Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


ODA AL AMOR Y A LA ALEGRIA

Revista Periscopio
02.06.1970

Era un ejército absurdo que avanzaba por todas las rutas, hacia el mismo punto. Los soldados tenían aspecto bohemio, uniformes estrafalarios, vehículos pintarrajeados; algunos viajaban "a dedo", otros a pie, unos pocos en helicóptero. La meta era Bethel, un pequeño pueblo del Estado de Nueva York. Ocurrió en el último verano norteamericano: algunos sólo lo recuerdan porque en esas rutas se produjo el mayor embotellamiento de tránsito de que se tenga memoria. Recién llegados, transformaron 250 hectáreas de campos baldíos en la Meca de la música pop.
Los policías no eran de la región: habían sido reclutados de apuro ante la avalancha hippie. La marea de coches y transeúntes los redujo muy pronto a la impotencia; se los vio sonreír, contestando el saludo de los pacifistas: la V de la Victoria de Churchill es hoy una contraseña de paz. Tampoco se quejaron algunos que, desbordados por la multitud, terminaron ostentando coronas de flores que colgaban de sus chapas de identificación, de sus gorras, de sus pistoleras, de sus galones.
Cuando el medio millón de peregrinos rodeó el gigantesco escenario erigido en Bethel, el Festival de Woodstock dio comienzo. Ya se había asegurado la posteridad: fue la demostración más imponente del pacifismo norteamericano de los últimos tiempos, la mayor concentración hippie del mundo. Tanto despliegue merecía su cronista, y lo tuvo: fue un enorme equipo de filmación, comandado por Michael Wadleigh. El resultado fue estremecedor: un documental que podría proyectarse durante 120 horas sin interrupción, que se ha convertido en una especie de Corán del movimiento hippie.
Su director no abdica de las motivaciones que lo llevaron a Bethel. En Cannes, cuando fue proyectada la versión definitiva, Wadleigh trepó al escenario con su barba rubia, sus largos pelos, túnica blanca y sandalias; con voz firme y dulce anunció que su película había sido dedicada, esa misma mañana, a los estudiantes de la Universidad de Kent "ajusticiados por la Guardia Nacional de Ohio cuando protestaban contra la invasión de Camboya". Aún no había ocurrido el otro trágico disturbio en la Universidad de Jackson.
Poco después, pese al cansancio que le produjo su abrumadora tarea —casi apostólica— en Cannes, Wadleigh dio pruebas de su paciencia al acceder a la entrevista que le solicitara Julio Ardiles Gray, de Periscopio.
—¿Por qué quiso filmar Woodstock?
—Para que todo el mundo comprenda por qué tantos jóvenes sentían la urgente necesidad de reunirse en un pueblito de Castkills. En aquella cita, una nueva minoría humana proclamaba su existencia con una fuerza colectiva, pacífica e indiscutiblemente feliz. Y nada la podía detener.
En el recinto reservado para el Festival, un anfiteatro natural donde se había levantado un escenario, miles y miles de espectadores vivaqueaban sobre un terreno lleno de pastos y a la orilla de un pantano infestado de mosquitos, apretándose unos contra otros para protegerse de la lluvia que se desencadenó varias veces durante quince horas. Los muchachos de pelos largos de la generación del amor compartían sus cigarrillos, acompañaban con golpes de manos el ritmo de la música, se friccionaban las espaldas para quitarse el frío. Ganados por la simple alegría de estar reunidos, de vivir juntos, se dejaban llevar por esa inmensa ola de cálida confianza. El cantante inglés de rock Joe Cocker definió bien el sentido de la asamblea. Después de su número gritó: "Ninguno de los que están aquí nunca más se sentirán solos". Y el público encontrará en mi película todo lo que hubo en Woodstock, salvo el barro.
—¿Hubo actos de violencia durante el Festival?
—Si el año pasado, en esta misma época, usted hubiera dicho que medio millón de jóvenes podían pasar tres días y tres noches juntos sin ningún acto de violencia, le habrían respondido que era imposible. Pero lo imposible fue.
—Antes de hacer cine, ¿a qué se dedicaba?
—Nací hace 28 años en Akron, Ohio. Me gradué, primero, en Humanidades, y después en Física y Química. Estaba por entrar en la Facultad de Medicina de la Universidad de Columbia cuando decidí hacer un curso de doce meses en la Universidad de Nueva York. El mundo perdió un médico; no sé si ganó un director. Hace tres años hice mi debut profesional con The Vanishing American Newspaper, una serie de once documentales de largo metraje para la tv. En Afganistán escalé varios picos montañosos con un equipo de operadores para filmar otro documental de una hora. Recorrí Wyoming por encargo de Time-Life, y durante la última campaña presidencial filmé varios cortos sobre las reacciones de los candidatos Richard Nixon, Robert Kennedy, Eugene McCarthy y Hubert Humphrey. También registré los recitales en la tv de Joan Baez y James Brown.
—¿Quién fue el productor de Woodstock?
—Nosotros mismos. Es decir, Bob Maurice y mis compañeros de equipo. Para ello tuvimos que vaciar nuestras cuentas bancarias, hipotecar casas, departamentos, vender nuestros coches y "manguear" a nuestros familiares. Había que pagar a 30 personas necesarias para cubrir el Festival. Poco antes de iniciarse el rodaje, la Warner entró en el film con los refuerzos necesarios.
—¿Cuántos técnicos trabajaron?
—Veinte operadores, ocho asistentes de operadores, seis ingenieros de sonido para los reportajes, catorce ingenieros de sonidos especialistas en música y sincronización, seis fotógrafos de producción y treinta asistentes de producción. Trabajamos noche y día, en todos los ángulos, colgados de grúas, acostados sobre el escenario, empapados por la lluvia. Arriesgamos un material técnico de medio millón de dólares. La grabación de los conciertos la hizo Hanley Sound, a quien se deben los famosos audiosistemas de la Fillmore East y de otras emisoras. La regulación para cada conjunto era tan distinta y tan compleja que fracasamos con los primeros trozos. Había que conciliar el emplazamiento de los micrófonos. Wric Blackstead se quedaba con los conjuntos y sus directores a fin de que el equipo conociera el orden de las Canciones y las sugestiones que los otros artistas hacían antes de entrar en escena.
—¿Quiénes seleccionaron a los artistas?
—Los organizadores, pero sin un patrón establecido. Hubo folk singers, Arlo Guthrie, Joan Baez o Richie Havens. Además, Crosby, Stills, Nash and Young, Joan Sebastian y Jimi Hendrix con su versión tan personal y tan extravagante del Himno de los Estados Unidos. Entre los conjuntos se contaba la célebre orquesta inglesa de blue rock Ten Years After, Countrie Joe and The Fish, Santana y los incomparables Sly and The Family Stone, quienes hicieron cantar a todo el auditorio Higher mientras levantaban los dedos en signo victorioso de la paz.
—¿Cuánto duraban las intervenciones de los cantantes y de los conjuntos?
—Al principio se previo que los conciertos comenzarían cada día a las dos de la tarde y que proseguirían hasta la noche. El término máximo dado a cada artista o conjunto fue de una hora. Sin embargo, cuando comenzó el Festival, todos se dejaron ganar por el ambiente general de juventud. Algunos conjuntos ocuparon el escenario durante tres o cuatro horas. Otros lo abandonaban para ir a tocar en los bosques o en el patio de una granja y después volvían. La música, en lugar de ser un elemento de distracción como lo habían previsto los organizadores, se convirtió naturalmente en la materia prima de la manifestación. Entre la multitud y el escenario reinaba un prodigioso sentimiento de comunión, y esos instantes, de una rara intensidad, los he querido captar en Woodstock como testimonios de uno de los acontecimientos más importantes de la historia de la música popular moderna.
—¿Cuál es para usted el momento más conmovedor de su film?
—Cuando Joan Baez arroja su guitarra y, antes de iniciar a capella el tradicional Swing Law, Sweet Chariot, dedica la canción a su compañero David Harris, director de estudios de la Universidad de Standford, actualmente en una prisión federal por haberse negado a tomar las armas para ir a la guerra de Vietnam, y cuando termina lanza un candoroso y terrible "Amén".
—¿Y el más gracioso?
—Las respuestas de los vecinos de Bethel, frente a la pacífica invasión que trastornó sus vidas rutinarias.

 

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Woodstock
Michael Wadleigh


 

 

 

 
Michael Wadleigh
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