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crónicas del siglo pasado

ESPACIO
¿La Luna en manos de Apolo?

Apolo

Un relámpago anaranjado destelló sobre los reporteros —a cinco kilómetros de la plataforma de lanzamiento, la ya famosa torre número 34, en Cabo Kennedy— cuando Saturno 1-B, el más poderoso de los cohetes tripulados lanzados por USA hasta ahora, comenzó a deshilvanar su itinerario previsto en 4,5 millones de millas. Para recorrer esta distancia, "Walter Schirra (45, Comandante de la Nave), Donn Eisele (38) y Walter Cunningham (36) deberán girar sobre la órbita terrestre hasta el martes 21; en total: once días completos de vuelo.
Hay, sin embargo, buenas razones como para pensar que la imagen —y el estallido que provocan los 350 mil kilos de impulso que genera la ignición del primero de los ocho motores— resulta lo menos espectacular del take off norteamericano. En primer lugar, marca el reencuentro de USA con los viajes espaciales tripulados, una aventura que comenzó hace siete años y que se interrumpió en enero de 1967, cuando tres astronautas se calcinaron durante un ensayo, atrapados en una cabina saturada de oxígeno puro.
Esta vez se tomó la precaución de mantener la compuerta sin clausurar y la cabina inundada de un saludable —y vulgar— aire atmosférico. No fue el único cuidado: desde principios de 1968, la experiencia viene siendo cuidadosamente diagramada. Quizá por eso, los tres viajeros saborearon sin mucha inquietud su postrer desayuno terrestre en muchos días —huevos, tostadas y mermelada— y, a los pocos minutos de haber sido despedidos, Schirra pudo ponerse tierno: "El Apolo se comporta como un sueño —transmitió—; todo es hermoso".
Quizá no haya pensado lo mismo dos días después, cuando una fina película comenzó a recorrer las escotillas de la nave, imposibilitando la toma de fotos. Tampoco, cuando un incómodo resfrío atacó casi simultáneamente a los osados, dándoles, en cambio, una satisfacción compensatoria: resultar poseedores de los primeros virus espaciales.
Las dificultades no acabaron ahí: una rápida combinación de agua potable y líquido residual socavó la fe de los astronautas; en la Tierra, mientras tanto, el periódico The Sun se permitió ironizar: una caricatura mostraba, en la cápsula, a un cuarto hombre —grandes bigotes negros y revólver— amenazando así a los tripulantes: "Ya me han oído: llévenme a Cuba".
En realidad no pueden quejarse. A Cristóbal Colón le costó seis años preparar su viaje, y él también tuvo problemas de presupuesto. Ese consuelo es, precisamente, el que esgrimen los responsables del proyecto Apolo cuando les incriminan las demoras y los tropiezos del programa espacial,
"Ninguno será más grandioso para la humanidad", exageró el Presidente John Kennedy, en 1961, al bajar la bandera para que se largara la aventura. Era un momento propicio: el ánimo de los estadounidenses flaqueaba, jaqueado por el desastre de la invasión a Bahía de los Cochinos, que el propio Kennedy patrocinó.
Hasta ese momento USA no había sido capaz, siquiera, de acercarse a la Luna con un pequeño artefacto de prueba sin tripular; no se sabía, tampoco, de qué manera iba a encararse la excursión, vuelo directo en una enorme nave o grandes partes reunidas en la órbita de la Tierra y orientadas más tarde hacia el satélite. Como suele ocurrir, la solución fue otra; reunirse en la órbita lunar.
Finalmente —y en menos de una década— la nave Apolo fue construida, la tripulación entrenada y se puso a punto el pasaporte para el viaje más ambicioso de la historia: casi un millón de kilómetros, ida y vuelta. Claro que la alegría se acabó en enero de 1967, cuando Grisson, White y Chafee se calcinaron dentro de una Géminis; desde entonces, el declive fue cada vez más pronunciado. Cuando el Zond-5 sacudió el ya tranquilo ámbito espacial, James E. Webb, Administrador de la NASA renunció. Antes de irse denostó los recortes del presupuesto que, según él, habían obliterado las posibilidades yanquis en la carrera entablada con la Unión Soviética.
A pesar de todo, Saturno 1-B salió al espacio (misión Apolo 7) en la primera prueba comandada. Tres módulos intentarán compendiar todo el conocimiento, para ponerlo a disposición de los tripulantes. Uno es el de comando (allí vive la tripulación), otro, el módulo de servicio, que aloja al motor; el tercero, módulo lunar, serviría como vehículo de alunizaje.
Es justamente en el módulo de comando donde se apostó la cámara de tv que permitió el esparcimiento del público norteamericano. La pequeñez del sitio asombró, con razón, a los televidentes. Y a pesar de eso, el sitio combina laboratorio, gallinero, oficina, estación de radio, cocina, dormitorio y baño. Es sorprendente pero sus habitantes lo consideran espacioso.
Es que el Géminis era mucho más estrecho, sin recovecos, no soportaba los cambios de trajes que Saturno tolera; por primera vez, entonces, los astronautas pueden trabajar en overol. El éxito de Apolo 7 sería clave para que la NASA escalone "no menos de tres misiones comandadas más, antes de intentar la Luna". La escalada se desgrana en las etapas siguientes: 
• Apolo 8 — Proyectado para diciembre, este Apolo Saturno-5 será tripulado por el coronel Frank Borman (40), el capitán de navío James A. Lobell (40) y el mayor de la Fuerza Aérea, William A. Anders (34). según lo que resulte de Apolo 7, el sucesor optará por la órbita terrestre, una espiral alrededor de la Luna, o la órbita lunar. Sin módulo lunar, el 8 no prevé alunizajes.
• Apolo 9 — En marzo de 1969 realizaría su primer chequeo. Un Saturno 5 elevará los 50 mil kilos de la nave y la proyectará por primera vez con sus tres partes completas, dentro de la órbita terrestre. Dos de los tripulantes (James A. McDivitt; Russell L. Schweickart) se separarán del tercera (David H. Scott) a bordo del módulo de comando: deben practicar maniobras de reunión y de trasbordo durante cinco o seis horas.
• Apolo 10 — Es el "vuelo de confianza". Un ensayo general que sigue todos los pasos de la "secuencia Luna", pero sin abandonar la órbita terrestre. La tripulación no fue designada aún, pero las apuestas se inclinan a favor del teniente coronel de la Fuerza Aérea Thomas P. Stafford y de los comandantes de navío John W. Young y Eugene Cernan. Una posibilidad remota: que Apolo 10 se pose, no más, en la Luna. Pero haría falta una tal perfección previa, que el destinado al descenso glorioso parece ser, por fin, el
• Apolo 11 — A menos que un ruso se adelante, Apolo 11 llevará, por vez primera dos terráqueos a la superficie de un cuerpo extranjero. "Podría intentarse el próximo otoño, o en el invierno", declaró George M. Low, director del programa Naves Apolo, en el Centro de Naves Comandadas de la NASA, en Houston, Texas. "No podemos fracasar más", remató su tirada.
El gran viaje no presentaría, en principio, diferencias muy notorias respecto de los que los antecedieron. Arrancará de Cabo Kennedy, haciendo que la Tierra tiemble como un tambor a seis kilómetros a la redonda. Más o menos doce minutos después del lanzamiento, los astronautas estarán circundando la Tierra, ya en órbita temporaria, a unos 300 kilómetros de altura.
Si todo anda bien, la plataforma del cohete será colocada nuevamente en funcionamiento, para acrecentar el ritmo del Apolo, hasta la llamada "velocidad escape": unos 40 mil kilómetros por hora. El tránsito desde la órbita terrestre hasta la vecindad lunar demandará sesenta horas, aproximadamente. Después de alcanzar la "velocidad escape", el Apolo será frenado continuamente; la tripulación apelará a las estrellas para programar constantemente el curso y, a 80 mil kilómetros de la Luna, la nave se dejará atrapar por el campo gravitacional del satélite.
Las tres secciones circunvolarán la Luna a un apogeo de 140 kilómetros. Entonces, dos de los astronautas deberán arrastrarse a través del túnel que une el módulo de comando con el LM o módulo lunar; en él y con él abandonarán la nave madre, cuyo piloto mantendrá la órbita alrededor de la Luna.
Antes de posarse, el módulo va a dar vueltas para que los astronautas puedan inspeccionar la superficie al acecho de grietas inesperadas, grandes cantos rodados, un excesivo declive. Si lo que ven no los atrae demasiado, pueden maniobrar a LM hacia un campo más parejo. Hay una precisión topográfica: según Surveyor, el suelo superficial de la Luna tiene la consistencia de la arena mojada.
¿Qué hará el primer hombre que descienda? Sea cual fuere su excitación, "lo primero es la prudencia". La frase servirá, se espera, para que los "recién llegados" preparen todo para partir de inmediato. Solamente después de haber decidido que LM está listo para retornar a la madre, se alistarán para salir al exterior.
Voluminosos trajes protectores, contacto permanente con la "madre" y con Houston, mochilas con oxígeno, agua, refrescos; todo eso arrastrará el primero que salga, serpenteando de una manera ridícula, por la escotilla. El otro, desde adentro, se dedicará a fotografiarlo. La consabida cámara de tv proveerá el primer programa en exteriores directamente desde la Luna. "Con ustedes... ¿quién?" El chiste circula entre los posibles viajeros, que no saben aún sí una corte de selenitas no los obligará a cambiar de planes.
Si no hay inconvenientes, el par vivirá 24 horas en el satélite; mucho más tiempo pasarán enclaustrados en el laboratorio, si regresan a la Tierra: nadie podrá verlos —habitarán cuartos separados— hasta que se hayan agotado todas las precauciones. Para limar asperezas, los técnicos yanquis comentan: "Es posible que el primer hombre que vuele alrededor de la Luna sea ruso; pero es indiscutible que será norteamericano el primero que descienda".
Tanto Hubert H. Humphrey como Richard M. Nixon simulan ser firmes partidarios de los planes. Newsweek interrogó la semana pasada a los candidatos demócrata y republicano sobre su posición frente al problema. "No considero al programa espacial como algo suntuario. Es una necesidad y creo que debería incluirse entre nuestras prioridades nacionales", declamó Humphrey. "Es uno de nuestros imperativos nacionales y debe fomentarse a un nivel que asegure un progreso eficiente y firme; como presidente, haré que nuestro país retenga el liderazgo en esta gran empresa", susurró demagógicamente Nixon.
La verdad es que, incluso en esta era de la Ciencia, el hombre necesita símbolos y para expresar sus aspiraciones debe construir otros altares.
PRIMERA PLANA
22 de octubre de 1968

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