El clan Kennedy en Londres (1937). De
izquierda a derecha: Edward, Jean, Robert, Patricia, Eunice,
Kathleen, Rosemary, John, Rose y Joseph (falta Joe Jr.)
Desde el comienzo, el
célebre clan fundó su fuerza en la férrea unión familiar. Hoy, más
que nunca, los Kennedy se reagrupan para apoyar a Robert.
Los Kennedy se pelean, se estimulan, se vuelven a dividir, se
apoyan. Cada uno de ellos tiene amigos. Pero más que a nadie quieren
y admiran a los miembros de su propia familia", decía del célebre
"clan" un íntimo amigo. Y no era por casualidad. Siempre había sido
así. Desde el comienzo, cuando, de simples inmigrantes irlandeses,
los Kennedy comenzaron su vertiginoso ascenso social, fundando su
fuerza en las sólidas tradiciones y en la unión férrea.
Al casarse Joseph Patrick Kennedy con Rose Fitzgerald, hija del
intendente de Boston (otro famoso Kennedy: "Honey Fitz"), consolidó
los principios que habían regido durante siglos en su dinastía, y
creó un verdadero imperio familiar.
Simultáneamente, construyó otro imperio: el de las finanzas (la
fortuna de los Kennedy, administrada hoy por su hijo Bob, se estima
en 36.000 millones). En pocos años, Joe Kennedy se convirtió en una
leyenda nacional, en un hábil político (sustentador del democrático
Franklin D. Roosevelt) y embajador de los Estados Unidos en Gran
Bretaña. Su fabulosa carrera fue simbólica: era el triunfo de la
clase inmigrante sobre la de sangre azul.
Los 9 hermanos
Dinámico, agresivo, exigente y profundamente católico, educó a sus
hijos en un estimulante clima competitivo y en la rigurosa
información política. Eran nueve: Joe, John, Rosemary, Kathleen,
Eunice, Patricia, Jean, Robert y Edward. En las suntuosas
residencias de Palm Beach y Hyannisport, los bulliciosos Kennedy
sostenían violentos partidos de "touch football" (fútbol americano,
el deporte familiar "oficial") y aguerridas discusiones. Pero cuando
se trataba de defender un ideal, formaban un poderoso frente común
compacto e impenetrable: un verdadero "clan".
Así son las mujeres Kennedy
"No espero demasiado de ti, y no me sentiré decepcionado si no te
conviertes en un genio, pero creo que puedes llegar a ser un digno
ciudadano, juicioso, informado y responsable..." escribía Joseph a
su hijo Jack, en su último año de estudios secundarios. Pero en los
próximos años habría de sorprenderse mucho...
Heredero de arraigadas convicciones liberales e infatigable defensor
del individualismo, fue el exponente más ilustre del nombre que
marcara una de las eras más significativas en la historia
norteamericana: la "era de los Kennedy".
De todos ellos, Jack fue el más audaz, el más crítico, el más
rebelde. Y lo demostró también en el plano familiar. Casándose con
Jaqueline Bouvier, la francesita que amaba las artes y no la
política, la delicada soñadora, de ojos aterciopelados, la frágil
madre, el futuro presidente rompió una norma fundamental. Las mueres
Kennedy debían ser fuertes, enérgicas, deportivas y prolíficas
(Ethel, esposa de Robert, tiene nueve hijos).
Rose Kennedy había dado el ejemplo. Con su excepcional coraje y con
su tenaz voluntad supo afrontar y soportar as tragedias que fueron
casi una predestinación en su familia: tres hijos muertos
violentamente (Joe, en la guerra, Kathleen, y John), un esposo
paralítico, y una hija, Rosemary, internada desde hace veinticinco
años en un instituto para retardados mentales. "Después del drama de
Dallas", reata Edward, "fuimos todos a Hyannisport para consolar a
mi madre. Pero fue ella, en cambio, quien nos consoló a nosotros".
Todavía lucha por no llorar
Asombrados por su increíble resistencia frente a las remetidas
desgracias familiares, muchos se han preguntado ¿cómo hace? Es que
la señora Kennedy es profundamente religiosa, y solo a través de la
fe ha podido encontrar consuelo y resignación.
Mujer eminentemente práctica, Rose suplió la falta de una
inteligencia brillante con una febril actividad. Fue ella quien,
afectada por la tragedia de Rosemary, se ocupó de crear la Fundación
Joseph Kennedy Jr. destinada a ayudar a las familias de los enfermos
mentales ("No quiero que otras madres lloren como he llorado yo. Por
eso sigo luchando"). En periódicas apariciones televisivas, fue ella
quien pronunció elocuentes llamados para a promoción de hospitales y
centros de investigación. Durante la campaña electoral de su hijo
Jack, y más tarde de Robert y Edward, trabajó infatigablemente. Tras
el inesperado ataque sufrido por su esposo, lo acompaña
pacientemente en su lenta y desesperanzada rehabilitación.
Hoy, a los 75 años de edad, Rose lucha todavía. Lucha contra los
amargos recuerdos. Lucha para no doblarse bajo el peso de tanta
responsabilidad. Así son las mujeres Kennedy.
Jackie: un elocuente símbolo
¿Y Jackie? Al principio era un elemento "extraño" y, como tal,
difícilmente asimilable. "Nunca más", había exclamado la
"francesita" al fracturarse un tobillo jugando al fútbol (una prueba
ineludible de pertenencia). "Nunca más", había pensado el "clan".
Pero con el tiempo supo amoldarse a la dinastía de la cual entró a
formar parte. (... y volvió a jugar al fútbol). Con el tiempo, la
dinastía se amoldó a ella. Su gracia, su frescura, su gusto europeo,
impartieron al cerrado círculo bostoniano un aire de renovación.
Hasta que llegó el momento más dramático en su vida. Y frente a la
tragedia que conmovió al mundo y que sacudió los cimientos de la
célebre familia, Jackie demostró una insospechada fuerza de ánimo y
una dignidad sin par. Solo entonces, ante el dolor común, se
convirtió en una verdadera Kennedy. Finalmente fue aceptada,
valorizada, profundamente querida.
Hoy, a un año y medio de la muerte de su marido, Jackie es un
símbolo, un monumento a la memoria del gran presidente asesinado. Su
nombre sigue animando las páginas de periódicos y revistas. Porque
aún hoy, y a pesar de refugiarse con sus dos hijos Caroline y
John-John, en el anonimato de Nueva York y en el cálido afecto de su
"nueva" familia, participa en la vida política de los Estados
Unidos. Participa indirectamente, a través del grupo de sucesores de
su esposo, que son una fuerza aliada, pero de ninguna manera
identificada con el gobierno del presidente Johnson. Ese grupo
constituye una especie de "gobierno en exilio". ¿Hasta cuándo?
La antorcha se llama Robert
Varios miembros del "clan" Kennedy ocupan puestos importantes en el
mecanismo político norteamericano. Algunos de ellos, puestos
estratégicos.
Edward, el más joven de los hermanos Kennedy, recientemente
rehabilitado después de la grave lesión dorsal causada por un
accidente de aviación, es senador del estado de Massachusetts.
Talentoso orador, enérgico, extravertido, agudo, tuvo que luchar por
la estima de aquellos que acusaban al presidente de favoritismo.
Pero "Ted", siguiendo los principios inspirados por su padre,
"decidió" que iba a triunfar. Y triunfó. De "hermanito menor" pasó
brillantemente al frente político.
El sargento James Schriver, marido de Eunice Kennedy, es jefe del
Cuerpo para la Paz, ideado y sostenido por el presidente difunto
para la hermandad de los pueblos.
Peter Lawford, recientemente divorciado de Patricia Kennedy, quien
con su labor cinematográfica y organizativa hizo mucho para apoyar a
la campaña electoral de sus cuñados. Identificado con la causa del
"clan", es probable que siga relacionado con él.
Y, finalmente, el que fuera "el miembro del clan Kennedy que nadie
conoce": Robert, hoy senador del estado de Nueva York. Nadie como él
siente la "misión" familiar con tanta vehemencia. Animado por una
devoción casi religiosa hacia la figura de su hermano, asumió, con
toda la responsabilidad que ello implica, la tarea de perpetrar sus
principios y su obra.
Pasta de vencedor
Este es el ideal que lo mueve. Un ideal poderoso, respaldado por
cualidades excepcionales. "Es voluntarioso, rápido, inteligente: y
tiene unas tremendas ganas de vencer", habla dicho de él su rival
político Richard Nixon. Formidable trabajador, se dice de él que sus
ambiciones "no tienen límites"... Firme defensor de la igualdad
racial, profundo conocedor de la política internacional, demostró en
poco tiempo su capacidad para realizar sus aspiraciones.
¿La presidencia en 1968? Para este hombre de cabello prematuramente
canoso, de tenaz voluntad ("No importa que a veces resulte
antipático. Lo que importa es que las cosas que deben hacerse, sean
hechas") y de agresiva personalidad, nada es imposible.
"Yo sé ahora que el presidente Kennedy no ha muerto, sino que vive,
que la antorcha arde todavía y que iluminará el futuro. Este, para
mí, es el desafío que hace la vida digna de ser vivida". Tal vez "la
antorcha que arde para iluminar el futuro" se llame Robert. Tal vez,
con él, haya comenzado la nueva era de los Kennedy.