Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


URUGUAY
UN VECINO ENFERMO
Revista Periscopio
18.08.1970

Un enviado especial, Roberto García, trasmitió, al concluir la semana pasada, la siguiente crónica:
Antes de cortar, la telefonista exclama: "¡Otro comunicado, otro comunicado!" El turco Sarquisian, jefe del informativo de Radio Montecarlo, se abalanza sobre el transmisor. "Móvil uno, móvil uno —grita—; urgente, vaya al bar de Ejido y Mercedes. Panta, escúchame, me parece que es cierto." Una voz tormentosa, Jorge de Vera (el Panta), contesta desde un Renault 4L: "Calmate. gordo; ¿qué dijeron?" El furgón ya burla semáforos, leyes de tránsito y un rosario de insultos, mientras el ansioso Sarquisian responde: "Una mujer, como la de las otras veces, dijo: «Habla el...»; bueno, vos sabes. Son ellos, estoy seguro".
Después de escuchar diez anuncios certeros, el turco no podía dudar. Sin embargo, bajo la tenue luz del baño de damas, en la tarde del jueves 13, y casi asfixiado por los efluvios del amoníaco y otras miasmas, el Panta se queja: "Otro batipalma; ¿por qué no harán las denuncias a la Policía?" Es que, con el señuelo de 4.000 pesos uruguayos y una frazada, Montecarlo controla la audiencia con ejemplar cobertura; también se ha ganado el favor de quienes pretenden colaborar con la pesquisa. En suma, la radio siempre llega a los lugares claves antes que la Policía.
A pesar de las primicias, los trasnochados periodistas se mesan los cabellos. En alerta constante, catapultados por cualquier noticia estúpida ("En la morgue hay cadáveres"), remueven la arena de una playa de Pocitos en pos de "dos cuerpos" (martes, El Espectador); anticipan un procedimiento en el Club Nacional (jueves, Montecarlo), o recorren el Parque Rodó siguiendo "un fantasma" (miércoles, Canal 4). Sin contar estas desventuras, la fantasía popular los convierte en inspectores de letrinas: diez o doce veces por día, según las llamadas, levantan las tapas de los
retretes o se aventuran en el tanque de agua, en busca de sobres misteriosos.
El pueblo, entretanto, se recupera de la psicosis que lo envolvió en el fin de semana anterior, cuando los sediciosos ejecutaron a Dan Mitrione. Cuatro balazos, un esparadrapo en la boca y nueve huérfanos de padre, fueron un rudo golpe para la sensibilidad colectiva; pero un día después, aunque dos secuestrados podían seguir la trágica ruta, las pizzerías. los boliches de frank-furter y sandwiches, desbordaban de asistentes preocupados por las trabas financieras de Peñarol. En la ciudad vieja, las prostitutas maldecían a los responsables de la declinación turística; por 18 de julio, negros del barrio Palermo martillaban sus tamboriles.
El viernes, sin embargo, se alteró la calma: a dos años de la caída del estudiante Liber Arce, sus compañeros se enfrentaron con la Policía. Refriegas, disparos, heridos y "cócteles molotov" inundaron las calles de la Capital uruguaya.
De Mitrione, al parecer, en Uruguay sólo quedará una calle. También "un trabajo que ya rinde sus frutos", según confesara el jueves, en USA, su compañero David Powell. Gigantón, simpático jugador de rugby y básquet, jefe de policía en Richmond (Alabama), colaborador de las autoridades brasileñas, y con un despacho a cinco metros del Director de Investigaciones uruguayo, Mitrione transformó a los insurgentes de nombre prohibido: émulos de Robin Hood —según la prensa internacional—, ahora serían clientes del criminalista Cesare Lombroso.
El domingo 9, a mediodía, tal como habían amenazado si el Gobierno no aceptaba sus exigencias —canje de los tres secuestrados por 150 detenidos—, "hicieron justicia" con Mitrione. En principio, por culpa de un reguero de sangre que ensució la calle, las autoridades sostuvieron que el asesor norteamericano había sido ultimado la noche del domingo, cuando lo abandonaron en un automóvil, en Moreno y Lasala. Pero un informe del médico forense aclaró, el jueves pasado, que s Mitrione lo asesinaron al mediodía del domingo. La sangre, según la explicación profesional, brota de una segunda hemorragia, cuando mueven el cadáver. Al parecer, un balazo en el pecho —en forma sorpresiva y cuando tenía los ojos vendados— inició el crimen; luego, al caer, lo remató otro en la espalda. Los tiros de gracia en la nuca completan la faena.
El crimen propaga la escalada de la violencia. Habría comenzado antes. Durante los primeros seis meses de 1970, cuando la organización se capitalizaba por medio de robos (200 millones de pesos uruguayos), abundaron las denuncias sobre torturas; el 13 de abril, un centenar de balas perfora el cuerpo y el automóvil de Héctor Morán Charquero, un comisario a quien, se acusaba de instigador y ejecutor de execrables castigos.
Un mes después, en un allanamiento policial, muere Fernán Pucurull. A la semana se difunde una reveladora carta: señala que Pucurull fue acribillado cuando tenía las manos en alto, al entregarse. También concede una tregua de 15 días: invita a dejar sus puestos a los policías; concluido el plazo, durante dos jornadas consecutivas balean a media docena de agentes; a otros les roban sus armas. Se ha desatado la lucha. Luego, los secuestros; intervienen las Fuerzas Armadas, otra escalada.
Algunos entienden que el buen sentido impedirá la muerte de los dos diplomáticos secuestrados. Pende un par de condiciones: si las autoridades descubren la guarida o si torturan a los sediciosos capturados hace una quincena. Parece dudoso que los liberen sin nada a cambio y antes de que expiren los 20 días que concedió el Parlamento al Presidente, arrebatando las garantías individuales a todos los uruguayos. Sólo el Senador Zelmar Michelini sentó su firme oposición al proyecto, producto de la histeria.
Dos cartas acompañaban al comunicado número 10, aparecido el 11: suspicaces observadores señalan que ambas guardan una clave. Insólito es el pedido del cónsul brasileño Aloysio Dias Gomide, 41, a su esposa; le recuerda que debe "telefonear al Banco, conversar con el Gerente, instruyéndolo para pagar los dos seguros". Además, le aconseja consultar a dos funcionarios (Dutra y Méndez) "sobre los pagos que deberán efectuarse este mes".
La misiva de Claude Fly, 66, más sutil, habla de las comidas, la ropa interior; además, "están tratando de conseguir mis anteojos". Quienes participaron en la negociación por el banquero Giampietro Pellegrini. aseguran que se trata del mismo canje; apenas se deslizó esta posibilidad, las dos Embajadas negaron cualquier trato. No era de creer; pero si así fuera, sólo concordarían con Pacheco Areco. Resulta falso, entonces, que los dos países hayan presionado al Gobierno para cambiar su decisión de no negociar.
Quizá para aliviar la tensión, Brasil detuvo el traslado de tropas. Sin embargo, se sabe que 12.000 soldados se reparten de Cuareim al Chuy, mientras un íntegro escuadrón de paracaidistas se estacionó en Santa de Rivera "para garantizar el orden". En la Argentina, el Presidente Levingston se reunía el martes con expertos en seguridad; con prudencia, sólo estudiaron la situación del vecino enfermo.
Nadie se explica, aún, por qué los sediciosos capturaron a Fly, un experto en suelos. ¿Cuál es la recompensa política? A partir de este interrogante se puede seguir el hilo de Ariadna o, por lo menos, una pista verosímil. La organización parece más interesada en consolidar su aparato militar que en transmitir un criterio político, una ideología. Sólo le preocupa la formación de un ejército clandestino; las masas, en el momento oportuno, las pondrán otros. Todos reconocen que los partidos suelen enancarse en la victoria cuando se produce una coyuntura favorable.
Esta tesis se afirma con el desprecio casi oligárquico que muestran por la opinión pública —que nunca decide, mucho menos en el democrático Uruguay—, cuando balean a simples policías o "limpian" a un adversario que tiene 9 hijos.
De cualquier manera, nadie duda —ni siquiera la Policía, a pesar de la información que suministra— que no ha descabezado al movimiento con la captura de Raúl Sendic, Raúl Bidegain y otros cómplices conocidos. Peregrinas teorías se alzan sobre los verdaderos cargos que ocupaban los detenidos; trascendió. de fuentes más responsables, que el fundador del grupo dirigía el comando de las fuerzas del interior. Los otros eran militantes de distintas jerarquías. Según el esquema tradicional y conocido, la jefatura colectiva y el comando de Montevideo aún permanecen intactos. Lo que es peor: se desconocen sus integrantes. Y si se acepta que alrededor de 60 columnas, de 100 hombres cada una —al margen de los periféricos— constituyen la organización, los 150 cautivos de Punta Carreta son una insignificancia. Tampoco se duda, en esferas policiales, de la soberbia verticalización de sus cuadros, que envidiaría el mismo Mussolini.
Al margen de las especulaciones, más fascinante resultaba la idea de ver a Sendic y compañía en la prisión; sólo se dio una oportunidad, difícil y complicada: el mangiamento. En una rectangular habitación del segundo piso de la Jefatura, dividido por un vidrio —opaco del lado de los presos—, desfila Raúl Sendic. Morrudo, alto, casi obeso, chueco, manos encallecidas, serio y alicaído, cuando camina mira hacia abajo; en el momento de colocar su espalda contra una columna de cemento levanta la vista: ojos tristes, hundidos, casi pegados a las cejas —por lo menos es lo que se percibe desde el umbrío corredor—, infunden respeto. Parece un chacarero, un hombre de campo, más que de ciudad, con el rostro quemado por el sol, curtido por la intemperie.
Cuando el agente Zapata le puso el caño de su metralleta en el abdomen, Sendic apenas si atinó a llevar su mano a la cintura, donde siempre llevaba su pistola martillada. "Ganaste, sos guapo", le dijo. De saber Zapata a quién amenazaba, quizá no lo hubiera sido. El viernes, la Policía —según Radio Carve— habría trasladado al líder cañero hasta el penal de Punta Carreta: la emisora creía que con sus camaradas decidirían el destino de los dos secuestrados.
Bidegain parece más extraviado, nervioso; sus gestos insolentes —tiene 22 años— desafían a quienes van a delatarlo. Se dice que el mangiamento se repite hasta cuatro veces por día, y que Bidegain escupe o insulta a sus invisibles observadores. Más pintoresco, en la desagradable situación, se muestra Asdrúbal Pereyra, con sus bigotes llovidos —una especie de Charles Bronson—, quien se paseó fumando, con las manos en los bolsillos como si fuera un malevo, obsequiando irónicas muecas.
La economía reglará el duelo entre los sediciosos y el Gobierno. La clandestinidad requiere costosos medios de mantenimiento; la infructuosa "Operación Rastrillo" (mil allanamientos diarios) evapora necesarios dólares. Mientras no extermine al enemigo —cosa bastante improbable—, el Ejército aumentará su influencia, que ya no parece tener límites.

LOS FANTASMAS DE OTERO
Se levanta, luego de charlar un rato, y dice: "Como ve, soy débil, casi con deficiencias físicas". La autocrítica se justifica: frágil, bajito, enclenque, casi un disminuido. Alejandro Otero, 39, dos hijos, un comisario que echó fama por "trastornado". Desde 1961 insistía: "Esos no son delincuentes comunes, sino políticos. Así no procede un ladrón". Casi todos concluían, en cambio, que los robos eran obra de pistolucas argentinos. Hace años, cuando Otero detuvo al primer sedicioso, Julio Marenales Sáenz, un profesor de Bellas Artes, su imagen comenzó a cambiar.
"No los inventé, por supuesto; sólo percibí que había algo distinto. Entonces traté de proyectar un antibiótico. Decían que eran fantasmas: ahora salen en los diarios", sonríe. Una cierta nostalgia parece invadirlo; en fin de cuentas, "mis queridos enemigos" —como gustaba calificarlos— le han dado una violenta razón. Hasta enero, el comisario dirigía las investigaciones; ahora no puede perseguirlos: se consuela con formar, en un centro de instrucción, a oficiales que tratarán de no recurrir a los soplones, a las prostitutas o a las copas para recabar información. No pierde la esperanza, se supone, de volver a participar en las investigaciones.
Periodistas franceses, brasileños, españoles e ingleses no pudieron verlo; algunos uruguayos sólo disfrutan de diez minutos. Al enviado de Periscopio le reservó una hora.
Tuvo la palabra prohibida; ahora se lo puede ver luego de sortear algunos trámites burocráticos. Hay temas que soslaya, como si la veda se hubiera, levantado en parte. Prefiere insistir en que es un "humanista, sensible, puro". Afirma que siempre actuó con "honestidad".
—¿Pero en su época se torturaba?
—No creo en la tortura como un medio para obtener la verdad. Conviene poner en claro, además, que el policía no constituye la Policía.
Muchos creen que Otero actuaba con hipocresía. No torturaba personalmente —corre el rumor—, sino que permitía la picana; luego, él le ofrecía un café a los prisioneros y les sacaba el jugo. "Quizá sea un farsante, pero ¿usted cree que andaría solo, sin custodias, si tuviera algo que ocultar?"
Católico, cree en el régimen democrático: "Les da oportunidad a todos". Su razón: "Soy hijo de una maestra y de un gallego taximetrista: hoy soy comisario, árbitro de fútbol bien cotizado". También, un reconocido augur: vaticinó la suerte corrida por Pedro Eugenio Aramburu y el asesor Mitrione.
Explica la violencia actual con esgrima verbales: "Hay quienes juegan por placer, otros por vicio y otros por necesidad. Llega un momento que los jugadores olvidan todo, apuestan hasta la familia; simplemente, se han jugado. Ya no se puede salir de eso".
Algunos preguntan qué seria de la organización policial frente a los sediciosos si no existieran los cuidadosos registros de Otero; él sólo —mejor dicho con las comisiones que lo acompañaban— detuvo a más de un centenar de innominables. Quizá su calma y moderación hayan sido fruto de un encuentro: cuando detuvo a un fugitivo, una agenda mencionaba con detalles todos sus movimientos a la salida de la Jefatura, siguiéndolo a cada minuto hasta concluir en una esquina: desde un automóvil, en ese momento, un fusil lo apuntaba. Según la agenda, al portador del arma se le ordenó no disparar. Otero parece no tener miedo; cuenta, según él, "con la honestidad". Moran Charquero no contaba con ese atributo. R.G.

 

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Viuda de Mitrione, dos balazos en el cuerpo, dos en la cabeza
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Requisa militar, mil allanamientos por día

 

 

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Días Gomide
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Otero, un policía distinto