DONA VICTORIA
LA DE LOS TRISTES DESTINOS
Por JOSÉ IGNACIO ARCELU

ESPAÑA LE HA CONCEDIDO UNA PENSIÓN A LA REINA VIUDA DE ALFONSO XIII, DOÑA VICTORIA DE BATTENBERG


La reina Victoria, viuda de Alfonso XIII. Vemos a la que fuera reina de España en compañía de cuatro de sus hijos, en una instantánea que fué tomada en 1914

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Alfonso XIII, el que fuera joven rey de España, lo vemos aquí en una foto también tomada en 1914, con su hijo Juan, que en ese entonces tenía un año de edad


Una curiosa instantánea de la reina Victoria, en la que parece intentando aprender a patinar en el estanque de la Casa de Campo. Los señores que la ayudan en la de algún modo riesgosa prueba son el conde de Santo Mauro y el señor Bermejillo

 

 

EL gobierno español ha acordado conceder una pensión de 250.000 pesetas anuales a la que fué reina de España, la viuda de Alfonso XIII, doña Victoria de Battenberg. Esta señora, inglesa de nacimiento, es nieta de la famosa reina Victoria de Gran Bretaña —hija de una hija—, y su apellido, de origen alemán, es el que por aversión a Alemania los británicos transformaron en Mountbatten durante la primera guerra mundial. Doña Victoria de Battenberg pertenece, pues, a esa familia famosa por sus grandes triunfos mundanos y sus brillantes matrimonios.
Para ella, la estrella familiar no ha sido tan luminosa.
Su misma boda con el joven rey Alfonso XIII de España, aparentemente muy afortunada, la cubrió de luto el día que se celebraba —mayo de 1906— el terrorista Mateo (Morral, arrojando desde un balcón de la calle Mayor de Madrid una bomba contra la carroza nupcial.
El explosivo ni rozó a Alfonso XIII y a su esposa adolescente, pero manchó trágicamente de sangre el traje blanco de la recién casada, porque a su alrededor cayeron muertos, a decenas, los personajes que formaban en el cortejo, los curiosos que lo veían pasar y los soldados del regimiento de Wad Ras que le presentaban armas.
Cuentan que Mateo Morral —Pío Baroja y Paul Morand son dos novelistas que se han ocupado de él— arrojó la bomba impulsado por su amor infeliz a la bellísima anarquista Soledad Villafranca: trastornó su boda a otra mujer muy hermosa como era Victoria de Battenberg, tendiendo ante ella una espantosa alfombra de sangre.
El primer hijo de la unión iniciada con tan malos auspicios fué el desdichado príncipe de Asturias, Alfonso, heredero de la corona, que hubo de renunciar a sus derechos postrado por una terrible enfermedad, la hemofilia, que, según dicen, transmitían los Battenberg. El triste príncipe Alfonso, después de una vida de martirio y varios matrimonios desdichados, sucumbió muy joven a su dolencia.
Igualmente la padecía y pereció, todavía más joven, el infante Gonzalo, otro de los hijos de Alfonso XIII y doña Victoria.
El segundo, infante Jaime, aun vivo, también hubo de renunciar al trono: era sordomudo de nacimiento. El único hijo varón, por las muestras sano, que ha tenido doña Victoria, es el tercero, infante Juan, actual aspirante a la corona de España, con el nombre de Juan III. Este parece un hombre no sólo con salud, sino con vigor excepcional: de casi dos metros de estatura y complexión atlética. Pero las lacras de familia también han castigado terriblemente a don Juan: una de sus hijas es ciega de nacimiento.
Además de tantas desventuras en su descendencia, doña Victoria de Battenberg soportó durante casi todo su matrimonio una fundamental desavenencia con Alfonso XIII.
En primer lugar, los caracteres de los dos diferían en absoluto.
Por otra parte, Alfonso XIII fué un mujeriego estrepitoso. Sus idilios extraconyugales fueron innumerables.
En España, solamente, se le conocieron amores con cuatro o cinco señoras y señoritas de la aristocracia, algunas vecinas de los sitios en que veraneaba y, por lo menos, tres actrices famosas. Con una de éstas, apellidada M., tenía hijos de impresionante parecido con él.
En París, Suiza e Italia tuvo también muchas relaciones amorosas con abundante descendencia. Por cierto que en esta "progenie ilegítima" se ha presentado, en una ocasión, la misma sordomudez que aflige a uno de los hijos legítimos de don Alfonso, según refiere Ramón de Franch en su interesante libro "Genio y figura de Alfonso XIII".
Doña Victoria de Battenberg, como final de 25 años de esa vida doméstica tan poco grata, se vio, en abril de 1931, obligada a dejar España, destronada. Su llegada a París con sus hijos inválidos y sus jóvenes hijas fué muy triste. Los nervios de la destronada aparecían vencidos, y en la estación de Orsay, frente a los saludos rituales de las autoridades que la recibían, lloraba sin consuelo:
—¡Todo terminó! ¡Todo terminó!
Por lo menos su unión con Alfonso XIII si iba a terminar definitivamente.
La convivencia oficial que su posición les había obligado a mantener en Madrid, durante un cuarto de siglo, se rompió en seguida de instalarse en Fontainebleau. El hijo mayor, el príncipe Alfonso, se recluyó en un sanatorio de Suiza. El infante Juan ingresó en la Escuela Naval Inglesa, Doña Victoria, con una de sus hijas, se trasladó a Londres. Alfonso XIII, con el resto de la familia, se fué a viajar por Europa.
Don Ramón de Franch, antes aludido, corresponsal de "La Prensa" de Buenos Aires, que por lo visto fué el periodista de confianza de Alfonso XIII, asegura en el libro antecitado, que el ex rey, hombre de gran fortuna, garantizó a doña Victoria "una considerable renta vitalicia en libras esterlinas, reconocida y aun mejorada después, por expresa disposición testamentaria".
Esto nos induce a creer que doña Victoria de Battenberg nunca se ha encontrado en difícil situación económica. La espléndida pensión que ahora le señala el gobierno de España sin duda obedece al deseo de asegurarle una vida majestuosa a la reina viuda.
Con más o menos recursos, desde que bajó del trono su aspecto da la impresión de ser una persona de existencia frustrada y melancólica.
Vive sola, lejos de sus hijos e hijas, todos casados y con familias numerosas. No parece tener residencia fija, circulando entre Suiza, Italia e Inglaterra. Se suele alojar en hoteles de viajeros, sin mas compañía que alguna dama de su antigua servidumbre palatina, y vive, en suma, como una anciana turista cualquiera. En esta posición retraída y modesta ha soportado duros golpes de la suerte: fallecieron dos de sus hijos y su marido Alfonso XIII, que fué, en definitiva, el galán soñado de su juventud; se arruinaron las esperanzas políticas de su hijo Juan; se hundió el hogar de su hijo Jaime... En verdad, desde hace bastante tiempo, el mundo no había dispensado la más ligera sonrisa a esta mujer, que recibiera tantas de él en sus lindos 18 años.
Su existencia dolorosa, a fin de cuentas, es una de esas lecciones amargas que da la Tierra a los pobres seres humanos. El terrorista Morral, que lanzó contra la muchachita rubia vestida de blanco aquel terrible montón de metralla en la calle Mayor de Madrid, sentía al parecer rencor contra su felicidad de criatura privilegiada; envidia por las caricias que le preparaba el Destino. ¡Si hubiera imaginado lo que el Destino le preparaba de verdad!... Pero si hubiera tenido imaginación no habría sido un asesino.
Es decir, un idiota irremediable.
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10/1955