Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Octubre 30, 1938
Marcianos en Nueva York

El locutor empezó con voz temblorosa: "Señoras y señores: debo anunciarles una noticia grave. Aunque parezca increíble, las misteriosas criaturas que aterrizaron esta noche en New Jersey son la vanguardia de un ejército proveniente de... del planeta Marte. (Pausa). A continuación, una declaración del señor Ministro del Interior sobre seguridad territorial". La voz siguiente era menos temblorosa, pero igualmente impersonal. Anunció que los marcianos, provistos de fusiles que disparaban rayos mortíferos, habían masacrado a centenares de personas y avanzaban entre incendios hacia la ciudad de Nueva York. El comunicado aseguraba que las Fuerzas Armadas hacían lo posible por rechazar la invasión, a pesar del carácter desconcertante del enemigo, y terminaba invocando a Dios Todopoderoso para que los invasores pudieran encontrar una nación fuerte y unida, dispuesta a defender la supremacía del hombre sobre la tierra.
Comunicados e informativos se sucedieron, entre ráfagas cada vez más breves del Concierto para piano Nº 1 de Tchaikovsky. Los efectos se advirtieron muy pronto. En Newark (New Jersey), cientos de personas huían de sus casas con la cabeza envuelta en toallas mojadas, supuesta defensa contra gases tóxicos. La policía caminera observó un aumento de circulación insólito entre Nueva York y Filadelfia a partir de las ocho de la noche; una hora después, los automóviles atiborrados de gente y de sus posesiones, menos inmuebles, se sucedían a más de cien kilómetros por hora. La policía de Nueva York recibió en un cuarto de hora más de dos mil llamados; la emisora que propagó la noticia, cuatro mil en una hora. Una mujer irrumpió en una iglesia de Indianápolis y aulló: "Están destruyendo Nueva York. ¡Es el fin del mundo! ¡Vuelvan a casa y prepárense a morir!" Menos locuaz, una señora de Pittsburg procedió a envenenarse al sentir que se acercaban los marcianos. Fracturas, choques, pillaje, histeria colectiva dominaban la costa Este del país. John Barrymore soltó a sus diez perros daneses ante la inminencia del Apocalipsis.
Hacia las 21 horas, en los estudios de la CBS de Nueva York terminaba su trabajo un grupo de actores del Mercury Theatre, el grupo norteamericano "más original, dinámico e influyente" (según Brooks Atkinson) de fines de los años 30. El prestigio del Mercury había hecho contratar a Orson Welles y John Houseman, sus creadores, para un ciclo de emisiones radiofónicas. Welles, Joseph Cotten y Ray Collins se dirigían al teatro, para el ensayo general de La muerte de Danton, de Büchner; la emisión de aquella noche había sido una versión libre de "La guerra de los mundos", de H. G. Wells. Tras cuatro horas de ensayo, Welles decidió caminar un poco para refrescar su agotamiento. Aún no había amanecido; en los tableros del New York Times ve una noticia: "Orson Welles siembra el pánico". Vuelve al teatro y comenta el titular con Everett Sloane: ¿tendría algo que ver con los llamados recibidos por la CBS durante la emisión? Sloane
lo disuade irónicamente: nunca tuvo tantos oyentes el programa...
Horas más tarde, Welles y sus compañeros despertaron en una ciudad distinta. La CBS transmitía cada diez minutos un comunicado: explicaba que había habido confusión respecto a un programa con tema de "anticipación científica". Walter Winchell, desde otra emisora, había asegurado poco después de la emisión que "América no ha caído". Los marines estacionados en el puerto de Nueva York recuperaron sus licencias canceladas a último momento la noche anterior.
Pasó más tiempo antes de quería Universidad de Princeton publicara un estudio psicosociológico sobre los efectos del programa, que los psicoanalistas propusieran sus hipótesis. Asediado por juicios, por damnificados anónimos y por el mismo H. G. Wells, Orson no podía comprender cómo nadie había reparado en la presentación, leída a las 20 horas en punto: "La CBS presenta al Mercury-Theatre en 'La guerra de los mundos', según la novela de Wells". La ilusión dramática había sido más poderosa que cualquier verosimilitud. A la presentación había seguido una supuesta transmisión de música desde el salón de baile de un hotel elegante, interrumpida por supuestos noticiosos que informaron de la caída de un aerolito en New Jersey y, sólo más tarde, por los comunicados, Howard Koch y Paul Stewart, que no lograban un ángulo interesante para la adaptación, habían recibido de Welles este consejo: "Subrayen el aspecto actual, los efectos dramáticos, para lograr una impresión de autenticidad". A último momento, el libreto fue re escrito por Welles, Houseman y Stewart. Lograron esa impresión, mucho más allá de sus intenciones recreativas.
El pánico es difícil de explicar por la mera fecha, año del pacto de Munich, cuando la expansión alemana por Europa y la japonesa por Asia ya amenazaban la paz mundial. Una observación del comunicado de la CBS cobra retrospectivamente una dimensión particular: "Se supone que la causa principal del malentendido fue, sencillamente, la naturaleza misma de la radio, escuchada a menudo en forma fragmentaria". Más que por sus efectos pintorescos, la transmisión de Welles revela una capacidad extraordinaria para denotar la índole del medio de comunicación, con sus rasgos más intransferibles. Un cuarto de siglo después, Marshall McLuhan acuñó una fórmula, que sería manoseada, en el primer capítulo de Understanding Media: "The médium is the message", el medio es el mensaje.
Los medios de comunicación, "extensiones de los sentidos del hombre" para McLuhan, suelen utilizarse para trasportar un mensaje correspondiente a otro medio, perdiendo sus posibilidades menos convencionales, más auténticamente nuevas. "No estamos mejor preparados —escribió— para enfrentar a la radio o la TV en nuestro medio dominado por la letra impresa de lo que el nativo de Ghana lo está para enfrentarse con esa letra impresa que lo arranca de su tribu y lo confina a un aislamiento individual."
Leonardo y Picasso preferían a la palabra "inventor" la menos prodigiosa "descubridor". Con inocencia perfecta, dos años antes de cambiar la historia del cine con 'El ciudadano', Welles liquidaba la posibilidad misma de muchas experiencias con los medios de comunicación. Los secuaces locales de McLuhan realizaron, entre el año pasado y éste, melancólicos ensayos: repartir tarjetas con un número telefónico y comunicar a quien lo discaba que había cerrado un circuito de comunicación; congregar en una sala a doscientas personas a quienes una señorita rubia convencía de que estaban comunicándose con Berlín y Nueva York. Entre el aburrimiento y la insignificancia, el defecto mayor de estos ensayos era carecer de todo sentido casi tres décadas después del 30 de octubre de 1938. [E.C.]
22 de octubre de 1968
PRIMERA PLANA

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