Hace ya un cuarto de siglo que 6 millones de
judíos fueron exterminados en los campos nazis, y la sombra de ese
holocausto aún oscurece las reputaciones de Winston Churchill, Pío
XII, Franklin Delano Roosevelt y otras figuras mundiales de la
época. Ahora, un famoso rabino norteamericano difunde la
certidumbre: decenas de miles de hebreos conservaron la vida gracias
a la intervención de un inesperado quijote: el Generalísimo
Francisco Franco Bahamonde, deudor y aliado de Adolfo Hitler.
—Tengo pruebas absolutas de que Franco salvó a 60.000 judíos durante
la Segunda Guerra —dice Chaim Lipschitz, del seminario rabínico
Torah Vodaath y Mesivta, en Brooklyn.
Para fortalecer sus investigaciones, Lipschitz entrevistó a líderes
de su raza en Madrid y Barcelona; analizó las comunicaciones del
Gobierno español, hurgó en documentos públicos y privados. "'Los
relatos acerca de cómo Franco arrebató a los prisioneros son
fantásticos", se entusiasma.
Acaso el más dramático sucedió el 8 de junio de 1944:
telefónicamente, el Generalísimo pide a Hitler que 1.242 judíos,
listos para el exterminio en los campos de Bergen-Belsen, sean
liberados y enviados a España. Un mes después cruzan la frontera, y
es el propio Franco quien los recibe. Le cuentan que las autoridades
nazis los han despojado de sus bienes; una segunda llamada de
teléfono arregla el caso.
En el libro que redacta sobre Franco y los judíos, Lipschitz señala
que la preocupación del estadista español en la materia es anterior
a la Segunda Guerra. En octubre de 1923, el entonces teniente
coronel Franco, de 30 años, comandante de la Legión Extranjera,
apabulló al Gobierno de Madrid con solicitudes de protección para
los centenares de sefarditas que habitaban Marruecos. Gracias a
tales esfuerzos, el Gobierno decretó que cualquier sefardita, si lo
deseaba, tenía derecho a la ciudadanía española.
Como Jefe del Estado, Franco se valió de esa disposición para
conceder pasaportes españoles, entre 1939 y 1945, a los hebreos que
temían por su destino en las naciones europeas y norafricanas
ocupadas por el nazismo. La mayoría de ellos utilizó esos pasaportes
para viajar a los Estados Unidos, América latina y Palestina. Sin
embargo, no todos los rescatados eran sefarditas, añade Lipschitz,
quien está convencido de que el Generalísimo no se atenía a
cuestiones de descendencia en su ignorada labor. Así, instruyó a sus
Embajadas en Europa para que otorgaran los pasaportes sin formular
preguntas; además, los guardias fronterizos debían franquear el paso
sin la menor dilación.
Los dirigentes de la escuálida comunidad judía en España (9.000
personas) han avalado la sustancia de los argumentos de Lipschitz.
"Hubo infinidad de Rosenbergs, Mendelbaums y Meyersons que
recibieron documentos españoles", señala el Rabino de Barcelona,
Carlos Benarroch, denunciando el origen no sefardita de muchos de
los refugiados. Carlos Talvy, secretario de la colectividad en
Barcelona, recuerda que numerosos hebreos afrontaron la nieve de los
Pirineos: "Ninguno de ellos tenía papeles; no obstante, consiguieron
entrar en España sin dificultades", agrega.
¿Qué razones movían a Franco? Lipschitz no se define en este
aspecto, si bien desliza la versión nunca confirmada de que corre
sangre judía por las venas del Generalísimo: una herencia materna.
Quizá trataba, arguye Lipschitz, de desagraviar a los hebreos por su
expulsión de España, en 1492; o tal vez sólo actuó por motivos
humanitarios. Sea por lo que fuere, concluye el rabino, "es tiempo
de que alguien agradezca a Franco".