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crónicas del siglo pasado

 

Pelo largo y pollera corta
Londres pop

 


Revistero

 


 






 

 

Londres 1966. Ocho millones doscientos mil habitantes —segunda ciudad del mundo después de Tokio— y 1813 kilómetros cuadrados. El 30 por ciento de la población no ha llegado aún a los 30 años. Hay más mujeres que hombres; más solteros que casados; uno de cada siete nacimientos es legalmente non sancto. En las 4.000 tabernas de la ciudad se beben ríos de cerveza, torrentes de whisky y brandy. Por los 1.013 kilómetros de subtes viajan, anualmente, 675 millones de pasajeros (aproximadamente la población de China) y 7.669 taxis que, según los londinenses son los más cómodos del mundo, circulan educadamente por las avenidas y calles de la City.
Detrás de estas cifras, algo estrepitosas, se oculta la ex capital de un Imperio que ha debido echar por la borda la presunción y el falso orgullo de viejos filibusteros convertidos en satisfechos comerciantes. Un ritmo nuevo se ha apoderado de la ciudad, la ha sacudido hasta despojarla de prejuicios carcomidos, ideas apolilladas, costumbres desgastadas. La juventud ha tomado por asalto a Londres.

De Suez a John Osborne
Todo comenzó hace diez años cuando los paracaidistas británicos que descendían sobre Suez iniciaron una crisis política que echaría por tierra los últimos vestigios del poderío imperial británico. Entonces, la vieja clase dirigente, esa gente sofisticada en la que se mezclaban un particular orgullo de casta, inteligencia y negligente buen gusto, demostró su ineficiencia para gobernar los asuntos exteriores de Gran Bretaña. En esa misma época John Osborne estrena Recordando con Ira, la primera obra teatral "iracunda" que reflejaba el inconformismo y la rebeldía de la baja clase media. Recuperada de las heridas de la guerra y de la crisis de los primeros años que siguieron a la paz, Gran Bretaña volvía a gozar de un mejor nivel de vida.
De las áreas industriales del norte comienza a llegar a Londres gente joven que van imponiendo sus gustos, nueva vitalidad, nueva música. En 1960 los Beatles salen a conquistar el mundo desde Liverpool y lo consiguen. Tres años después, el escándalo Profumo-Keeler envuelve a un ministro de Su Majestad y prueba que los mismos gobernantes que habían hecho un papelón en Suez, también eran capaces de provocar escándalos mayúsculos en sus vidas privadas. En noviembre de 1964 acababan 13 años de mayoría tory en el Parlamento. Harold Wilson, un profesor de economía de la Universidad de Londres, hijo de un farmacéutico de Yorkshire, es convocado a Bukingham por su Graciosa Majestad quien le encomienda la formación del nuevo ministerio.
Escándalos eróticos en el consejo de ministros de la Reina, una juventud extravagante por la calle, música estridente e irresistiblemente pegadiza en las discothéques. Mientras los clubs tradicionales mantienen la rígida separación de sexos para que los antiguos caballeros cargados de medallas puedan sorber su té en misógina soledad (Macmillan pertenece a seis clubs, Lord Mountbatten a dieciséis) en los bares de Soho pueden verse los strip tease más arriesgados de toda Europa. Sobre los escalones y en la vereda del Museo Británico se asolea una fauna indefinida de muchachos y chicas para quienes el cabello largo, las sandalias y la apariencia de mortal aburrimiento es una vestidura tan rigurosa como lo es el sombrero hongo, el paraguas y el morning coat para sus padres. Se perciben en el aire de la ciudad las vibraciones del sacudón estético, cultural y social que revitaliza algo malgré lui a una vieja civilización.

Arriba el telón
Londres se ha convertido en una mezcla de la Viena fastuosa y decadente de fin de siglo y el Berlín torturado y trágico de los años veinte. Resume los vicios y la fiebre intelectual y poética de un Paris que ya no existe y el dulzor moribundo de la comercializada dolce vita romana. En las viejas mansiones convertidas en fastuosas salas de juego, de Mayfair y Belgravia, fortunas millonarias pasan de mano en mano con alegre indeferencia. En lo alto de la marmórea escalinata desde donde alguna lánguida lady despedía a sus invitados tras la lujosa recepción en la que quizás el desdichado Wilde habrá lucido su ingenio, un nieto de aquella misma dama vestido a la última moda de Hung On You, la boutique in, consuela su ocio charlando con alguna criatura de falda breve y frondosas pestañas.
Más que nunca la capital inglesa parece un colorido escenario donde hombres y mujeres are merely players, al decir de aquel viejo ciudadano de Londres que se llamó William Shakespeare.
Primer Acto: Sábado por la tarde en Chelsea. De la estación de subte de Sloan Square emergen los guys (tipos) con sus dolls (muñecas), todas vestidas con mínimas minifaldas (seis a catorce centímetros por encima de la rodilla) o pantalones majestuosamente acampanados. Transcurrieron la mañana revolviendo antigüedades, candelabros polvorientos y potiches en los puestos de Portobello Road. Siguiendo su instinto gregario, el piloso y colorido rebaño decide asentar sus reales en King's Road, donde están sus boutiques preferidas. El juego de moda no consiste en comprar sino en pasearse de vidriera en vidriera. De ambos lados de los escaparates, el mismo espectáculo: solapas a lo George Raft, sombreros de fieltro dignos de Humphrey Bogart, boutonnières en el mejor estilo gángster. Claro que pasearse no es solo mover las piernas. Es todo un arte. Resulta especialmente vistoso hacerlo con las manos decididamente enterradas en los bolsillos o masticando una papa asada o un trozo de liever-würst.
Segundo Acto: El mismo atardecer del sábado en el restaurante Le Rêve, también en Chelsea. Dramatis personae: el actor Terence Stamp (26 años) estrella de "El coleccionista" y firme compañero de la modelo Jean Shrimpton; el actor Michael Caine, (33 años) ese increíble espía amante de Mozart de "Archivo confidencial"; el peinador Vidal Sassoon (un anciano de 38) cuyas obras maestras pueden verse tanto en los modelos de Courréges de París como en la cabellera de la princesa Margarita; el fotógrafo de moda David Bailey (27 años), socio de Antony Armstrong-Jones y Doug Haywood (28 años), el sastre más cotizado de Chelsea. La conversación gira alrededor de los males del apartheid, pues uno de los mozos había ofrecido marquilla de cigarrillos sudafricanos. Pero la charla pierde calor ya que todos están de acuerdo en que Verwoerd "es un bodrio".
Tercer Acto: Jane Ormsby Gore (23 años), hija de ex embajador británico en Washington y consejera de modas de Vogue, mantiene un diálogo sobre la superioridad de los Rolling Stones sobre los Beatles con su colega Pauline Pordham. Vestuario. Ormsby Gore: sacón eduardiano color borra de vino, blusa blanca saturada de volantes, pantalones negros ajustados al cuerpo y muy acampanados en los tobillos y zapatos con hebillas de plata. Pauline Fordham; sencillamente ataviada con un ceñido saco plateado y similares pantalones en azul eléctrico. Lugar de la acción: Dolly's Discothéque en Jermyn Street. Poca luz, mucho humo de cigarrillos y ruido (o música hecha ruido) en dosis ensordecedoras. Las parejas bailan en silencio. Apenas si se tocan. Cada uno baila como quiere y come siente. Hay pocos arrumacos. Una de las "muñecas" lo explica con encantadora simplicidad: "Cuando uno se abraza en privado no hay ninguna necesidad de hacerlo en público".
Todo el mundo quiere estar, participar en la gran escena aunque no sea más que como simples extras. En todas partes la fiebre que viene del Támesis sacude a Nueva York, a París, a Roma, a Praga o a Varsovia. Música beatle ropa mod, teatro Iracundo. Londres ha dejado de ser la capital de los bebedores de te para transformarse en la capital de los bebedores de "ruido".

Segunda era isabelina
Lo tradicional persiste. La vieja elegancia, los buenos modales, los paseos por los jardines de Kensington de las nannies con sus monumentales cochecitos, la silueta vaticana de San Pablo, las fantasías góticas del Parlamento y Tower Bridge. Al atardecer, las agujas neblinosas de las iglesias de la City, el perfil sedado de la ciudad apenas interrumpido por algún rascacielos insolente, permiten imaginar todavía a la vieja ciudad imperial, esa extraña Roma nórdica habitada por los personajes tiernos, alegres o sombríos, siempre terriblemente humanos de Dickens.
Pero Mr. Pickwick ha muerto y las nannies son cada vez más caras. En los millonarios remates de arte de los viejos marchands como Sotheby's, todavía puede verse a esa generación que sabe morir con elegancia mientras contempla cómo se venden los Rembrandts y Gainsboroughs que alguna vez adornaron sus castillos. sic transit.
No importa. El rey ha muerto, viva el rey. La segunda era isabelina ha estallado vitalmente barriendo la hojarasca pudibunda de un período Victoriano que había superado su tiempo de vida útil. Es una era joven que se inicia un poco a los tropiezos entre gustos extravagantes, con una búsqueda retorcida de "lo primitivo", negación de los valores establecidos y de la auténtica calidad estética a veces demasiado impaciente e injustificada. Intelectualmente se hace un culto al descuido, a la ansiedad, al cinismo y a la incredulidad. El gobierno del "viejo Harold" tolera esos brotes juveniles con sabia indulgencia. Quizás Wilson recuerde la sonriente comedia de su ilustre y difunto compatriota de Stratford-Upon-Avon, "All's Well that Ends Well" (A buen fin no hay mal principio).
Noches en Londres. Una niebla sutil apaga los sonidos de las sirenas sobre el Támesis y crea alrededor de los faroles un halo muy propicio para los enamorados y para algún discípulo de Jack el Destripador. Apenas visible en lo alto de su columna de Piccadily, el joven Eros sonríe.

DAVID DEFERRARI
revista Panorama
agosto 1966