Dalí: Cómo habitar un mito


Dalí por Miguel Brascó

 

 

 

 

 

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—¿Es cierto que acaba de pintar a su mujer con dos costillas asadas en el hombro?
—Sí, es cierto. Pero las costillas no están asadas: están crudas.
—¿Por qué?
—Porque mi mujer también está cruda.
—¿Y por qué las costillas con su mujer?
—Me gustan las costillas y me gusta mi mujer: no veo ninguna razón para no pintarlas juntas.
Este fragmento de diálogo ha sido recordado en las últimas semanas por los más memoriosos cronistas neoyorquinos: fue lo primero que dijo Salvador Dalí en Nueva York, todavía en la planchada del buque que le hacía cruzar por primera vez el Atlántico, en 1934. Pero, además de su valor histórico, esas respuestas fueron también el primer peldaño de una escalera majestuosa: la que convirtió a Dalí en el favorito de los millonarios norteamericanos, en el pintor más caro y publicitado del mundo, en el dueño de un universo donde las contradicciones morales e ideológicas pesan menos que los chispazos de genialidad.
Nadie que se haya aproximado con interés a la cultura del siglo XX puede ignorar que este hombre de 61 años, empeñado desde hace 40 en ser el histrión de sí mismo, está ligado indisolublemente a los mejores golpes de luz de esa cultura: en algunos aspectos, es el ejemplo viviente de esa cultura en acción. Está evidencia suele pasar inadvertida con frecuencia por los observadores del snobismo internacional. La reciente llegada de Dalí a Nueva York —para inaugurar la mayor exposición hecha hasta el presente de sus obras, en la Huntington Hartford's , Gallery of Modern Art, con más de 300 trabajos de distintas épocas— es una buena ocasión para remover el "caso Dalí", para sugerir algunas pautas a su discutida
inmortalidad, de la que nadie sino él parece estar definitivamente seguro:
• Si Dalí no es "el mayor genio de la actualidad, sólo superado en otros tiempos por Vermeer de Delft, Velázquez y Rafael", como el propio pintor gusta definirse, es, en todo caso, el único de los grandes pintores modernos cuyos procedimientos están emparentados directamente con los clásicos del Renacimiento: entre las esponjas embebidas en pintura que arrojaba Leonardo a las paredes para descubrir sugerencias de paisajes, y la "pintura a arcabuzazos" preconizada por Dalí, no hay demasiadas diferencias.
• Saliendo del Louvre, en 1928, Dalí confesó a André Breton: "Es cierto que debemos pintar sueños y cosas inexistentes. Pero hay que pintarlos bien". Ese rigor formal no lo abandona desde entonces: sus más obstinados críticos coinciden en admitirle "una técnica de casi inhumana perfección".
• De todos los sobrevivientes del surrealismo, Dalí es el único cuya vida ha permanecido fiel a los postulados de continua violación de la realidad que preconizaba el movimiento: está por verse si, al convertirse en el revulsivo favorito de los magnates de todo el mundo, Dalí no consumó también la mayor humorada histórica del surrealismo.
• A caballo de distintos 'ismos' del siglo, debe reconocerse que Dalí los anticipó a casi todos: sus objetos enyesados de la década del 30, prefiguraban el pop-art, como sus cuadros múltiples (un paisaje, que mirado a un metro de distancia era una madama y a dos metros, una oreja) no fueron otra cosa que la infancia del 'op'.

Los dos Dalí
A su llegada a Nueva York, un reportero del semanario Newsweek creyó oportuno recordar la definición que sobre el pintor arrojó el moralista George Orwell: "Es tan sucio sinvergüenza indeseable —rugió en una oportunidad el autor de 1984—, tan antisocial como una pulga".
"Hay dos Dalí —prefirió arriesgar el interesado, mientras sorbía almejas en el restaurante Le Pavillion ("el único lugar donde puedo comer en Nueva York") —: un Dalí de leyenda, minuciosamente construido por mí durante años; otro Dalí esquivo, a quien trato de comprender haciendo cosas que me identifiquen como individuo, a quien todavía estoy buscando.'' En seguida, y para reunir —en su estilo— la desfachatez con la poesía, alardeó de su facilidad para hacer dinero, "para convertir todo en oro, desvergonzadamente; porque el oro me permite hacer lo que quiero, cargar como el más bravo de los toros en el ruedo de la aventura, en cierta cara de la muerte". Esas bravuconadas líricas hicieron el claroscuro de una nueva cara de Dalí, que el periodismo ignoraba; la que le permitió reconocer que ha revolucionado el mundo del arte "sin ser original, simplemente porque me propuse llegar a ser el cortesano más grande de mi tiempo".
Que ha logrado su propósito, casi nadie se atreve ya a negarlo; como casi nadie puede negar que este cortesano navega con demasiada frecuencia en las aguas de la genialidad; que, en todo caso, su snobismo es apenas comparable a su talento. Recurriendo a sus travesuras surrealistas, Dalí acaba de provocar otra vez la irritación, el embeleso y el desconcierto de los neoyorquinos, con métodos que la prensa califica de geniales. Uno de ellos es el cuadro "con el título más largo del mundo", protagonizado —una vez más— por Gala la mujer que Dalí arrancó de los brazos de Paul Eluard el mismo día que la conoció: "Gala Mirando a Dalí en un Estado Anti Gravitación en su Obra de Arte "Pop-Op-Yes-Pompier" en la Cual Uno Puede Contemplar los Dos Personajes Angustiosos del Ángelus de Millet en un Estado de Hibernación Atávica Parados Contra un Cielo que Puede Estallar Súbitamente en una Gigantesca Cruz de Malta Justo en el Corazón de la Estación de Ferrocarril de Perpignan Donde el Universo Entero Debe Comenzar a Converger", se llama la enorme tela, que la galería Knoedlef se apresuró a adquirir en 300.000 dólares (unos 70 millones de pesos).
Dalí facilitó la venta aclarando que se trataba del "más importante de sus trabajos". Pero también se cuidó de aclarar que para comprar hoy en día un cuadro suyo, había que ser norteamericano: con más exactitud, "criminalmente millonario como los norteamericanos",
Lo que no le impide al pintor catalán ubicarse holgadamente en las jerarquías de los mismos a quienes, en forma sesgada, califica poco menos que de delincuentes. A bordo del barco que lo conducía a Nueva York, Dalí empezó a trabajar en un encargo cuyo contrato había firmado dos días antes de zarpar, en París: la ilustración de las Memorias de Casanova, por las cuales recibirá 25 mil dólares (más de 5 millones de pesos). El editor es el exquisito chino-francés Claude Tchou, que tirará sólo 290 ejemplares de la obra, cada uno de los cuales se venderá en 2 mil francos (cerca de 100 mil pesos). El ejemplar número uno, enriquecido con los originales de Dalí, costará 100 mil francos (arriba de 4 millones y medio de pesos).
Revista Primera Plana
4 de enero de 1966
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