Unidos rehúsan reconocer a la Nueva China, y así ofrecen una prueba de cómo cambiaron los tiempos."
Al contestarle, Kennedy admitió que no todos nuestros aliados eran tan democráticos como los Estados Unidos. Ciertos pactos o asociaciones hechos por los Estados Unidos obedecen a razones estratégicas, y citó los casos de Yugoslavia (para molestia de Kruschev) y España. Pero ensalzó las ventajas de quienes querían cambios. El era partidario del cambio y había sido elegido en 1960 por prometer cambios. Las "guerras de liberación" que Kruschev respaldara en enero pasado no siempre reflejaban la voluntad del pueblo y podían comprometer a las grandes potencias.
Los Estados Unidos —dijo Kruschev— sufren de delirios de grandeza. Se atuvo a la tesis de que la URSS era contraria a las ingerencias exteriores en las elecciones de los pueblos. Los comunistas tienen una vasta experiencia en la guerra de guerrillas. Si las unidades guerrilleras son enviadas desde afuera y el pueblo no las respalda, se trata de una ocupación sin esperanzas. Si las unidades guerrilleras son locales, entonces, cada matorral es su aliado.
Tres cuestiones específicamente substanciosas dominaron la discusión; 1) Laos, 2) Una prohibición de las pruebas nucleares y, 3) Berlín. En el tema de Laos, la persistencia de Kennedy ayudó a llevar a Kruschev al único acuerdo substancial de la reunión, una ganancia pequeña pero inesperada.
Kruschev sostuvo que el Presidente había ordenado y después anulado un desembarco de Infantería de Marina norteamericana en Laos. No hubo tal orden, aseguró el Presidente. Kruschev dijo que lo había inferido de los informes de prensa. Y, finalmente, convino en que Laos no valía una guerra por parte de ambas potencias, que el cese del fuego debía ser respetado.
Acerca de la prohibición de las pruebas nucleares no hubo acuerdo. Más de tres inspecciones anuales in situ serían con propósitos de espionaje, argumentó Kruschev, agregando su creencia de que eso es lo que siempre había deseado el Pentágono y que la proposición de "cielos abiertos" de Eisenhower formaba, parte del mismo esquema.
Aún más, dijo, los sucesos de ese año en el Congo habían enseñado a los rusos que ni a la UN neutral ni a otra tercera parte podría confiársele la inspección de sus acciones sin ser sometidas a veto. Si los Estados Unidos quieren que me echen, bromeó, deben proseguir en esta línea.
El Presidente Kennedy le preguntó si creía en la imposibilidad de encontrar alguna persona perfectamente neutral entre los dos países. Kruschev contestó que sí. Pero las conversaciones más penosas fueron las vinculadas con Alemania y Berlín. Kruschev se puso beligerante; Kennedy, intransigente. "No vine —comentó más tarde— pensando en obtener un rápido entendimiento." A más de un periodista describió las exigencias de Kruschev y su propia determinación de no ceder. Si Kruschev hubiera sido sincero en lo que dijo sobre Berlín, las perspectivas de guerra atómica serían ahora muy reales, porque Kennedy fue sincero en cuanto dijo.
Estaba desilusionado al ver cómo Kruschev se aferraba a los viejos mitos: la inspección como un equivalente del espionaje, la Alemania Occidental como fuente de peligros, los Estados Unidos como defensores del colonialismo, Kennedy como herramienta de Wall Street.
"Los soviéticos y nosotros damos significados totalmente distintos a sus mismas palabras: guerra, paz, democracia, voluntad popular. Tenemos puntos de vista completamente diferentes sobre el Bien y el Mal, sobre la diferencia entre asunto interno y agresión, sobre adonde va el mundo y en qué está ahora", expresó el Presidente.
Con menos de seis meses para prepararse para una eventual guerra nuclear en Berlín, Kennedy no quería que ningún periodista o ciudadano tuviese la impresión de que la complacencia, contra la que combatió durante tanto tiempo, podía seguir siendo tolerada, o que había métodos mágicos o sencillos capaces de desviar el impulso soviético. Pero quizá haya malversado las noticias. Sus instrucciones privadas a la prensa fueron tan poco optimistas, mientras Kruschev aparecía en público tan jubiloso, que pronto se difundió la leyenda de que Viena había sido una experiencia traumática, una sacudida, que el Primer Ministro soviético había humillado y decepcionado al Presidente norteamericano hasta deprimirlo y descorazonarlo.
De hecho, corrió más tarde escribieron numerosos periodistas basándose sobre reportajes a Kruschev, el líder ruso consideró a Kennedy como un hombre "duro", especialmente en el asunto de Berlín. Personalmente, Kennedy le agradaba por su franqueza y su sentido del humor, pero Eisenhower —opinó— había sido más razonable. Hasta el incidente del U2 resultaba menos arduo entenderse con él.
Lo cierto es que ni Kennedy ni Kruschev emergieron victoriosos o derrotados, alegres o conmovidos. Cada uno intentó hallar debilidades en el otro; no las halló. Kruschev no se dejó impresionar por el encanto y los razonamientos de Kennedy; tampoco Kennedy esperaba lograrlo. Kennedy no se dejó asustar por el abrupto lenguaje de Kruschev, y si el jefe soviético esperaba atemorizarlo, supo luego que no lo consiguió. 
Pero cada uno de ellos dejó, en el otro, una impresión perdurable. Los dos siguieron en contacto, aunque sin llegar a otra entrevista. El camino fue allanado por el gobernante ruso, quien desde su casa del Mar Negro envió a Kennedy una carta el 29 de setiembre de 1961.

AMISTAD POR CARTA
Aunque la publicación de la correspondencia que empezó entonces no podría ya afectar el poder o los planes de cualquiera de los dos, es importante que los futuros líderes soviéticos se sientan libres para hacer proposiciones privadas por este medio, sin temer su uso futuro. Consecuentemente, me atendré a una discusión de la naturaleza y el propósito de estos textos.
Kruschev había planeado escribir —decía su primera carta— al principio del verano posterior al encuentro de Kennedy con su yerno, Adjubei, y un agente de prensa soviético, en Washington. Pero el discurso de Kennedy a la nación, sobre Berlín, en el mes de julio, fue tan beligerante que condujo a un intercambio de acciones militares en ambos países. Según Kruschev, esas acciones fueron tomadas bajo presión y debían ser restringidas.
Una correspondencia puramente informal e impersonal, señaló, podría prescindir de las burocracias diplomáticas, omitir la propaganda usual para el consumo público y definir posiciones sin recurrir a la prensa. Si Kennedy no estaba de acuerdo, podría considerar que esta primera carta no existía. La consigna era —en cualquier caso— no referirse públicamente a la correspondencia.
La carta, que empezaba con un "Estimado Señor Presidente", estaba firmada así: "Acepte mis respetos, N. Kruschev, Presidente del Consejo de Ministros de la URSS". No se entregó a través de los carriles diplomáticos usuales, y su llegada causó sensación y una nube de conjeturas entre el grupo de consejeros a quienes el Presidente informó de su existencia. La correspondencia propuesta se adecuaba a la idea de Kennedy de abrir vías de comunicación. Posiblemente habría una disminución del peligro en Berlín mientras se intercambiaban esas cartas esperanzadas.
Pero él sabía que también entrañaban peligros. Una respuesta firmemente negativa en la cuestión de Berlín podría precipitar la acción soviética. Una respuesta fuertemente positiva podría ser exhibida en privado a los alemanes y a los franceses como prueba de que se conspiraba a sus espaldas.
Si Kennedy revelaba la correspondencia a la resquebrajada NATO, sería suprimida. Si no lo hacía, Kruschev podría usarla para dividir a Occidente. "La respuesta a esta carta —dijo el Embajador Bohlen— puede ser la más importante que el Presidente haya escrito jamás."
Unas dos semanas más tarde, el Presidente completó su respuesta en Cape Cod. Como Kruschev, la inició con una nota intrascendente acerca de su casa de verano, los niños y sus primos, y la oportunidad de obtener una perspectiva más clara y tranquila lejos del ruido de Washington.
Recibió complacido la idea de una correspondencia privada, aunque aclaró que el Secretario de Estado y algunas otras personas serían informados de ella. Un cambio de ideas en términos realistas y francos —escribió— podría suplir las vías más formales y oficiales. Mientras las cartas fueran privadas, y no pudiesen jamás convertir al otro, podrían también, agregó, estar al margen de las polémicas de la Guerra Fría. Las polémicas seguirían, por supuesto, pero sus mensajes tendrían un tono diferente.
En esta carta como en otras que siguieron, el Presidente escogió las ideas de Kruschev con las cuales estaba de acuerdo, algunas veces interpretándolas según su propio criterio. Según la modalidad de Kennedy, su carta fue muy larga —casi diez páginas a un solo espacio—, pero no tanto como la de Kruschev.
Mantuvo en ella un tono cordial y esperanzado, con un marcado dejo personal y repetidas referencias en primera persona (que eran raras en sus discursos). Estuvo de acuerdo con el énfasis de Kruschev acerca de la obligación especial que ambos tenían hacia el mundo, tratando de prevenir otra guerra. Ellos no eran personalmente responsables por los sucesos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, que condujeron a la actual situación de Berlín, agregó, pero serían responsables si no eran capaces de zanjar esa situación pacíficamente.
Habiendo encabezado su epístola con "Estimado Señor Presidente", la cerró con los mejores deseos de su familia para la de Kruschev y la expresión de su profunda esperanza en que, a través de este intercambio de cartas o por otros medios, las relaciones entre las dos naciones pudieran mejorar. Esa, dijo, es nuestra más grande responsabilidad conjunta y nuestra gran oportunidad.
En los dos años siguientes, esta correspondencia creció, aunque su existencia sólo fue conocida después de la crisis del Caribe. A veces llegaban cartas de Kruschev en las que hablaba simultáneamente sobre temas distintos. Ese contacto epistolar logró muy pocas cosas concretas, si se excluyen las misivas especiales sobre la crisis del Caribe. Los argumentos intercambiados —sobre Laos, las pruebas nucleares, Cuba, Vietnam y Berlín— no difieren en su esencia de los argumentos esgrimidos por los enviados especiales o por los discursos. Pero el tono es otro.
En más de una ocasión, Kennedy tuvo que recordar al dirigente soviético que esta vía de comunicación informal y privada no debía ser empleada para repetir los argumentos habituales y las aseveraciones normalmente reservadas a debates públicos y propaganda. Mientras las cartas no implicasen una genuina negociación, deberían ser usadas para identificar más claramente las áreas de acuerdos y desacuerdos, no para echar culpas, repetir slogans o discutir sobre historia, personalidades e informes de prensa.
Las cartas de Kruschev variaron. Por momentos eran más duras que sus declaraciones públicas. Algunas parecían haber sido despachadas por un ayudante y contenían las propuestas de negociaciones usuales. Otras eran más cándidas, pintorescas, plenas de anécdotas y largas, con el acento puesto en sus actividades y responsabilidades personales. Esas, estábamos seguros, eran dictadas por él mismo.
Sus referencias a los debates del Congreso y a los artículos periodísticos norteamericanos mostraban a menudo un sorprendente conocimiento de los detalles. Sus metáforas eran, a menudo, divertidas. El desacuerdo ruso-norteamericano sobre Berlín, por ejemplo, fue comparado por Kruschev con dos cabras estúpidas y testarudas enfrentándose sobre un estrecho puente. Ninguna da ellas quería ceder, y por fin las dos caían en el abismo. La influencia de de Gaulle sobre Adenauer, en cambio, fue fabulada como un campesino ruso que caza un oso a manos limpias, pero no puede ni llevarlo consigo ni librarse de él. Cuando el lenguaje de Kruschev era cortante, sonaba, pese a todo, cortés; echaba la culpa no a Kennedy sino a "ciertos círculos" y a los "trastornados" de USA y de Occidente.
Las cartas de Kennedy también eran cordiales, pero más breves, más directas y —pese a la carencia de resultados concretos— de las más persuasivas que haya escrito jamás. Mantuvo a Kruschev excitado con atrayentes argumentos, con razones para postergar un tratado de paz alemán y con la esperanza de un acuerdo final.
Apenas Kruschev supo que nuestro Secretario de Estado y nuestro Embajador en Moscú habían sido informados de la correspondencia, especulamos sobre la continuidad de estos diálogos —durante un tiempo, la atmósfera de entrega era muy misteriosa—; pensamos cómo haría para mantenerlos en secreto de algunos miembros de su gobierno, posiblemente algún militar o miembro del Presidium.
En la única ocasión en que serví de contacto, el correo de Kruschev —un funcionario soviético menor en Washington, Georgi Bolshikov, quien me entregó un papel doblado con la carta ya traducida, cuando nos encontramos y caminamos por el centro de Washington— aseguró que la propuesta del mensaje (una concesión pequeña sobre Berlín) había sido hecha a título puramente personal. Kruschev creía, dijo, que sus mejores esfuerzos salían de su propia pluma, no de los expertos en relaciones exteriores, "quienes se especializaban en el porqué de algo que no funcionó 40 años atrás", y suponía que Kennedy operaba sobre la misma base.
Hubo, por supuesto, las típicas cartas formales y también las notas diplomáticas. Los expertos del Departamento de Estado expresaron sus dudas previsibles sobre cualquier método para evitar las vías normales. Eisenhower también se había escrito con Zhukov, Bulganiny Kruschev; pero todo ese epistolario fue reconocido como correspondencia gubernamental formal y tuvo divulgación pública.
Kennedy rechazó todo consejo para poner fin a la correspondencia. La familiaridad de esta vía privada facilitó, en mi opinión, el intercambio de las nuevas cartas que culminaron en la crisis del Caribe, Las cartas permitieron también que ambos hombres pudieran juzgarse más exactamente. Kruschev le confió a Pierre Salinger [Secretario de Prensa] que había adquirido un sólido respeto y hasta afecto personal por Kennedy, a pesar de sus diferencias. Le expresó a Castro, según una fuente de información, que "Kennedy es un hombre con el que se puede hablar". Apreciaba el acercamiento antidemagógico de Kennedy y —sobre todo después de octubre de 1962— creía en su determinación.
A su vez, Kennedy rechazó por completo las imágenes populares de Kruschev como un tosco bufón o una figura encantadora. Era, según su punto de vista, un adversario inteligente, difícil y astuto. "Un complejo nacional de inferioridad —dijo JFK— lo hace actuar así."
Pero Kruschev se daba cuenta, como creía Kennedy, de la cautela con que era preciso moverse en una era de capacitación nuclear. Encontró al Primer Ministro admirablemente desinteresado en discutir los asuntos triviales, porque no le concernían, y los muy vastos, porque allí ninguno de los dos podía ceder.
Kruschev, notó, compartía algunas de sus propias quejas sobre la presión interna de los militares, de otros políticos o de países asociados. Estaba interesado en el informe de Harriman, después de una visita a Moscú en 1963; el jefe soviético aparecía en él —a diferencia de Stalin, a quien Harriman había conocido, como un hombre deseoso de caminar abiertamente entre la gente. Parecía estar unido a su pueblo por un afecto mutuo, y mantenía una fuerte disciplina dictatorial sin la atmósfera de terror stalinista.
Cuando se le preguntó su evaluación del status político de Kruschev, el Presidente respondió; "No creo que lo conozcamos a fondo, pero supongo que tiene sus meses buenos y sus meses malos, como los tenemos todos nosotros".
Primera Plana
30-11-1965
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