Revista Periscopio
18.08.1970 |
En la mañana del viernes pasado, los colegiales de Malvin se
cruzaron con misteriosos personajes. Eran pacientes detectives que
rodeaban el edificio de departamentos, a la espera de algún pez
gordo; primero, como siempre, cayeron los más chicos. Luego a las
10.30, venía el Nº 1 caminando por la vereda.
Casi pasa inadvertido: avejentado, más gordo, con bigotes y cabellos
teñidos de negro. Los agentes no lo podían creer. Sin embargo, Raúl
Sendic, 37, la más codiciada presa, la presunta cabeza de los
Tupamaros (ver pág. 12), se rindió a la intimación policial.
Descendió del colectivo 77, en la Rambla, a dos cuadras del
departamento número 4 de la Calle Almería 4630. Es decir que
transitaba por la capital uruguaya con la misma soltura que los
ciudadanos comunes y, al parecer, podía eludir sin dificultad los
constantes requerimientos de las patrullas. Según cuentan las
autoridades, Sendic concurría a la finca del balneario de Malvin
para decidir, junto a la plana mayor del Movimiento, el destino de
tres secuestrados. A pesar de la captura, venció el plazo concedido
por los Tupamaros al Gobierno —a las 24 del viernes— para canjear a
sus tres raptados por la libertad de todos los detenidos de su
organización (algo así como 150 hombres).
No se vacilaba en rumorear que la recompensa de 1 millón de pesos
uruguayos estimuló el hallazgo de Sendic. El premio había sido
establecido dos días antes; sin embargo, un oficial confesó: "Hace
tiempo que vigilábamos el departamento".
Jorge Candal Grajales, 27, llegó primero. Fotógrafo, experto en la
falsificación de documentos, se resistió a la orden policial; ahora
se cura de un balazo en la pierna, en el Hospital Militar. Más tarde
bajaron de una camioneta Raúl Bidegain Griessing —"el brazo fuerte
del Movimiento", como gusta calificarlo la Policía— y Efraín
Martínez Platero, hermano de Leonel (cautivo en Punta Carreta desde
1968). Sobre los antecedentes de Bidegain —cuya esposa fue arrestada
el martes 4— se han tejido abundantes versiones. Hubo casos en que
varios testigos aseguraron verlo en dos lugares distintos al mismo
tiempo; siempre transmitían la misma imagen: un Bidegain fiero,
airado, metralleta en mano. Esas . declaraciones, al parecer no
causaban gracia al padre del muchacho, un ex jefe de Policía de
Colonia y activo miembro del Partido Nacional.
En la casa de Almería, entretanto, la experta en tiro al blanco
Alicia Rey Morales (Carmela) esperaba con una pistola en la espalda
—la policía ya estaba adentro— la llegada de Sendic. No alcanzó a
verlo; lo detuvieron en la entrada del edificio.
Aunque se había asestado un formidable golpe a los guerrilleros,
nada permitía suponer que sus detenidos indicaran la pista de los
secuestrados. Sendic y los suyos anunciaron que no conocían el
paradero de Dan Mitrione, Aloysio Marres Dias Gomide, y de Claude
Fly, un anciano norteamericano que colaboraba en cuestiones de
agricultura, capturado el jueves por la mañana. Se esperaba una
movida en la Jefatura, para conocer el hilo que llevara a los tres
diplomáticos; esta vez, sin embargo, parece que la Policía uruguaya
guardó compostura. Sendic —quien se declaró "prisionero de guerra"—
habría asegurado que tiene poder de vida o muerte sobre los
raptados.
El viernes por la tarde, la conmoción se dibujaba en los rostros,
todos pegados a los transistores. La radio ponía su obligada nota de
suspenso, contando las horas que faltaban para cumplir el plazo;
entrevistaba a las familias de los secuestrados, pedía alguna
novedad oficial sobre la política de no negociar, y transmitía la
dramática apelación del Presidente brasileño, Emilio Garrastazú
Medici, a su colega uruguayo. "Ante la siniestra amenaza contra el
cónsul —señalaba la carta—, me permito formular urgente llamamiento
para que no sean evitados esfuerzos para preservar la vida del
diplomático brasileño y restituirle sin tardanzas la libertad."
La nota de Garrastazú —casi una protesta— coincidía con una
movilización militar en la frontera uruguaya "para prevenir
cualquier incidente". Conviene recordar que el Brasil siempre
encontró excusas para merodear, con sus Ejércitos, cerca de la
antigua Provincia Cisplatina.
Claro que había otra clase de presiones más importantes para
inclinar la opinión del Presidente uruguayo; Pacheco, sin embargo,
se mantuvo inflexible, con el respaldo parlamentario. Un halo de
respeto lo adornó; se resistía, como pocos, a las persuasiones del
Brasil y de los Estados Unidos. Garrastazú, indignado, trataba de
recordarle que su Gobierno transa con difíciles terroristas para
salvar el pellejo de los diplomáticos extranjeros. Recomendaba
seguir el mismo camino; no había que olvidar un hechor en Guatemala,
el gobierno anticipó, en abril, la opción de Pacheco y Alemania
perdió a su Embajador.
El plazo se cumplió. Los Tupamaros debían cumplir con lo prometido:
"Dar por terminado el asunto y hacer justicia". Casi todos
coincidían en que la "justicia" sería luctuosa. Sin embargo, en la
mañana del sábado, planeaba una nube de distensión. Según habría
dicho Sendic, "no pensaban matar a los funcionarios". Luego, lo dudó
ante el Juez.
A mediodía, el comunicado número 7 del MLN no hablaba más del canje
ni de los secuestrados. Simplemente, contestaba a una organización
—mano— que había prometido liquidar a las familias de los Tupamaros
si éstos asesinaban a los diplomáticos. "Tomaremos represalias
—respondió el comunicado— en el mismo idioma de violencia de Pacheco
Areco." Se buscaba una fórmula de transacción: quizá los
guerrilleros y el Presidente se aviniesen a canjear rehenes. El
comunicado número 9, empero, anunciaba la Ley del Talión: Mitrione
sería ejecutado el domingo, a las 12.
Uruguay: Areco Nom Troca
Durante 72 horas los observadores políticos y el desconcertado
pueblo uruguayo pensaron que el esquema político tradicional
subsistía: "La sangre no llegará al río, habrá canje, y alguna
fórmula, llámese amnistía, indulto, destierro o gracia, salvará al
país de una desagradable alternativa". Periodistas y abogados, por
turno, repasaron apresuradamente las olvidadas figuras del Código
Penal, que prescriben la "extinción de la pena o el delito" pensando
con alivio que "todo puede tener solución".
Un primer comunicado, librado en diez precisos puntos el lunes 3 por
parte del Ministerio del Interior, echó el primer balde frío. Muchos
seguían empeñándose en mirar la política uruguaya a través del
prisma de las concesiones amables del político bonachón, dispuesto a
la componenda y con la máxima "la cuerda se estira pero no se
rompe", como suprema guía de gobierno. El texto —con cierta frialdad
castrense— empezaba por puntualizar que "no procede en el caso, la
mención de presos políticos, sino de delincuentes comunes". Luego
aseguraba que "las autoridades públicas continuarán, frente a estos
sucesos, obstinadamente en el cumplimiento de su deber".
La palabra "obstinadamente" sorprendió y fue repetida aún por
aquellos que, sin tener simpatía alguna por los Tupamaros, pensaban
en el "destierro" de la organización como un modo concreto de
"sacarse el problema de casa". Imaginados los principales cabecillas
del movimiento en la lejana Argelia, esos mismos partidarios de la
fórmula del "destierro", o la más benévola del "indulto",
especulaban hasta con "el mal funcionamiento del correo entre Argel
y Montevideo".
Sin embargo, esa palabra y el recuerdo de que "las fuerzas del
orden, Policía y Ejército, que han sufrido las más injustas bajas,
defendiendo a la sociedad, enfrentando a este tipo de delincuencia,
continúan patrióticamente en la plenitud de sus energías,
combatiendo el delito..." eran suficientes para entender el resto.
Lo explicaba —en cierto modo— un militar de mediana graduación:
"Hemos sido utilizados, nos arriesgamos siempre. ¿Vamos a permitir
ahora que se burlen de nosotros y se les dé la «gracia» a quienes
nos hacen trabajar catorce horas por día?" La escueta frase y su
posterior interrogante explicaban gráficamente lo que constituía la
principal presión sobre el silencioso Presidente Jorge Pacheco
Areco. Militares y policías impedían que se hablara de lo que
políticos y algunos Ministros admitían como posible: dialogar con
los secuestradores del cónsul brasileño y el experto de la AID. El
esquema de esta tesis ya había sido adelantado hace quince días por
el adusto general Antonio Francese: "Estamos en guerra". Otro
militar de gestos vehementes agitaba su puño y acotaba, ante
"blandos" legisladores que proponían leyes de amnistía: "Hay
demasiados muertos entre ellos y nosotros como para insinuar
cualquier tratativa". Más lacónico aún, un anónimo y amenazante
comunicado llegaba a diarios y radios asegurando "venganza", firmado
por los policías muertos.
Sin embargo, aún cabían las esperanzas. Los mismos políticos se
repusieron del impactante comunicado del Ministerio del Interior
observando: "Se trata de un comunicado de un Ministerio y no del
Poder Ejecutivo". Con una eficaz guiñada complementaban: "Pacheco no
se cierra; admite el juego. Duro por un lado, mantiene la puerta
abierta por el otro".
Esa puerta abierta aparentemente estaba en su propia casa. Un
presuroso secretario de la Presidencia abría el martes 4 la
alternativa del destierro a quien quisiera oírlo. Un sonriente
Ministro de Relaciones Exteriores, Jorge Peirano Facio,
caracterizado por su dúctil inteligencia, tranquilizaba a los
periodistas: "El final es feliz e inminente". Los corresponsales
extranjeros, entre los cuales más de 25 brasileños hacían percutir
los teletipos con el flash 'Areco nom troca', cedieron en su
nerviosa pulsación.
Pero no. Una vez más, el mandatario se negaba, aunque no
directamente sino utilizando a quienes parecían desmentirlo horas
antes. Por un lado, el Subsecretario del Interior, repasando
olvidadas lecciones de Derecho Constitucional, recordaba cómo
tradicionalmente "el Ministerio del Interior es el Ministerio de
Gobierno". Por el otro, un nervioso Secretario de la Presidencia se
indignaba: "¿Ustedes quieren saber si ésta es la posición del
Ejecutivo? Pues pregúntenselo al general Francese".
Por último, cuando quedaban pocas dudas de la firmeza presidencial,
un nuevo comunicado cerraba definitivamente las puertas: "La
posición del Ejecutivo es la señalada en el comunicado del
Ministerio del Interior, el que contó con la aprobación del
Presidente de la República". Se invitaba a los Ministros que
discreparan con esa tesis "a hacer abandono inmediato de sus
cargos". El jueves 6 amanecía nublado y nadie hablaba. En 72 horas
se habían disipado las alternativas tradicionales, incluida la
folklórica del Vicepresidente, Alberto Abdala, quien había propuesto
"un día feriado para pensar en serio". La ciudad estaba patrullada
intensamente por jeeps, camiones y camionetas. Soldados, metralleta
en ristre, cacheaban automovilistas, revisaban valijas y asientos.
El ilusorio proyecto de amnistía presentado por dos nacionalistas
del grupo de Alberto Heber había sido rápidamente enterrado en una
comisión parlamentaria irrecuperable.
En forma paralela, la escalada de los comunicados del Gobierno eran
seguidos por otros no menos enérgicos. El MLN había anunciado su
espectacular reclamo de "canje" el domingo 2. Habían omitido dar
plazos y no amenazaban especialmente a sus "prisioneros". Ellos
también dejaban una puerta abierta.
Entretanto, los familiares de Dan Mitrione y de Dias Gomide recibían
cartas tranquilizadoras en un sentido: "estaban bien". Pero
inquietantes en otro: "Estamos sometidos a largos interrogatorios".
Cuando en la tarde del miércoles el Poder Ejecutivo había dado a
entender que sus fisuras habían sido revocadas, los guerrilleros no
dudaron en lanzar su ultimátum en el Comunicado Nº 6: daban plazo
hasta las 24 horas del viernes para que el Gobierno aceptara o no el
canje. En caso negativo se "hará justicia"; en caso positivo se
abría un prudente plazo opcional para liberar a los 164 detenidos
que vencería el martes 11 a la misma cero hora.
El nerviosismo se instaló en todos los niveles del país. "La cosa va
en serio, aquí no hay juego", veían los esperanzados en que todo se
diluyera amablemente, como era común en el tradicional Uruguay.
Políticos —oficialistas y opositores— guardaban un monolítico
silencio. Nadie, por otra parte, se animaba a ponerle el cascabel al
gato y los más lúcidos no dejaban de recordar que "éste es un
problema de Pacheco". Hasta los juristas de la Facultad de Derecho
cerraban las vías de soluciones legales e irónicamente señalaban al
Presidente como el único capaz de dar el decretazo que solucionara
los problemas. ¿No lo ha hecho cuando ha querido, en ese amplio
concepto de "en el marco de las medidas prontas de seguridad que
dispone"?, se preguntaban.
Lo que era indudable —en el transcurso de las horas —es que los
secuestros no habían hecho sino endurecer a un Gobierno, algunos de
cuyos integrantes coqueteaban con fórmulas liberales y populistas.
Ahora, ante el "todo o nada" pronunciado con rigor en nombre de la
propia Presidencia, no cabía sino "acatar" o esperar callados el
desenlace. Luego, tal vez, tomar la palabra.
Pero también, el juego de rígidas alternativas opcionales encajonaba
a los secuestradores. Asumida una opción había que mantenerla.
Vencidos los plazos, había que "hacer justicia". Una ominosa sombra
—que el uruguayo medio todavía rehúye— se cernía: "¿Asesinatos,
ajusticiamientos, aquí?" Todos esperaban todavía que un esquema
siguiera vigente, aquel que ve con repugnancia estas soluciones
revolucionarias. Por otra parte, era legítimo que en Uruguay la
mayoría pensara así.
Sin embargo, un periodista uruguayo que volvía tras varios meses de
permanencia en Europa, con esa lucidez que suele dar la distancia,
tenía una estremecedora respuesta. A la pregunta "¿Cómo se ve al
Uruguay en Europa?" respondió: "Guatemala; que esto es Guatemala".
FERNANDO AINSA
Revista Periscopio
11.08.1970
(La página 12 referenciada en la crónica)
UN NOMBRE POR SEMANA
RAUL SENDIC
Sendic entre rejas? El interrogante parece fruto de la imaginación
extraviada de algún policía o de las pesadillas de aquellos
reprimidos que observan la libertad como un castigo de Dios. Porque
los mitos, a nivel popular, exceden cualquier límite tangible,
suponen la omnipotencia. Y así pasaba con Sendic. Sin embargo, en la
tarde del viernes pasado, el interrogante se transformó en una
afirmación. "Raúl Sendic está entre rejas", comunicó un preciso
parte policial (ver pág. 62).
La noticia, para los revolucionarios de moda, recordó otra casi
increíble: un 8 de octubre, un cable tembloroso anunciaba la muerte
de Ernesto Che Guevara.
Sin duda, quienes más lamentan la conquista policial —además de los
clandestinos— son los cañeros del Norte uruguayo. A principios de la
década del '60, un joven que nunca quiso completar sus estudios de
abogado les ganó la confianza. Hacía medio siglo que algunos
patriotas habían luchado por reglamentar la jornada laboral de ocho
horas; pero en esas zonas, fundos de compañías extranjeras, se
olvidaba la Ley: los cañeros agotaban entre doce y quince horas por
día. Los terratenientes, por la misma legislación, se obligaban a
brindar una vivienda decorosa a sus empleados: los cañeros, sin
embargo, vivían en ranchos miserables (aripucas), más pequeños que
un hombre. Cuando terminaba la zafra, los despedían e incendiaban
sus chozas.
Al parecer, el primer delito del joven —que, además, era socialista—
fue tratar de asesorar jurídicamente a los trabajadores; luego los
núcleo en un sindicato (la Unión de Trabajadores Azucareros de
Artigas) y desató una acción que tuvo a maltraer los esquemas
gremiales controlados por el intrascendente Partido Comunista. Sus
admiradores forjaron un lema: "Por la tierra y con Sendic".
Inició marchas sobre Montevideo, algunas saboteadas; ante el
Parlamento hizo levantar las carpas a sus acompañantes de pies
llagados: legisladores de buenos zapatos y poca tarea prometían
reparar las injusticias. Nunca se cumplieron los pedidos, a pesar de
repetir las marchas. Luego vino el silencio.
Y a no tan joven —quizá por los fracasos— opta por otro camino: la
acción directa. Poco tiempo después, la Policía detiene a varios
cañeros por su presunta participación en el asalto a un Banco. Con
el robo a un stand de tiro —el de Colonia Suiza, en el interior—
nace lo que luego se habría de conocer como el Movimiento Nacional
de Liberación. La gente prefiere llamarlos por el nombre de pila:
Tupamaros. No se detalla nunca si la raíz proviene de la rebelión de
Gabriel Condorcanqui (Túpac Amaru) contra los realistas en el Alto
Perú —frustrada por el descuartizamiento del caudillo— o por los
restos de los soldados del legendario José de Artigas, conocidos
como Tupamaros.
El fundador de la organización, el joven que no quiso graduarse de
abogado, era Raúl Sendic.
Rubio, fornido, sin estridencias, enancó en sus sueños a Violeta
Setelich, su esposa —quien le había alumbrado dos hijos—. Otro más,
el último, lo tuvo en abril, en la cárcel de Punta Carreta.
Lo llamaban el loco, tal vez porque siempre hacía lo que pensaba. A
su lado se juntaron otros locos que, despacio, se fueron
multiplicando. En la cárcel, la Policía reconoce que guarda a más de
150 Tupamaros. Los cálculos sobre los que actúan en la
clandestinidad no baja ninguno del millar. Es probable, entonces,
que el mayor movimiento subversivo de América latina esté integrado
nada más que por locos. El único problema: la mayoría de esos
enfermos mentales proviene de la Universidad.
A pesar de la importancia romántica del personaje, Sendic pareció
rebalsado por las bases; se sostiene, aunque el MLN nunca dijese
nada, que el líder cañero prefería la "acción rural" a la "urbana".
Como se sabe, éste es el criterio que, ya hace más de tres años,
ejecutan los Tupamaros. También se llegó a decir, por lenguas
maledicientes, que Sendic y la Policía uruguaya mantenían un pacto
de no agresión: él no se mostraba, los agentes no lo detenían.
No en vano, cuando esa ola de rumores planeaba sobre Montevideo, un
investigador del Movimiento le preguntó a uno de sus miembros: "¿Es
cierto que Sendic no pertenece más a la organización?" El Tupa —como
se los suele nombrar en las conversaciones— respondió: "Aunque esto
disguste a la Policía y a los militares, debo señalar que Sendic es
un compañero más".
Quizás ésa fuera la definición justa: "Un compañero más". Eficaz en
la acción, notable por su experiencia y valor, Sendic no tendría el
nivel de "ideólogo" que pretende endilgarle la Policía. No se puede
negar, de todos modos, que la caída de Sendic ha sido el revés más
crudo que han debido aceptar los Tupamaros. Pero su afición a la
violencia les impide mirar hacia atrás, no les permite ninguna
concesión nostálgica.
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Carmela, en jaula. Matrimonio Bidegain, unidos en la cárcel
Pacheco Areco, inflexible
Fly, era un anciano que voló
Mitrione, asesor con curriculum
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