Mayo 11, 1888
Nace Irving Berlín

Hace diez días, el Show de Ed Sullivan —uno de los más antiguos y prestigiosos programas de televisión, en los Estados Unidos— incurrió en una singularidad: por primera vez, su emisión dominical de una hora admitió un suplemento de treinta minutos. El total fue dedicado a exaltar, con la colaboración de casi todos los grandes nombres de la música popular norteamericana, los ochenta años de Irving Berlin, compositor de casi un millar de temas, a quien la mayoría de los celebrantes reconoció como su padre o su abuelo.
Es posible que el homenaje no haya conmovido demasiado a Berlin, un hombre con fama de avaro hasta en sus emociones: respondió con una serie de lugares comunes, estudiadamente enhebrados, sobre los secretos de su vitalidad, que culminaron con el esperado agradecimiento a los Estados Unidos, su patria de adopción. De todas maneras, si él no pensó entonces en el camino recorrido durante esos ochenta años, otros se preocuparon de hacerlo: durante toda la semana, la prensa insistió en la historia que convirtió a este inmigrante, hijo de un rabino, en uno de los ancianos más fastuosos del mundo.

El soldado mañoso
Israel Baline tenía cuatro años, en el verano de 1892, cuando desembarcó en los muelles de la Battery, el extremo más pobre de la isla de Manhattan, en compañía de sus padres y cinco de sus siete hermanos. Los otros dos, los mayores, habían elegido quedarse en Temoyun, un villorrio de Kirrgizia, provincia rusa de la Siberia. Una infancia miserable le esperaba en América: el rabino Baline, su padre, tuvo que errar bastante hasta encontrar un empleo (un matarife lo contrató para que atestiguase, ante la colectividad judía que integraba su clientela, la legalidad religiosa del sacrificio de novillos), y murió cuatro años después, sin conseguir una seguridad para su familia.
Israel abandonó el colegio, luego de dos años de instrucción primaria, para no volver más a él, y se instaló en una esquina portuaria con un paquete del Evening Journal: a los trece años, sintiendo que no ganaba lo que consumía y que era una carga para su madre, desapareció sin previo aviso. Durante diez años, su familia no supo nada de él: cuando reapareció, en 1911, ya era Irving Berlin, un joven compositor en ascenso.
Durante esa década, pasó de vendedor de diarios a cantor ambulante, a mozo de un restaurante, a componer sus primeras canciones (en sociedad con su patrón, Mike Nigger, que tocaba el piano de oído), a pianista, finalmente, cuando comprendió que debía dotarse de un oficio en el que no dependiera de nadie. Extraordinariamente ambicioso, obtuvo pronto un contrato en una editora de partituras, para la que producía piezas sin interrupción, por un sueldo de 25 dólares a la semana; en unos meses ya era socio de la firma, y su hora de gloria estaba por sonar.
Una sociedad de actores, que se reunía los sábados por la noche en el club The Friars, pidió a Berlin que compusiera un tema sencillo para su fiesta anual, que pudiera ser cantado rápidamente por todos a la hora de los brindis: cuando llegó el momento —era una noche de diciembre de 1911—, Berlin se paró sobre una silla y comenzó a cantar Alexander's Ragtime Band. El tema fue como un contagio: desde ese instante, se asegura, siempre ha habido alguien cantándolo, dentro
de los Estados Unidos. La Primera Guerra Mundial hubiese podido cortar la carrera de alguien menos decidido que él a ser ilustre: movilizado, perdió un año en procurarse el favor de sus oficiales, para que le diesen la oportunidad de entretener a la tropa en lugar de continuar pelando papas (dado que su instrucción era prácticamente nula, había sido destinado a peón de cocina). Cuando lo consiguió, compuso de un tirón todos los temas de su primera comedia musical: Yip-Yip-Yaphank superó el éxito de trincheras, y fue presentada en Nueva York al fin de la contienda.
Broadway —y Hollywood, diez años después— descubrió a Berlin: su éxito crecía en la misma proporción que sus cuentas bancarias. A Pretty Girl is Like a Melody (Una linda chica es como una melodía) y Watch Your Step (¡Cuidado con el escalón!) fueron sus trampolines teatrales. Cuando llegó al cine, en 1927, con Puttin'on the Ritz, su popularidad se hizo internacional: 16 films (Sombrero de copa, Sigamos a la flota, Call Me Madam, Easter Parade) llevaron la melodía de Berlin a todo el mundo.
Ya ganaba más de lo que consumía.

El anciano aburrido
En 1958, cuando se cumplió medio siglo de la edición de su primera melodía, Berlin fue el centro de un homenaje nacional, como los Estados Unidos no habían tributado jamás a un músico. Él lo atravesó con su cuerpo magro, su cara poco dispuesta a la sonrisa, su voracidad incontenible (come más que nadie en los banquetes, aunque nunca consiguió superar los 51 kilos de peso), su manera parca y concreta de referirse a todas las cosas.
"Irving es un tipo difícil —confesó Oscar Hammerstein, luego de años de trabajar con él—: creo que no sé nada de su vida, ni de su carácter." Es poco probable averiguarlo, ya que ni siquiera tiene pasión por nada que no sean sus melodías: no le gusta leer, no soporta la televisión, detesta los espectáculos, hasta la música —de los otros— lo deja indiferente.
Lo único que se sabe con seguridad de él es que la máquina de fabricar canciones que puso en movimiento hace seis décadas no ha cesado de funcionar desde entonces: su producción se acerca ya al millar de temas éditos; sus ochenta años, el sábado último, lo encontraron sumergido en los arreglos para entregar las canciones de Say It With Music, una comedia que la Metro proyecta filmar con Julie Andrews como protagonista.
El resto, es lo que se cuenta desde siempre: "¡Sublime! —gimió Fred Astaire, en 1946, durante el estreno en privado de Easter Parade—. Quiero seguir haciendo films contigo". "Seguro —le contestó Berlin, sin la menor: emoción—, pero el próximo te costará más caro."
14 de mayo de 1968
PRIMERA PLANA

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Irving Berlin
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