Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

 

Diciembre 15, 1943 
Muere Thomas Waller

 

Revista Primera Plana
10 de diciembre de 1968

En mayo de 1943, cansado de Viajes, enfermo más allá de su apariencia, Fats Waller decidió desintegrar el conjunto que lo acompañaba desde 1934. No todos tuvieron suerte. El saxofonista Gene Sedric logró trabajo en un bolichito del Village, en Nueva York. El trompetista Herman Autrey y el baterista Slick Jones se conformaron con acompañar a la cantante Una Mae Carlisle. El contrabajista Cedric Wallace tuvo más suerte: se incorporó al superelegante Ruban Bleu. El mejor músico del grupo, el guitarrista Al Casey, padeció una recorrida humillante por tugurios del Village. Waller, que debió haber contado hasta mil antes de tomar la decisión, se encerró a preparar la partitura de una comedia musical, Early To Bed. Hacia setiembre grabó alguna de las canciones para los discos "V", que se distribuían entre los soldados norteamericanos en el frente de guerra. Esos testimonios póstumos, no llegaron nunca a las casas de venta.
Su compañero y empresario, Ed Kirkeby, obtuvo un contrato para que se presentara personalmente en Omaha, Los Ángeles, y, a mediados de diciembre, en el Florentine Gardens, de Hollywood. Desde allí viajaría en tren hasta Nueva York, para pasar la Navidad con su familia. Después de la actuación en el Florentine Gardens, se realizó una fiesta en la que se gastaron cantidades industriales de whisky y gin. Cuando llegaron al ferrocarril Santa Fe, Waller se sentó y le dijo a Kirkeby: "Siento que no voy a aguantar mucho más". Kirkeby coincidió. Esas presentaciones no debían continuar, ya que los derechos que percibía (por discos, etc.) lo ponían lejos de inquietudes. De cualquier manera, caminaron por los vagones y al llegar al bar aparecieron súbitamente admiradores que los retuvieron. Siguió la fiesta. Al día siguiente, cuando ya se hacía la noche, Kirkeby se acercó , al cuarto de Waller y lo encontró tiritando. Con ironía habitual, Fats comentó: " (Coleman) Hawkins debe andar por ahí". Fueron sus últimas palabras. A las cinco de la mañana siguiente. Kirkeby. sobresaltado por los movimientos de Waller, se acercó nuevamente a su cuarto: seguía temblando. Finalmente, se obtuvo un doctor, que llegó para certificar el fallecimiento del pianista. Era el 15 de diciembre de 1943.
Como otros románticos que aún sufren, Waller se debatió en el esquema deseos - menos - posibilidades. Apostó siempre a su facilidad como pianista-compositor y ya perdidos los controles, se entregó a un histrionismo discutible pero honesto. Si el payaso postergó públicamente al artista, la deformación en la que incurrió conscientemente aceleró su destrucción. Cuando era adolescente y albergaba ilusiones, las melodías (Squeeze Me, Willow Tree, Hop Off, Lenox Avenue Blues) eran redondas, perfectas. Estaba estimulado, también; James P. Johnson, su principal mentor, fue el mejor pianista que produjo Harlem y, de algún modo, un ser similar a Waller: murió agobiado por el deseo no cristalizado de integrar una música teñida por orígenes non sanctos a escalas culturales establecidas. Cuando colaboraron juntos y por única vez (Johnson nació en 1891, Waller en 1904) hicieron una comedia musical (Keep Shufflin) y cuatro grabaciones excepcionales, fuera de serie. Fats se hizo cargo del órgano, Johnson del piano, Garvin Bushell alternó en clarinete, saxo alto y fagot, y Jabbo Smith, un genio ignorado, concurrió con su trompeta. La exótica reunión de instrumentos triunfó sobre previsiones de incompatibilidad. El órgano de Waller flotó suavemente sobre las fiorituras de Johnson, mientras Smith y Bushell se alternaron en los puentes de las melodías de 32 compases. Las grabaciones importan, también, pues en ningún momento se observan las compulsivas incursiones orales que terminaron por socavar al voluminoso pianista.
Existen evidencias de que Waller fue un niño que lloró hasta el último día la muerte de su madre. Poco antes de fallecer, tituló una melodía 'Where Has My Mother Gone?'. Siendo el menor de doce hijos, se transformó en predilecto y protegido de Adeline Lockett Waller. Ella tenía veleidades líricas y observó con indulgencia cómplice las irrupciones del joven Tom en terrenos vedados para el padre, pastor de la Iglesia Abisinia de Harlem.
Cuando Adeline falleció, Waller devino un ser inconsolable. Casi como contestación a su estado, hirviendo por respuestas, se casó dos semanas después con Edith Hatchett y se fue a vivir con la familia de ella. Pero el expediente no prosperó (no podía prosperar) y Waller vivió en cualquier lado menos al lado de Edith. Sobrevivieron un hijo (Thomas Wright. Jr.) y penurias para Edith, que se sostuvo con los dólares que le podían alcanzar familiares cercanos. La desorientación de Waller en materia de dinero habla de su cosmovisión aniñada. Dotado de una simpatía sin límites, era capaz de incurrir en arrebatos indisculpables. Ya casado por segunda vez (con Anita Rutherford 1924), sus aprietos le sugerían enloquecimientos: un día quiso vender toda su producción (que llegó a reunir 350 composiciones) por diez dólares; no le aumentaron su oferta, pero, afortunadamente, tampoco se la compraron. La hazaña más conocida fue en presencia, de Fletcher Henderson y algunos de los integrantes de su orquesta. Estando, en un bar se comió nueve hamburgers de un tirón. Con toda candidez confesó posteriormente que no tenía una moneda consigo, pero enseguida encontró su solución. Si Henderson se hacía cargo de la cuenta, él entregaría nueve composiciones. Henderson, que no era un niño, dijo que sí y, en un breve lapso, fueron saliendo, como en una ráfaga, obras importantes (Henderson Stomp, Hot Mustor, St. Louis Shuffle, Whiteman Stomp, etc.); No importaban los errores para Waller, de cualquier manera su madre ya no estaba.
Para compensar esa ausencia, Waller comenzó a dosificar al diablito que pugnaba por crecer en él y que sólo por recato o respeto familiar había reprimido. El cuadro destructivo se fue abultando. Cuando se despertaba ingería medio vaso de gin ("Mi jamón con huevos líquido") y otro medio vaso más después de, afeitarse. Cuando entraba a cualquier oficina, lo primero que decía era "¿Dónde está la botella?" Hasta 1932 su colaboración ya como pianista solista o en grupos fue pareja y de primerísima calidad. Sus solos de piano (Handful of Keys, Mamáis Got the Blues, Num Fumblin') rebosaban swing, los diez dedos actuaban eclécticamente, la pulsación más cohesiva que la de su maestro Johnson.
Los problemas que enfrentaba Waller tuvieron un paliativo brutal hacia 1934, cuando la Víctor le abrió sus puertas y se iniciaron las series "Fats Waller & His Rhythm". El éxito de venta, inmediato, significó la multiplicación geométrica de los discos y, de algún modo, la definitiva condescendencia de Waller a formas payasescas del espectáculo. Por supuesto, el gran pianista estuvo siempre presente, y ésa era la razón primaria de su impacto. Pero necesitaba que la audiencia sonriese o disimulase su falta de disciplina. El mejor elogio sobre Waller lo han hecho, no obstante, sus alumnos. Art Tatum, el supervirtuoso ciego, se sintió siempre orgulloso de afirmar su deuda para con Waller: "Fats, de allí vengo. Qué hermoso punto de partida".

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Thomas Waller
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