Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


Los terroristas del cianuro
El extraño secuestro de Patricia Hearst
y del editor de un periódico sigue conmoviendo a la opinión pública de USA

Revista Siete Días Ilustrados
04.03.1974

Una esotérica secta norteamericana mantenía en cautiverio, al cierre de esta edición, a una jovencita amenazada de ser ejecutada con balas de cianuro a menos que se repartan 400 millones de dólares en alimentos entre la población indigente de California
En el anochecer del pasado miércoles 20 de febrero, el empresario Rey Murphy, editor del periódico Constitución, salió de su confortable oficina, enclavada en el centro de la ciudad de Atlanta, USA. En su cerebro repiqueteaba una preocupación: la suerte corrida por Patricia Hearst, una joven secuestrada 16 días atrás por un grupo esotérico-terrorista autotitulado Ejército Simbionés de Liberación (ESL), un hecho que motivó un enérgico editorial del Constitución, condenando a los fanáticos criminales" que motorizaron el rapto. De todos modos, Murphy estaba lejos de imaginar que la secta golpearía otra vez, rápidamente, y que la víctima elegida sería él mismo. En la madrugada del jueves 21, una anónima voz anunció que un comando del ESL había raptado a Murphy, acusado de ser un enemigo del pueblo. Posteriormente fue liberado, recuperado los 40.000 dólares pagados por su rescate y detenidos sus secuestradores.

LA COBRA GOLPEA
En verdad, Patricia Campbell Hearst nunca pareció subyugada por el aristocrático modo de vida familiar, inaugurado por su abuelo William, quien en los albores del siglo comenzó a forjar un verdadero emporio periodístico. Llegó a contar con diecinueve revistas, una treintena de periódicos que vendían diariamente 17 millones de ejemplares y servicios telegráficos que iban a 72 países y se traducían a 43 lenguas. Su fortuna se calculaba en dos mil millones de dólares, pero antes de morir algunos negocios la recortaron a cifras menos escalofriantes; además, su deceso provocó una partición de la herencia entre sus siete hijos: uno de ellos, William Randolph, se encargó de pilotear la mayor parte del negocio periodístico.
De las cinco hijas de William, Patricia es quizás la más díscola: a los 16 años fue expulsada de una superexclusiva escuela, regenteada por monjas católicas, cuando una religiosa la sorprendió fumando cigarrillos de marihuana. Al año siguiente —se había inscripto en un colegio vecino, menos elegante— se enamoró de Steven Andrew Weed, un joven de 24 anos, profesor del establecimiento y graduado en Filosofía en la Universidad de Berkeley. Semanas después, la pareja se instaló discretamente en un cómodo dúplex, que alquilaron por 250 dólares mensuales, situado a pocas cuadras de la Universidad de Berkeley, donde Patricia estudia Historia del Arte.
Allí se disponían a cerrar el pasado 4 de febrero, cuando a las nueve y diez de la noche el timbre sonó insistentemente. Se trataba de una mujer rubia, encantadora pese al nerviosismo que traslucían sus facciones desencajadas. Explicó que necesitaba usar el teléfono con urgencia. Patricia, ingenuamente, abrió la puerta. Craso error: junto a la desconocida irrumpieron dos jóvenes negros, que se le abalanzaron encima y la sujetaron rudamente. Alarmado por los alaridos de su compañera. Steven Weed corrió en su auxilio, pero apenas llegó fue recibido por un aluvión de puñetazos que lo enviaren al piso. Similar suerte corrió Steve Suenaga, un jovencito de 21 años que acudió al lugar al oír los ruidos del breve combate.
Esa noche comenzó el calvario para la atribulada familia Hearst: recién ocho días después del secuestro tuvieron la certidumbre de que Pat —como la llamaban cariñosamente— estaba aún con vida. Una cinta grabada reproducía su voz: "Mami, papi —rezaba—, estoy O. K. No me maltratan, no me matan de hambre ni me asustan innecesariamente". Pero más adelante se escuchó una voz varonil, dura, amenazante: "Soy el mariscal del campo Cinque, y estoy absolutamente dispuesto a llevar a cabo la ejecución de su hija si ustedes no cumplen nuestras condiciones".
Las condiciones aludidas eran el reparto de carne, hortalizas y productos lácteos de primera calidad en bolsas de 70 dólares a cada habitante desocupado de California, beneficiario de seguros sociales por pobreza, excarcelado bajo caución o veterano de guerra necesitado: según los cómputos oficiales, alrededor de 5 millones novecientas mil personas. En total, deberían desembolsarse unos 400 millones de dólares. Y eso —aclaró el enigmático Cinque— era sólo "un gesto de buena fe", una precondición para discutir después la posibilidad de liberar a Patricia.
La familia Hearst trató de contragolpear: William y su esposa Catherine, ella con los ojos empañados por las lágrimas, aparecieron en las pantallas de televisión asegurando que no intentarían recobrar a su hija por la fuerza (una promesa aparentemente cumplida, ya que no se detectaron movimientos de la policía local ni del FBI); otro tanto hizo Steven Weed, quien, con la cabeza aún vendada por la golpiza, expresó que no iniciaría acción penal contra los delincuentes.
Paralelamente, cuando periodistas del semanario Newsweek pidieron fotos de Patricia durante su infancia, hubo una pequeña reyerta: Steve se negó a entregarlas, lo que motivó una airada réplica de papá Hearst: "Mira —lo reconvino—, tú no sabes nada de este negocio. Yo sí. Una foto de ella cuando era pequeña podría despertar en alguien sentimientos que lo lleven a defenderla". Newsweek consiguió las fotografías.
Entretanto, se conocía un nuevo mensaje del enigmático Ejército Simbionés de Liberación. Acusaba a Hearst de presidir "un imperio informativo fascista", y de formar parte de "los opresores de los pueblos del mundo". Además, reclamaban la libertad de Joseph Remiro (27) y Russell Little (24), dos miembros de la secta encarcelados en San Quintín desde un par de meses atrás. También se conocieron nuevos mensajes de Patricia, quien afirmaba que sus raptores "no son una banda de chiflados. Están perfectamente dispuestos a morir por lo que están haciendo". La joven también retaba a sus familiares por ciertas actitudes que consideraba negativas: "Es importante que la gente deje de hablar de mí como sí estuviese muerta; mami debería abandonar su vestido negro, eso no me ayuda en absoluto".
En su siguiente aparición pública, la señora de Hearst lució un sobrio, amable vestido gris.
De todas maneras, papá Hearst exhortó a los raptores a disminuir sus exigencias: "No soy multimillonario", se disculpó. Su contraoferta —mientras trataba de reunir fondos de cualquier origen— fue de 2 millones de dólares en alimentos. El jueves 21 de febrero —un día antes que Patricia cumpliera en cautiverio veinte años de edad— el ELS rechazó la alternativa: "El gesto de Hearst —fulminó el ucase— no es de buena fe, sino más bien un acto de arrojar migajas de pan a pueblo, obligándolo a pelear por ellas". Una perspectiva sombría amenazaba el futuro de la joven raptada: morir asesinada por una bala con punta de cianuro, según la costumbre del ESL.

UNA HISTORIA DE ENIGMAS
Desde la década del 60, cuando la violencia pareció reemplazar la discusión civilizada de ideas, multitudes de grupúsculos políticos, religiosos, mafiosos o simplemente demenciales, irrumpieron en el mundo. Estados Unidos fue, si no el más perjudicado, el que albergó sectas del más diverso origen. Porque si los asesinatos de Martin Luther King y de los hermanos John y Robert Kennedy pudieron haber obedecido a móviles político-económicos, la atroz muerte de la actriz Sharon Tate reveló definitivamente la existencia de logias diabólicas, integradas por seres enfermizos, pero también inexplicables si no se los ubica como remanentes de un estilo de vida decadente.
Acaso el Ejército Simbionés de Liberación sea una de las más completas conjunciones existentes: sus métodos criminales incluyen balas de cianuro y se apoyan en una verborragia pseudorrevolucionaria por la que pretenden presentarse como modernos Robín Hood, que extorsionan a los poderosos para repartir su dinero entre los sectores humildes. No sólo eso: la logia exhibe también su emblema: una cobra de siete cabezas, antiquísimo símbolo hindú de Dios y de la vida.
La fanática organización, en apariencia, fue fundada por un negro treintañero —Donald David De Freeze—, nacido en Ohio, que escapó de la Prisión Soledad en marzo de 1973, mientras cumplía una condena por asalto y robo. Se afirma que el núcleo central lo completan Tero Wheeler (29), Joseph Remiro y Rusell Little, estos dos encarcelados, como se dijo, en San Quintín.
Su existencia se conoció recién en el pasado mes de noviembre, cuando asesinaron a Marcus Foster, superintendente de la escuela de Oakland. "Es curioso —diría después el criminólogo Jerome Skolnick—. ellos no tienen ataduras. Nadie sabe quiénes son. "De
todos modos, dos miembros del grupo fueron descubiertos y procesados por el asesinato de Foster. Ninguno ostentaba antecedentes homicidas: Little era hijo de un mecánico electrónico, con estudios de Filosofía en la Universidad de Florida. Remiro —en cuyo bolsillo se encontró la pistola que disparó contra Foster— es un chicano nacido en San Francisco, veterano de Vietnam y activista en los grupos pacifistas. Nada más que eso.
Aunque el ESL proclama su objetivo de "destruir al estado capitalista y todo su sistema de valores", su accionar mereció reproches y condenas, y no sólo de los partidarios del establishment: la célebre comunista prosoviética Ángela Davis fue terminante: "Nos oponemos enteramente a este tipo de cosas". El rebelde Huey Newton, líder de los Panteras Negras, fue todavía más lejos: "Son enemigos del pueblo", anatematizó.
Ajenos a este clamor, los raptores mantienen en pie su amenaza, que puede terminar con la vida de Patricia Hearts. ¿Fanatismo? ¿Odio? Claro que sí. ¿Enfermedad? Por supuesto. Pero para entender semejante furor homicida hay que bucear aún más, y sumergirse en las entrañas de una sociedad donde el otrora orgulloso american way of life parece haber quedado refugiado en algunas viejas, tiernas comedias musicales.

 

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