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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE TODAS PARTES

Religión
La iglesia pone límites

Revista Somos
febrero 1985

un aporte de Riqui de Ituzaingó

 

 

El cardenal Ratzinger critica la Teología de la Liberación.
La condena al terrorismo de Sendero Luminoso y la advertencia sobre las desviaciones de la fe católica —en obvia alusión a la Teología de la Liberación— fueron dos claros objetivos de la gira del Papa Juan Pablo II a América latina. Ahora, cuando Karol Wojtila ya ha retomado sus tareas en el Vaticano, la cuestión de la fragilidad de la fe resurge con fuerza en la figura del cardenal Joseph Ratzinger quien acaba de hacer un llamado de atención a todos los teólogos del mundo al afirmar que "la fe está en crisis". Las palabras de Ratzinger deben ser entendidas como un dardo hacia la Teología de la Liberación, tan extendida en países como Brasil y Perú.

Joseph Ratzinger y el teólogo Leonardo Boff - Ofensiva de El Vaticano contra los rebeldes en el catolicismo

El sandinista Ernesto Cardenal y el Papa Juan Pablo II

 

 

 

La advertencia del purpurado bávaro, de 57 años (perteneciente a ese catolicismo sincero y gozoso que es el alemán, en contraposición con la severidad del luteralismo), cobra mayor relevancia porque es el prefecto de la Sagrada Congregación de la Fe, continuación de lo que fue la Inquisición y el Santo Oficio.
Ratzinger ha roto la reserva casi legendaria de la Congregación y ha trazado un mapa inédito y lúcido de la situación de la Iglesia que el mundo entero conocerá este año a través de un libro titulado "Informe sobre la Fe". Algunos extractos claves de su pensamiento se han conocido en Roma y tocan algunos puntos fundamentales y, por ende, más amenazadores del edificio de la Fe católica. A juicio de los vaticanólogos, ningún otro podría haber hablado con más autoridad, con excepción del Papa Juan Pablo II (que lo hizo este mes en Perú),porque la Congregación es el instrumento mediante el cual la Iglesia promueve la profundización de la fe y vigila sobre su integridad, siendo por lo tanto depositaría de la ortodoxia.
"En un mundo donde el escepticismo ha contagiado aun a los creyentes, —dijo Ratzinger— se considera un escándalo la convicción eclesiástica de que exista una verdad y que ésta sea definible y expresable de manera precisa. Es un escándalo que hoy es compartido incluso por esos cristianos que han perdido de vista la estructura de la Iglesia, la cual no es una organización solamente humana sino que debe defender un legado que no le pertenece." El Gran Inquisidor, como se lo ha denominado, o el gendarme de la Iglesia, ha reconocido que en dos décadas, después del Concilio Vaticano II, la Iglesia ha sufrido más cambios que en los siglos precedentes.
Ratzinger afirmó que, a pesar de lo que digan ciertos teólogos superficiales, "el diablo para la fe cristiana es una presencia misteriosa pero real, personal, no simbólica, y es una realidad potente, una maléfica libertad sobrehumana opuesta a aquella de Dios, como lo demuestra una lectura realista de la historia con su abismo de atrocidad siempre renovada y no explicable solamente con el hombre". El prefecto de la Congregación, en este aspecto, ha dado "una vuelta de tuerca" y afirmado que "la cultura atea del Occidente moderno vive todavía gracias a la libertad del miedo a los demonios aportada por el cristianismo. Pero si esta luz redentora del Cristo se debiera apagar, a pesar de toda su sabiduría y avances tecnológicos, el mundo recaería en el terror y la desesperación. Ya existen signos de este retorno de las fuerzas oscuras mientras aumentan en el mundo secularizado los cultos satánicos''.
Con humildad, Ratzinger manifestó que "hoy como nunca debemos tener conciencia de que solamente el Señor puede salvar a su Iglesia. En esa Iglesia de Cristo le toca a El actuar y proveer. A nosotros se nos ha pedido trabajar con todas nuestras fuerzas, sin angustias, con la serenidad de quien sabe que es un siervo inútil, incapaz de afrontar y resolver por sí solo la situación que se ha creado''.
Volviendo a lo que expresó a los obispos latinoamericanos, en Bogotá, en marzo del año pasado, el cardenal distinguió cuatro zonas, o "círculos" (para hacer una comparación al estilo dantesco) de la crisis. Según el diagnóstico del purpurado, existe sobre todo y en el fondo de todo "Una crisis de la fe en Dios", en la primera persona de la Trinidad, en el Dios padre creador. En una sociedad que después de Freud desconfía de todo tipo de paternalismo y con el feminismo extremado que pretende rebautizar en forma femenina el nombre de Dios, es explicable esta crisis en la primera persona de la Trinidad."
"En el segundo círculo se ha dado una crisis de la fe en la Iglesia como misterio, porque para muchos ha cesado la fe en la fundación divina de la Iglesia. No se comprende más la necesidad de la obediencia como virtud porque no se cree en una autoridad derivada de Dios, que tiene sus raíces en Dios y no solamente en el consenso de la mayoría como sucede en las estructuras políticas. Sin esta visión sobrenatural, no solamente la sociología sino la misma cristología se vacían, porque así como la Iglesia parece una estructura humana, también el Evangelio resulta un proyecto humano, el proyecto Jesús."
El tercer aspecto es la crisis de la fe en el dogma y la ética de la Iglesia, el que Ratzinger explicó diciendo que "muchos teólogos parecen haber olvidado que el sujeto que hace teología no es el estudioso individual sino la comunidad católica en su conjunto, es decir la Iglesia. De este olvido ha derivado un pluralismo teológico que, en realidad, es a menudo un subjetivismo, un individualismo que tiene muy poco que ver con las bases de la tradición común."
El cardenal ha opinado que la teología contemporánea parece concentrarse en el problema de la salvación, de la redención, incluso en la "liberación", un término que a su juicio ha sido puesto en el centro de la atención en este último período. Al respecto observó: "Se pretende la liberación en América del Sur, entendiéndola sobre todo con un sentido socioeconómico, con el riesgo de resbalar en una interpretación solamente política de la fe. Pero también se busca la liberación en el mundo opulento, en Europa y América del Norte: aquí se la interpreta como una liberación de la ética cristiana, sobre todo de la visión tradicional de la sexualidad, con resultado a menudo aberrante de un permisivismo moral que no es sino un aspecto del libertinaje dominante en estas zonas del mundo. Se busca además liberación en África y Asia, entendiéndola sobre todo como liberación de la secuela colonial europea; en resumen, en América latina asume el concepto profundamente bíblico de liberación y está expuesto al riesgo de la influencia marxista, en el Primer Mundo a peligros de contaminación de la cultura libertaría radical, y en el Tercer Mundo al riesgo de una indigenización discutible porque mucho de aquello que se presenta como africano, a raíz de la tradición semítico-cristiana y el helenismo, puede parecer una problemática negra cuando en realidad es cristiana clásica".
Al referirse a América latina, el purpurado señaló la imposibilidad de dialogar con los teólogos que aceptan "aquel mito ilusorio que bloquea las reformas y agrava las miserias e injusticias que es la lucha de clases como instrumento para crear una sociedad sin clases. Toda intervención del magisterio eclesiástico, incluso el más reflexivo y respetuoso, es leída con desconfianza, cuando no rechazada a priori como expresiones de quien no habiendo hecho una elección clasista se alineó de la parte de los patrones contra los pobres y sufrientes a los cuales se les pretendería robar a Cristo como libertador político".
Eduardo Gómez Ortega (Corresponsal en Italia)

La suspensión
Desde los primeros días de este mes, el sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal, ministro de Cultura del régimen sandinista, fue suspendido en sus funciones sacerdotales por La Santa Congregación del Clero, que dirige el cardenal Joseph Ratzinger. La advertencia que le hizo el Papa Juan Pablo II cuando visitó Managua no dio resultado: el padre Cardenal no abandonó su puesto político de la misma manera que su hermano, también clérigo católico, Fernando, que fue expulsado a comienzos de enero de la orden jesuítica.
La respuesta de Cardenal, de 60 años, fue contradictoria. Por un lado, dijo que acata la autoridad pontificia, la Iglesia y continuará "voluntariamente con los sacrificios y obligaciones del sacerdocio, incluyendo el celibato". Y, por otra parte, afirmó: "Me duele que Su Santidad calle ante la agresión que sufre mi pueblo y coincida con Reagan". En cambio, para Ratzinger la situación es clara: Cardenal no ha cumplido con el precepto del artículo 287 del nuevo Código de Derecho Canónico, que estipula la incompatibilidad del ejercicio sacerdotal con la práctica política o sindical. De todas formas, la suspensión a Cardenal revela la intención vaticana de dejar la puerta entornada para que las ovejas descarriadas retornen a la grey, una vez que realicen un examen de conciencia, pero también evidencia la firmeza de Ratzinger para advertir a otros sacerdotes politizados por la teología de la liberación. La meta es, como la definió Juan Pablo II en su reciente visita a Perú, que la evangelización debe "construir la unidad eclesial, defender la dignidad de las personas y mantenerse en constante sintonía con la sede apostólica''.

 

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