Las milicias vistas por dentro
por Francisco Coves
España -1936-

 

Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

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¿QUIÉN QUIERE COMER?
TETUAN de las Victorias aparecía desierto, vacÍo. Las cortinas de las tabernas colgaban como banderas de muerte. Nadie las separaba para entrar O salir, y sólo un viento de tarde triste jugaba con ellas.
Pido algo para beber y me siento en un rincón. Poco después entraron dos milicianos. En la taberna se aburrían gravemente algunos del barrio, repartidos perezosamente entre unas cuantas mesas. Los milicianos saludaron, y con ruido de fusiles que se descuelgan del hombro y dan con la culata en el suelo, preguntaron:
—¿Quién quiere comer?
Todos eran amigos, conocidos del mismo barrio.
—¡Qué lástima! Yo ya he comido—se lamentó uNo.
—Tú, Miguel —dijo uno de los milicianos dirigiéndose a otro—. Ven a comer con nosotros.
El aludido era un muchacho con cierto atildamiento. Tenía el saco sobre los hombros y no llevaba corbata.
—¿Yo? Imposible. Acabo de comer una barbaridad — contestó acariciándose el estómago.
Yo convidé a los milicianos. Ellos fijaron en mí su mirada, y uno me dijo:
— ¡Para que usté vea!... Tanta gente como se queda sin comer, y ahora no puede uno ayudar a nadie. Todos han comido... Pero ¿habéis comido todos o es que presumís? —reincidió, dirigiéndose al grupo.
Los milicianos explicaron el caso. Llevaban un vale para seis, y ellos eran sólo dos.
—Pues id y comed como seis —dijo alguien.
—Desde luego —me aclaró el miliciano—, que hasta seis cubiertos tenemos derecho a lo que pidamos, Pero ;no está bien!... No hay que abusar. No se deben cometer abusos nunca.
¿Somos dos? Pues dos cubiertos. Y en cambio, algún pobre camarada que tenga a alguien sin comer o que no haya comido él, puede aprovecharlo. Porque también es una lástima que se desperdicie, ya que estas comidas son sólo valederas para hoy. Pasada la fecha, no sirve este vale.
NUESTRA CAUSA NO ES EL PILLAJE...
MUCHAS veces, durante la tarde, estuve acordándome del vale de los milicianos, y pensé en su apariencia descomedida. Pero su rudeza sólo estaba en su aspecto. Nada tan contrario como la realidad. Trabajadores insatisfechos, con fusiles y vales para hartarse, a hora de comer se acordaban de los otros pobres del mundo y los iban buscando, retrasando su comida. Este cuidado no lo tendrían otras gentes de fachada meticulosa. Ya al anochecer me encontraba en un café de la Puerta del Sol. El local estaba muy animado. Mezcladas con el público pacífico se veían milicias armadas. Uno, con una pistola ametralladora, cuya manera de funcionar explicaba a un cliente de al lado. Otros, con tercerolas y fusiles que movían en todas direcciones para acomodarse, apuntando con el cañón hacia todos lados. Nadie, sin embargo, mostraba la menor inquietud. Acababa de hacer estas observaciones cuando se sentó a mi mesa, en una silla de al lado, un hombre con una cicatriz en un labio. Yo había pedido mi consumición, y esperaba. Llegado el camarero, el hombre de la cicatriz le dijo:
—Oiga. Yo quiero café con leche. No lo voy a pagar porque no tengo dinero. Pero ¿me lo quiere dar? No se lo exijo. Sólo le pido el favor por si quisiera servírmelo.
—Permítame —interrumpí—. Yo lo pago, no tiene importancia.
Él rehusó, después de agradecérmelo.—No. Desearía que este camarada —por el camarero— supiera quién soy. Tengo derecho, en estas circunstancias. Pero nuestra causa no es el pillaje y no hay que malograrla.
Todo se resolvió a satisfacción, y mientras tomaba sus primeros sorbos de café, el hombre de la cicatriz, tras de echar una mirada de confianza a mi insignia de "Prensa", dijo:
—Vea, compañero, quién soy.
Y me pasó un carnet con un retrato. 
EL COMITÉ DE ABASTECIMIENTO
NO sé qué tienen los retratos de carnet que, aun viéndose nada más que la cabeza y un poco de solapa, tan claramente hablan de los cambios operados en el individuo a través del tiempo. Raramente coincide la actualidad de un ciudadano con su retrato de carnet. El hombre de la cicatriz, en el retrato, tenía su cicatriz; pero también una corbata y un cierto atildamiento que ahora habían desaparecido.
—Yo he sido viajante de comercio, camarero, vendedor ambulante, albañil.., En fin, he vivido—. Me cuenta también que tiene a su esposa y a una hija de diez años, que recita muy bien poesías. Después llama reiteradamente mi atención sobre los sellos de su carnet, el cual dice: "Credencial a favor del camarada G. V., del Sindicato Gastronómico, carnet número..., para que no se le ponga impedimento ninguno, por estar a las órdenes del Comité Popular de Abastecimiento. Madrid, 30 de julio de 1936". Lo firma P. Bautista, y hay tres sellos de estampilla, entre los que se ve el de la C. N. T.
—Tengo derecho a alimentarme en cualquiera de los establecimientos controlados, pero en uno que estuve se habían cubierto ya las plazas, y tengo que hacer. Es tarde, ya no podré cenar, y no he querido quedarme sin tomar, por lo menos, un poco de café.
A continuación me facilita algunos datos de este Comité de Abastecimiento. Es una organización a cuyo frente, según me informa mi interlocutor, están directamente Edmundo Domínguez, socialista, y Pedro Bautista, de la C. N. T. Se halla instalada en el Círculo de Bellas Artes, calle de Alcalá.
Como dirigente general de todo ello está el diputado señor Ganga.
En el comité se reparten vales sueltos de cincuenta céntimos cada uno. Son canjeables solamente por comestibles o combustibles, carbón, etc. Se distribuyen entre las familias de milicianos a discreción, y, naturalmente, casi no se da el caso de que se entregue uno solo, ya que media peseta es bien poca cosa, y casi nadie puede arreglar sus necesidades con esa nimia cantidad!
Estos vales los distribuye el Ayuntamiento. El cometido principal del Comité es el de proporcionar gratuitamente a los establecimientos lo necesario para dar de comer a las milicias. Es decir, un hotel se ofrece o es requerido para proporcionar doscientas raciones diarias. Fijada esta cifra, el hotel hace una nota de lo que para ello necesita. Tanto de garbanzos, tanto de carne, de pescado... Con arreglo a esta nota, el Ayuntamiento, entendido con el Comité, hace el pedido y se encarga del transporte. Es el sistema que ahora se aplica para la solución de esos problemas alimenticios.
EL CAMPAMENTO DE LA C. N. T. Y LA F. A. I.
Habla que te habla, y después de ir de una a otra estación de subterráneo, salimos a la glorieta de Cuatro Caminos. Es ya algo tarde, y hay escasa animación. Desde todos los bares abiertos, la radio vocea.
Mi acompañante mé lleva en auto, con otros compañeros, hasta el cine Europa.
—Este es el.campamento de la C. N. T. y la F. A. I. —me dice.
Y nos apeamos todos. Pasamos. Los compañeros del coche van indicando mi solapa izquierda a los demás camaradas: "Prensa". "Es un camarada periodista", van diciendo para abrirme paso. Lo que era plácido lugar de recreo, jardín y cine es hoy campamento y oficinas de la C. N. T. y la F. A. I. Al bar sólo lo recuerda el mostrador desnudo, con los anaqueles vacíos. Sobre los veladores hay varias máquinas de escribir.
En la terraza, hacia su interior, se amontonan el carbón y la leña, en cantidades que seguramente suman toneladas.
Dos enormes depósitos de latón, con sus grifos en la parte inferior, contienen varias arrobas de aceite. Cuando entro acaban de repartir una tanda de comidas, y aun está sobre el hogar, en el suelo, el recipiente, gigante, casi colmado de arroz.
Un miliciano, especie de jefe de cocina, a lo que parece, se ha parado delante de nosotros:
—Éste —le explican, por mí— es un periodista.
—¿Y qué quiere: cenar?
Hace un ademán resuelto y le adivinamos que va a disponer que se me dé comida.
—No, camarada —aclaran los que me acompañan—. El compañero sólo quiere ver esto.
Otro miliciano saca de debajo del mostrador circular de un quiosco que tiene la terraza una olla gigante, repleta de despojos, entre los que se ven numerosas cabezas y patas de ave. Le cuesta trabajo mover el recipiente, de lo que pesa.
—Estos son desperdicios —me dice—, para cocinar con arroz, para caldo.
Un miliciano me informa frente a un montón de cacharros sin fregar:
—Aquí, las mujeres ayudan tambien lo que pueden. Las pobres se pasan todo el tiempo limpiando, fregando, atendiendo todo sin parar...
Andando por allí hemos llegado frente a uno de estos coches, que, entre otros letreros, ostenta destacado éste de "Los leones".
"Los leones" son aquellos milicianos a los que se les da la voz de alarma cuando escasea alguna de las viandas.
—¡Que no hay aceite! —se grita en el campamento.
Y en seguida se oye uno de aquellos coches de letreros, cuyo motor suele rezongar con zumbido profundo, de coche caro.
Y "Los leones" parten en su auto.
Revista El Suplemento
1936

pie de fotos
-Las mujeres trabajan constantemente, ocupadas en tareas propias de su sexo
-La botella de cerveza que comparten estos milicianos sólo se consigue con los vales que distribuye el Comité de Abastecimiento
-La primera preocupación de esta miliciana mientras descansa es hojear una revista de modas femeninas
-Familiares de milicianos alimentándose en uno de los campamentos de la Confederación Nacional de Trabajadores
-Enfermeras recorriendo las calles de Madrid protegidas por cuatro milicianos.
-Uno de los cines ás suntuosos de Madrid convertido en oficina central del Comité Popular de Abastecimiento
-¿De qué conversan estas tres mujeres armadas? ¿De la última acción? No: aprovechan la calma para confiarse mutuamente sus cuitas amorosas, lo mismito que si estuvieran en la ciudad, durante una reunión cualquiera.