Revista 7 Días
01-02-1966 |
Françoise Gilot vivió diez años con Picasso y
luego, cuando todo terminó entre ellos, se hundió en el anonimato.
Ahora se asoma de nuevo a la notoriedad, convertida en pintora y con
una "bomba" bajo el brazo: un libro en el que demuestra que convivir
con un genio es tarea difícil para una mujer y relata implacable y
minuciosamente la intimidad de la última pasión amorosa del célebre
pintor.
Es irrelevante preguntarse a qué línea pictórica se adscribe
Françoise Gilot o si sus cuadros son buenos o malos. Como pintora,
su fama la debe a haber escrito un libro, Ma vie avec Picasso, que
provocó las iras de la cohorte admiradora del pintor malagueño y fue
causa de que el propio Picasso iniciara una querella por difamación
y calumnia e intentase a toda costa que la obra fuera retirada de
circulación con toda prontitud.
Pero Ma vie avec Picasso es también el imán que atrae a las galerías
de arte a millares de personas más interesadas en ver de cerca a la
mujer que "se cansó de vivir con un monumento histórico" (según ella
misma declaró a los periodistas) que en su producción artística.
Françoise y los organizadores de exposiciones lo saben y la
explotan. Cuando presentó sus 26 telas en la Gallería 32 de Milán,
la inauguración de la muestra coincidió "casualmente" con la
aparición de Vita con Picasso, la versión italiana del libro. Y
Alfredo Paglione, el director de la galería, logró el éxito más
importante de su vida profesional: millares de visitantes en la
tarde de la inauguración y varias docenas de fotógrafos que
aseaetearon con sus flashes a la pintora francesa, registrando para
la efímera inmortalidad de la revista o el diario, cada uno de los
gestos y mohines de Françoise.
Françoise era poco más que una adolescente cuando conoció a Pablo
Picasso en 1943. Fue en París, durante la ocupación alemana. Había
ido a comer con unos amigos a Le Catalan, un restaurante de la
orilla izquierda del Sena frecuentado por pintores y escritores, y
al poco tiempo llegó Picasso con otro hombre y dos mujeres. Una de
ellas, Dora Maar. pintora y fotógrafa yugoslava, era desde 1936 la
compañera "oficial" del pintor. Desde el primer momento, Picasso se
sintió atraído por la gracia y la juvenil belleza de Françoise. No
obstante la presencia de Dora, logró ingeniárselas para ser
presentado a la muchacha e insinuarle el interés que despertaba en
él. Se vieron varías veces en el estudio que Picasso compartía con
su amigo Sabartés, y Françoise, gran admiradora del artista, pudo
darse cuenta de que era admirada por el hombre.
Ella misma relata así esta fase de la "seducción":
"Un día me dijo: "Me gustaría que viera mi museo".
Dejó el objeto que tenía en la mano, se dio vuelta y me besó en la
boca. Lo dejé hacer. Me miró sorprendido.
—¿Le molesta?
—No —respondí—. ¿Por qué había de molestarme?
—Es fastidioso —dijo—. Hubiera debido por lo menos rechazarme. De lo
contrario podría pensar que me está permitido todo.
Sonreí y le dije que continuase. Ahora parecía totalmente
desconcertado. Me daba cuenta de que no sabía qué hacer —ni si
hacerlo— e intuí que diciéndole cándidamente que sí le hubiera
desalentado del todo. Por tanto le dije: "Estoy a su disposición".
Me miró con circunspección y después me preguntó: "¿Está enamorada
de mi?". Respondí que no podía afirmarlo, pero que, de todos modos,
me agradaba y me sentía a gusto a su lado; por tanto, no veía motivo
alguno para poner por anticipado límites a nuestra relación. El
entonces repitió: "Es muy molesto. ¿Cómo quiere que yo seduzca a
nadie en estas condiciones? Si usted no se resiste, no 'hablemos
más".
Una mañana telefonée a Picasso para fijar una cita. Llegué
puntualmente, vestida con un traje de terciopelo negro que me ceñía
como un guante, y con los cabellos rojizos peinados al modo de la
Infanta de Velázquez. Picasso me hizo pasar y me miró con la boca
abierta: "¿Es éste el vestido que usas siempre para aprender talla
en madera?". "No, por supuesto", respondí. Pero como me imaginaba
que no tenía la más mínima intención de enseñarme a tallar en
madera, me había puesto el vestido que me parecía más adecuado a las
circunstancias. Le dije que sólo me había preocupado por parecer
bella.
El alzó las manos al cielo: "¡Dios mío! ¡Qué temperamento! Haces
todo lo posible para que las cosas me resulten más difíciles. ¿No
podías fingir estar asustada, como suelen hacer las mujeres? Si no
caes en mis redes, ¿cómo nos las vamos a arreglar para andar de
acuerdo?". Guardó silencio, pareció meditar sus propias palabras:
después, lentamente, agregó: "Tienes razón. Es mejor así, con los
ojos abiertos. Pero ¿te das cuenta de que si sólo quieres la verdad,
me estás pidiendo que no te ahorre ninguna prueba?".
Vale más detenernos aquí, aunque el libro siga durante más ele 400
páginas desnudando, con la precisión y el lujo de detalles de un
informe policial, la intimidad de una relación que se prolongó
durante diez años y cuyas alternativas y vaivenes alimentaron más de
una vez las páginas de las revistas mundanas. Cuando se separaron,
Picasso tenía 72 años; Françoise 33 y dos hijos.
En sí, 'Mi vida con Picasso' no es mejor ni peor que otras obras del
género. Inclusive se dijo que no lo había escrito Françoise, sino
alguno de los muchos "negros" que habitan en los suburbios de la
literatura y sólo ven sus obras publicadas cuando algún personaje de
moda les presta su firma. Pero eso apenas tiene importancia. El
libro cumple sus objetivos: ser vendido en tiradas de excepción y
satisfacer la enorme demanda del mercado del escándalo. Hay muchos
que gozan al comprobar que también los ídolos tienen los pies de
barro y muchos que se complacen con la imagen de un genio en
pantuflas o, mejor todavía, en piyama.
Según Françoise, la finalidad es mucho más plausible: ha vivido diez
años con Picasso y conoce hechos que todos los demás ignoran acerca
de su trabajo, de sus costumbres y manías, de sus amistades, de sus
amores. Afirma que el único móvil que la indujo a escribir el libro
fue compartir ese privilegio y poner ese capital desconocido al
alcance de sus lectores. Lo demás —dinero, notoriedad— es algo que
se le ha venido inesperadamente a las manos y que, sería estúpido
rechazar.
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Françoise Gilot
y Picasso
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