Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

POLONIA
Los guerrilleros están impacientes

 

Revista Primera Plana
26 de noviembre de 1968


El ejército polaco, en manos de Moczar, espera su hora

"No es posible ni es justo": los dos vocablos cayeron pesadamente de los labios de Vladislaw Gomulka, convocando toda la capacidad de comprensión de los comunistas occidentales que objetaron la invasión de Checoslovaquia, hace tres meses. El italiano Giancarlo Pajetta, el francés François Billoux y los otros "delegados fraternales" se encontraron así con el llamado al orden más suave y persuasivo que podían esperar. Para reforzar la energía de Leonid Breznev, el Politburó soviético lo hizo acompañar por el rechoncho ucranio Piotr Chelest, quizás el hombre que más hizo por matar en el huevo la rebeldía de Praga.
El 5º Congreso del Partido Obrero Unificado polaco fue la ocasión para nuevas deliberaciones internacionales del comunismo acerca de si es o no conveniente reunir la conferencia que ha de sancionar, por fin, la excomunión de China. Gomulka había invitado a 47 partidos: los chinos no estaban, desde luego; tampoco sus únicos aliados, los albaneses; el revisionismo yugoslavo fue igualmente excluido. Se notó la ausencia de Kadar y Ceaucescu, representados por personalidades de menor cuantía: Rumania, e incluso Hungría —que participó visiblemente forzada en el asalto contra los checos—, están dispuestas a callarse, pero no a aplaudir.
Según Gomulka, las desviaciones "nacionalistas" aparecen no sólo entre los PC que están en el poder (donde, sin embargo, son más peligrosas); él las señala también entre las que actúan en las sociedades capitalistas. Las "necesidades tácticas" los inducen a considerar a su propia opinión pública, influida por la "burguesía"; pero sus camaradas del bloque socialista "son responsables de la política del Estado". Y en ningún país esto es tan cierto como en Polonia, cuyos intereses nacionales deben prevalecer forzosamente sobre las aspiraciones del pueblo. Atacarlos, como hacen italianos y franceses, no es posible ni justo.
Gomulka los invitó a la tregua—por lo menos en el debate público— al término de un discurso de cinco horas en la sesión final del Congreso, que ha sancionado la catástrofe de los "revisionistas", afines al Nuevo Curso checoslovaco, y un precario acuerdo entre el grupo "burocrático" y el de los "guerrilleros". El nuevo Comité Central, que sustituyó el 20 por ciento del anterior, ha designado un Politburó de doce miembros; los amigos de Gomulka y los del general Moczar deberán coexistir por un tiempo más; se supone que los rusos han desaconsejado una confrontación brutal.
En 1956, cuando llegó al poder, después de un penoso ostracismo de ocho años, la popularidad del calvo y enclenque Gomulka era arrasadora; hoy, la militancia más joven—e intelectualmente superior— no ve en él sino el símbolo de una generación marcada por sórdidos episodios policiales anteriores y posteriores a la Segunda Guerra. Hábil para mantener su hegemonía, Gomulka no es un estadista, ni siquiera un líder inspirador. En los últimos años delegó su autoridad, cada vez más, en el tortuoso Zenón Kliszko; responsable del "trabajo ideológico" —en el que se han percibido profundas grietas—; es él, sin duda, quien pagará los gastos del avenimiento entre el Primer Secretario y su Ministro del Interior. Los cambios en el Politburó afectan a dos Viceprimeros Ministros: el economista Franciszek Waniolka y el doctrinario Eugeniiusz Szyr, y al Canciller Adam Repacki: los tres, por ahora, conservan sus cargos ministeriales, pero su carrera está terminada.
Las "fuerzas en ascenso", según el circunloquio empleado por Gomulka, se apiñan momentáneamente en torno de la corpulenta figura del general Mieczyslaw Moczar, diez años más joven. Este veterano de la resistencia antinazi, que gusta del bridge y de la vodka, tiene una visible inclinación por el anonimato: por extraño que parezca en un hombre largamente asociado a la actividad policial, suele caminar sólo por la noche de Varsovia con un cigarrillo en los labios. No es su única particularidad entre los jerarcas comunistas: sabe, también, reírse de sí mismo.
En marzo, las demostraciones estudiantiles estaban dirigidas contra la policía. Los universitarios dijeron: "En 1956 reclamábamos pan y libertad; ahora el pan lo tenemos, queremos libertad". Moczar pretende que todavía no es la hora: Polonia necesita, aún, garantizar sus fronteras contra el "revanchismo" alemán, y las ideas checoslovacas debilitan al Estado. Sólo cuando los hombres de Bonn hayan reconocido la frontera del Oder-Neisse y la existencia de otro Estado germánico, los polacos verían atenuarse la rigidez de su sistema político. El sustituto de la libertad es un exuberante nacionalismo, que los "guerrilleros" pretenden depurar de un ancestral sentimiento antirruso.

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Moczar

 

 

 

 

 

 

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