Rhodesia: El desafío de los cowboys

 

 

 

 

 

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En 189 años no había ocurrido nada igual. Un país que fue colonia inglesa y que luego integró la Comunidad Británica de Naciones, decidió separarse de todo vínculo con la Corona y declarar su independencia. El único antecedente fue, en 1776, el de los Estados Unidos de América, con mayores agravios que invocar para fundamentar la separación, Y aunque otras colonias y dominios se han independizado después, el Imperio Británico accedió en cada caso con la confianza de que estaba contribuyendo a la voluntad mayoritaria de las nuevas repúblicas.
Desde el caso mayor de India y Pakistán (en 1947) hasta el más reciente de Bechuanaland (que será un país africano autónomo desde el 30 de setiembre de 1966), cada declaración de independencia ha nacido de un acuerdo entre los nativos y los ingleses, que fueron sus colonizadores. Con Rhodesia, en cambio, la independencia es un conflicto presente y una amenaza de conflicto futuro. Fue declarada el jueves, pasado por voluntad de su gobierno actual, con la oposición de Gran Bretaña y la explícita opinión contraria de potencias tan disímiles como los Estados Unidos, la Unión Soviética, China Popular. Las Naciones Unidas también la objetaron.
Rhodesia debe su nombre a Cecil John Rhodes (1853-1902), el conquistador inglés que se hizo rico en África y peleó por los intereses de la Corona, con tenacidad claramente imperialista. Pero en el curso de este siglo, a través de sucesivos acuerdos y de una Federación (con Rhodesia del Norte y con Nyasaland) que sólo duró de 1953 a 1963, el país obtuvo mayores grados de autonomía. Hasta la semana pasada, como miembro de la Comunidad Británica, elegía su propio cuerpo parlamentario y su propio gabinete ejecutivo, pero esas autoridades estaban supervisadas por el Gobernador de la Corona, Sir Humphrey Gibbs. 
La voluntad de ser una nación independiente parece, a primera vista, muy legítima, pero esconde una oscura historia de segregación racial. En los últimos tres años, y particularmente desde que ascendió al poder el actual Primer Ministro Ian Smith (en abril de 1964), el tema fue una discusión casi diaria. De un lado estaba la clase gobernante, dirigida por Smith, apoyada por 225.000 pobladores blancos, buena parte de los cuales, como el propio Ministro, nacieron en Rhodesia. Por otro lado, hay cuatro millones de habitantes negros, de los que sólo 11.500 tienen derecho a voto.
Las riquezas minerales y ganaderas, los cultivos de algodón y de tabaco, que dieron prosperidad al país, se apoyan obviamente en diversos grados de explotación de los nativos negros por los colonos blancos. Aquellos están subordinados económicamente, privados del sufragio, y reciben grados ínfimos de instrucción. Cuando Smith alegó que los negros no se hallan preparados para votar, la respuesta de los líderes negros opositores fue que el Estado gasta un promedio de 125 libras esterlinas en cada escolar blanco y sólo 12 libras en el negro. Es absurdo esperar que la población de color llegue a tener la educación cívica que se le exige para el voto.
La segregación y el dominio blanco convierten así a la independencia de Rhodesia en una parodia de democracia. Sobre el punto hizo cuestión Gran Bretaña, negándose a aprobar una separación que daría visos legalistas a una injusticia social. El gobierno de Smith ha mantenido en prisión a los dirigentes opositores, Garfield Todd (que es blanco), Joshua Nkomo y Ndabingi Sithole (negros), quienes exigen plebiscitos que naturalmente derrotarían los intereses de la minoría blanca (quizá por 17 a 1) y sólo parece contar, para su independencia, con el del régimen colonialista de Portugal y del racista de la Unión Sudafricana.
Hace más de un año, en un encontronazo con el entonces Primer Ministro británico Alec Douglas-Home, Smith alegó: "A usted le resulta fácil ser amigo de los negros, porque vive en Londres. "Vaya a Rhodesia, quédese allí y vamos a ver si se ocupa de salvar su cabeza o de merecer un aplauso en las Naciones Unidas". Durante los meses siguientes, Smith amenazó una y otra vez con la declaración unilateral de independencia, fundándose en los derechos de una población blanca que había conducido la colonización y el progreso del país.
Harold Wilson procuró disuadirlo durante todo octubre. En diez días de reuniones, primero en Londres y después, en Salisbury, capital de Rhodesia, ambos jerarcas llegaron a un punto muerto en sus negociaciones, mientras Gran Bretaña recibía para su oposición el respaldo expreso de las Naciones Unidas (que le pidió negarse a la independencia hasta por la fuerza) y el apoyo tácito de los Estados Unidos, Unión Soviética y China Popular, cuyos gobiernos se hicieron solidarios con los postergados intereses de la población negra. Fracasaron, sucesivamente, la solicitud de un plebiscito y la de formar una Comisión Real que mediara en el conflicto.
El jueves 11, después que Smith proclamó la independencia (con gentiles manifestaciones de respeto a la Reina Isabel y al Himno Nacional británico), el Gobernador Gibbs lo declaró destituido. Hasta fines de semana, sin embargo, Gran Bretaña se negó a refrendar sus derechos con las armas; en cambio, reiteró su amenaza de bloqueo económico absoluto, una medida que cancelará a Rhodesia la venta de sus productos y que es capaz de sumirla en una crisis fatal, pues tampoco conseguirá nuevos compradores, dado el apoyo de las grandes potencias a Inglaterra.
Los observadores explican el paso dado por Smith como el fruto de una presión, más que de una convicción. De echarse atrás v aceptar cualquier pausa conciliadora sus colaboradores—a quienes se conoce en Rhodesia como "los cowboys"— lo hubieran borrado del escenario político. Especialmente, cinco de ellos a quienes une una obcecada determinación por mantener la supremacía blanca: William John Harper (49 años) Ministro del Interior, nacido en Calcuta, héroe de la RAF; Clifford Dupont (60), abogado londinense que ocupa el cargo de Viceprimer Ministro; Desmond Lardner-Burke (56), el único oriundo de Rhodesia, Ministro de Justicia; James Angus Graham (58), séptimo Duque de Montrose, que en 1933 dejó su aristocrática vida en Escocia para dirigir una hacienda en Rhodesia y a quien Smith nombró Ministro de Agricultura; y Pieter Kenyon Van der Byl (41), Viceministro de Información, en cuyas comidas es de rigor el traje de etiqueta.
PRIMERA PLANA
18 de noviembre de 1965
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