Revista Periscopio
21.07.1970 |
Desde Montevideo, donde examinó sobre el terreno la situación
política, escribe nuestro enviado especial Roberto García:
El último sábado, mientras el Uruguay festejó el 140º aniversario de
su primera Constitución, un animoso grupo de políticos oficialistas
gestaba la séptima reforma al engendro nacido en San José: se trata
de reelegir a Jorge Pacheco Areco, un proyecto que nunca se había
insinuado. Los recuerdos inundaban la semana: el miércoles se
cumplieron seis años de la muerte del caudillo colorado Luis Batlle
Berres y, el sábado, el nacionalismo evocó —con un monumento— la
memoria de su prodigioso numen, Luis Alberto de Herrera. Ninguno de
esos dos formidables políticos se atrevió a pensar, alguna vez, en
la reelección.
Pero la semana se había iniciado con sombríos presagios para el
Presidente. Es que 14 belicosos Senadores —apenas falta uno para la
mayoría— volvieron a cargar sus baterías para fulminar al Ministro
del Interior, responsable de las clausuras transitorias de los
diarios El Debate y El Popular. Por lo demás, un puntilloso Juez se
oponía a concederle un segundo divorcio (según él, si Pacheco Areco
quiere la separación legal, antes deberá abandonar el cargo).
"Este es un año de trabajo; el otro ya veremos", suele él alentar a
sus adictos. "Quien no niega, deja hacer", reza un refrán. La
oposición no escatima insultos y otros recursos para frustrar la
reforma. A su vez, el Presidente aplaca posibles inquietudes en los
cuarteles, visitándolos todas las semanas; siempre repite el
estribillo: "A mí me va muy bien". Hace doce días, en Rivera, pocos
le creyeron: al encender los motores del avión que lo devolvería a
Montevideo, el propulsor derecho se obstinó en no arrancar. Pero el
problema del motor fue un capricho pasajero; en cuanto a la
interpelación a Antonio Francese, frustrada el jueves 9 por falta de
quórum, parece entrar en un definitivo olvido.
Los adversarios que se irritan con la campaña reeleccionista
amortiguaron sus ímpetus ante la pobreza de los mítines pachequistas:
hace 20 días, en Las Piedras —poca gente, muchos militares,
abundancia de automóviles con chapa oficial—, y el martes 14 en la
Casa del Partido Colorado, en Montevideo. Si la postulación apenas
recluta legisladores de cuarta categoría es probable que pronto
comiencen a mezclarse nombres conocidos, impotentes para encabezar
una candidatura o medrar en las cerradas filas de otros sectores.
Por otra parte, se supone que al final se podrán calmar los
escrúpulos del Juez que debe conceder el divorcio. En octubre,
repartidos sus bienes con María Angélica Klein, el enamorado
Presidente iniciaría su luna de miel europea con María Teresa Gori
Salvo, 26. Ya se traman tarjetas de felicitación para Teresita y el
Bocha.
La novia —rubia, redondita, cautelosa— acostumbra peinarse en el
local
de Gerardo (en la Plaza Independencia) acompañada por su hermana
mayor, aun más vasta, pero morocha. Proviene de una familia
tradicional, pero ello no le impidió transitar como modelo por los
sets de televisión; ese ejercicio la ha dotado de cierta gracia,
pero se comenta su escaso gusto para vestirse y su amor al dinero.
Por ahora, Teresita cumple funciones de primera dama: al menos,
corta las cintas que inauguran algunas obras públicas.
ORDENAR EL ORDEN
Parece difícil que los turiferarios de Pacheco hayan imaginado motu
proprio la reelección.
"Sin embargo, yo propuse la idea." Con voz grave, boca torcida y
ademanes pomposos, habla Raumar Jude, 48; cuasi abogado, legislador
por Canelones, hombre de la Unión Colorada y Batllista —el lema que
llevó al poder a Oscar Gestido—, recibió a PERISCOPIO en el lujoso y
conocido bufete de su hermano. Todos sus gestos lo muestran como un
político tradicional, amigo de las palmadas y los abrazos, experto
en menesteres de comité; hay que esforzar la credulidad para admitir
su alusión al nuevo estilo de Pacheco, el abandono de las viejas
prácticas.
Admirador del ex Presidente Tomás Barreta, ha puesto al borde de la
escisión al grupo que integra. Para él, "Pacheco terminó con las
huelgas; afronta problemas que otros soslayaron; contuvo la
inflación (del 126 por ciento al 14) y tonifica las exportaciones".
Esto lo leyó en un panfleto que incluye una proclama de 10 páginas,
con austera fotografía del Jefe y pretende demostrar "por qué somos
reeleccionistas". Una de las razones que aparece en la hoja detalla:
"Porque ordenó el orden".
La absurda frase azuzó el cinismo del enemigo, que alumbra sabrosos
e interminables trabalenguas con "el orden ordenado y la ordenación
del orden". A él no le sorprende; cuando explica sus teorías acude
al manual de Educación Democrática ("la libertad es irrestricta" o
"mi derecho termina donde comienza el de los demás"). Es un lenguaje
más bien convencional; no importa: todos lo entienden.
Sólo le interesa que dejen decidir al pueblo, "ya que se trata de un
problema político". Como parece imposible retocar la Constitución
por mayoría legislativa —un procedimiento válido—, Jude y sus
correligionarios confían en obtener 180 mil firmas —el 10 por ciento
del electorado inscripto—, otro medio aceptado. En ese caso, los
ciudadanos votarían por o en contra de la reforma en las elecciones
generales de noviembre de 1971.
A medida que conversa, Jude no decanta su lenguaje: tutea al
cronista y hasta desliza alguna maldición. Se expide sobre los
"sediciosos", a quienes "comprendo pero no admito". Lo cierto es que
"no actúan contra Pacheco, sino contra toda la basura". También
desafía a los opositores: "Hice un acto en Las Piedras; el público
desbordó el cine. Quiero ver cuánta gente va a los de ellos". Aunque
para su líder "este es un año de trabajo", Jude se encuentra en una
situación distinta: "Soy Diputado y debo pensar en otras cosas".
TITITO, EL VERNACULO
Igual que Alberto Heber, 52, jefe del Directorio nacionalista,
Presidente de la República en tiempo del Colegiado, vuelve como
candidato. Unos flecos apretados con fijador coronan su robusta
imagen; los lánguidos ojos, con un ligero tinte hepático, contrastan
con su verba enérgica y fácil. Uno piensa que se puede dormir en
cualquier momento ; pero sus propias palabras lo despiertan, lo
sublevan contra la campaña pro Pacheco; lo considera un advenedizo,
"fruto de quienes no desean perder los cargos, en los Ministerios y
en los entes autónomos".
De la boca, acostumbrada al cigarrillo negro, brota la respuesta
graciosa, un humor improvisado; Titito se afana por enredarse "en el
proceso revolucionario de América latina". Se pregunta en qué
terminará: "¿Acaso la burguesía francesa quería cambiar el Reino por
el Imperio?" Sus lecturas trasnochadas —cada vez más eventuales, por
supuesto-— le sugieren que "todo se altera" (¡si viviera
Lavoisier!). De pronto se exalta: "Nadie le dice brisco (maricón) a
un obrero del frigorífico que ande con una camisa rosa".
Basta darle piedra libre para que elabore temerarias hipótesis sobre
la maxi-falda, el comunismo o las declinantes aventuras de un
vejete. "Mis hijos no salieron guerrilleros —suspira—, como los de
mis amigos Ricardo Perico Zabalza y el comisario Bidegain; pero
entiendo que también son distintos: el otro día, uno me pidió plata
para poner un quiosco de diarios en Punta del Este, y el más chico
quiere ir a trabajar al campo, de peón, antes de recibirse de
ingeniero agrónomo."
Para él es una sorpresa. "Yo iba a Punta —añora— a chupar whisky,
pasear en auto y salir con mujeres. Estudiábamos Derecho, mejor
dicho, no estudiábamos; todo era la playa, Carrasco, la celeste,
Peñarol; ahora, el mundo está al revés. Entiendo a los "sediciosos"
pero me resisto a sus procedimientos." La claque asiente; sonríe
cuando debe, frunce el ceño en la oportunidad precisa y acomoda las
sillas cada vez que el fotógrafo del diario (El Debate) decide
acribillar a su patrón.
Parece imposible detenerlo cuando elige de blanco a Pacheco. "Ahora
tiene el poder y sus prebendas; todo eso se pierde cuando se acercan
las elecciones. Los que lo apoyan sólo esperan una canonjía; cuando
falten tres meses se irán", concluye. Nadie sabe, tampoco, cuál será
el futuro de sus servidores de turno. Sobre las posibilidades de la
reelección, cree que "pueden darse"; "las firmas se consiguen"; en
fin de cuentas, "basta con los soldados y sus familias". Pero —se
burla, como zorro viejo—, "¿de dónde sacará los 700.000 votos que
necesita para la mayoría absoluta?"
Más alquitrán puede obsequiar al comunismo y a los Estados Unidos.
"¡Pensar —recuerda— que rompimos con Cuba porque era un país
comunista, y aquí, en el Uruguay, al PC le pagamos los votos que
consiguen, le subvencionamos la prensa [El Popular] y la radio
[Nacional]! No, si éste es un país de cipayos; fui el único que no
votó la ruptura con Fidel Castro." Uno de sus oyentes interfiere:
"Podríamos buscar esas actas y publicarlas en el diario". Titiio lo
frustra: "No se puede, ¡si nosotros mismos las hicimos desaparecer!"
Por fin recae sobre su enemigo electoral: Jorge Batlle Ibáñez.
"Controla la máquina de la Lista 15, el hampa, son tipos como
Barceló; ¿se acuerda de aquel uruguayo de Avellaneda, en los tiempos
de Fresco?" Reniega contra el monarquismo de los colorados: "Parece
imposible que los Batlle controlen el país desde 1870". Pero
reconoce que Jorge es brillante. Y además, "honesto"; cree, a la
inversa de otros colegas del partido, que "nada tuvo que ver con el
negocio de la devaluación". ¿Para qué habría de ensuciarse por unos
pesos, si es millonario?" arguye. Lo que equivale a suponer que los
únicos ladrones son los pobres.
Hay otros postulantes que parecen preocuparlo menos: el
Vicepresidente Alberto Abdala, por ejemplo. Quizá, le temiera en
caso de que Pacheco Areco abandonase el sillón —una probabilidad que
muchos soñaron—, pues el turco es capaz de firmar un acuerdo con el
líder de los "sediciosos" en el mismo estadio Nacional. En cambio,
corriendo sin ventajas, no asusta a nadie.
Mucho menos, Amílcar Vasconcellos, un honesto colorado que dirige
una de las tendencias independientes. Se supuso que junto a su
colega, el Senador Zelmar Michelini, apadrinarían la candidatura del
general Líber Seregni. La idea no parece alocada: podrían seguir la
ruta iniciada por Gestido, un ocasional, postergando a los jefes de
grupo. Sin embargo, las ambiciones de Vasconcellos son más fuertes:
el jueves, al parecer, decidió en una reunión el entierro político
de Seregni.
EL SOFISTA
La Justicia militar se expidió, la semana pasada sobre los
contundentes agravios que Wilson Ferreyra Aldunate, 51, arrojó al
contraalmirante Guillermo Fernández: el fallo favoreció al Senador
blanco, pero no pudo impedir que el marino resolviera el asunto con
un duelo. Mordaz, Ferreyra se excusó por su militancia católica: "Yo
pretendía que renunciara, no que me invitara a un lance", susurró al
enviado de PERISCOPIO.
Más molesto parecía con otro jeque de su Partido, Martín Echegoyen,
quien negó el respaldo de su grupo a la interpelación a Francese. Al
parecer, al senil abogado no le interesa salvar la libertad de
prensa, ni siquiera al diario que en un tiempo comandaba: "Esos
muchachos —se quejó en uno de sus momentos de lucidez— se empeñan en
llamarme Recaredo, cuando mi verdadero nombre es Ricardo". Para
Ferreyra, todo se reduce a que "Echegoyen es un perverso
constitucional, empecinado en dañar a quienes facilitaron la última
reforma; es decir, al propio Partido Nacional". ,
Estanciero de Rocha, con dos hijos y tres nietos, a Ferreyra le
falta una materia para graduarse en Derecho; sus enemigos lo acusan
de "sofista", pero sus intervenciones en la Cámara no tienen
desperdicio y sus temibles trampas dialécticas no dejan escapar a
ningún contrincante. Después de provocar la renuncia de dos
Ministros —y otros jerarcas del Gobierno— se proclamó candidato
presidencial; está seguro de ganar, y con una mayoría nítida. Se
conjetura, sin embargo, que su implacable voz, y una apostura que
causa estragos en varias generaciones de mujeres, no serán
suficientes para trancar el engranaje de su compañero de lema —el
vernáculo Heber— y el del batllismo.
Se sienta o se para; calza las gafas —ve mal de cerca— o ajusta su
Rolex. Salta de la violencia a los votos, de la diplomacia a la
economía. También él reconoce a Batlle como adversario: "Claro —dice
con sonrisa cómplice—, si abandonara la política aceptaría su
culpabilidad" (en la infidencia de la devaluación, agosto 1968).
Para entenderse con Pacheco —como lo hacen ahora—, "los hombres de
la 15 no necesitan interpósita persona".
Dice que todos los esquemas políticos confluyen hacia su propio
triunfo; la hilera de políticos que lo acompañaba en su bastión del
Parlamento no lo pone en duda. Entonces, ya que será Presidente,
¿cómo resolverá el problema de la subversión?
"Entiendo sus postulados, pero no admito sus métodos." (¡Todos dicen
lo mismo!) "Son una minoría —unos 400 hombres— que lucran con la
tensión social. Aunque, por supuesto, pueden echar abajo al país.
Sólo luchan contra Pacheco. (Lo contrario de lo que pretende Jude.)
Minorías existen, con o sin tensión; en todo caso, también las
fracciones de los Partidos (la suya, por ejemplo) representan a
pocos; en realidad, los "sediciosos" no pelean contra Pacheco sino
contra todo el sistema. Lo que importa es que ellos —ellos y el
Presidente— impusieron nuevas reglas de juego, polarizaron el
atomizado panorama político.
"¡Si Pacheco es uno de ellos! Por lo menos, también practica la
violencia. Creen que el país se arregla a las patadas y a los
empujones. Pero él nunca podría integrar un célula: es demasiado
ineficiente", remata.
Disperso, puede olvidar parte de una pregunta y retomarla más tarde:
"Cuando seamos Gobierno, habrá fervor, la conciencia de que se trata
de una empresa nacional; entonces, los «sediciosos» ya no serán
enemigos del régimen, sino del pueblo". Quizá sólo baste mirarlo con
descreimiento o cierta picardía para que complete su discurso: "Por
supuesto, sé que todo esto no son nada más que frases".
Lo que también conoce —o presume— es la inevitable hecatombe de la
izquierda. "El burocratizado PC, como el perro del cazador, no sigue
al amo, sino a la escopeta. Después de cinco años de gestión
personal, la gente no querrá perder su voto, terminará con ellos",
proclama. No cree en el golpe de Estado: "Hemos creado un clima
electoral, y contra eso no se puede". Ahora sonríe con más
intensidad: "Sólo el que pierde no quiere ir a los comicios, y
Pacheco está convencido de su triunfo. A su lado pululan los
adulones, no los buenos informantes".
Levanta la bandera de Aparicio Saravia, los Cándidos emblemas de la
última guerra civil (1904): sufragio libre, honradez administrativa.
Aquella época difiere mucho de ésta, y Ferreyra lo admite: "El
problema son los muchachos. No es que ya no podamos responder a sus
preguntas; ahora están cada día más tristes, más misteriosos, y ni
siquiera hacen preguntas".
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Heber con Roberto García
Batlle, Pacheco Areco, Abdala y Francese, según Marcha
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Ferreyra Aldunate
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