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Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

REVISTERO
INTERNACIONAL


Un mundo color Braque
Retrospectiva francesa de Georges Braque
fundador del arte moderno


Revista Somos
septiembre 1980

un aporte de Riqui de Ituzaingó


 

 

 

Georges Braque (1882-1963) estaba furioso. ¿Qué diablos hacía él ahí, trepado en esa absurda escalera y con esa ridícula brocha gorda en la mano?, evidentemente, cualquier observador diría que pintaba las paredes del cuarto. Y por orden de su padre, viejo pintor de obra y aficionado secreto al dibujo que -pensaba Georges- no había sabido interpretar sus palabras. Porque unas horas antes repentinamente aburrido de la clase de matemáticas, se había escapado del colegio secundario y, presentándose ante él, había declarado: "Papá, quiero ser artista, como usted", ¿Qué respuesta recibió? "Perfecto hijo, ahí hay un balde con cal, una brocha y una escalera. ¡A blanquear el cuarto del fondo, vamos!". Así que ahora Georges cumplía con su deber filial, pero a regañadientes. Después hablarían, y ya vería ese viejo artero quién era él ¿acaso no estudiaba de noche -aparte del secundario- en la escuela de Bellas Artes? ¿Eso no valía nada? Y ya estaba a punto de bajarse de la escalera e irse a visitar a sus amigos, los pintores Raoul Duty y Othon Friez que lo alentaban siempre, cuando entró su padre y le dijo "Hijo, hay que terminar pronto porque éste será tu taller. ¿Estás cansado?: no te quejes, que el arte es un trabajo más duro". Había recibido su mejor lección.
Durante seis décadas —exactamente desde 1900 a 1963— aplicó la norma de su padre, y triunfó: junto a Pablo Picasso creó y desarrolló las tesis del cubismo, conmocionó las bases del arte clásico y dio al mundo un concepto clave del arte moderno. Sin sus ideas e intuiciones el arte del siglo XX no habría sido lo que es, y seguramente Picasso —su alter ego— jamás hubiera resuelto las permanentes contradicciones visuales de sus primeros intentos. No por nada la Fundación Maeght, a poco más de dos años del centenario de su nacimiento, acaba de inaugurar en Saint-Paul de Vence, Francia, la más gigantesca retrospectiva de su obra: 170 cuadros y más de mil dibujos, esculturas, yesos y ediciones originales de libros sobre su vida y sus métodos de trabajo. Esa gran exposición, que recorrerá hasta enero de 1983 todas las provincias francesas para finalmente llegar a París, descubre la inmensidad de su aporte, llamado por la crítica europea "un mundo de cubos sensibles".
Pero la historia de Georges Braque no se reduce a una retrospectiva: empezó con aquella brocha gorda, cuando su extraordinaria capacidad de observación le permitió absorber de las galerías parisinas y del Louvre datos más ricos que las lecciones de la escuela de Bellas Artes. Junto a sus compinches —Maurice Reynal, Marie Laurencin y otros bohemios— se extasiaba frente a los cuadros de las salas Durand Ruel o Vollard, y en 1906, gracias a los consejos de Othon Friesz, captó el mensaje del fauvismo, cuyo jerarca indiscutido era Henri Matisse. Así entendió que no era necesario seguir luchando por el realismo y la perspectiva, que el color podía ser un valor en sí mismo, y pintó unos treinta óleos fauve. Pero Braque no se apasionaba con sus descubrimientos intuitivos, sino con las nuevas ideas: era, según decía a menudo, "un loco de la lógica". Y sus pinceladas empezaron a hacerse más certeras, más duras y austeras, aun sin dejar de lado el color: es cuando conoce la pintura de Cézanne, que intentaba sintetizar la realidad a su esencia geométrica (cubos, cilindros, esferas). Estimulado por la valentía de abstracción de Cézanne abandona definitivamente la óptica tradicional —fondo y forma, armonía y demás reglas— y pinta La casa del estanque, supeditando las sensaciones provocadas por la naturaleza a las exigencias de la construcción. En 1907, en el Salón de los Independientes, expone ocho cuadros creados en su nuevo estilo. . . y en el primer día se venden todos. Braque no sale de su asombro, pero Kahn Weiler, un joven promotor de arte, sabe lo que tiene que hacer: le ofrece sus servicios, le presenta al poeta-crítico Guillaume Apollinaire y luego lo enfrenta a Picasso, que recién terminaba de pintar Les demoiselles d'Avignon, obra fundamental del cubismo.
Durante un año, Picasso y Braque no hacen otra cosa que hablar, emborracharse y pintar. Pero Weiler, que financiaba sus divagaciones a la espera de resultados concretos, les llama la atención, y en 1908 organiza la gran muestra individual de Braque. En el catálogo, el crítico Louis Vauxcelles bautizó —sin proponérselo— el incipiente estilo cubista: "Braque menosprecia la forma, reduce los paisajes, los rostros, las
casas, a esquemas geométricos, a cubos". De hecho, el argumento central del cubismo es reconstruir sobre un plano (dos dimensiones) la realidad (tres), como quien despliega un globo terráqueo sobre papel milimetrado: de ahí que, como está claro en Picasso, una cara se ve de frente y de perfil al mismo tiempo. Sin embargo, Braque seguía internándose en sus ideas del espacio y apartándose de Picasso, con quien rompió en 1917, para crear sus célebres series: Chimeneas (1922-26), Naturalezas muertas (1926-30), Playas y bañistas (1928-31), Personajes - composición (1937), Talleres (1949-55) y Pájaros (1955-63). No retomaba un mismo tema por insatisfacción personal, sino porque "el cuadro, la visión original, se acaba sólo cuando la idea se borra", según decía en 1945. Por ese entonces —a diferencia de su socio cubista— su taller de trabajo era su mundo: odiaba las convenciones sociales, las fiestas y los homenajes. En 1963 (año de su muerte), su talento se había extendido a la escultura, la tapicería y el diseño de joyas. Era querido y modelo de tres generaciones. Pero la fama nunca lo conmovió. 
Raúl García Luna
En Francia: Ana Barón