América
Un informe desde Santo Domingo
He aquí el cable enviado por Osiris Troiani, el sábado último, desde la ciudad de Santo Domingo:

Revista PRIMERA PLANA
1 de junio de 1965

 





pie de fotos
-La calma, en Santo Domingo, también sirve para enterrar a los muertos
-Ex Embajador Martin y el Nuncio
-Caamaño, no necesitamos generales
-Imbert, Monseñor es comunista

 

 

El médico Jesús Pérez terminaba de inyectar la vacuna antitífica en el brazo desnudo del musculoso coronel Francisco Caamaño Deno —un oficial de 32 años, de tez morena clara y con un principio de calvicie sobre la frente— cuando acudieron en tropel ministros, empleados de despacho y hasta los centinelas, unos negritos imberbes que enarbolan sus ametralladoras con inquietante soltura. Alguien había dado la voz: "¡Llegó Don Jesús!" Y, como cada mañana, todo el gobierno constitucionalista —y el primero a quien se le antojara pasar— podía hacerse vacunar.
La escena se repitió en ese tercer piso de un inmueble de la calle Conde, al centro de Santo Domingo; rugía el aparato de aire acondicionado en la oficina, que antes perteneció al Instituto de Contadores y donde una larga mesa aparece flanqueada por ocho sillas. Hay, también, una biblioteca ocupada por docena y media de libros, entre ellos, una edición oficial de La era de Trujillo, de Jesús de Galíndez.
Caamaño se había asomado a la escalera. "Que suba el argentino", tronó. En cada piso, alguien voceó la misma frase. PRIMERA PLANA lo encontró rodeado de varios de sus ministros; uno de ellos, Héctor Aristy, secretario general del Gobierno; la edad promedio de estos colaboradores roza los 30 años. Trajeron un termo con café, cuyo contenido distribuyó Caamaño en cartuchos de papel —un trago para cada uno— después de excusarse por tan precaria hospitalidad. El y Aristy bebieron del mismo vaso y respondieron alternativamente a las preguntas del reportero.
El militar, siempre brusco, tajante; el político, untuoso, malicioso, resuelto a conquistar al interlocutor, aunque en realidad su experiencia no parecía ser mayor. La impresión general era la de estar frente a un grupo de estudiantes de vacaciones que juegan a la revolución.
Habían pasado 35 días desde aquel crepúsculo sabatino —el 24 de abril— en que Caamaño y otros dos coroneles anunciaron al presidente Reid Cabral, ya arrestado por la guardia del palacio, que el movimiento triunfante restablecía la Constitución de 1963 y reponía en el poder a Juan Bosch, desterrado en San Juan de Puerto Rico un año y medio atrás por un grupo de 27 generales del antiguo régimen. Estaban presentes los generales Hungría Moral y Montas Guerrero, quienes —refiere Caamaño— aceptaron ese acto y se pusieron a las órdenes de los coroneles sediciosos.
Pero tan pronto abandonaron el palacio, Hungría Moral y Montas Guerrero llamaron al jefe de la Aviación, Elías Wessin y Wessin, y sacaron sus propias tropas, alegando haber sido engañados en cuanto al objetivo acordado por los rebeldes: formar una junta militar. Caamaño niega con vehemencia que "ningún general haya participado de la conspiración. Yo no lo hubiera permitido. Los generales fueron los perros de presa del trujillismo, gente bárbara y corrompida (él mismo es hijo de uno de los generales más influyentes del régimen trujillista). Habíamos decidido abolir el generalato. La República Dominicana es un país pobre, sus pequeñas fuerzas militares no necesitan generales." (¿Le gustaría vera sus hijos con galones", preguntó el periodista a Caamaño, que tiene dos varones de 8 y 6 años, refugiados junto a su esposa en la Embajada argentina. "No pienso interferir en su vocación", eludió el coronel.)
El movimiento del 24 de abril tiene su origen, sin duda, en una impaciencia generacional, teñida de idealismo: los oficiales de 30 años aspiran como sus mayores a gobernar el país, pero se resisten a cargar con las culpas de los hombres de 45 años, cuya maciza brutalidad compensaba Trujillo con groseras sinecuras. Según Caamaño, "la permanencia de esa gente facilitaba el avance del comunismo; había que eliminarlos, junto con sus abusos, para evitar que el comunismo explotase la situación e instalara una tiranía"; los oficiales quieren, para su país, "otra estructura socio-económica, menos arcaica e inhumana, aunque dentro de términos democráticos. La vigencia de la Constitución —prosigue Caamaño— era la mejor defensa contra la peligrosa radicalización popular''.
En seguida, evoca los furiosos combates que sembraron de cadáveres la ciudad: 2.500 muertos, asevera; 1.500, estimaron los cirujanos consultados por PRIMERA PLANA. Hasta que el desembarco de las tropas norteamericanas modificó el panorama; esas tropas se interpusieron entre los bandos en pugna y hasta cortaron en dos a los efectivos de Caamaño —esencialmente, jóvenes milicianos que rehicieron la jerarquía castrense según la clase social a la que pertenecían— por medio de un estrecho corredor. 
El cese del fuego gestionado por el Nuncio Apostólico, monseñor Emmanuele Clarizio, y dos comisiones de la OEA, fue roto (ambas fracciones se imputan esa iniciativa). Lo cierto es que la Junta presidida por el general Antonio Imbert Barrera, aprovechó la quiebra de la pausa para desalojar a los milicianos del sector norte de la ciudad, aprovechando, sin duda, las facilidades concedidas por las fuerzas extranjeras. Así se llegó, el viertes 21 de mayo, a la tregua humanitaria obtenida por la misión que, bajo la presidencia de José A. Mayobre, despachó U Thant. La OEA consiguió que aquella pausa, de 24 horas, se extendiera.

"Una retirada honrosa"
Las novedades de la semana pasada —en que se apresuraron las negociaciones para un definitivo fin de la guerra— comenzaron, dice Caamaño, cuando "los norteamericanos adoptaron una conducta más irnparcial". ¿Es la consecuencia de las órdenes del presidente Johnson de mantener estricta neutralidad, o parte de los esfuerzos de la misión encabezada por su enviado McGeorge Bundy para gestionar la formación de un gobierno de coalición nacional? Caamaño sostiene que Washington comprendió que ésta es una lucha de todo el pueblo dominicano por la justicia y la libertad. Ofrecí a Bundy retirarme, pero formulé cinco exigencias irrenunciables: vigencia de la Constitución, formación de un gobierno democrático, inamovilidad de los funcionarios civiles y militares, y evacuación de las fuerzas de Estados Unidos y de la OEA".
—¿Presionó Bundy en favor de alguna fórmula?
—No permitiré presiones por ningún concepto —responde Caamaño, engolando la voz—. Antes, preferimos la muerte. Mi patria es un país soberano.
A la misma hora, la prensa y la radio de Imbert Barrera empezaban a denunciar, curiosamente, la 'intervención foránea'. Unas dos mil personas, de piel blanca y bien vestidas, se reunieron en un lugar residencial llamado Centro de los Héroes, a escuchar una arenga del jefe de la Junta (o del Gobierno de Reconstrucción). La manifestación, de "mujeres cristianas", como se anunció, reclamó "armas para que el pueblo democrático acabe con los comunistas". 
El episodio ocurría 24 horas después que las dos radios, la de Imbert y la de Caamaño, entablaron una ardiente polémica sobre la personalidad de monseñor Clarizio. Los imbertistas lo calificaron de "comunista" y los caamañistas, con fervor de neófitos, se deshicieron en loas a "la Santa Madre Iglesia". En verdad, el nuncio apostólico, un hombre de notoria energía y consciente de sus funciones diplomáticas y espirituales, resistió con altivez toda tentativa para embanderarlo en una u otra facción. El Episcopado, a su vez, recomendó que la concordia dominicana debía realizarse "dentro de la Constitución", palabras que la propaganda caamañista explota desaforadamente.
La imprevista derivación de los acontecimientos fue registrada por la treintena de corresponsales extranjeros cobijados en el gigantesco Hotel Embajador, un sombrío edificio de aspecto cuartelero, donde aguardan con explosiva neurastenia —hombres solos, sometidos al toque de queda y al racionamiento de luz y bebidas— el telegrama de sus publicaciones reclamando su regreso. Convencidos de que "aquí no pasa nada" y que "las noticias están en otra parte", quizá tengan razón.
También José A. Mora, secretario general de la OEA, perdía su tiempo viendo llover copiosamente sobre Santo Domingo, mientras varios diplomáticos sudamericanos, en "Washington, brindaban respectivas salidas al Departamento de Estado de USA, para una "retirada honrosa".
La gestión que más vigor exigía es la que procuraba confiar la dirección del gobierno al ex ministro de Bosch, Antonio Guzmán, quien se halla asilado en la Embajada del Brasil. No obstante las iracundas desmentidas del general Imbert Barrera, su grupo aceptaría, esa especie de "boschismo sin Bosch". No obstante, Guzmán advirtió a los norteamericanos que las garantías reclamadas por los generales
convertirían a su gobierno en "una caricatura constitucional".
Las pandillas juveniles que apoyan a Caamaño no podrían resistir un ataque de sus enemigos, si sólo se tienen en cuenta los factores militares; la desigualdad de armamento y de instrucción son flagrantes. Los sentimientos nacionalistas y populares están contra Imbert Barrera, pero ¿alcanzarán para vencer? Si la actual situación se mantiene un par de semanas, tal vez las fuerzas de Caamaño, hastiadas, ya sin posibilidades de entregarse a operaciones de vindicta pública, acabarían por desbandarse.
Sin embargo, las autoridades políticas y castrenses de los Estados Unidos temen, aparentemente, que los imbertistas desaten una matanza espantosa, capaz de comprometer aún más el prestigio de USA. Hoy, trabajan con paciencia en una solución transaccional que permita la salvación de aquellos a quienes hace una quincena tildaron de "comunistas".
"Nada fuera de la Constitución — continúa Caamaño, arrojando una tras otra las colillas de sus cigarrillos norteamericanos con filtro—. No aceptaremos jamás un período de transición al régimen constitucional." "Ni por un día", dijo Aristy. "Ni por un minuto", insistió el coronel.
En cambio, sugirió que la República Dominicana necesita capitales y técnicos extranjeros. "Aceptamos la cooperación de Europa y la de Estados Unidos, siempre que respeten la dignidad nacional. Para que esa cooperación sea eficiente hay que acabar con la corrupción. El gobierno anterior [Reid Cabral] recibió de Estados Unidos, en poco más de un año, 116 millones de dólares. ¿Usted vio alguna escuela nueva, algún hospital nuevo? Todo fue a dar a los bolsillos de la oligarquía."
Invitado a precisar si la mayor responsabilidad es "interna" o "externa", Caamaño expresó: "La mayor responsabilidad es de la oligarquía, aunque influye mucho la indiferencia y tolerancia de ciertas potencias." Así parecía justificar una ingerencia extranjera que se produjese en nombre de un cambio social y de las instituciones representativas.
"Sólo es intervención —definió— cuando ayuda a mantener el estado de cosas anterior." PRIMERA PLANA preguntó si tal concepto se aplicaba al caso Trujillo. Mientras Aristy, alarmado por la posibilidad de un error político, procuraba cerrar el diálogo, Caamaño estalló: "Déjame explicar, chico. El tirano —continuó— surgió en una época de grandes convulsiones internas de este país y fue ayudado por los Estados Unidos por que representaba cierta estabilidad y cierta seguridad para las inversiones. EE. UU. lo respaldó mientras convenía a sus intereses y luego lo dejó caer."
Según Caamaño, Trujillo acabó por convertirse en un problema interamericano y Venezuela (añadió, varios epítetos amables para el gobierno de Rómulo Betancourt) lo hizo condenar por la VI Reunión Consultiva de la OEA. "Entonces, los propios generales trujillistas tramaron su asesinato." El jefe constitucionalista rehusó cualquier atenuante para Trujillo: "Era un régimen indigno, sin nada de positivo."
Finalmente, Caamaño negó toda relación suya o de su bando con los tres partidos marxistas de la República Dominicana: el Movimiento 14 de Junio (más o menos fidelista), el Partido Socialista Popular (Moscú) y el Movimiento Popular Dominicano (Pekín). "No me interesa el apoyo de esos dirigentes sin pueblo, la mayoría de los cuales están en el exterior. No quiero apoyo comunista, que heriría los sentimientos democráticos y religiosos de los dominicanos."
Después de despedirse del periodista, el coronel Caamaño Deno se inclinó con ansiedad sobre el mapa urbano, donde el índice de uno de sus ayudantes marcaba un foco peligroso. Entonces, osciló sobre el triángulo de la camiseta, bajo la casaca militar, una cadenita de oro con una medalla de la Virgen. También Fidel Castro llevaba una cadenita de oro y una medalla de la Virgen cuando esperaba su hora en Sierra Maestra. Estos jóvenes idealistas, que toman las armas contra regímenes de oprobio, ¿fingen devoción religiosa por aleve oportunismo o bien se echan en brazos del comunismo cuando encuentran ese único sostén para ganar la victoria? Es un punto de la biografía de Fidel Castro que ningún espíritu sereno podrá aclarar retrospectivamente. Pero acaso se está a tiempo de evitar que el caso se reproduzca.
Tal vez el coronel Francisco Caamaño Deno sea recuperable. Esta es un tema que, probablemente, debió discutir el Presidente Johnson con su agudo consejero McGeorge Bundy. El jueves 27 de mayo, otros mil soldados norteamericanos se alejaron de Santo Domingo (con lo que llegaba a 1.600 el número de efectivos retirados), donde la Fuerza Interamericana cobró cuerpo bajo la dirección del general brasileño Hugo Panasco Alvim, cuyo adjunto es el norteamericano Bruce Palmer. La normalidad —o algo similar a la normalidad— pugnaba por esparcirse sobre la castigada capital. 

¿Un catálogo de errores?
Bajo el titulo de ¿Un catálogo de errores?, la revista neoyorquina Newsweek, de orientación Demócrata y calurosa defensora del Presidente Johnson, publica en su edición de fecha 31 de mayo, una lista de hechos que dañaron la imagen del gobierno de "Washington. Son estos ocho:
* Fracaso del Embajador norteamericano en Santo Domingo, William Tapley Bennett (h) en calibrar la verdadera fuerza de los rebeldes, a quienes se negó a ayudar para negociar una tregua con la Junta, en los instantes iniciales del enfrentamiento.
* Con la Embajada bajo el fuego de las facciones, era comprensible el pedido de marines formulado por Bennett para proteger las vidas de los ciudadanos norteamericanos. Pero la decisión de concentrar cerca de 30.000 efectivos, sorprendió al mundo como el símbolo de una histérica reacción, y esa presencia militar disgustó a los dominicanos y a muchos países de Latinoamérica. (Los planificadores castrenses de USA arguyen que tantos soldados eran necesarios para asegurar el éxito de la misión y prever la posibilidad de bajas.)
* Los críticos de USA reprenden al gobierno de Johnson por no haber consultado a la OEA o, individualmente, a las repúblicas latinoamericanas, antes de enviar tropas. Sin embargo, mientras hablaba por teléfono con el Embajador Bennett, el Presidente pudo escuchar el estrépito de las ventanas al saltar: no había tiempo para consultas. Pero la semana pasada quedó al descubierto que el gobierno había informado a 14 naciones latinoamericanas que el buque Boxer se hallaba listo para proteger a los residentes de USA, ante el eventual deterioro de la situación dominicana.
* El propio Johnson no manejó con cuidado los primeros anuncios sobre el sentido de los desembarcos. Se aferró públicamente al argumento de la protección a los ciudadanos norteamericanos, después de haber explicado a parlamentarios y funcionarios que las tropas de USA iban a frustrar cualquier complot comunista para tomar el poder. Cuando hizo público este segundo argumento, el efecto fue una falta de candor.
* La decisión de respaldar a Elías Wessin y Wessin y de relevar sus fuerzas en puntos clave, revivió a través del continente la objeción de que los Estados Unidos siempre apoyan a los generales de la vieja guardia, y no a los más progresistas líderes jóvenes. Se trata de otra decisión del Embajador Bennett, y aunque al comienzo de la crisis el Presidente concedió amplia confianza a Bennett, se supo ahora que está dispuesto a sacrificarlo, no bien la situación presente un viraje que terne normal esa remoción.
* El enviado especial de Johnson, el ex Embajador en Santo Domingo, John B. Martin, también cometió errores clásicos. Apoyó al general Imbert Barrera para reemplazar a Wessin y Wessin, a la cabeza de una junta que debía tener una base lo, suficientemente amplia como para lograr el acuerdo de los dominicanos. Pero como señaló un rebelde: "Nadie quiere a Imbert. Lo odian." Cuando sus tropas quebraron el cese del fuego y bombardearon las áreas rebeldes, USA intentó defenestrarlo.
* El próximo candidato de Washington para formar gobierno fue Antonio Guzmán, un respetado empresario. Pudo haber sido una buena elección, pero al sacarlo de Santo Domingo para que Bundy y Thomas Mann conferenciaran con él en Puerto Rico, Guzmán se convirtió, para los críticos de Washington, en un títere norteamericano.
* La lista de 58 "identificados y prominentes líderes comunistas y castristas" que supuestamente controlaban el bando de Caamaño. Si bien algunos luchaban con los rebeldes, aunque no en puestos de comando, muchos se encuentran fuera del país, otros están presos, algunos habían fallecido y cuatro se hallaban citados dos veces.
* Justa o injustamente —concluye Newsweek—, la política norteamericana en Santo Domingo ha sufrido tantos tropiezos que oscurecieron una realidad: los Estados Unidos cumplieron sus originales objetivos, al intervenir, o sea proteger las vidas y propiedades norteamericanas y prevenir un golpe comunista. Detrás, queda todavía un triunfo más dificultoso: ayudar a establecer un régimen democrático en una nación azotada por la amargura, la sangre y la ira y, virtualmente, sin tradición de gobierno propio en su entera historia. 

Lo que provoca en Argentina la crisis dominicana
Manual para navegar en muchas aguas
Hace ya diez días, cuando las agencias de noticias anunciaron que un hombre de Brasil, seguramente, iba a presidir la fuerza interamericana en Santo Domingo, dos capitanes del Ejército Argentino, delante de un mapa del Cono Sur, en el comedor de su casa, clavaron desalentados una banderita brasileña y retiraron otras cuatro: las de Bolivia, Perú, Uruguay y Chile, No se atrevieron a arrancar la enseña de latón de su propio país, pero tal vez pensaron que debían hacerlo. A esa altura, los dominaba la dura sensación de haber perdido una guerra. El Brasil —una potencia que suele considerarse "enemiga" en los institutos superiores de enseñanza militar— había arrebatado nuevamente a la Argentina la iniciativa, al enviar tropas a Santo Domingo para fortalecer el ejército continental que sustituiría a los marines de USA. Y la iniciativa, como todo estratego sabe, es la mitad de la victoria. En menos de quince días, socavada por las interminables vacilaciones presidenciales, la Argentina había perdido su ya precaria influencia bélico-política sobre los demás países de Sudamérica. Ese derrumbe era tan grave, que el Canciller Zavala Ortiz había sido desairado por otros dos cancilleres del Cono Sur, al convocarlos para una reunión conjunta.
La historia de los dos capitanes carece, por cierto, de peso político pero es al menos un reflejo del malestar que cundió en otra esfera más empinada —la de los altos mandos de las tres fuerzas— ante la impasibilidad del gobierno. Brasil nos ganó otra vez de mano, era el comentario dominante.
"Santo Domingo ya no nos interesa como hecho concreto, sino como antecedente", dijo un brigadier en una reunión con oficiales subalternos. "Mañana puede ser Bolivia, Colombia o Uruguay, y entonces no tendremos tiempo de esperar a que el Presidente Illía se informe. La respuesta de las fuerzas armadas debe ser inmediata," Esa frase, entre las miles que se oyeron la semana pasada en los más áulicos pasillos militares, fue quizá la que mejor sintetizó el problema: la experiencia dominicana, pese a sus desgraciados avatares, sirvió como inestimable campo para el análisis de las relaciones entre el Presidente y las tres armas; permitió percibir, además, que ante cuaquier conflicto futuro (el polvorín boliviano puede volver a estallar de la noche a la mañana), las Fuerzas Armadas pedirán una rápida respuesta del doctor Illía. O un sí o un no, porque cualquiera de esos dos monosílabos —como apuntaba un coronel, el jueves pasado— "es preferible a este irritante silencio".

El camino de toda siesta
En las primeras horas del lunes 24, el Secretario de Guerra, general Ignacio Avalos, pidió al Ministro de Defensa que Illía presidiera las reuniones del Consejo de Seguridad y de Defensa. "Así lo establece la ley", precisó el Secretario, mientras reclamaba una rápida contestación. Pero hasta la noche del viernes pasado, la respuesta seguía demorando: ese día, las presiones sobre el Presidente para que remitiese al Congreso un proyecto sobre el envío de tropas a Santo Domingo, no parecían fáciles de soportar: sin embargo, mientras cundía la presunción de que el proyecto llegaría a las Cámaras en forma de mensaje, Illía no renunció a su siesta de hora y media. Tenia un aire tranquilo, a pesar de que durante la jornada entera lo fastidió un incipiente resfrío y un principio de afonía. La petición de Avalos tendía —como dijo a sus pares un coronel, asesor político del titular de Guerra, mientras almorzaban— a no conocer el pensamiento presidencial por terceras personas. "Con Illía en las reuniones del Consejo —explicó— sabríamos exactamente a qué atenernos."
Pero el silencio del Presidente ante la petición del Secretario contribuyó, este fin de semana, al desgaste político de su imagen, mientras crecía la del almirante Benigno Varela, comandante de Operaciones Navales. "Las Fuerzas Armadas deben esperar a que el Presidente se defina —es su punto de vista—., Cualquier actitud militar urgiendo una solución nos debilitaría inútilmente." Esa actitud fue señalada como la más sagaz por los más conspicuos psicólogos militares, porque la abulia de Illía —de la que nadie quiere ser cómplice ahora— está detenida ante un callejón sin salida: con sólo proponer a las Cámaras el envío de tropas —por lo demás tan a destiempo—, el prestigio del Presidente se deterioraría gravemente porque aparecería cediendo a las presiones militares.
Aparentemente, Illía remitirá un mensaje, no un proyecto de ley, al Senado, una manera no sólo de ganar tiempo sino también de lograr que otro poder, el Legislativo, se comprometa en la puja, en favor o en contra, del envío de tropas.
Otros dos gestos del doctor Illía helaron todavía más —si eso era posible— sus relaciones con las Fuerzas Armadas: el jueves pasado, en la Casa de Gobierno, comió con el sociólogo brasileño Josué de Castro, cuya defensa del régimen cubano y de las aperturas a la izquierda en América no son desconocidas por nadie; el martes, el Ministro Juan Palmero (a quien se señala como vocero presidencial en estas emergencias) no asistió a una reunión entre el Canciller Zavala Ortiz y los presidentes de las Comisiones de Relaciones Exteriores (el Senador Ramón Acuña y el Diputado Luis León). En esa reunión, que no fue difundida, Zavala adujo que el Tratado de Río y otros acuerdos previos creaban, en el terreno de la defensa continental, compromisos a los que la Argentina no podía sustraerse. Palmero había sido invitado, y su ausencia fue interpretada como una desautorización del Presidente a las maniobras de Zavala, ganado para la tesis de apresurar el envío de tropas.
Las reacciones ante esos dos hechos son ilustrativas de la grave crisis institucional que afronta el gobierno: la comida con Castro fue juzgada en Marina como una bofetada, y hasta llegó a comparársela con la entrevista de Frondizi y el Che Guevara. Un contraalmirante, sin disimular su disgusto, comentaba el viernes: "Illía nunca cenó ni llamó a su despacho al comandante de Operaciones Navales, ni tampoco a Onganía o Armanini (los otros comandantes en jefe), pero tiene tiempo para Josué de Castro." En Aeronáutica, el disgusto fue casi igualmente poderoso: "Bien podría el Presidente emplear una parte de las horas que dispensa a sus infinitos visitantes —enunció un brigadier— en asistir a las reuniones del Consejo de Defensa."
Ratificóse, también, que el Canciller Zavala Ortiz había presentado efectivamente una renuncia verbal ante el Presidente, aduciendo que el papelón argentino en el caso dominicano lo iba a dejar sin argumentos en la inminente conferencia de Washington. Illía rechazó la dimisión, mientras liberaba a Zavala Ortiz de sus responsabilidades: "Es el Presidente quien fija la política exterior", le habría dicho, impersonalmente.
Otra cuestión (no por lateral menos importante) agrava más la situación: al tiempo que el Gobierno titubea en un asunto tan crucial como el de Santo Domingo, la situación económica de las Fuerzas Armadas se vuelve cada día más insostenible: se está estudiando un licenciamiento parcial de soldados para reducir los gastos de aprovisionamiento; mientras tanto, en varias unidades de la Flota de Mar y regimientos de artillería no se ha disparado en lo que va del año militar ni un solo tiro da cañón de gran calibre, por el elevado costo de la munición. Tampoco se haría efectivo el anunciado aumento de sueldos en las tres armas: del 40 por ciento prometido, sólo se pagaría el 60 por ciento. Eso reduce el incremento a una cuarta parte. Esos síntomas de deterioro en la defensa nacional coincidieron con la entrega a un hermano del Presidente, Aristóbulo Raúl, Embajador en Suiza, de un León Dorado que premia al primer magistrado argentino como hijo dilecto —aunque adoptivo— de la aldea de Samolaco, Italia, donde nacieron sus padres.