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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE TODAS PARTES


Lech Walesa
Premio Nobel de la Paz

Revista Somos
octubre 1983

un aporte de Riqui de Ituzaingó

 

 

El Nobel de la Paz otorgado al líder de Solidaridad refuerza su influencia interna en Polonia y pone en nuevos aprietos al régimen de Jaruzelski. Cómo vive ahora, que piensa y qué va a hacer el dirigente de Gdansk.
Leszk —así lo llaman en su casa y sus amigos a Lech Walesa— no se enteró inmediatamente de la noticia de que había obtenido el Premio Nobel de la Paz que otorga cada año el parlamento noruego. Y no se enteró porque cuando la noticia llegó a Danzig, él estaba en los bosques recogiendo hongos. Porque ésta es la época de los hongos en Polonia, y su foresta está plagada de los exquisitos kurki, como los llaman los lugareños. Para los polacos los hongos son una bendición del cielo porque, en un país donde los alimentos escasean, para obtenerlos no deben ir hasta los almacenes del Estado y, si saben buscarlos, no cuestan un sloty. Leszk, por otra parte, es un fanático del bigos, una sopa compuesta justamente por hongos y coliflor, que es un plato tradicional y pleno de nostalgia nacionalista, irrenunciable para todo polaco que se precie de serlo. 

 

 

Paradójicamente, Walesa había ido a recoger hongos porque es un virtual desocupado: actualmente, el líder sindical más famoso del mundo está temporalmente licenciado y cuanto menos aparece por las fábricas, menos problemas causa al régimen del general Jaruzelski. Pese a ello, sigue cobrando su sueldo de obrero especializado con permiso médico.
Lech Walesa nació en Danzig en 1942. Tiene una esposa, Miroslawa, seis hijos y un secretario que también cumple las funciones de chofer y guardaespaldas que se llama Jankowski. En el cuadro familiar es más fácil separarlo de la mujer y sus hijos que de Jankowski, y todos los que los han visto juntos han notado la diferencia, porque mientras Leszk siempre tiene los ojos brillantes y a veces parece divertido, su amigo muestra una expresión inescrutable, remota, resignada, que es la misma que se percibe en los rostros de millares de obreros polacos. Leszk es una persona simple, de escasa instrucción, pero, como siempre han dicho sus amigos, de irresistible simpatía y excepcional humanidad. "Walesa habla nuestro idioma —dicen los obreros polacos— ;es uno que se hace entender porque quiere ser comprendido." Cuando consiguió el acuerdo con el régimen de los famosos veintiún puntos en favor de los sindicatos libres, no tuvo reparos en decir: "Nosotros representamos la legalidad y ustedes el caos", pero su conducta no mostró el menor signo de fatuidad. Su cuartel general de Solidaridad siguió siendo una habitación maloliente del ex hotel Morski, en Danzig.
Tuvo seis hijos, uno cada dos años de matrimonio, y ha sostenido que se encuentra muy feliz junto a su mujer. Sus amigos, antes de que se conociera la noticia del premio Nobel, estaban preocupados por Leszk porque por primera vez lo vieron algo perplejo: "Mi situación es muy complicada —les dijo—, porque debo confesar que aún no he decidido cómo comportarme. Dudo entre seguir una línea legal o pasar a la clandestinidad. La primera solución me obligaría a retirarme de toda actividad poética y tendría que trabajar para el nuevo sindicato del gobierno o cualquier otro órgano legalmente reconocido, y la verdad es que eso no me atrae mucho. Por otra parte, la clandestinidad tiene sus inconvenientes, así que tengo una lucha conmigo mismo para descubrir el mejor camino, porque no quiero traicionar a todos los que han creído en mí. Estoy de acuerdo con la lucha, pero quiero evitar golpes que puedan romperme los riñones en el primer round. Esperaré las decisiones gubernamentales porque tengo intención de organizar algo nuevo, pero más a nivel regional que nacional, porque el sistema basado en lo nacional es más débil y, en caso de fracaso, toda la cadena se rompe y es muy difícil reconstruir los cuadros. Y cuando las cosas van peor hay que elegir entre los dos extremos más desagradables: la clandestinidad o la retirada".
LA INFANCIA GRIS. Leszk fue hijo de obreros y tuvo la infancia gris y los comienzos propios de todos aquellos condicionados por el cuadro económico y político de una nación tan compleja como Polonia. "No tuve tiempo de leer mucho, tampoco de disfrutar de ciertas cosas de la vida. Fumo mi pipa porque así puedo pensar y no hablo, me gusta pescar porque me olvido de mis problemas, adoro estar con mis hijos porque siento que todo lo que haga por ellos vale la pena, y, finalmente, no puedo sustraerme a creer que nuestros principios son inmortales, ya que no hay ningún sistema para destruir un sistema como el nuestro", reflexionó.
Sin el Papa Juan Pablo II, Lech Walesa no habría podido impulsar un movimiento como Solidaridad, pero también se ha dicho que sin la acción del ex primado polaco, el cardenal Andrei Wyszinsky, quizás Karol Wojtyla no habría sido elegido como jefe de la Iglesia. Junto a las dos personalidades polacas más conocidas de la década del '80 siempre ha aparecido la imagen de aquel purpurado ascético, que guió a la Iglesia de su país por 30 años, desde la posguerra, reforzándola constantemente en los choques y negociaciones con el régimen de Varsovia, y transformándola en un punto de referencia de la protesta y la disensión social, cultural y política.
Cuando en agosto de 1980 nació Solidaridad, el mundo se asombró al ver que el símbolo de ese primer sindicato socialista en un país del Este era la Virgen Negra, la Virgen de Czestochowa. Y si bien la Virgen Negra no formaba parte de la iconografía del movimiento obrero, los que conocen la historia polaca saben que es el símbolo del actual Papa y que el sindicato libre fue hijo del catolicismo polaco. Una combinación entre lo religioso y lo patriótico que será lo que lo distinguirá siempre del régimen y su ideología.
Nada fue más claro para demostrar esta ligazón entre el movimiento político-sindical y las instituciones eclesiásticas que la audiencia que Juan Pablo II concedió a Lech Walesa en enero de 1981. En aquella oportunidad, el líder de Solidaridad dijo: "Nos interesan los derechos del hombre, de la sociedad, de la fe. Si estos derechos humanos son respetados, entonces el hombre se sentirá más hombre y ayudará a los demás. Esta verdad la hemos recibido de Vos, Santo Padre, y ella constituirá nuestra directiva". Los observadores, sin embargo, opinaron que, a pesar de la matriz confesional, con Solidaridad nació en Polonia —por primera vez desde el advenimiento del régimen comunista— un poder laico de masas que hizo reverdecer la historia social del país. Por un breve período, los polacos tuvieron bajo el amparo de la Virgen Negra un canal de expresión política que no fue el Partido Comunista ni la parroquia clerical. Significativamente, fue también la Iglesia la que dio a Walesa los cuadros políticos e intelectuales, de consejeros (todos pertenecientes al clandestino grupo KOR) para guiar un movimiento de masas que reúne a diez millones de polacos.
Con el golpe de Jaruzelski del 13 de diciembre de 1981 y la disolución de los sindicatos libres se abrió una nueva era en las relaciones entre Walesa y las instituciones eclesiásticas. La Iglesia extendió su mano protectora sobre el hombre, siguió defendiendo los derechos sociales y el espíritu de los acuerdos de Danzig, pero estratégicamente puso distancia con Solidaridad. De todas maneras cuando el Papa volvió por segunda vez a Polonia, en junio pasado, en todos sus discursos hubo palabras para defender los derechos sindicales. Cuando tuvo que hablar de este nuevo periodo, Lech Walesa declaró públicamente: "Solamente puedo decir que me considero un hijo fiel de la Iglesia y que puedo contar con su apoyo. Quiero unir libremente a todos los representantes de la Iglesia polaca".
Leszk negó que durante su famoso encuentro con Juan Pablo II en junio, el Pontífice le hubiera aconsejado retirarse de la lucha política: "Durante nuestra entrevista de Zakopane, el Santo Padre no me dijo nada de eso", rechazó. A propósito de que il Osservatore Romano, el órgano oficial del Vaticano, publicara en aquella ocasión que Walesa había sido sacrificado en aras de la paz social en Polonia, el líder sindical comentó: "El padre Virgilio Levi (subdirector del diario que a raíz del artículo fue separado del cargo) no lo hizo de mala fe. Dio su interpretación de los hechos, pero no fue así. . ."
EL VALOR DEL NOBEL. El premio Nobel de la Paz otorgado al líder de Solidaridad ha adquirido un considerable valor político porque dio un reconocimiento mundial a la lucha del sindicalista de Danzig, que constituyó de una u otra forma un acto de emancipación para millones de polacos. El parlamento noruego consideró la lucha de emancipación sindical como "una lucha por la paz", que es imposible sin justicia social. Se ha tratado además de una confirmación para el régimen de Varsovia de que la comunidad libre y democrática no acepta los motivos aducidos por la represión, como el presunto estado de anarquía social, y considera en cambio que la exasperación del absolutismo partidocrático-militarista está motivada por la demostrada capacidad del pueblo polaco por manifestarse en un sistema pluralista, contrario al modelo único del estado-guía. El depuesto primer secretario del Partido Comunista polaco, Edward Gierek, había dicho en 1980 que la llamada "razón de Estado" exigía homogeneidad entre el régimen interno y los llamados "aliados infalibles" como la Unión Soviética. También fue significativo que en agosto, en oportunidad del tercer aniversario de Solidaridad y los acuerdos de Danzig, la propia Iglesia polaca diera su apoyo al sindicato independiente, a Walesa y al pluralismo representativo. Para los observadores políticos, el premio a Leszk estimula a los componentes mayoritarios de la sociedad polaca que no se consideran representantes del partido único. Obviamente, ahora se prevén riesgos para Walesa y sus futuras actitudes, ya que el régimen de Varsovia quiere evitar la repetición de las vicisitudes de Moscú cuando le fue otorgado el premio Nobel al disidente soviético Andrei Sakharov. Sin embargo, hay muchos que opinan que una acción represiva seria injustificada y, a la postre, se interpretaría en Polonia y en el exterior como un gesto de debilidad del régimen.
A pesar de que la agencia Tass dijo que se había dado el Premio Nobel a un "cadáver político", la realidad es muy diferente: Walesa no es un exiliado en su propia patria porque aún se mantiene intacto el consenso popular por su acción y su exuberante personalidad. Miembros de Solidaridad en el exilio dijeron que el Nobel dará mayor vigor a todo el movimiento obligado a la clandestinidad.
LOS REFLEJOS. En Francia hubo dos previsibles insatisfechos al conocerse la noticia: el Partido Comunista y la CGT, que responde también a esa agrupación política. Georges Marchais se encerró en mutismo total: "Tengo una opinión personal pero no voy a hacerla pública", respondió secamente. Para el diario Le Figaro, en cambio, "fue una elección reveladora. Tiene el mérito de clarificar posiciones en el plano internacional, pero también en Francia, poniendo de manifiesto el aislamiento del Partido Comunista"'.
En Washington, Ronald Reagan dijo que así se confirmaba "el fracaso del régimen de Varsovia en su intención de transformar a Walesa en una 'no persona', de enterrar el papel de Solidaridad y reprimir los pedidos de los obreros polacos". Para Betino Craxi, en Italia, fue "reconfortante": "Atestigua la obra valiente y clarividente que usted desempeña", le dijo a Walesa en su mensaje.
El propio Walesa, abrumado por la noticia, reconoció que el premio podría influir en una notable medida en la compleja situación de Polonia, pero, según los conocedores, el sentido de esta influencia dependerá en igual medida de la capacidad interpretativa del régimen y también de Solidaridad. "Ni victimismos ni triunfalismos", previno Walesa. Para el gobierno de Jaruzelski, el Nobel al sindicalista constituyó "una injerencia sin precedentes", y para el premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, "una provocación". En cambio, para Juan Pablo II "fueron premiados la voluntad y los esfuerzos adoptados para resolver los difíciles problemas del mundo obrero polaco y la sociedad mediante la vía pacífica del diálogo sincero y recíproca colaboración. . .".
La primera jornada de Leszk después de haberse convertido en el flamante premio Nobel fue elocuente: concurrió a los astilleros de Danzig y colocó flores en el monumento de las tres cruces que recuerdan a los caídos en la revuelta obrera de 1970. Después festejó con sus compañeros del astillero Lenin y hasta recibió el abrazo conmovido del director del establecimiento. Luego, el médico del astillero le concedió una nueva licencia por razones de salud hasta el 20 de octubre porque, al parecer, su úlcera duodenal (que padece desde hace varios años "pero no me impide beber un poco de vodka") sigue causándole molestias. Inmediatamente después hizo una declaración a la prensa afirmando que no se alejará jamás de su método pacífico de lucha y reclamando "un compromiso entre el poder y la oposición en Polonia que, a mi juicio, representa la única puerta de escape para la crisis".
Walesa destinará los casi 200.000 dólares del premio —que en Polonia representan una fortuna— al Fondo de Ayuda a los Agricultores Privados Polacos, que está dirigido por la Iglesia. "Me gustaría mucho ir a Oslo a recibir el premio —dijo—, pero creo que no sería oportuno cuando hay tantos compañeros con los cuales luchaba que se encuentran detrás de las rejas". Leszk definió lo que ya muchos líderes intelectuales y obreros sienten en las actuales circunstancias en los países del Este: vergüenza. "Me avergüenzo de los arrestos arbitrarios y los despidos a los disidentes por el hecho que, en mi patria socialista, no se han conseguido ni tampoco se han sabido encontrar soluciones democráticas." El sábado último se cumplió el aniversario de la disolución de Solidaridad, pero 24 horas antes, Leszk le hizo un pedido a sus partidarios: "Nada de desórdenes. Solamente ponderación, raciocinio y búsqueda de un compromiso que espero se concrete, porque tarde o temprano será inevitable".
Eduardo Gómez Ortega

Un símbolo
Puede hablarse con rigor y propiedad de un fenómeno polaco. Dos hombres han sido —y son— decisivos para rescatar a Polonia de la chata monotonía que pretende asemejar, como con un rasero, a todos los países que giran en la órbita de Moscú. Uno, por cierto, es Juan Pablo II, quien desde su trono del Vaticano nunca olvidó su tierra. El otro es Lech Walesa. Dueño de una fama que fue acrecentándose —dentro y fuera de su país— desde 1980, año en el que se fundó Solidaridad, el primer sindicato independiente del bloque comunista.
Walesa es un dirigente sindical atípico, sobre todo si se lo mide con los patrones de esta parte del mundo. Pero —paradójicamente— auténtico. Encarna la esperanza de cambio que abrigan los polacos, a despecho de saberlo difícil, una verdadera cuesta arriba. Nunca renegó del socialismo, pero lo imagina humanizado. Le da a la libertad un papel protagónico, el mismo que tiene el oxígeno para los seres vivos. Moscú lo ve como una amenaza, como un desafío al sistema sobre todo al presentir que su acción puede ser imitada en Hungría o Checoslovaquia. El régimen de Jaruzelski lo arresta (lo "interna") cada vez que intuye que la situación puede salir de madre. Fuera de Polonia, ya se habla de Walesas locales; son los que se resisten pacífica pero efectivamente a los abusos del poder.
Vive en un humilde departamento de la calle Pillotow, en Gdanks: 80 metros cuadrados para ocho personas. Sigue trabajando en los astilleros, aunque desde hace un tiempo el gobierno de Varsovia le ha dado una "licencia forzosa" para evitarse problemas. Gana el sueldo de un operario especializado. Tiene un auto (que conduce quien es su guardaespaldas y chofer), pero no fortuna. Fortuna material, se entiende. La otra, el apoyo de su gente, le sobra.
E.R.

 

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