URUGUAY
La tregua tupamara

Si en algún momento se pensó que para poner freno y liquidar a la guerrilla tupamara era preciso aislarla, los últimos acontecimientos uruguayos indican que se está logrando el efecto contrario. Y con un agravante: de la insularidad del régimen del presidente Juan María Bordaberry participarían también las comunidades políticas tradicionales y sectores de las que integran el Frente Amplio.
Así, el cerco que pretendió tender el Ejecutivo a la "subversión", con la concurrencia de las Fuerzas Armadas y la policía, se ha dado vuelta. Hoy, el gobierno es el sitiado. Se habla de que las negociaciones entre los uniformados y los revolucionarios no quedaron agotadas, a pesar de una experiencia trunca registrada hace un mes y medio, y que resultará difícil al mandatario enderezar el rumbo de su gestión, ya bastante torcido como consecuencia del desbarajuste económico imperante, que no permite vislumbrar mejoramientos y sí una agudización de las tensiones sociales.
Quienes ven más lejos, opinan que el Movimiento de Liberación Nacional (MLN) ha demostrado nuevamente ser dueño de la iniciativa, en sus propósitos de esclarecer el proceso histórico oriental y llevarlo por un cauce inédito, que los partidos tradicionales —primeras víctimas de una honda crisis de identidad— no supieron empezar a recorrer.
Al parecer, los mandos castrenses, y sobre todo la oficialidad joven, ingresaron en una etapa donde las definiciones son perentorias. Ello equivale a decir que se han desperezado políticamente, y que el "civilismo" de los cuadros militares, tan mentado desde la última contienda blanqui-colorada (Masoller, 1904), cede posiciones a una inquietud por participar del poder que, hasta ahora, los observadores más consecuentes de la crisis uruguaya admiten representada en dos grupos de potencial mal conocido: los "perunistas", proclives a efectuar las transformaciones que la partidocracia local no supo llevar a cabo, y los nacionalistas "duros", decididos antes que nada a arrasar con las izquierdas legales y clandestinas. Se estima que estos últimos enfatizan sus preferencias por un régimen a la brasileña.
Dejando de lado la cuestión de si es posible, en Uruguay, trasladar mecánicamente modelos aplicados a otras realidades, es indudable para los analistas que en la eventualidad de enfrentar decisivamente al poder civil actual, ambas fracciones marcharían de consuno. Qué pueda ocurrir después, en la hora de las resoluciones finales, resulta arduo de pronosticar; más, si se tiene en cuenta que la fluidez de la situación oriental da cabida y pábulo a innumerables conjeturas.
Mientras el periodismo especializado continuaba anotando las variables de esa línea mayor que es la quiebra avanzada de todo un sistema (el democrático-liberal), el senador frentista Zelmar Michelini anunciaba, el 31 de julio, que entre fines de junio y el 23 de julio Tupamaros y Ejército habían
observado una tregua. En la misma sesión parlamentaria, el líder del ala liberal del partido Blanco, Wilson Ferreira Aldunate, refrendó los dichos de su colega y, como él, adujo contar con pruebas terminantes.
Un rápido balance permitió establecer los siguientes hitos: a comienzos de julio, el tupamaro Eleuterio Fernández Huidobro salió de la prisión acompañado por un capitán del Ejército. El guerrillero, a quien diversas fuentes otorgan una posición muy importante dentro de la organización, había caído en manos de las Fuerzas Conjuntas el 14 de abril, y a la vista del oficial mencionado, que prometió total discreción, restableció contactos con la dirección del MLN para que ésta tratase la propuesta de uno de los sectores militares, el "perunista", que a cambio de la neutralización de la guerrilla habría ofrecido cumplir algunas de las medidas del Programa de Gobierno tupamaro conocido en marzo de 1971, ideado "para la etapa de reconstrucción del país por un gobierno revolucionario", y que apunta sin tapujos al socialismo.
Un acuerdo previo a esas conversaciones establecía que los Tupamaros no emprenderían acciones de represalia si, a su vez, los militares paraban la tortura contra convictos y sospechosos de pertenecer al MLN, pero la tregua se rompió el 23 de julio. Según versiones no confirmadas, ese día el médico Carlos Alejandro Alvariza, acusado de estar a cargo de un servicio sanitario tupamaro, habría sido empujado desde una altura considerable, falleciendo por el impacto contra el suelo de hormigón de un cuartel. El 25, un comando presuntamente guerrillero ejecutó al coronel Artigas Alvarez, hermano del general Gregorio Goyo Alvarez. A éste, que reviste como jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Conjuntas, se lo consideraba el iniciador del paréntesis de negociaciones. Al día siguiente del atentado, un comunicado oficial informaba que el médico Alvariza, tratando de escapar a un interrogatorio, se había suicidado en la tarde del 25, precipitándose al vacío.
Si la muerte de Alvarez, que se desempeñaba como director general de Defensa Civil, irritó a los altos mandos, algunos analistas atribuyen la falta de contragolpe militar a que, efectivamente, el deceso de Alvariza fue el primero en producirse. En cualquier caso, se cree que en la oportunidad la orden de ejecución vino de los ultra-duros, que no admiten tratativas con la "sedición". Lo cierto es que, abonando tal presunción, los "perunistas" no habrían descartado la prosecución de las negociaciones, y —al decir de Michelini— esta tregua táctica, aún vigente, consiste en la merma de las hostilidades, a la espera de mejores ocasiones de diálogo.
Es discutible la viabilidad de un acuerdo Tupamaros-Ejército, pero su sola formulación parecería amedrentar a los partidos políticos y al gobierno, que días pasados, con motivo de elaborar una política nacional petrolera, convocó a miembros del Frente Amplio para departir también sobre otras cuestiones. Ello fue indicio de que Bordaberry tal vez está buscando ampliar el acuerdo logrado con los minoritarios blancos conservadores, y para salvaguardar las instituciones no vacila en olvidar que en mayo acusó a la coalición de andar como "el lobo con la piel del cordero". El hecho de recurrir, en los momentos críticos, a Ferreira Aldunate (como sucedió cuando el ex ministro de Defensa, general Magnani, presentó su renuncia presionado por los mandos castrenses), señala, asimismo, que por encima de las diferencias de partido le importa al presidente evitar el descalabro total.
En la guerra iniciada el 14 de abril, oficialmente, no hay aún ganador ni bando que se perfile como tal. Pero es bueno recordar que el MLN, en un documento dado a conocer en los últimos días de ese mes, consideraba como objetivos concretos de su acción, entre otros: "Acentuar contradicciones: FF. AA.-pueblo. Oficiales-tropa. Armas entre sí. Entre las FF. Conjuntas. Entre tendencias políticas de las FF.AA., etc.". Quizás la tregua reseñada tenga que ver con algunos de esos ítem, pero no se puede rechazar de plano la posibilidad de que los Tupamaros consigan volcar una parte de esas Fuerzas Armadas a su favor. Al menos los uniría el repudio por la corrupción administrativa y financiera, por el vaciamiento del país, por su endeudamiento al Fondo Monetario Internacional, y la desconfianza hacia los políticos profesionales y sus respectivas comunidades partidarias. 
PANORAMA, AGOSTO 17, 1972

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Presidente Bordaberry

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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