Aniversario de la muerte de Husserl
27 de abril de 1938

 

 

 

 

 

Hace treinta años, el 27 de abril de 1938, y en Friburgo de Brisgovia —pequeña ciudad alemana que aún guarda su aire medieval—, moría Husserl, el creador de la fenomenología, acaso la única filosofía del siglo xx que reúne cuatro notas decisivas para una filosofía auténticamente nueva: originalidad sin ruptura, pensamiento radical, rigor obstinado y fecundidad metodológica.
Por eso desplazó al neokantismo de las Universidades alemanas; atrajo a los fatigados de "explicación" hacia un método que, al describir los fenómenos, permitía superar inveterados dualismos: sujeto-objeto, cuerpo-alma, idealismo-materialismo; y terminó por prender en quienes, como los pensadores religiosos, hacen de la filosofía de la esencia su natural filosofía. La noche en que Sartre supo de la fenomenología por boca de Raymond Aron, casi palideció: "Era exactamente lo que deseaba desde hacía años", comenta Simone de Beauvoir. El siglo xx tenía idéntico deseo.
De origen judío, Edmund Husserl nació en Prossnitz (hoy Checoslovaquia) el 8 de abril de 1859. En 1887 presenta su tesis de profesorado y se convierte al luteranismo. Le ocupa luego la Filosofía de la aritmética (1891) y asimila la influencia del lógico-matemático Frege. En 1900-1901, ya profesor en Halle, aparecen sus Investigaciones lógicas; pretenden establecer la lógica pura como ciencia universal.
Las afirmaciones basadas sobre hechos son generalizaciones aproximativas y probables, sostiene Husserl. Pero que el triángulo tiene tres lados y una cosa es idéntica a sí misma son verdades exactas y definitivas. Hay, pues, algunos "objetos" que no son hechos. Son significaciones ideales, pues el mundo de la razón tiene razones que los hechos no logran fundamentar.

Atravesar la pantalla
Esto hace recordar a Leibniz, y Husserl lo cita con gratitud. Sin embargo, va mucho más allá. En abril de 1907, en la primera de cinco lecciones dictadas en Gottinga, pide para la filosofía un punto de partida y un método nuevos, para diferenciarla de la ciencia natural. A primera vista, repetía una anotación de su diario, de siete meses atrás: "Sin ponerme en claro los rasgos generales sobre el sentido, la esencia, los métodos, los principales puntos de vista de una crítica de la razón [... ] yo, en verdad, no puedo vivir". Pero en el fondo estaba forjando su obra máxima, las ideas, cuya primera parte aparece en 1913, el mismo año en que Strawinski estrena La Consagración de la Primavera, y Apollinaire publica Alcools. Algo cambiaba en el mundo de la cultura. La filosofía, como siempre, era la antena más profunda y la menos visible.
Las ideas o esencias son necesarias e invariantes. La tradición sostenía que se llegaba a la esencia por abstracción. Usted ve que Pablo, Pedro, Luisa tienen la propiedad del lenguaje y concluye que el hombre es un animal que habla. Pero usted ve a Pedro o a Pablo por medio de una intuición sensible, como ve un libro azul, por ejemplo. Ahora, imagine ese azul extendido en una superficie mayor, cubriendo una pared; ahora, imagínelo cubriendo un grano de arroz; ahora, no cubriendo ninguna superficie. No puede. Si prescindiéramos de la superficie, nos quedaríamos sin el color. La superficie es esencial al color, así como el ser coloreada es esencial a toda superficie.
Usted ha aprehendido la esencia, o 'eidos', del color; ha efectuado, toscamente por supuesto, una variación eidétíca y ha tenido una intuición eidética, "el principio de todos los principios". Esta conciencia de la imposibilidad torna posible el conocimiento esencial. Pero podríamos haber realizado la variación sobre algo no existente, pues la existencia real del objeto no influye cuando se busca su esencia. Podríamos "poner entre paréntesis" la exigencia del objeto y partir de un producto de nuestra ficción, un centauro, por ejemplo. Por lo tanto, ninguna esencia garantizará la existencia de hechos, más si existen hechos pertenecientes a una clase, estos hechos deberán tener necesariamente una esencia. El hecho es —para usar palabras de de Muralt— revelación y pantalla de la idea. La fenomenología intenta atravesar la pantalla, ser una ciencia de esencias.
Si hacemos una meditación fenomenológica sobre la conciencia, veremos que, perciba yo o recuerde o imagine, siempre mi conciencia está dirigida a algo, exista o no ese algo. Cuando imagino una ondina, mi imagen es imagen de algo. Este "de" es la esencia de la conciencia y Husserl lo llama intencionalidad. "La intencionalidad, esto es fenomenología", dirá Levinas.
En 1916 va Husserl a Friburgo. Allí proseguirá con el afán de su vida: escribir. No obstante, publica poco. "Soy un escéptico —dice—; les creo más a los otros que a mí mismo." Allí, desde 1919, tiene como asistente a un profesor con aspecto de tosco aldeano: Martin Heidegger. En 1927, Heidegger —a la sazón en Marburgo— publica en el Jahrbuch de fenomenología un escrito denso y difícil, El ser y el tiempo, Husserl lo leyó dos veces y acabó rechazándolo por heterodoxo. Ignoraba que en esas páginas nacía la aplicación más resonante y fértil de su método: la fenomenología existencial, esto es, el análisis esencial de la existencia humana.
Ahora Husserl miraba hacia atrás. Quienes ocupaban, en febrero de 1929, el anfiteatro Descartes, de la Sorbona, le oyeron declarar que la fenomenología era casi un neocartesianismo. Por eso Ortega lo definió como el último gran racionalista. Todo gran filósofo tiende a ver el pasado en función propia y verse a sí mismo como coronación del pasado. En 1933, Alemania ya está bajo la tutela de Hitler, un hombre que desprecia la razón.

Una tarea infinita
Aquí conviene disipar ciertos equívocos. El régimen nazi no persiguió con saña particular a Husserl; Beaufret ha hablado de ciertas extrañas amabilidades para con el filósofo. También conviene no minimizar: Husserl sufrió las humillaciones aplicadas a todos los profesores judíos. Su nombre fue borrado de las listas oficiales y prohibida su entrada a las Universidades. Nada nuevo podía publicar.
Vivirá hasta el fin en solitario retiro, con la grave alegría de tres apoyos: la fenomenología —la obra de su vida—, el amor de Malvine Steinscheinder, su mujer, y la fidelidad de sus asistentes Landgrebe y Fink. En 1935 pronuncia en Viena una conferencia magistral, donde muestra que su teoría no se ha olvidado de los hombres ni de la historia. La fenomenología, dice, es una tarea infinita, un nuevo modo de cientificidad reservado al espíritu y "sólo el espíritu es inmortal", subraya.
No habían transcurrido cuatro semanas de su muerte, cuando arribó a Friburgo el padre franciscano Hermann van Breda, con 27 años, y el título de Licenciado en Filosofía de Lovaina, deseando profundizar en la obra del filósofo. El 28 de agosto llega a la amplia casa de la Schoneckstrasse y, en presencia de Malvine y Fink, sus ojos fervorosos contemplan las 40 mil páginas de manuscritos estenografiados que dejaba Husserl, amén de otras 10 mil ya transcriptas por sus asistentes, sin contar las innumeras anotaciones de su fina escritura estampadas en los libros que leía.
Gracias a van Breda, hoy esos manuscritos forman el Archivo Husserl, en Lovaina. Encierran el testimonio de un "segundo" Husserl, más cerca del mundo de la vida y más lejos de las puras esencias; son la prueba de que el maestro sabía que —como dice Landgrebe— el mundo objetivo no coincide con el mundo verdadero. Y hoy, los filósofos estudian y discuten apasionadamente la fenomenología. Como para poder decir de Husserl lo que aquel profesor de tosco aspecto aldeano dijo una vez de Hegel: la posteridad no le ha llegado todavía. 
23 de Abril de 1968
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