Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

Jackie: "Mis maridos y mis novios"

Revista Siete Días Ilustrados
17 de febrero de 1977

 

Por HENRY CHARPENTIER TERCERA PARTE
Amigo íntimo de Jacqueline Kennedy-Onassis, el autor de esta serie considera que el magnate griego le dio suficientes motivos para el engaño: por de pronto, Ari jamás canceló su relación con María Callas. Jackie adoptó entonces una conducta similar, pródiga en comidillas, cuyos coletazos afectaron a su hijo John. Ella se jactaba de ser "una mujer inalcanzable"

Pocas veces en mi vida la vi a Jackie tan espléndida como la noche del 22 de enero de 1969, durante la primera fiesta que dio el matrimonio Onassis en Skorpios, unos meses después de su segunda boda. Su vestido de terciopelo color verde musgo tenía mangas hasta el codo, de modo que sus brazos y manos —delgadas y nerviosas, con los dedos en forma de espátula— podían moverse y accionar con libertad. Sus ojos negros brillaban a causa del champagne y reflejaban la arrogante alegría de haber vencido a sus amigos en el "juego de la verdad". Esa era su noche. Onassis había propuesto que la termináramos en Zampetta, el mejor cabaret de Atenas, y allí fuimos, en su hidroavión y luego en cuatro limousines.
Zampetta en persona nos recibió en la puerta del cabaret. Lo dije antes: Jackie estaba fantástica. Su frente despejada, las cejas levemente unidas, la finísima línea de la nariz, las aletas que parecían hechas para respirar todos los perfumes de la sensualidad, la boca grande, los pómulos salientes, todo en ella parecía unificarse para revelar una misma imagen, de contenida violencia.
Zampetta lanzó una pequeña y rara exclamación. Pero la ensordecedora música de 'bouzouki' y 'cirtaki' la diluyó. Ari, en seguida, se lanzó a la pista de baile.
Junto a él se contorsionaba un muchacho de unos 25 años, alto, fuerte, con la cara curtida por el sol, una nariz perfecta e inmensos ojos celestes. Mantenía sobre la cabeza una botella con una vela encendida, mientras hacía trompos y daba pequeños saltos rítmicos con una gracia que opacaba la habilidad de Onassis. Luego, Ari tomó al muchacho de un brazo y lo llevó a nuestra mesa. "Les presento —dijo— a Mikos Gorgakis, hijo del administrador de Skorpios. Mikos también es un gran arquitecto y el hombre indicado para construir la nueva casa que queremos hacer en la isla. ¿Qué tal, muchacho, si te vienes luego con nosotros y hablas con Jackie sobre el asunto?".
Jackie no intervino para nada en la conversación. Sólo miraba con detenimiento a Mikos. Los ojos le brillaron de manera diferente. Parecía haber descubierto una nueva diversión.
EL PRIMER RIVAL DE ONASSIS. Al día siguiente se fueron todos los huéspedes, menos mi mujer y yo que fuimos invitados a pasar una semana. Nos alojamos todos en la pequeña casa rosa, preparada especialmente para las temporadas invernales. En realidad, la casa no tenía nada de pequeña: constaba de cinco dormitorios, dos suites, un comedor en el que fácilmente podían comer veinte personas, una sala grande y oirá más reducida, con bar, que hacía las veces de living, el lugar preferido por todos. También había un inmenso escritorio con catorce teléfonos, donde Onassis pasaba la mayor parte de sus días, a contar desde las dos de la tarde.
Jackie, por el contrario, prefería madrugar. Tomaba su desayuno a las ocho y luego con Nicolai, el jardinero, y sus ayudantes, trabajaba en el parque.
Al tercer día de nuestra estadía en Skorpios, mi cuerpo —acostumbrado al tempo neoyorquino— saltó de la cama a eso de las 5. Aún no había amanecido. Me vestí y salí a dar un paseo en un Mehari. Tomé descuidadamente la ruta que lleva a la segunda colina, donde estaba ubicada la casa de Pados Gorgakis —padre de Mikos—, una mansión estilo mediterráneo que nada tenía que ver con la arquitectura de la isla. Cuando iba a bajar la pendiente del monte, vi los faros de un auto que venía hacia mí. Con el pelo castaño enrulado por la humedad del amanecer, los jeans arruinados y un grueso pulóver de lana apenas despeinada, allí estaba Mikos.
"Tengo un pequeño departamento en la torre", me explicó. Trataba de tranquilizarme, de decirme que de allí venía.
No le di importancia al asunto hasta que empecé a imaginar que él y Jackie pasaban demasiado tiempo juntos. El día antes de mi partida hacia Nueva York, mientras Onassis trabajaba en su escritorio, nos invitaron a la isla de Lesbos. Partimos temprano en la mañana, con una canasta de picnic y una heladera portátil (que albergaba, claro, varias botellas de champagne rosado) y recalamos en la pequeña meseta de Lesbos.
Me sorprendió ver lo titubeante que estaba Mikos con Jackie. Ella, en cambio, desplegaba ante él todo su poder de seducción. Cuando regresamos a la casa le preguntó a Jackie qué pasaba. "Nada —contestó—, es sólo que Mikos se está enamorando de mí... ¡Por favor, Henri, deja de poner esa cara!".
Tiempo después, en un fortuito encuentro con Jackie en el hotel Ritz, en París, le preguntó por Mikos.
"Es un hombre joven y espléndido al que simplemente le gusto, pero para el cual soy realmente inalcanzable. Por otra parte, él se mantiene fiel a su patrón. Alguna vez nos reunimos en la torre para conversar sobre la nueva casa de Skorpios, y nuestros paseos eran parte de mis juegos para darle celos a Ari...".
Debo confesar que fue la primera vez, desde que la conozco, que no supe si estaba siendo sincera o temía reconocer una deslealtad.
Muchas veces antes, cuando estuvo casada con Kennedy, se habían lanzado rumores sobre posibles infidelidades de Jackie. A mí me bastaba cruzar dos palabras con ella para saber, positivamente, que esos eran inventos de la prensa. Por entonces, Jackie era incapaz de traicionar a John. En todo caso, sabía poner distancia entre ella y su marido. "Creo que nunca voy a llegar a entenderla —decía él—, tiene algo de distinto de las otras mujeres, es indescifrable. Aun en los momentos más íntimos es distante, no importa cuán cariñosa se muestre." Esa era, en todo caso, su mayor infidelidad hacia John. Pero no me atrevería a decir lo mismo en cuanto su relación con Onassis.
LAS TRETAS DE MARIA CALLAS. Onassis, por su parte, no se quedaba atrás en ese terreno. Mil veces le dio motivos a Jackie para que ella lo engañara. Sobre todo cuando, con su recurrente manía de perseguir a María Callas, abandonaba a su mujer, para encontrarse con la espléndida cantante. Es que el griego no sólo seguía administrando los bienes de María, casi un año después de haberse casado con Jackie: también la hacía vigilar a donde ella viajara.
El primer encuentro entre Onassis y María, existiendo de por medio Jackie, se produjo el 6 de diciembre de 1969, en París. Jackie se había quedado en Nueva York. Uno puede suponer que en su departamento de la avenida George Mandel, María desplegó sus mejores artes. Sus intenciones no deben haber sido, por cierto, que Ari se separara de Jackie, pero sí hacerle pagar todo lo que había sufrido por su culpa. Lo cierto es que —pasados quince días— todos los diarios del mundo hablaban del renacimiento amoroso entre el griego y la soprano.
Cada vez que Jackie llamaba al 337-6309, residencia del armador en París, recibía la misma respuesta de parte de Helene o George (los más antiguos servidores de Onassis): "El señor ha salido y no ha dejado dicho cuándo volverá". A veces, con sus modales aprendidos en la época en que servía como maitre d'hotel del rey Pablo de Grecia, George intentaba calmar la furia de Jackie, sin mayor éxito.
La situación se hizo insostenible. Tanto que Jackie viajó a París. La primera noche de su estadía en el 88 de la Avenue Foch la pasó en vela, esperando vanamente la llegada de su marido. Esa misma noche Onassis fue fotografiado con María Callas mientras cenaban en el Maxim's.
Poco acostumbrada a ser la segunda de ningún hombre, Jackie amenazó a Onassis con pagarle con la misma moneda. "Te pondré en ridículo —le dijo— de manera tan evidente que ningún diario del mundo dejará de publicarlo." A partir de ese momento Onassis se llamó a sosiego y la relación volvió a una aparente normalidad.
ESCANDALO EN SKORPIOS. Pese a que públicamente el matrimonio parecía haberse reestructurado, cada vez se hicieron más largos los períodos de separación. Sólo durante los veranos la familia Onassis volvía a reunirse en Skorpios. El de 1974 no fue una excepción, pero sí produjo el mayor escándalo de la frívola historia del jet set internacional. Jackie —siguiendo una vieja costumbre adquirida en la Casa Blanca— tomaba baños de sol absolutamente desnuda en una apartada playa de la isla. Para impedir sorpresas desagradables, Onassis no tuvo mejor idea que encomendarle al hijo del piloto del hidroavión, Dimitris Kouris, la custodia de su mujer.
El inexperto joven no fue lo suficientemente hábil para impedir que los fotógrafos de la revista italiana Playmen se filtraran por los alrededores de la residencia de Onassis y lograran las tomas que luego se publicaron en todo el mundo. El escándalo produjo una de las mayores peleas que se recuerdan en Skorpios. Jackie decidió partir hacia Nassau de incógnito y me pidió que me reuniera con ella. "Necesito que me ayudes —me dijo—; jamás estuve tan mal como ahora. Creo que verdaderamente la tragedia me persigue. Los últimos tres meses que pasé con Ari fueron un infierno. Entre nosotros hace mucho ya que no existe nada, y sin embargo se atreve a acosarme con sus ridículos requerimientos amorosos. Para colmo, este estúpido escándalo nos vuelve a poner en boca de todo el mundo".
Estaba desesperada: Rose Kennedy le había informado que habían tenido que sacar de la escuela a John-John, quien no podía soportar las burlas de sus compañeros. Le aconsejé que se quedara en Nassau. Nancy, mi mujer, se quedó con ella, pero no por mucho tiempo. Quince días más tarde, cuando sorpresivamente me encontré con Nancy en casa, supe que ya no necesitaba de nosotros. "Se ha tranquilizado —ironizó Nancy—, gracias a Max von Reich, el coleccionista de arte. Lo conocimos en la finca de la baronesa Van Zuylen. Ya sabes cómo se apasiona Jackie por la pintura. Se entendieron de inmediato. El es un hombre encantador y la tiene totalmente fascinada".

 

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