Uruguay
Guerrilla urbana, se ofrece

Cielo de los Tupamaru, / flor de la Banda Oriental. 
Con auxilio de guitarras, la rima se esparció de boca en boca por la campiña uruguaya: era el homenaje popular a los milicianos de Artigas, que esgrimían como estandarte de combate el nombre tribal de "José Gabriel Condorcanqui, el Inca que la historia glorifica como Túpac Amaru. Hubo de transcurrir más de un siglo para que otras manos se apoderaran del emblema —con ligera ingratitud idiomática— y lo hicieran recobrar fama, aunque esta vez en la dudosa tipografía de la crónica policial.
El miércoles pasado, ya con la nombradía de ser el grupo terrorista mejor organizado del país, los Tupamaros llevaron esa notoriedad al paroxismo. Un comando de la secta raptó al abogado Ulyses Pereira Reverbel (49 años, soltero), titular de la Comisión Interventora en Usinas y Teléfonos del Estado (UTE), amigo y consejero del Presidente de la República, Jorge Pacheco Areco. El episodio no sólo obtuvo la cuota de escándalo previsible: por la oportunidad con que fue consumado, sirvió de detonante, uno más, para agravar la crisis del Uruguay.
La dirección del operativo se la reservó un ex funcionario del ente, el ingeniero Jorge Manera Lluveras (38, casado), que prefiere el seudónimo de Lucas. Lo ayudaron el profesor de Bellas Artes, Julio Manerales Sáenz, Timoteo; el ex dirigente campesino Tabaré Eloíses Rivero Cedrés, Ismael, y un cuarto compinche no identificado.
Quienes recuerdan la adolescencia, retraída y tímida, de Manera Lluveras —en la ciudad de Salto, donde su familia descansa en la cúspide de la pirámide social—, se sorprenden del cambio de ese muchacho que se refugiaba en los estudios y la empecinada práctica del básquetbol. De padre liberal, batllista y ateo, su primera rebeldía lo convirtió en militante católico.
Nadie podía imaginarlo, entonces, disfrazado de vigilante, ametralladora en mano, charlando con dos presuntos vecinos frente al lujoso edificio de Punta Carreta que alberga la residencia del director de UTE, el miércoles 7 a las nueve de la mañana. Tampoco lo sospecharon el chofer Nicolás Galdós García, policía retirado, y uno de los cinco secretarios privados, Miguel Ángel Ray Núñez, que llegaron a buscar a Pereira Reverbel en el automóvil oficial. Los dos estaban armados pero la sorpresa fue total; cuando quisieron resistir, ambos recibieron balazos: Galdós García en una mano, Ray Núñez en el pecho. Los secuestradores desaparecieron con su presa.
Una hora más tarde, Montevideo se poblaba de uniformes, un paisaje nada exótico en los últimos tiempos. La cacería de los raptores desplegó más de tres mil vigilantes y soldados: era casi una cuestión personal para Pacheco Areco, temeroso de la vida de su amigo.
Porque la audacia terrorista luce como una respuesta a la línea dura estrenada por el Presidente el 13 de junio pasado, cuando implantó el estado de sitio (encubierto por el eufemismo constitucional de Medidas Prontas de Seguridad); congeló precios y salarios, clausuró todo diálogo con los sindicatos que lo jaqueaban.
Muchos se preguntan si esa política podrá ser mantenida sin claudicaciones. El Partido Colorado, triunfante en noviembre de 1966 con la candidatura del general Oscar Gestido, a quien reemplazó Pacheco, se ha segmentado en nueve grupos, enconados entre sí. El actual Gabinete, de once miembros, no refleja las tendencias del sector; esa anemia resta apoyo parlamentario al arrogante Presidente.
Para sumar voluntades a su causa, Pacheco tendió la mano a la oposición, el Partido Nacional. Pero los blancos, también divididos, padecen menos rencores: el veterano líder Martín Echegoyen (78 años, casado) no negó colaboración pero reclamó dividendos: la coparticipación de blancos y colorados en los organismos estatales autónomos.
Dentro de su partido, el Presidente sólo cuenta con el entusiasmo de la Lista 15, que acaudilla Jorge Batlle, y su propio grupo, la Unión Colorada y Batllista, que lideraba Gestido. La encrucijada lo obliga a continuar gobernando apoyado en el estado de sitio, única alternativa frente a la retaceada mayoría legislativa. Algunos observadores avizoran inclusive dos tendencias dentro de las Fuerzas Armadas. Una, centrista, no avalaría decisiones que desbordaran los limites de la actual línea dura; en esta actitud se contabiliza al Inspector General del Ejército (cargo equivalente al de Comandante en Jefe), general Borba, y al Jefe de Policía, coronel Aguirre Gestido. En cambio, otra logia de militares de alta graduación (generales Ventura Rodríguez y Aguerrondo; coronel Tanco) propiciaría el fortalecimiento del aparato represivo.
Hacia el fin de semana, los "duros" parecían ganar posiciones, luego de la ayuda proporcionada a su causa por los Tupamaros. Izquierdistas devotos de la acción directa —una gimnasia que provoca alergia a los comunistas ortodoxos, que simpatizan sólo con las andanadas verbales—, en tres años de asaltos, atentados y otros excesos, los Tupamaros han logrado mantener en funcionamiento la maquinaria clandestina del Movimiento de Liberación Nacional, otra sigla que utilizan.

Los vigilantes herejes
El jueves por la tarde, una carta del secuestrado Pereira Reverbel reveló que continuaba con vida y que sería liberado "no bien cumpla el arresto dispuesto por el MNL". La madrugada del viernes, la Guardia Metropolitana lanzó un operativo casi desesperado en busca del funcionario: allanó la Universidad; las Facultades de Ciencias Económicas, Derecho, Arquitectura, Agronomía, y Humanidades y la Escuela de Bellas Artes. Por primera vez en 35 años, desde que se implantó la autonomía universitaria, se cometía tamaño sacrilegio. El Rector Oscar Maggiolo puso el grito en el cielo y deliberó con el Consejo Directivo Central; a las 7 de la mañana, un comunicado fulminaba a Pacheco Areco como culpable por la herejía. El Ministro del Interior, Eduardo Jiménez de Aréchaga, contestó enumerando un arsenal de bombas molotov, carteles subversivos y otros agravios que la Policía habría hallado en los edificios.
A esa hora, la polémica se trasladó a la calle: manifestaciones estudiantiles combatían con la Guardia Metropolitana. Las bataholas agitaron a Montevideo durante toda la jornada. Con la noche, las noticias también se ensombrecieron; las listas de heridos demostraban que los tiroteos no escasearon durante la refriega. Una reunión urgente del Gabinete resolvió solicitar al Senado la venia para destituir al Consejo universitario; era, en la práctica, dar el primer paso para intervenir al mayor centro educacional del país y controlar, así, el principal núcleo de agitación.
Mientras las caras largas demostraban en la Casa de Gobierno que la situación era francamente patética, el Ministro de Economía, César Charlone, pretendía levantar los ánimos: anunció que en julio el aumento del costo da la vida no había superado el 0,59 por ciento (en los primeros 6 meses el alza fue del 64%; en 1967 duplicó esa cifra). Además, Brasil otorgaba un generoso crédito de 15 millones de dólares. "Soy optimista", alentó. Muchos dibujaron una amarga sonrisa.
Primera Plana
13/08/1968

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