MODAS 1968

Las faldas de Lucifer
Luego del furor del estilo Bonnie and Clyde, la moda parece decidida a ultimar un pacto con el mismo Diablo. Un ejemplo inquietante es el de Walter Holmes, diseñador británico de 34 años, que se inspira para sus insolencias en ropas propias de conventos y monasterios.
Los modelos del hereje le ganaron ya el anatema de la crítica: "Puede otorgársele el Premio al Mal Gusto del Año, la Década y la Centuria", se enfurecieron los especialistas neoyorquinos. Sin inmutarse, Holmes paseó por la Quinta Avenida a dos modelos luciendo sus inventos: un vestido de mangas largas, cuello y cofia de monja, y otro, similar, con capucha de monje y una soga anudada como cinturón, al estilo franciscano. Ambos, por supuesto, finalizan en módica minifalda. Tanta porción de muslo femenino al descubierto es la piedra del escándalo que agita a los recatados.
"Es una blasfemia", condenó monseñor Joseph Snee; "me parece muy divertido", contestó la secretaria Margaret Spencer, de 23 años. Ella trabaja en Manhattan y usa siempre ambos modelos, sea para ir a sus labores o a cualquier sitio nocturno (con cofia).
Holmes se muestra demasiado ocupado como para hacer penitencia. Anunció que sus mini-medievales —que traen opcionales collares de campanilla y cuestan 29 dólares— se venden ya en medio centenar de boutiques de la cadena Paraphernalia, sembradas en USA. No le preocupa la airada reflexión de monseñor Snee: "Si las mujeres han decidido imitar los atavíos de nuestras hermanas monjas, quisiera que también trataran de imitar sus hábitos, especialmente los de modestia, pureza y castidad". Hasta ahora, su llamado no tuvo respuesta.



Carnaby: ¿Un callejón sin salida?
Hace una década no la conocían ni siquiera los londinenses; la calle, estrecha y sucia, serpenteaba a dos cuadras del Soho, poblada por veteranos almacenes. El milagro llegó con los últimos estertores de los años 50 y Carnaby Street se metamorfoseó en el sinónimo de la explosión 'mod' en el mundo de la moda. Desde el lejano Oeste americano hasta los flamantes países africanos, los expertos vistieron a sus jóvenes hermosos con pantalones angostos y chaquetas entalladas; millares de boutiques ensayaron copias de los delirantes accesorios que lanzó Carnaby. Ante semejante revolución, el adusto ceño de la Inglaterra conservadora optó por su sonrisa más radiante; no era cuestión de despreciar la contribución de la sofisticada calle a las arcas del comercio británico.
Pero aunque los cimientos de este extravagante complejo publicitario son sólidos como una roca, el alza de Carnaby provoca una inevitable pregunta:, ¿cuánto tiempo podrá mantenerse? La semana pasada había quienes pensaban que su trama estaba a punto de convertirse en un puñado de hilachas. Otros insistían en que era tan institucional como la Corona; los bandos se agredieron a mandobles de ingenio.
Todo comenzó con un artículo en The London Daily Express, firmado por el cronista de modas John H. Clarke, quien espetó: "Si alguien me pregunta acerca de una inversión en esa zona le diré que guarde su billetera. Cada vez que camino por Carnaby tengo una abrumadora impresión de mal gusto y de falta de originalidad".
El contraataque fue comandado por John Stephen (31 años), que abrió la primera boutique con un capital de 700 dólares y ahora posee seis locales idénticos alineados en la vereda derecha. El pionero Stephen no se limitó a tratar de mentiroso a Clarke; también exigió una reparación pública del periódico. La misma Corona está interesada en la prosperidad de Carnaby, ya que proyecta construir allí una galería de dos pisos con catorce negocios.
Aun los críticos más empecinados deben reconocer que la calle manipula sus finanzas con comodidad, aunque los beneficios obtenidos son guardados en hermético secreto. "En realidad, el problema mayor en estos momentos es el racimo de boutiques que abrieron las grandes tiendas londinenses", suspira Henry' Moss (34). Este entusiasta comerciante decidió conmocionar a los tímidos cuando incluyó a dos sinuosas modelos que se cambiaban a la vista de todos; fue multado con dos libras por obstruir el tránsito. "A la decadencia —filosofó sin inmutarse— hay que combatirla con más decadencia."
Primera Plana
9 de julio de 1968

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Strip-tease en Carnaby

 


 

 

 

 

 

 

 

 

Prohibido para conventos

 

 

 

 

 

 

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