A partir de la noticia
07/1968

RACCONTO PARA BOB
Exactamente a un mes de su muerte, he aquí un racconto para Robert Francis Kennedy. Ninguna noticia —las noticias ya están dadas—, ninguna predicción —ya hay quienes trabajan en esto—; simplemente la reubicación de un crimen en sus circunstancias sociológicas, psicológicas e, incluso, las emotivas. Esa es la mejor manera de explicarlo, de ayudar a interpretarlo y, por supuesto, de adivinar sus proyecciones. Como homenaje, interpretación y tratamiento del hecho del mes, EXTRA entrega su visión del asesinato: un racconto para Bob.

 

 

• RÉQUIEM PARA EL SUEÑO AMERICANO
Cuando una bala calibre 22 frenó, el cerebro quedó destrozado. En ese preciso momento el cambio había muerto, Shiran Bashira Shiran no debe saberlo —seguramente no lo sabe— pero cuando disparó sobre Robert Francis Kennedy mató el futuro de los EE.UU. Entonces el american way of life, el New Deal, la Great Society abandonaron al gran sueño americano como el aire abandona a un globo pinchado, lo abandonaron junto con la sangre que se iba del cuerpo de Kennedy.
No fue una gran sorpresa; de todos modos la Great Society no tenía demasiadas posibilidades de ser, era una utopía. Tenía que ser una utopía en un país donde —solamente en el estado de Texas— se cometen 1.000 asesinatos al año; tenía que serlo en donde los negros no pueden ser hombres y la cibernética desplaza cerebros, en donde la cultura es solamente una forma de la economía y el 'time is money' en lugar de un riel para la vida. Tampoco fue una sorpresa que la víctima haya sido Bob: fue dolor. Fue la certeza de saber que, pese a todo, todavía pueden más los que creen en la omnipotencia de un país, una clase, una política: un interés: Shiran Bashira Shiran no mató a Kennedy; su asesinato era un decreto firmado y hecho ley por quienes le llenaron la cabeza a Shiran, por quienes le hicieron decir: "tuve que matar a Kennedy por que él no iba a ayudar a los pobres". Es cierto, lo lograron: ahora sí que no podrá ayudar a los pobres. Pero lo mataron porque, vivo, iba a poder eso y muchas cosas más, menos románticas, más prácticas, pero positivas. Y tuvieron cuidado de que la mano fuera jordana (daba lo mismo argentina o congoleña), es decir, que no fuera un norteamericano, que el modo americano de vivir se mantuviera puro, incorrupto. Lo pudieron haber matado algunos trusts, algunos sectores racistas, alguna facción política, algún grupo de locos. ¿Quién sabe? ¿Qué importa, además? Lo cierto es que cuando llegue noviembre —y las elecciones— Bob será sólo un cadáver en descomposición. Se parecerá mucho al sistema que siempre fustigó. (S.S.)

• PSICOLOGÍA
¿Por qué mueren siempre los no violentos?, es una pregunta avivada por la muerte de Bob. Los psicólogos lo explican por lo menos de tres maneras.
Teoría de los extremismos: Todas las personas tienden a ver todo o bueno o malo, o blanco o negro, o lindo o feo, o agradable o desagradable, etc. Caer en uno de los polos, significa un comportamiento esquizoide; una integración de ambos extremos es lo que produce comportamiento normal. Los líderes asesinados son siempre líderes de integraciones: blanco-negro, derecha-izquierda, pobres-ricos, violencia-no violencia. Los que los matan, esquizofrénicos atados a un sólo polo.
Teoría de la violencia: La violencia no es de por si execrable. Se vuelve nociva cuando no es ejercitada positivamente. Hay violencias que producen crisis y, de ahí un resurgimiento, un cambio de condiciones (caso Francia, por ejemplo). Esa es una violencia sana, natural, que se da —se tiene que dar— a nivel individual o masivo cíclicamente; así se produjeron muchos cambios. La violencia que mató a Kennedy, en cambio, es una violencia nociva, regresiva o, a lo sumo, estatizante que se explica en términos de enfermedades psicológicas más hondas.
Teoría de la inmadurez: Los niños, porque no saben expresarse a nivel adulto y porque no siempre pueden hacerse entender, usan la violencia a menudo. A medida que maduran cambian la violencia por las palabras u otros modos de expresión y se van integrando al mundo mayor. Cuando la madurez no se produce los individuos siguen comportándose con pautas infantiles y creen que, la violencia por ejemplo, es el modo de expresar su desacuerdo con algo (así como expresan su acuerdo por otras vías, la sumisión una de ellas). La inmadurez de sus opositores mató a Kennedy.

• IMAGEN
Corría diciembre de 1967 y la carrera hacia la candidatura no había comenzado aún. No obstante su reticencia Bob era considerado por muchos un seguro ganador. Su imagen, sus ideas, sus antecedentes. El también confiaba en ellos. Seguramente por eso hacia mediados de ese, los diarios y revistas norteamericanos comenzaron a incluir entre su publicidad un aviso que, de inmediato, se abonó al impacto: La firma Vega y García, latinoamericanos en USA, lanzaba al mercado su nuevo cigarro Havanna y, a cada comprador de un cigarro, se le regalaba —por sólo 1,25 dólar en total— el libro de Robert Francis Kennedy 'La necesidad de un nuevo mundo'. Las ventas fueron masivas y Bob explicó así el éxito: "Les propuse mi libro para que pudieran imponer el cigarro en el mercado".

• EL CALDO DE CULTIVO
Aún desligándolos de motivos políticos, raciales o económicos —algo imposible— el asesinato de Robert Kennedy no es un hecho aislado. He aquí algunos datos que demuestran el marco —su país—, el caldo de cultivo donde pudo ser posible ese asesinato:
• Hacia febrero de 1967 el presidente Lyndon Baines Johnson se quejaba amargamente ante el Congreso de los EE.UU.: "La delincuencia le está costando al país alrededor de 3.000 millones de dólares al año —puntualizó—; además, más de 7 millones de personas comparecen anualmente ante los tribunales y más de 400.090 son detenidos todos los días, lo que representa un gasto de 1.000 dólares".
• Ese mismo año, pero en diciembre, Johnson pedía 50 millones de dólares al Congreso para mejorar los recursos de la policía. Y requería al mismo que se prohibiera "la venta por correspondencia de armas cortas a menores de 21 años". Ya entonces las sociedades de caza deportiva y los clubes de "amigos de las armas" hicieron valer sus presiones para demorar esa ley. Algo que, por otra parte, venían consiguiendo desde 1963. De modo que los soponcios tras la muerte de Bob no son nuevos y, mucho menos, serán efectivos.
• EE.UU. ostenta un récord: solamente en ese país se pueden contar, desde 1949 hasta hoy, ocho crímenes del siglo. En 1949 (el 6 de setiembre) Howard Unruh mató en las calles de Nueva Jersey a 13 personas que no conocía. En 1965 William Bauer, un ingeniero también de Nueva Jersey, mató a los seis miembros de su familia y luego se suicidó. El 14 de julio de 1966, en Chicago, Richard Speck estranguló a ocho enfermeras. El 2 de agosto de 1966 Charles Withman, un aventajado estudiante de Arquitectura, subió a la torre de la Universidad de Texas y, desde allí, mató a 15 personas e hirió a 33. En 1963, el 22 de noviembre, tres francotiradores matan al presidente John Kennedy y la policía culpa a Lee Harvey Oswald. En 1964 es asesinado, no se sabe por quien, el líder negro Malcolml X. En abril de 1968, Martin Luther King muere a manos de James Ray. El 4 de junio de 1968 Shiran Bashira Shiran, mata a Robert Kennedy. La lista, por ahora, acaba ahí si se excluyen crímenes menores.
• 60.000 niños menores de 5 años mueren todos los años en EE.UU. asesinados por sus padres en nombre de tratamientos correctivos. Ningún experto —psicólogo o sociólogo— ha podido explicarlo hasta ahora.
• Quizá el dato siguiente es un producto de todos los anteriores: casi 450 esperan, en las cárceles de Norteamérica, la pena de muerte y, es posible, que 20 de ellos sean ejecutados antes de fin de año.
En ese marco el asesinato de Robert Kennedy no puede ser sorpresa. Alcanza más relieve que los otros en virtud de lo que Bob representaba dentro del presente-futuro de los EE. UU. En cuanto a mecanismo es apenas un crimen más. El gangsterismo no se inventó hoy y Kennedy lo sabía.

• FRASES
A continuación algunas de las frases más urticantes que se dijeron acerca de Bob:
• "Bobby cabalga montado en la memoria de su hermano y en la fortuna de su padre para ser presidente en 1972; no creo que lo logre" (Sam Yorty, alcalde Los Ángeles —ciudad en que murió Bob—, febrero de 1966).
• "Ahora los EE. UU. tienen tres partidos políticos: el Demócrata, el Republicano y el de los Kennedy" (Gore Vidal, dramaturgo, en abril de 1966).
• "Estamos ante la inevitabilidad de Bobby". (William Buckey, columnista conservador, en setiembre de 1966).
• "En torno a este muchacho se está tejiendo un sentimiento religioso demasiado peligroso; se lo está endiosando". (Barry Goldwater, en mayo de 1967).
• "En parte, en EE.UU. se percibe un deseo subterráneo de restauración seudomonárquica en la que Robert viene a ser el rey exilado". (Vanee Hartke, psicoanalista demócrata de Indiana, en febrero de 1968).

• LA COINCIDENCIA
La referencia que sigue debe tenerse muy en cuenta. Quizá entre todas las cosas que puedan decirse en torno al asesinato de Robert Kennedy ésta es la de mayor valor premonitorio:
El 17 de mayo de 1968 el senador demócrata por Massachusets Edward Kennedy presentó al Congreso de los EE.UU. una enmienda según la cual sería ilegal cualquier tipo de ventas de armas por correspondencia. La enmienda fue denegada gracias a la vigorosa presión en contra ejercida por el National Riffle Association, un poderoso consorcio de armeros. Al presentar esta enmienda el senador Kennedy apuntó: "gracias a ese tipo de venta fue que el asesino de mi hermano John pudo comprar su rifle". Dieciocho días después podía citar un nuevo antecedente familiar.

• ¿POR QUE LOS PACIFISTAS?
Muchos se preguntan por qué las víctimas de la violencia son siempre los pacifistas. Aquellos que se han rodeado de un clima agresivo —Barry Golwater, George Wallace, el propio Lyndon Johnson— no resultan jamás heridos por su propia creación. Nadie atenta contra sus vidas. Salvo el caso del nazi Lincoln Rockwell. En cambio los hermanos Kennedy, Martín Luther King y otros caen asesinados por repudiar el asesinato. Este interrogante específico fue planteado por EXTRA a diversas personalidades, con resultado variable:
MARÍA ELENA WALSH:
—Creo que siempre fue así. Los generales mueren en la cama Los agresivos nunca se agreden a sí mismos. Son los pacíficos los que sufren la violencia. Este crimen horrendo —al margen del mensaje político de Bob Kennedy, que no entro a juzgar— es como todos...
COMODORO JUAN JOSÉ GUIRALDES:
—Porque siempre fue así. Empezando por Cristo. Y aquella vez también le echaron la culpa a un jordano.
ROBERTO ALEMANN:
—No hay, obviamente, reglas fáciles para explicar lo que ocurre, así nos rebelemos contra nuestra frustración o imaginemos sospechas. Lo que sí hay —igualmente obvio— es una falla fundamental en la conducción política de los principales países y otros también, porque nadie está libre de culpas en la materia. No se sabe o no se puede erradicar la violencia como método bárbaro de dirimir puntos de vista distintos.
Si la muerte de los dos Kennedy siquiera sirviera para disminuir la violencia en la vida política norteamericana, no habría sido inútil. Lamentablemente, la inmolación de Lincoln, a un siglo de distancia, todavía lo es.

RACCONTO PARA BOB (2)
• LA ULTIMA CARTA ARGENTINA
Desde que visitó Buenos Aires, en 1965, Robert Kennedy recibió muchas cartas de admiradores argentinos. Demasiados como para poder contestarles a todos. Tres años después de esa visita el señor Juan Carlos Lagarde, identificado con las opiniones de Bob sobre Vietnam, le escribió una serie de cartas al respecto. El sábado 15 de junio recibió una carta de Robert Kennedy en respuesta. Cuando la carta llegó a Buenos Aires hacía seis días que su remitente había muerto. El día que la escribió —6 de mayo— aún tenía un mes de vida. Sin saberlo mantenía su último contacto con un argentino. Este, conseguido aquí por EXTRA:
Estimado Sr. Lagarde:
Quiero que usted sepa, simplemente, cuánto aprecio sus amables conceptos en apoyo de mis puntos de vista sobre la guerra de Vietnam. Como Ud. sabe, la guerra me preocupa profundamente, como a todos los americanos, y esperamos en este momento crítico que las negociaciones lleguen a buen fin.
Largamente he insistido para que demos el primer paso hacia un status negociado, lo que constituye —como lo han probado estos tres años— la única solución satisfactoria para la guerra. Lo que debemos buscar en toda discusión es la autodeterminación del pueblo de Vietnam, incluyendo no sólo el gobierno actual, sino también, aquellos vietnamitas, mucho de ellos no-comunistas, que no están representados en ese gobierno. Sólo cuando todos los elementos políticos de Vietnam estén en condiciones de buscar pacíficamente un nivel de poder y responsabilidad —si es posible a través de las elecciones— habrá paz en ese país.
Mientras nos movemos hacia una resolución política de la agonía vietnamesa, podemos empezar a reencauzar nuestra energía nacional en el sentido de los vitales problemas de nuestra comunidad nacional.
Nuevamente le agradezco sus reflexiones y su cálida expresión de respaldo. Espero que pueda seguir contando con su ayuda en los duros meses que se avecinan.
Robert F. Kennedy

RACCONTO PARA BOB (3)
• SIGLO VEINTE: 750.000 ASESINATOS
• PROMEDIO: 35 HOMICIDIOS DIARIOS
• 50 MILLONES DE ARMAS EN PODER DE PARTICULARES (un estudio de ALBERTO CIRIA)
El reciente asesinato de Robert F. Kennedy en Los Ángeles ha dado lugar en los Estados Unidos a un torrente de artículos y comentarios en la prensa, radio y televisión, sobre los problemas de la violencia en una sociedad altamente industrializada, y sobre los males que afectan a esta "sociedad enferma" (para unos), "loca" (para otros) o "que ha perdido su rumbo tradicional".
El tema, por supuesto, requeriría a un nuevo Georges Sorel para elucidarlo, y no estaría de más —para empezar a aprehender la compleja cuestión— releer sus brillantes 'Reflexiones sobre la violencia' de principios de siglo.
Para empezar a entendernos, acaso convendría distinguir por lo menos tres tipos de violencia: a) la violencia colectiva, al estilo de motines, disturbios, alzamientos, etc.; b) la violencia individual y privada, como el asesinato, el robo a mano armada, etc.; y c) el asesinato político.
La violencia colectiva existe esporádicamente en la tradición histórico-política de los Estados Unidos. Pensemos en la Guerra de Secesión, la Marcha al Oeste y la "ley del revólver", y los disturbios raciales, no sólo desde Watts (1965) hasta los ocurridos con posterioridad al asesinato de Martin Luther King (abril de 1968), sino también en los casos algo olvidados de Chicago (1919) y Detroit (1943). En estas dos últimas ocasiones la violencia fue promovida por el racismo blanco contra los negros. Además entre 1836 y 1870 menudearon los disturbios en las grandes ciudades del Este norteamericano, impulsados muchas veces por los irlandeses que padecían penurias en sus "arrabales salvajes", cómo los recuerda la crónica.
Por cierto que este tipo de violencia colectiva, cuando se produjo, no alcanzó connotaciones políticas o revolucionarias, y se la mantuvo siempre en un discreto segundo plano al proclamarse las ventajas del consenso y el pluralismo democrático para los norteamericanos. Estos, claro, eran los norteamericanos que de veras participaban en el sistema político y económico, y no los grandes olvidados del capitalismo estadounidense: el primer lugar los negros, pero también los portorriqueños emigrados de un Estado no muy libre ni demasiado asociado al American way of Life, los mexicano-norteamericanos del Sudoeste, los indios en sus reservas federales languidecientes, los "pobres blancos" de los Apalaches y Virginia Occidental, etc. Estas son las voces que comienzan a exigir, no ya a solicitar tímidamente como antes, un puesto igualitario en su sociedad, y es probable que la violencia llegue a acompañar muchas de sus manifestaciones, si todo ocurre como lo afirma Arthur Miller, comentando la Campaña de los Pobres (Poor People's Campaign) que viene desarrollándose desde hace unos dos meses: "He aquí un Congreso que se enfrenta cara a cara, literalmente, con un ejército de pobres que suplica cierto alivio a su miseria, pero el Congreso sólo les ofrece desprecio, una sonrisa burlona y les advierte que deben guardar el orden". (New York Times, 8-VI-68).
La violencia individual y privada, en cambio, goza de un lugar preeminente en Norteamérica, y es la preferida para los programas de entretenimiento de la televisión (las series sado-masoquistas de aventuras y espionaje, por ejemplo) y el cine (Bonnie and Clyde en el terreno del arte, y sus hermanitos menores donde la violencia se mezcla con la pornografía). Pero la realidad es tanto o más dramática: la tasa de homicidios por 100.000 habitantes es en los Estados Unidos del 5,5 %, superada por Nicaragua (29,3%), Guatemala (11,5%) y Ecuador (6,0%), entre otros países, pero ocho veces mayor, que la de Inglaterra y cuatro veces mayor que la de Japón, Australia y Canadá (Anuario Demográfico de las Naciones Unidas, 1966). Con certeza, "los Estados Unidos son más violentos que cualquier otra sociedad industrializada" (Newsweek, 17-VI-68). El Departamento de Justicia, por ejemplo, acaba de informar que en 1967 fueron asesinados unos 12.200 norteamericanos, y que la tasa de homicidios crece el doble que la población; por otra parte, aquella es relativamente más elevada entre los negros urbanos, y la vida en los 'slums' no es ajena a ello.
Uno de los motivos que contribuye a explicar estos altos porcentajes de asesinatos, pero no el único, es la excesiva facilidad con que pueden adquirirse armas de todo calibre, en persona o por correo, a lo largo y a lo ancho de la nación. Los cálculos aproximados sobre la cantidad de armas en poder de ciudadanos particulares oscilan entre 50.000.000 y 200.000.000 de unidades. Que esta última cifra no parece tan exagerada, lo indicaría una encuesta de opinión del instituto Harris, tomada en abril de este año: poco más de la mitad de los hogares norteamericanos poseen una o más armas letales en sus propios recintos. Convendría recordar, por añadidura, que desde comienzos del siglo XX murieron víctimas de armas en posesión de particulares más de 750.000 personas, en los Estados Unidos: el número es superior a todos los norteamericanos muertos en las guerras peleadas por el país en el exterior (y también en la Guerra Civil).
El asesinato político merece un capítulo aparte en la enumeración de la violencia norteamericana. Por lo menos, forma parte de una triste tradición centenaria desde la muerte del presidente Abraham Lincoln a manos de John Wilkes Booth (1865), pasando por la de sus colegas Garfield (1881), Mac-Kinley (1901) y John F. Kennedy. Pero a veces no se recuerda que Theodoro Roosevelt resultó herido cuando efectuaba una campaña presidencial para volver a ocupar la primera magistratura (1912), propósito en el que fracasó; que Franklin D. Roosevelt (1933) y Harry S. Truman (1950) se salvaron milagrosamente de ser liquidados físicamente este último por un pequeño comando nacionalista portorriqueño que buscaban la independencia auténtica de su tierra; y que el senador populista por Luisiana, Huey Long fue muerto a balazos en 1935 al salir de la legislatura de Baton Rouge, cuando crecía en el escenario nacional. Los cinco años pasados han sido pródigos en crímenes políticos de todo tipo. Una lista resumida incluye al luchador negro por los derechos civiles, Medgar Evers, (asesinado en Mississipi por un blanco fanático el 12-VI-63); al ya citado presidente Kennedy (22-X-63); al revolucionario negro Malcolm X (en Harlem, Nueva York, el 21-11-65); al líder del exiguo Partido Nazi norteamericano George Lincoln Rockwell (25-VIII-67); al reverendo Martin Luther King (el 4-IV-68), y a Robert Kennedy (6-VI-68).
Las explicaciones sobre la violencia que comúnmente se han venido dando, en general pecan de unilaterales y no demasiado sólidas en el contexto norteamericano. Más bien, ellas deben tomarse como indicios complementarios de una gran teoría sobre la violencia en una sociedad industrializada, lejos todavía de llegar a su formulación exacta.
Hannah Arendt, la autora de 'On Revolution', atribuye la violencia — y sus efectos acumulativo— a la dura situación por que atraviesan los desposeídos de los ghettos negros y a la incapacidad del sistema político-económico para atender sus demandas. El profesor de antropología Clifford Geertz afirma que no podrá solucionarse el problema hasta conocer a fondo qué es y cómo funciona la "Gran Sociedad" en que vive, proceso apenas iniciado pese a la técnica y la investigación universitarias. El escritor Paul Gooddman, uno de los teóricos de la "Nueva Izquierda", distingue entre una tradición violenta "positiva" (el populismo de fines del pasado siglo, las rebeldías estudiantiles, las protestas contra la guerra en Vietnam, que a veces conducen a la impaciencia anárquica), y una tradición "negativa" (la deshumanización del blanco esclavista, del explotador de indios, del beneficiario de la mano de obra inmigrante y barata, del imperialista que ambiciona el mundo entero como gran mercado para sus productos). Michael Harrington, autor de 'La cultura de la pobreza', prefiere considerar a la violencia como principal subproducto de la peligrosa táctica que consiste en despertar las ilusiones de la gente que luego continúan negándole los derechos que cree haber conquistado ("Guerra contra la Pobreza"", a través de la Office for Economic Opportunity, que hoy ha caído en el desprestigio que envuelve a la administración de Johnson).
Otras voces se alzan para explicar la violencia en términos absolutos, pero no muy convincentes: su glorificación en los medios masivos de comunicación (el psiquiatra Fredric Wertham); una atmósfera generalizada de tolerancia (el sociólogo reverendo Robert MacNamara); la guerra en Vietnam (el senador Eugene McCarthy); una conspiración contra los campeones de los pobres ( el reverendo Ralph Abernathy, sucesor de King como líder de la Southern Christian Leadership Conference); las decisiones judiciales en exceso benévolas para los criminales (el gobernador de Georgia Lester Maddox).
La cuestión del porqué y el cómo de la violencia en Estados Unidos es proyectada al primer plano de la atención popular durante pocos días, especialmente después de crímenes brutales como los de King y Robert Kennedy. Esta vez la reacción alcanzó incluso al habitualmente impasible presidente de la nación. Johnson, a pocas horas, de este último crimen político, dispuso la formación de una Comisión de notables (a su juicio) para investigar durante un año el vasto problema de la violencia y sus profundas raíces en la sociedad norteamericana.
No son demasiado optimistas las predicciones sobre la labor de la Comisión, ya que los precedentes inmediatos obra en su contra. La Comisión Warren que investigó el asesinato de John F. Kennedy ha conseguido sembrar dudas en cuanto a sus conclusiones, repetidas en libros y folletos sumamente críticos de su labor. La más reciente Comisión Kerner (sobre los desórdenes civiles), que produjo un excelente informe condenatorio del "racismo blanco", ha encontrado oídos sordos en esferas oficiales. Esta Comisión Eisenhower (Milton Eisenhower es su presidente) se inicia bajo malos augurios. Entre sus integrantes figura un ex-miembro de la Comisión Warren, el abogado Albert Jenner; un senador federal, Philip Hart, que apoya en su Cámara al poderoso lobby de la National Riffle Association, con 900.000 afiliados, que trata de impedir toda legislación restrictiva sobre la venta de armas de fuego, o se las ingenia para diluir la reciente ley aprobada por el Congreso poco después de la muerte de Robert Kennedy; y un filósofo populachero llamado Eric Hoffer, cuyas primeras declaraciones posteriores a ese atentado fueron:
"El pueblo norteamericano no debe asumir la culpa colectiva del crimen; después de todo, fue un extranjero quien disparó la bala mortal", aludiendo a la nacionalidad jordana de Sirhan Sirhan, el presunto autor.
De acuerdo a lo anterior, puede preverse sin demasiada audacia que la Comisión Eisenhower, luego de estudiar el tema, elaborará un informe conformista e inocuo, o bien un trabajo meduloso y de fondo que pasará directamente a los archivos de la nación. Cualquiera de las posibilidades no ayudará a la solución de las crisis actuales.
No tememos que la violencia será enfrentada, en adelante, con el empleo creciente de la fuerza estatal (como distinguía Sorel) en forma preventiva o represiva, según convenga a las circunstancias. Los problemas a resolver —Vietnam, la urbanización desenfrenada, los "olvidados"— serán postergados hasta que la nueva administración asuma sus funciones a principios de 1969. Por lo que puede apreciarse a estas alturas, Hubert H. Humphrey y Richard Nixon cuentan con las mayores probabilidades de ser los adalides demócrata y republicano, respectivamente, en los comicios de noviembre próximo.
Sin importar quien triunfe en definitiva, el único perjudicado resultará el país; y las minorías activas anticonformistas deberán seguir luchando en condiciones cada vez más desfavorables: militantes del Poder Negro, dirigentes estudiantiles, hispano-norteamericanos... Nixon y Humphrey son dos caras de una misma moneda: la continuación de una política belicista y expansionista en el exterior, y el endurecimiento progresivo en la situación doméstica con respecto al disenso y a la crítica. La opción electoral de los Estados Unidos no es tal: es una sombría certeza.
New Brunswick, New Jersey, EE. UU. Junio de 1968.
Alberto Ciria

• OPINIÓN
(Publicado en PAÍS-PAÍS Nº 18, junio 20)
CRISTOS EN EE.UU.
Antes un arma larga con mira telescópica, desde un ventanal. Ahora un arma chica a tres metros de la clara cabeza de Bob. —A John lo "mató un loco".— A Roberto "un jordano que se enojó porque era fanático antiisraeli..." La gente consume con facilidad la excusa. La difunde. Se escuda en ella, para no pensar. Y al otro día, están otra vez corriendo tras el dólar, luchando por mantener el empleo, desesperados de status. Como diría María Elena Walsh, "cultivando un maletín y ninguna flor".
¿Qué pasa en EE.UU.? ¿Son muy inmaduros para un liderazgo? ¿Tendrá razón Jonhson, cuando desesperado califica al país "de muy enfermo"?
Hay pueblos oprimidos. Muchos aún. Rara vez acuden al atentado personal.
Hay líderes fuertes, De Gaulle, Nasser, Salazar, Franco. Nunca nadie tira contra ellos. Los critican, los aman, los odian, pero no les destruyen la nuca de un balazo.
¿Por qué en EE.UU.? ¿Por qué son fanáticos de la Libertad? ¿O por la disculpa tonta de que allí hay posibilidad de comprar armas?
Se nos dice, como juicio de valor, que ocurre que hay muchos alienados, que hay gran facilidad para adquirir el revólver o el máuser que se quiera. Perfecto. Aceptamos esa tesis. Entonces sobreviene la pregunta fatal; la que se muere sin respuesta; ¿POR QUE SIEMPRE LOS QUE PIERDEN LA VIDA SON LOS DEL BANDO BUENO? Siempre "mueren los muchachos"; nunca "los malos".
Si fuera un mero problema psicótico, entonces alguien —no lo deseamos, por supuesto, pero lo incorporamos a nuestra ansiosa búsqueda de verdad— se le hubiera ocurrido atentar contra Johnson, Goldwater o Ronald Reagan. Dá la casualidad, bendita, que los muertos pertenecen siempre al mismo sector; John y Bob Kennedy, Luther King, Abraham Lincoln. El propio Roosevelt sufrió el atentado contra sus ideas. No contra su físico. Porque estas balas no intentan destruir un corazón o una cabeza. Quieren detener un proceso.
Los Kennedy sabían esto. Estaban convencidos. Místicos del cambio, levantaron las banderas y fueron quebrados en sangre. Una especie de Cristos del siglo XX que eligen la bala en vez de la cruz.
No podemos enjuiciar a 200 millones de americanos. Ni podemos despedazar un estilo de vida frente al hecho rabioso. Pero no queremos de ninguna manera asociarnos a la leyenda de "los alienados", a la disculpa del "accidente". Creemos que el complot existe; que Oswald ayer, Sirhan Bashira hoy, no son meras expresiones de una intolerancia suprema. Ellos se limitaron a disparar... La mente, la mano, la bala, tenía otros libretistas. La instigación parece que en EE.UU. no se investiga.
Pero estas muertes sucesivas y estos silencios espesos, dejan huella. Y esta sociedad enferma, apenas si llora, apenas si indaga... Entonces se llena de culpa. Y la culpa empuja a la violencia. ¿Se puede ser así país-líder? Qué lástima...
revista Extra
julio 1968