Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

PILOTOS
SOBRE UN AUTO, DANDO VUELTAS

Revista Periscopio
23.12.1969

Pertenece a la comunidad de los hombres-ráfaga, ese diferenciado núcleo al que todas las mujeres querrían apresar, tal vez para comprender, recién entonces, que sus componentes carecen, con exactitud, de lo que ellas ambicionan: seguridad, protección, estabilidad.
John Young Jackie Stewart es un escocés con pelo semihippie, de 30 años, ex-olímpico en tiro a la paloma, nativo de Géminis; tiene un castillo en Suiza —Clayton House— que le costó 240.000 dólares y le sirve como residencia, inversión y refugio para los impuestos británicos. Es un connoisseur de la moda y de las mujeres, coleccionista de relojes pulsera y cariñoso padre de Paul, 3, y Mark, 2, dos pequeños para quienes la mayor diversión consiste en jugar, sobre un cuadrado de arena, con sus Jaguar, Lotus, BRM y Brabham, modelos en escala. La cara de Jackie, el más grande piloto de Fórmula 1 en la actualidad, adquiere una dulzura desacostumbrada cuando escucha de su primogénito: "Mi nombre es Paul Stewart ¡vrrroooasharruuummmm!" Así hubiera sido el hijo que imaginó siempre para él; lo tiene.
Ganó el Gran Premio de Monza, 1969 por una trompa, al austríaco Jochen Rindt, el cabizbajo volante de Lotus, a quien muchos entendidos suponen el mayor adversario de Stewart. Fue una final de excepción: el francés Jean Pierre Beltoise y el neocelandés Bruce McLaren se clasificaron tercero y cuarto, a un segundo de diferencia con los punteros.
A pesar de que el final de sus estudios le sorprendió a los quince años, Jackie se muestra como un doméstico filósofo: "Todo atleta pasa por tres etapas: iniciación, readaptación y consolidación. Cuando uno comienza en el deporte, imagina estar sentado en la cumbre del mundo. Desafío a cualquiera: que jure si nunca se le subieron los humos a la cabeza. A algunos no se le bajan nunca, inclusive. Yo pasé por esa etapa cuando practicaba tiro a la paloma, en Escocia. Tener éxito a los 17 años, apenas, y no ensoberbecerse, es difícil: en 1959 y 1960 gané los campeonatos de Gran Bretaña, Escocia, Irlanda, Gales e Inglaterra, y me clasifiqué tercero en la Copa de las Naciones. Después me dieron la paliza".
La colección de amigos que ostenta Jackie es bastante disparatada; allí se rozan Carlo Del Ventisette —un marchand milanés, con el que compite en amistosas prácticas de tiro—, Richard Burton, Elizabeth Taylor, el general Curtis Lemay —un desalmado a cuyo mando estaban los bombarderos que arrasaron Hiroshima y Nagasaki, que recomendó destruir toda obra humana en Vietnam del Norte—, el peluquero Jay Sebring, quien acompañaba a Sharon Tate, y también fue asesinado por la familia Manson, en Los Ángeles.
La experiencia deportiva sedimentó, en Stewart, interpretaciones de valor: "Lo mejor que puede sucederle a uno es ser vencido, con todas las de la ley, después de haber actuado bien. Me acuerdo que fue en 1960, el día en que cumplía 21 años, y el último de la clasificación para el equipo olímpico británico, en tiro a la paloma. Tres tiradores aspirábamos a dos puestos en el equipo: yo había estado sacándoles ventajas a los otros dos, pero en una vuelta erré siete u ocho discos, sobre veinticinco; increíble en mí, pero así era. Fue un golpe terrible para mi ego:
la primera vez que aprendí a controlar una decepción. Después, tuve otras; una, cuando perdí en Indianápolis, faltando nueve vueltas; la segunda, en 1968, al quedarme sin gasolina en la última vuelta del Gran Premio de Bélgica, una carrera que deseaba ganar, desesperadamente. En fin, uno se vuelve filósofo ante las desilusiones; humilde, quizá. Pero no hay que caer en el hábito de ser vencido noblemente. Si uno empieza a dejar que le ganen noblemente, terminarán ganándole siempre. Y ese no es el negocio".
Jackie volaba con su Matra; durante cincuenta y nueve, de las sesenta y ocho vueltas al circuito de Monza, guió a la hilera de monoplazas. "La punta cambió de dueño menos veces de lo que yo había pensado —se extrañaba—. Creo que la perdí y la recuperé unas siete veces. Es muy difícil alejarse de los demás, en Monza: la pista es demasiado veloz. Cada vez que miraba atrás, allí estaban Jochen y Bruce, en mis hombros, como buitres". Es claro que le molestaba esa persecución, como que no tuvo pudores al reconocer: "Siempre he querido estar en punta, cuando paso frente a la tribuna". Sin embargo, mucho más que las ambiciones de los apurados Rindt y McLaren, a Stewart lo asustó la performance que cumplía Beltoise, de quien parece no tener una imagen muy ortodoxa: "En los tramos finales se portó como cualquier tipo joven y normal que quiere ganar una carrera". Es probable que la irreal normalidad que mostró Beltoise aquella tarde, la que asombró a Stewart, restallara al confrontarla con una famosa anécdota de Jean Pierre, en 1964: tras fracturarse el codo izquierdo en un accidente, rogó a los médicos que se lo soldaran permanentemente, según la posición de manejo.

 

 

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Jackie Stewart
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