Revista Periscopio
11/XI/1969 |
Está reputado como uno de los diez hombres más
poderosos de la ciudad de Nueva York; algunos, sin exagerar, lo
llaman 'El alcalde paralelo'. Millares de votantes tienen en cuenta
sus criterios, aunque la mayoría no conoce su nombre: John B. Oakes,
56, editorialista de The New York Times, el más influyente diario
norteamericano. Él resiste los halagos y ejerce un escrupuloso
aislamiento: no participa, por ejemplo, de las reuniones cotidianas
del Times, para eludir el riesgo de torcer la labor informativa.
"Por obvio que suene —explica Oakes—, creo que la opinión debe ser
mantenida aparte de las columnas noticiosas lo más posible." No es
el único recaudo: sus informes y los del director ejecutivo de
noticias, James Reston, llegan por separado a la oficina del editor
del diario, Arthur Ochs 'Punch' Sulzberger.
Es frecuente que Reston —o alguno de sus columnistas— no coincida
con Oakes. Hace algunas semanas, Tom Wicker, uno de ellos, defendió
a los estudiantes rebeldes; Oakes, en cambio, los atacó. De todas
maneras, nadie se sorprendió por la divergencia; los redactores de
Times han demostrado que los enfoques opuestos pueden sobrellevarse
en un mismo diario.
LAS REPRIMENDAS
La Casa Blanca, en cambio, no suele aceptar la urticaria con buen
talante. "Fuimos uno de los primeros grandes diarios que criticó la
guerra de Vietnam —se enorgullece Oakes—, mucho antes que se pusiese
de moda hacerlo." También denostaron al sistema Salvaguardia, de
cohetes-anticohetes, y la violencia policial en los campus
universitarios. "Tenemos la obligación de ocuparnos de todos los
problemas —dice el editorialista—; tratamos de adoptar posiciones
que creemos beneficiosas para el país, y las defendemos con la mayor
energía posible."
Este afán cívico no siempre encuentra buenos ecos: alguna vez,
mientras recorría la Casa Blanca, Oakes recibió una cortés —e
inesperada— reprimenda de John Kennedy, por sus críticas a un
proyecto de educación. Lyndon Johnson no estuvo más amable: llegó a
sulfurarse tanto por la oposición del Times a la guerra de Vietnam
que sus llamados telefónicos al diario se redujeron casi hasta la
extinción.
En 1967, el mismo Johnson invitó a Oakes para que integrara un
equipo de periodistas y políticos que iba a viajar a Saigón, para
supervisar el desarrollo de las elecciones survietnamitas; celoso,
como siempre, de su autonomía, el editorialista declinó la oferta.
Hubiera bloqueado, en su doctrina, la libertad de opinión.
Richard Nixon también se mesó los cabellos por culpa del diario en
1968, hasta lo denunció en un programa de televisión. El cargo:
atacar a su compañero de fórmula, Spiro Agnew. Times, por su lado,
continuó sin ocultar sus simpatías por Hubert Humphrey, el candidato
opositor. Es que nada está más lejos de Oakes que el eclecticismo:
"La expresión desde otro punto de vista, está vedada para mí",
declara.
LA PUNTILLOSIDAD
La pretensión le exige una vigilancia permanente; todas las mañanas,
Oakes se reúne, en forma individual, con cada uno de los once
miembros de su staff de editorialistas. Hay expertos en economía,
ciencias, política, asuntos africanos; sólo dos personas ajenas al
equipo tienen la visa del líder para escribir editoriales: Fred
Hecinger, de la sección educacionales, y Hal Borland, un veterano
que escribe el último editorial de los domingos.
"Aliento a la gente a que me traiga ideas, pero por supuesto muchas
son mías —explica Oakes—. Nadie tiene que escribir jamás algo en lo
que no crea." Su puntillosidad lo empuja a recorrer cada nota línea
por línea y no es raro que las modifique entre una y otra edición
para mantener inalterable la frescura informativa.
Tanta seriedad no podía sino engendrar algunos detractores.
Frecuentemente se lo acusa de barroquismo estilístico y de cierta
pedantería doctrinaria. "Creo que el Times realiza una labor
sumamente profesional, pero a veces sus editoriales se inclinan a
registrar apenas una aprobación o desaprobación", alega Philip
Geyelin, 46, director de editorialistas de The Washington Post. Y
agrega: "Los editoriales deben informar y educar. Son necesarios
porque la mayoría de las cosas que ocurren con el Gobierno precisan
ser interpretadas".
El mismo ascetismo hace que el Times eluda las caricaturas
editoriales, una carencia que no soporta ningún diario importante de
USA. "Tratamos de ser enérgicos, pero no dogmáticos —explican—, y
una caricatura, si es buena, tiene que ser arbitraria."
Pero quizá nada pueda reflejar mejor la actitud vigilante del
diario, que una reciente humorada de Oakes. Cuando se lo interrogó
acerca de sus relaciones con la Administración Nixon, exclamó: "Aún
no hemos recibido queja directa de la Casa Blanca. Pero todavía es
temprano".
Copyright Newsweek, 1969.
18/X1/69 • PERISCOPIO 9 • 69
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Oakes: un solo punto de vista
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