Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


MEDIO ORIENTE
ISRAEL: EL CERCO SE CIERRA
Revista Panorama
junio de 1963

Mientras los cohetes egipcios apuntan a Israel, el joven Estado, surgido para ofrecer patria y dignidad a los judíos perseguidos, se encuentra en una posición política y estratégica delicada en extremo. El equilibrio de fuerzas que le ha permitido sobrevivir se debía en parte a las rivalidades entre los países árabes. Ahora, la situación ha variado sustancialmente. Raymond Cartier, corresponsal de Panorama, describe así los problemas internos y externos de este pequeño pueblo que ama representarse a sí mismo empuñando el arado con una mano y el fusil con la otra.

Jerusalén es la expresión más palpable de la situación insostenible e inmutable, absurda y necesaria, cuyo carácter provisional ha devorado ya a media generación. La ciudad nueva, la ciudad israelí, ha crecido enormemente, pero la ciudad antigua, de murallas grises, la ciudad jordana, sigue siendo una obsesión para el visitante.
De un lado y otro de la ciudad amurallada, al norte y al sur, la línea divisoria entre las dos Jerusalén no es menos arbitraria ni menos explosiva que la que separa a los dos Berlín. Calles obstruidas, casas cortadas como con cuchillo, tierra de nadie llena de alambrados de púas y sembrada de minas —con el único punto de paso en la puerta Mandelbaum, que se abre dos veces por año para los peregrinos cristianos, y dos veces por mes para los soldados israelíes que van a relevar al destacamento de la Universidad Hebrea, sobre el monte Scopus.
Se sube al monte Sión para echar un vistazo al barrio siempre desvencijado del Muro de los Lamentos y recorrer con la mirada el valle de Getsemaní, donde se pierde la ruta de Belén. Sobre la Puerta de Haifa, y sobre la torre del ángulo sudoeste, los soldados jordanos han levantado barricadas de bolsas de arena. Desde allí, las balas podrían sembrar la destrucción en la ciudad israelí.
Los incidentes han descendido al nivel más bajo. Los nidos de ametralladoras jordanos no parecen más una amenaza para la ciudad activa y rica que se extiende al pie de las antiguas torres. Pero ese sosiego y la costumbre no impiden que se plantee un problema: ¿qué ocurriría si se modificara la situación interna de Jordania?

Estudiando al enemigo
En Irak, tan sólo una mañana ha sido suficiente: un dictador antinasserista se dejó sorprender y perdió la vida. En el Yemen, la lección resulta todavía más alarmante. Por primera vez, Egipto intervino directa y abiertamente en otro país árabe.
El Estado Mayor israelí ve en la intervención militar de Egipto en el Yemen una especie de ensayo. Y saca de allí conclusiones entremezcladas. La exhibición de los soldados de Nasser contra los fieles del imán Al-Badr no es como para borrar el recuerdo de la derrota de 1956, pero el Servicio de Inteligencia de Tel-Aviv considera, sin embargo, que el ejército egipcio ha hecho progresos bastante serios. La capacidad del comando se ha afirmado en la concepción y en la ejecución de los planes de operaciones. La organización logística se ha perfeccionado, y Egipto es hoy capaz de mantener a un ejército de 20 a 25.000 hombres a dos mil kilómetros de la metrópoli, en un país cuyos recursos locales son ínfimos. Desprovista de bases en la península arábiga, la aviación pudo, sin embargo, cumplir misiones de bombardeo partiendo de territorio egipcio. Esos mecanismos militares perfeccionados, ese armamento moderno (provisto por la U.R.S.S.) se emplearon en las peores condiciones imaginables, en la ingrata misión de combatir a guerrilleros escurridizos como el agua. Esas fuerzas egipcias, de actuar en terreno más apropiado, serían indudablemente de un rendimiento mucho mayor.
Los oficiales de la Inteligencia israelí duplican su prudencia cuando hacen una apreciación global de Egipto. Sostienen que la situación económica es tremenda, que la suerte de los fellahs es peor que nunca, y que los "milagros" de Nasser son risibles. Pero, por otra parte, admiten que la fuerza del Estado egipcio crece constantemente...
Sin duda, Egipto no es todavía una potencia moderna, pero ha dejado de ser la nación informe que un puñado de judíos rechazó en 1949, y que un pequeño ejército israelí cubrió de ridículo en 1956.

Petroquímica y marchas
Para Israel, el problema del balance de fuerzas se plantea en términos de gran confianza: las victorias de 1949 y 1956 —años 5708 y 5715 respectivamente, en el calendario hebreo.— han creado en los israelíes un sentimiento de seguridad y de orgullo. Pero los jefes superiores no están tan seguros. Saben que una nueva guerra resultaría mucho más costosa y devastadora que las precedentes. Israel es un país pequeño —más pequeño que Bélgica— sobre todo si se tiene en cuenta que el Neguev es todavía en gran parte un verdadero desierto. Todo lo que el esfuerzo judío ha construido allí desde comienzos de siglo puede ser aniquilado.
El esfuerzo judío en la tierra recuperada es magnífico. En la Ashod se está construyendo un puerto destinado a ser más importante que Haifa. En el Neguev se están echando los cimientos de diez ciudades industriales que se consagrarán a las técnicas más recientes de la petroquímica, la electrónica y el átomo. Los nuevos planes están orientados más hacia la industria que hacia la agricultura, pero esta pausa rural, deplorada por los sionistas más fervientes, resulta, sobre todo, de los límites que trazan los recursos hidroeléctricos. Israel piensa salir del paso gracias a los procedimientos puestos en práctica con todo celo en Bersheeba para la fertilización de las tierras áridas y la utilización de las aguas salitrosas en la irrigación. Mientras se esperan los resultados, se bombearán anualmente trescientos millones de metros cúbicos del lago de Tiberíades, que harán descender el nivel de las aguas de cinco a siete metros, y que desencadenarán la guerra si los sirios y los egipcios mantienen sus amenazas. Los israelíes están convencidos de que no harán nada. "Pero —agregan— si hubiera algún riesgo, lo enfrentaríamos. El agua es para nosotros una cuestión de vida o muerte."
Militarmente hablando, la vigilancia y la preparación no cesan nunca. La mecanización de la guerra no impide que les israelíes consideren las marchas como el mejor de los entrenamientos, lo que explica las innumerables columnas que se suceden en los caminos los días de sabbat o simplemente por la mañana, antes de que se abran las fábricas y las oficinas. La duración del servicio militar propiamente dicho es de treinta meses para los hombres y de dos años para las mujeres, pero existe un verdadero servicio permanente, por los períodos de entrenamiento de la reserva y por ejercicios de toda especie. El ejército de Israel, al decir de sus jefes, es más fuerte, y está mejor preparado que nunca para entrar inmediatamente en campaña.

Quienquiera y dondequiera...
El principio sagrado del sionismo es que todo judío se encuentra de pleno derecho en Israel como en su tierra. No hay cuota fija de inmigración ni plazos para la naturalización; ni siquiera tal naturalización existe. Dondequiera que se encuentre, en la Diáspora, en la dispersión, un judío, quienquiera que sea, es un ciudadano virtual de la nación judía reunida. Le basta tan sólo con presentarse...
El complejo humano que resulta de ello es fenomenal. La unidad judía es ciertamente una realidad, pero la diversidad judía también lo es. El mimetismo ha cumplido un papel sorprendente. Por ejemplo, uno de los funcionarios que me acompaña viene de Irak, y se parece a Nasser como a un hermano gemelo; otro viene de Rusia, y se lo creería un oficial de la antigua guardia del zar. Esa complejidad que uno se sentiría tentado de tildar de racial, se entremezcla en todos los niveles de cultura y todas las formas de civilización: Israel va desde, los estetas más sensibles, de los intelectuales más sutiles, de los productos más refinados de Occidente, a los judíos miserables escapados de los ghettos de África y Asia, sin hablar de los ortodoxos que odian al sionismo y arrojan piedras a los automóviles que pasan por las calles en los días de sabbat.
La población israelí se divide en tres partes sensiblemente iguales. La primera se compone de individuos originarios de Europa y de América; edad promedio: 45 años; natalidad: 29 por mil. La segunda está integrada por judíos provenientes de África y Asia; edad media: 26 años; natalidad: 60 por mil. La tercera y última está formada por los nacidos en Israel; edad media: ocho años. Resulta claro que el segundo grupo está destinado a asfixiar al primero y sumergir al último. El riesgo de esto es la orientalización de Israel.
Las más antiguas capas de la población de Israel luchan con todas sus fuerzas para conservar la dirección y mantener la orientación del Estado que ellas fundaron.
La situación en que se encuentran es bastante comparable a la de las capas anglosajonas de la población de Norteamérica en el siglo XIX, en la época en que las multitudes famélicas e incultas de Europa meridional amenazaban con alterar y demoler el mecanismo político de Estados Unidos.
El navío israelí está lejos de haber arribado a aguas tranquilas. Los problemas internos se han complicado al mismo tiempo que se reavivan los peligros externos.
La nación judía es tan angosta que desde las colinas jordanas se ven las aguas azules del Mediterráneo, más allá de la planicie verdeante de Sharon. Todos los israelíes afirman que si Nasser hiciera pie militarmente en Jordania, se verían obligados a intervenir inmediatamente. Lo cual significaría, evidentemente. la reconquista y ocupación de la línea del Jordán para prevenir la instalación de las fuerzas egipcias a pocos kilómetros del corazón de Israel.
Nadie puede dudar del resultado de tal operación, si Israel llegara a emprenderla. Los observadores militares estiman que antes de 48 horas el ejército israelí habría completado la ocupación de Jordania. Con la tercera parte de sus efectivos terrestres y casi toda su aviación empeñados en la lucha actual en el Yemen, Nasser no parece dudar tampoco del resultado de un eventual conflicto. Una nueva derrota a manos de Israel comprometería seriamente su prestigio en el mundo árabe. Por este motivo, el consenso general es que se abstendrá de promover cualquier cambio en el Medio Oriente que pueda ser tomado como una provocación por Israel. Paradójicamente, Hussein se sentiría más seguro en su trono de Jordania ... gracias a su mortal enemigo. El monarca está ganando tiempo, y el tiempo puede traer muchos cambios. Ya una vez la ambición de Nasser destruyó la unidad de la soñada República Árabe Unida.
Raymond Cartier

 

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