Los japoneses administran la mayor planta textil de América Central,
la mayor flota pesquera de Venezuela, el mayor astillero brasileño.
. . Conversan en un español aflautado con las mejores familias de El
Salvador en el exclusivista Club Salvadoreño, tienen minas de cobre
en Bolivia e hilanderías en la Argentina, producen medicinas en
México. . . Los ingeniosos inversores japoneses se han aventurado
allí donde los capitales norteamericanos mostraron últimamente
cierta retracción, y han convertido a América latina en el objetivo
de sus operaciones. A pesar de que el total de capitales japoneses
—unos 390 millones de dólares— se halla lejos de estar en un mismo
pie con los 8.000 millones invertidos por Estados Unidos en
Latinoamérica, las inversiones norteamericanas se están reduciendo
lentamente, en tanto que las de Japón avanzan a un ritmo de cien
millones de dólares anuales.
Los crónicos disturbios políticos y trastornos económicos
latinoamericanos no parecen hacer mella en el ánimo de los
capitalistas japoneses, cosa que no ocurre con los norteamericanos.
Los japoneses han aprendido a vivir bajo la inmensa sombra roja de
China comunista, de modo que miran con cierta condescendencia la
presunta amenaza de Cuba. Tampoco les preocupan las curvas
inflacionistas, que tanto desalientan a otros inversores en el
sudeste asiático. Y, por encima de todo, los japoneses ven en
América latina, cuya clase media es mucho más importante que la de
otras regiones en vías de expansión, el mejor mercado potencial de
exportación para los productos de bajo precio de la industria
japonesa.
La mayor concentración de la industria japonesa se encuentra en
suelo brasileño, al que llegaron, a partir de 1908, miles de
inmigrantes, sobre todo en el Estado de San Pablo. Los japoneses
controlan en Brasil 67 firmas bancarias, de seguros, de construcción
de maquinarias, de fabricación de vidrio y de cemento. Los
astilleros Ishi-kawajima están construyendo su séptimo barco, y la
nueva planta de acero de Usiminas, respaldada por un consorcio de
catorce empresas japonesas, lanzará este año al mercado 500.000
toneladas de hierro en lingotes.
En Perú, los japoneses están al frente de la nueva industria
nacional del pescado, en plena expansión, y construyen ferrocarriles
en el interior. En Honduras, la Oki Electric Co. ofreció precios más
bajos que gigantes industriales como la A. T. T. y Siemens, para
ganar el contrato de una nueva red telefónica. La Shibaura Electric
instalará pronto una red de televisión educativa en El Salvador, y
la compañía Nissan comenzará a armar autos en Venezuela a fin de
año.
La invasión industrial japonesa a América latina es tanto más
notable si se considera que solo adquirió cierto ímpetu a partir de
1955. Desde entonces ha recibido apoyo del propio gobierno japonés,
que concede préstamos con interés muy bajo y seguros de inversión
con primas reducidas. Japón calcula que esas inversiones
equilibrarán su comercio con América latina; el año pasado vendió
por valor de 224 millones de dólares a esta parte del continente,
pero compró 225 millones, especialmente algodón y otras materias
primas. Las nuevas fábricas no solo utilizarán maquinaria japonesa
sino que, como dijo un hombre de negocios japonés, "harán a América
latina más rica, y de esa forma se abrirán grandes mercados para
nuestros bienes de consumo".
Aunque los japoneses controlan la mayor parte de las compañías en
que invierten sus capitales, un ciudadano del país en el que se ha
establecido la empresa es designado presidente, para evitar que se
las tilde de "explotaciones extranjeras".
Los japoneses se lamentan de que los obreros sudamericanos son
alrededor de un tercio menos productivos que los de Japón, pero
tratan de compensar esa diferencia enviando técnicos a cursos de
especialización en centros japoneses. Para atraer a los inversores
latinoamericanos, invitan a hombres de negocios a visitar Japón en
excursiones de precio reducido. Casi sin excepción, todos vuelven
cantando loas al antiguo Imperio del Sol Naciente. . .
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La fundición de acero. Usiminas en Sao Paulo
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