Explosivas confesiones de la nadadora más famosa de todos
los tiempos
EL ESCANDALO DE OLIMPIA
Revista 7 Días
4 de mayo de 1965
Dawn Fraser, la nadadora más famosa de todos los
tiempos, tres veces campeona olímpica de los 100 y 200 metros estilo
libre, se suicidó deportivamente. La Australian Swimming Union,
organismo que agrupa a los nadadores australianos, decidió
descalificarla por el término de 10 años, cuando la deportista dio a
publicidad su libro sobre la vida de las Olimpíadas. La sinceridad y
los gustos exóticos le costaron caro a esta muchacha casada de 28
años.
"Para un atleta olímpico no hay nada mejor que ganar una
competencia, recibir la medalla de oro, ser aclamado por las
tribunas y luego emborracharse hasta el delirio con una buena
cerveza". Con estas revelaciones íntimas comienza su libro Dawn
Fraser. Su experiencia en tres Villas Olímpicas (Melbourne, Roma y
Tokio) le ha enseñado que el amor entre los atletas circula
libremente en las villas deportivas sin ninguna prohibición formal o
moral. La afirmación puede parecer escandalosa, pero en realidad no
lo es; donde miles de jóvenes conviven durante cuatro o cinco
semanas, es previsible que suceda este tipo de cosas. "Y no tiene
nada de escandaloso —explica Dawn Fraser en su libro— porque la
actividad amorosa en las Olimpíadas constituye una de las
atracciones más populares. No bien llegan a su pabellón
correspondiente, los atletas se vuelven pescadores de atletas: para
un joven de 20 años es mucho más atractivo "pescar" una muchacha que
presenciar el desfile inaugural".
Juan Carlos Dyrzka, primera figura del atletismo argentino, conoció
a la Fraser en Tokio, durante los Juegos Olímpicos del año pasado.
El deportista (24 años) confirma: "Lo que dice la Fraser no es
ninguna novedad. Es sabido que en todo grupo de jóvenes, y más aún
cuando se reúnen en una Olimpíada suceden las cosas que relata la
nadadora australiana. Antes de cada competencia el atleta acumula
tensiones y después de competir es explicable que quiera pasar un
rato en el bar, tomarse un whisky y luego dar una vuelta con una
chica. De todos modos sus revelaciones son explosivas".
Generalmente, las mujeres sufren las mismas tensiones que los
varones. Jóvenes —casadas o solteras— que se encuentran de pronto
prisioneras en un ambiente que no responde a sus hábitos. Así nacen
los fugaces romances que en realidad no difunden una vez finalizada
la Olimpíada. El hecho tiene una explicación: se trata en lo posible
que los escándalos (que hay muchos) o los simples romances no
trasciendan de las paredes de la Villa Olímpica. Los atletas tienen
el temor de ser expulsados públicamente. Por eso las noticias se
transmiten bajo formas de comentarios. Una especie de "tradición
oral" deportiva, en la que los atletas están complicados.
Durante las Olimpíadas de 1956 en Melbourne (Australia) la Villa
Olímpica estaba bajo estricta vigilancia. Un grupo de agentes hacían
la ronda nocturna por las calles oscuras iluminando los rincones más
tenebrosos. Una noche, Dawn Fraser y su compañera de equipo Adele
Prince decidieron hacerle una broma a sus camaradas australianos:
vestirse con ropas largas hasta los pies, y cubrirse la cara con
unos antifaces de color negro. A las 3 de la madrugada entrarían en
el pabellón de los varones y les harían arrebatadoras declaraciones
amorosas. Pero el plan se vio desbaratado por la policía, que las
"pescó" en el mismo momento en que se decidían a entrar al pabellón.
"Cuatro años más tarde, en Roma —dice Dawn Fraser— era yo una de las
nadadoras más anciana y responsable: apenas un poco más responsable
que el resto de mis compañeras. Cuando una muchachita australiana
fue hallada varias veces con un atleta de las Indias Occidentales, y
comenzaron a circular comentarios en torno a ellos, fui yo quien
tuve que reprocharla por su conducta". También en Roma las muchachas
fueron exhortadas a no usar shorts durante las visitas a la ciudad.
Pero las atletas —desafiando la disposición— tuvieron que soportar
el asedio de los fogosos jóvenes romanos. En realidad, si bien la
solidaridad de los atletas olímpicos es terminante, hasta el punto
de que ninguna indiscreción se revela, la conducta donjuanesca es
mucho más desprejuiciada de lo que se cree. El Barón Pierre de
Coubertín —creador de los modernos juegos olímpicos— cayó en el
error de idealizar también las inquietudes amorosas de los
participantes.
NO SOMOS JUANAS DE ARCO
No obstante, las autoridades olímpicas han realizado serios
esfuerzos por desexualizar tanto a los deportes como a los
deportistas. En cuanto se refiere a los nadadores, los directivos
han eliminado las mallas claras imponiendo ciertas normas de
vestimenta. Pero sus esfuerzos no han logrado resultados
satisfactorios.
En las Olimpíadas de Tokio los organizadores se empeñaron en borrar
cualquier intento de escándalo. Los pabellones de las muchachas
deportistas estaban estrictamente vigilados por agentes nipones, que
no permitían la entrada de ningún atleta. Por el contrario, los
pabellones de los varones estaban liberados de todo tipo de
vigilancia. Sucede repetidamente que las muchachas entran en los
recintos masculinos.
"Sí, cuento todo esto, porque creo que alguien tiene que decirlo
—dice Dawn Fraser—. Y también porque quiero justificarme: durante
todos estos años he vivido en un ambiente que no favorecía los
personajes tipo Juana de Arco".
Dawn Fraser nació el 4 de setiembre de 1937 en Sidney (Australia), y
desde los 19 años ha sido una buena fumadora: de 20 a 30 cigarrillos
diarios. Siempre le importó entrenarse seriamente, participar en los
torneos y ganar. Pero confiesa ser terriblemente individualista: le
gusta la natación como expresión individual, y someterse fielmente a
sus normas propias. "Cuando en Melbourne conquisté el récord mundial
de los cien y doscientos metros estilo libre —confiesa la Fraser—
declaré que iría a una fiesta a emborracharme bien con cerveza. Mi
afirmación causó escándalo. Siempre me ha gustado la cerveza y no
hay nada de malo en ello. Además nunca perjudicó a mi deporte".
ASALTO AL EMPERADOR
En Tokio el entrenador del equipo australiano, Bill Slade, prohibió
a los nadadores participar en la ceremonia de apertura. Dijo que su
gente se había cansado mucho con el viaje, y por lo tanto suspendía
la participación de la delegación. Sin embargo, Dawn Fraser y sus
camaradas de equipo desafiaron la orden. Ocultas detrás de enormes
anteojos negros, subieron al ómnibus que las llevaría al estadio.
Pero Bill Slade, que viajaba en el vehículo, reconoció a algunas del
grupo y las hizo bajar. La Fraser y otras, lograron pasar
desapercibidas y participaron del desfile. Slade se enteró
posteriormente y las denunció a la Australian Swimming Union. "Valió
la pena —cuenta Dawn Fraser— la marcha inaugural fue emocionante".
Pero la travesura más picante que hizo la nadadora australiana fue
cuando la arrestaron en el Palacio Imperial de Hirohito. Había
terminado sus pruebas y le quedaban siete días de absoluta libertad,
Quería divertirse. Así fue que se unió a una troupe de cineastas,
que justamente estaba rodando una película sobre su vida. Pasando de
boite en boite, de fiesta en fiesta y vagabundeando todo el día,
transcurrió una semana excitante. Estaba contenta, porque en una
fiesta privada había bailado, cantado, divirtiéndose mucho. Fue allí
cuando un funcionario le preguntó:
—Oigame, muchachita, ¿le gustaría robar unas hermosas banderas?
—Por supuesto —le contestó—, me encantaría.
—Venga con nosotros.
Momentos después se encontró en medio del Palacio Imperial, rodeada
de cientos de banderas. Se acercó a una de ellas y en el mismo
momento en que corría hacia la calle, con la bandera plegada al
aire, la policía le dio la voz de alto. En una calle oscura y
estrecha encontró una bicicleta. Pero no pudo ir lejos: finalmente
fue capturada. Resultó ser que la bicicleta era de un policía.
—-¿ Sabe usted —dijo el funcionario policial— que ha entrado en
territorio imperial y por ello debe ser castigada?
—Lo de territorio imperial lo sabía —repuso la Fraser—. No así lo
del castigo.
—¿Quién es usted?
—Dawn Fraser, nadadora australiana.
—¡No mienta! —repuso el policía.
Entre temerosa y divertida, la Fraser apeló a su amigo Lee Robinson,
productor de cine, quien finalmente logró convencer a la policía,
diciendo que solo había sido una travesura de la nadadora.
Este episodio colmó la paciencia de la Australian Swimming Union.
Los diez años de suspensión que le aplicó a Dawn Fraser, decretó el
fin de su carrera deportiva.