Uruguay
El sonido y la furia

La semana pasada, un redactor de Primera Plana, Roberto García, examinó en Montevideo la situación uruguaya. Este es su informe:
Todos los días, a las puertas del Ministerio de Relaciones Exteriores, ansiosos uruguayos claman por su pasaporte: los futuros conquistadores de USA y Venezuela soportan colas de 100 a 300 metros. Otros, más modestos, buscan trabajo en Asunción, Buenos Aires o Porto Alegre, con el sólo requisito de la cédula. Aún no hay estadísticas, pero la deserción es el camino más fácil para los uruguayos desposeídos, tal vez el único.
—No quedan alternativas; aquí no pasa nada. ¿Sabe cuánto hace que no aparece un producto nuevo, que no se abre un negocio? Ni boítes para los turistas; vaya al cine y vea cuánta gente hay.
La explicación de los profesionales que se evaden es más certera:
—El país se mediatiza; no hay esperanzas de nuevas industrias; este año, hasta tuvimos que importar alimentos. El sueldo aumenta cada seis meses; la inflación corre tres veces más.
Como en todos los países del mundo, los días trascendentes de la historia uruguaya se convierten en avenidas. La 18 de Julio (1830: sanción de la Constitución) refleja el escepticismo de sus caminantes; está asolada por el frío, reducida por los faroles de kerosene que alumbran los negocios (hay restricciones al consumo de luz eléctrica). Montevideo parece una ciudad ocupada; los jeeps del Ejército vigilan; en las esquinas, los braseros de los vendedores de maní acogen a unos peatones ateridos.
Todas las tardes, bandadas de chiquilines insolentes desafían a la Policía, la envuelven en un alegre juego de guerrillas, Tienen algo de lúdico las algaradas de los alumnos secundarios —el mismo porcentaje de chicas y muchachos—: comenzaron con el boleto estudiantil (cuesta 6 pesos; el común 16), y a medida que obtenían triunfos elevaban las consignas. Ahora ya claman por la reforma agraria.
—Estamos cansados de que nos enseñen aritmética y castellano, mientras el país se hunde. Queremos saber otra cosa; por ejemplo: ¿de quién es el Uruguay?
Son los quince años de un estudiante del Instituto Vázquez Acevedo. Las librerías callejeras, inundadas con literatura marxista y consejos del Che Guevara y Regis Debray, no alteraron
la mente de sus padres, afiliados a los exangües Partido Colorado y Nacional; pero los jóvenes quieren cambiar el país; aun sin ser responsables del desquicio, se organizan para expresar un sentimiento de asco.
—¿Acaso no hace política la gente que sé repliega en su hogar? Esa gente que muerde su bronca. Vamos a pelear hasta por ellos, que, seguramente, no creen en nosotros.

La trenza colorada
Para ojos argentinos, siempre la caótica situación uruguaya da margen para el golpe; pero la estructura mental del pueblo oriental, su empeño en aferrarse a. la ficción democrática, disuade la conjetura. Este año, sin embargo, las anomalías subvencionan el rumor; los primeros 15 meses de Gobierno se llevaron 6 Gabinetes y 38 Ministros; la inflación —el 48,7 por ciento en lo que va del año— amenaza con batir el record de 1967, que trepó al 136. El Poder Ejecutivo aparece desbordado, irresoluto; dos brutales devaluaciones desmedran la gestión del Ministro Charlone; se conocen los tejemanejes del ex Ministro Acosta y Lara; extraños grupos que se mueven en la penumbra de la Casa de Gobierno; y a la disconformidad obrera y estudiantil se sobrepone la proclamada convicción de que el Uruguay es un país sin futuro, que se defiende hasta la histeria para conservar lo existente.
El 13 de junio se adoptaron Medidas de Seguridad para detener la fiebre de la botijada y endicar las olas de disgusto. Con esta medida se institucionalizó, prácticamente, la censura; y los ciudadanos pueden ser detenidos y trasladados al interior del país.
Se levanta el fantasma de la isla de Flores —algo así como Yeros y Laros en Grecia— como futura residencia de los enemigos políticos; algunos colorados que la conocieron durante la época de Gabriel Terra (y de lo cual están orgullosos) proponen su rehabilitación.
Desde la muerte del Presidente Oscar Gestido (diciembre 1967), el Partido Colorado decidió postergar las rencillas internas. Los Senadores se nuclearon en una Agrupación de Gobierno que debía respaldar al sustituto, Jorge Pacheco Areco. El promotor de esa componenda fue el Vicepresidente Alberto Abdala, escindido del grupo de Jorge Batlle Ibáñez.
A partir de ese momento, varios Senadores, que por entonces estaban descolocados ante la opinión (Zelmar Michelini, Amílcar Vasconcellos), comenzaron a crecer. Eran ellos, a pesar de su ínfima representación, los que movían los proyectos, mientras los hombres de la Lista 15, sujetos a la voluntad de Batlle —que no es parlamentario—, aplazaban sus decisiones.
El Presidente no podía contener el desorden y la balanza se inclinaba hacia Abdala, cuyos ocasionales colaboradores maniobraban con eficacia. Ante la presión gremial y la intransigencia de los estudiantes, la Agrupación de Gobierno se hizo cargo de la realidad y empezó a "trenzar": ahí comprendió Pacheco (o sus amigos) que el poder se le escapaba.
Para demostrar su coraje, el Presidente decretó Medidas de Seguridad.
La CNT (Convención Nacional de Trabajadores) expresó su repulsa en un documento, y el Vicepresidente Abdala recordó una frase del legendario Luis Batlle: "Nunca hay que utilizar ese recurso, porque después no se puede emplear otro". Su hijo, heredero de la maquinaria del partido, descree de esas palabras; pregona una mayor rigidez. Abdala destiló su amargura: "Este no es el Ejecutivo que pensó la ciudadanía cuando votó por Gestido". ¿Lo sería él, acaso?
Con Primera Plana, el Vice se mostró más impetuoso: "El Uruguay vive una crisis que es producto de sus opciones económicas. Puede decir que estoy en contra de la última devaluación. Me enteré de las Medidas luego de que fueron decretadas; nadie me consultó. De cualquier modo, soy partidario de mantener el orden".
Hasta ese momento era un obligado socio del Gobierno; cuando el Ejército intervino el Banco de la República, estalló. Al encontrarse en la puerta de su despacho con el presidente del Senado, Héctor Grauert, le recriminó a gritos el uso de la tropa; Grauert lo justificaba en un tono que se fue adelgazando hasta el silencio, agobiado por la dialéctica de Abdala. Tal vez recordó que su hermano Julio César Grauert había muerto bajo la "dictadura" de Terra combatiendo los principios que él ahora defiende. Claro, las diferencias ideológicas se conciben hasta entre los hermanos, sólo que Héctor es Senador por los votos de un pueblo que lo construye a imagen y semejanza de Julio César Grauert.
La evidente polarización de los colorados contra las Medidas de Seguridad indujo a Pacheco a buscar la colaboración del Partido Nacional. Los blancos, sus eternos enemigos, encabezados por el mítico Martín Etchegoyen, se mostraron solidarios con el Gobierno y la aplicación de recursos extremos; pero retaceaban su presencia a la Asamblea Nacional para convalidar las Medidas.
El llamado a los blancos era un arma de doble filo. El ex Presidente Alberto Heber ofrece su hombro "para que no lucren los comunistas". Pero se encarga de recordar: "Ganaron, pero no saben mantenerse, y ahora vienen a llorar ante nuestra puerta". Atrincherado en Radio Ariel y el diario Acción, Jorge Batlle hace oídos sordos a los agrarios de Heber y arenga contra "la burocracia gremial", los profesores y estudiantes. Según él, la mayoría parlamentaria está firme. Y, desde su diario —donde colabora Julio Cortázar—, alienta la congelación de los salarios y la severidad.
El jueves pasado, desde Buenos Aires salía Alejandro Vegh Villegas, un fértil oyente de Adalbert Krieger Vasena. Era el salvavidas solicitado por el Presidente uruguayo para sustituir al dimitente Aquiles Lanza.
"Apoyé las Medidas porque parecía el único medio para aminorar la alarma; pero la situación ha variado y yo tengo mis principios. Me voy." Con voz pausada, precisa, casi de radioteatro, el médico Aquiles Lanza anticipaba a Primera Plana, el martes, su renuncia a la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (con rango ministerial). Todavía el Gobierno confiaba en no computar su baja (el miércoles Clarín sostenía que Lanza lo pensaba mejor).
A las cuatro de la tarde, en un amplio living de su departamento de Pocitos. Lanza reconocía: "No sólo con medidas monetarias y una restricción salarial se resuelve la inflación. Estoy contra el Fondo Monetario en cuestión de sueldos; nos lleva a un choque frontal con los obreros. Prometí un aumento de 4.000 pesos para este año, sin provocar una devaluación; acepté el congelamiento de salarios para 1969, pero manteniendo el costo de vida. Ahora, el Gobierno opina que no se puede cumplir con lo prometido y me obliga a rever la medida. No lo puedo aceptar de ningún modo".
El teléfono. Una vieja sirvienta, después de contestar con un rotundo sí, y colgar, anunció: "El doctor Batlle viene para acá". Lanza asintió con indolencia. "No me va a convencer", aseguró. "Estoy decidido y no puedo aceptar la lucha con los obreros; es casi inevitable, pero algunos sectores se empeñan en buscarla. Jorge es mi amigo, es honesto e inteligente; pero está influenciado por las conclusiones del FMI, y por sus amigos argentinos. Debe comprender que los dos países son distintos."
A los quince minutos aparecía Batlle, con un aire de preocupación que lo avejenta pero con la dignidad de un intelectual bien vestido. La situación era embarazosa para los tres actores; el enviado de Primera Plana era un convidado de piedra. Después de que Batlle pasó a otra habitación, Lanza insistió: "No puedo remar contra mis principios". Quería demostrar su integridad, la misma que lo impulsó hace dos meses a dar la cara, por la cadena oficial, para justificar una devaluación plagada de oscuridades.
El miércoles, una comisión del Senado (integrada por 4 colorados y 3 blancos) dictaminó que la devaluación fue precipitada por los especuladores. El informe acusa al directorio del Banco Central de haber actuado con lentitud y confirma que circularon infidencias (ver Nº 280). Además, sostiene que podría haberse defendido la moneda con leyes vigentes (por ejemplo, la del 29 de mayo de 1931); la devaluación sería inoportuna, apresurada, inconveniente y dañosa para la economía nacional. La comisión no individualizó a nadie, pero "se tiene la más firme convicción de que existieron informaciones ciertas y concretas de cuál sería la cifra definitiva en que se cotizaría la moneda uruguaya, antes de ser fijada por el Gobierno".

El golpe oficialista
La CNT aglutina a 500.000 trabajadores que responden cuando se los convoca a la huelga. Esta unión no es, sin embargo, política: los comunistas, que tienen el volante, apenas juntan 80.000 votos en las elecciones. Los líderes gremiales y la sede de la Convención muestran una pobreza franciscana: la opulencia de los sindicalistas argentinos excita la ironía de sus colegas.
Quizás el más lucido sea Héctor Rodríguez, de 49 años, ex Diputado comunista (hace varios años fue expulsado del partido), que escribe en Marcha y en El Diario, de Carlos Manini Ríos. Cauteloso, modesto, asegura que "no se detendrán los movimientos de protesta. A pesar de la promesa del jefe de Policía sobre futuros arrestos, las concentraciones se harán. Nos mantendremos dentro de los cauces legales; si ellos toman la iniciativa, cargarán con la responsabilidad y las consecuencias".
El dirigente textil, sin corbata, se declara contra toda aventura. "Si alguien atenta contra la legalidad, haremos huelga y ocuparemos las fábricas. No podemos dar un golpe y nadie lo haría para nosotros. ¿Para qué apoyar un golpe? ¿Para que suceda como en la Argentina?" Rodríguez lamenta: "Desde que empezó este Gobierno, ninguno de los dos Presidentes tuvo interés en hablar con nosotros".
Algunos desechan la inminencia de lucha entre obreros y Gobierno, pero es la suma evidente de todos los pasos. Sólo habría que saber si Pacheco Areco puede mantener su impopular política económica sin la anuencia de las Fuerzas Armadas. "A los militares uruguayos les gusta ir de pesca", se oye decir. Pero el sueldo de un general es de 35.000 pesos y la inflación no respeta a los militares.
Por lo menos, en las últimas horas circulaban los nombres de los generales Borba, Tognola (colorados) y Aguerrondo (blanco) como auspiciadores de un golpe. Los síntomas no eran broma: el legalista general Liber Seregni habría dado su apoyo a las severas Medidas de Seguridad con la condición de que resulten eficaces. La legalidad, por lo tanto, tendría un plazo.
Hubo, sí, un cambio, pero su autor fue Pacheco Areco. Hay quienes lo llaman golpe. Al margen de toda digresión semántica, es cierto que las Medidas de Seguridad, la formación de un gabinete de "técnicos" (es decir, de voceros de la Banca), el incumplimiento de la promesa de aumentos para este año y la congelación de salarios el próximo, importan un agudo viraje.
El golpe legal, "a la uruguaya", estaba a medio camino. El general Antonio Francese, Ministro de Defensa (único miembro del Gabinete que ha permanecido en su puesto los 15 meses), afirmó en el Senado: "Las circunstancias han cambiado, los procedimientos también. Si el Presidente entiende que todos los ciudadanos deben ser movilizados, así se hará".
Este recurso parte de la Ley 9943, sancionada en tiempos de guerra (en 1940, bajo la Presidencia de Alfredo Baldomir) y permite que todos los ciudadanos de 20 a 45 años queden "sujetos a la jurisdicción disciplinaria y penal militar" (art. 27). Por otro artículo, el 32, toda esa reserva activa "se puede incorporar al Ejército permanente cuando se considere que existe posibilidad grave e inminente de peligro para la República". El Debate, órgano del Partido Nacional, tituló el editorial del martes con: "Hay que salvar la República".
Este año el Uruguay será noticia.
PRIMERA PLANA
2 de julio 1968

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Los botijas escapan de la represión militar

 


 

 

 

 

 

 

Lanza
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Rodríguez
Rodríguez

Intervención militar a Banco República
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